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«Buffy Cazavampiros»: pelea como una chica

07/03/2019

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Cuenta la leyenda que en cada generación nace una cazadora. También cuenta que, en ocasiones, llegamos tarde a la fiesta. Lo que nadie nos dice es que lo de llegar a tiempo no significa lo mismo para todo el mundo, que lo del momento es muy subjetivo y que a veces no hay ocasión más adecuada que aquella en la que las cosas llegan. Se está hablando mucho de «Buffy Cazavampiros» en las redes sociales en los últimos meses por su posible reboot, su inminente cumpleaños y otro puñado de buenas razones. Lo importante es que en el Cadillac hemos querido ser portadores de nuestro propio altavoz y aprovechar la tesitura para dar voz a un producto que, casi todo el mundo se atreve a juzgar, pero menos audiencia de la recomendable se ha sentado a ver en serio. Reconozcámoslo, los prejuicios nos sobrevuelan de manera constante. Es hora de hacerlos cenizas.

Sería de recibo comenzar este post con una confesión importante: esta serie no formó parte de mi adolescencia ni marcó de ningún modo mi juventud. No hay ninguna razón de peso, simplemente aquellos últimos años de los 90 y primeros años de los 2000 me tenían ocupada con las andanzas de Mulder y Scully, los hechizos de las hermanas Halliwell y los episodios de otros programas de televisión que por aquel entonces pegaban fuerte. No fue más que una cuestión casual. Así que llega el año 2018 y una se planta ante las aventuras de la cazavampiros por probar, con treintaiún años y creyendo que en esta movida ya no hay nada para ella, pero habiendo escuchado y leído maravillas sobre este universo y a sabiendas de que es, para muchos y muchas, un producto sagrado y de culto. Fue tal la sorpresa y tan grato el (doble) visionado de sus siete temporadas, que la sensación de haber abierto un tesoro televisivo más de dos décadas después de su nacimiento y cuando ya había cogido solera no hizo más que dotar de un extraño misticismo a la experiencia. Y hoy, porque lo merece y me siento un poco en deuda, quiero contar a cada lector y lectora, haya visto o no a Sarah Michelle Gellar portando una estaca, las razones por las que «Buffy» es un producto fundamental que no se ha valorado ni por asomo acorde a sus virtudes y por qué, más de veinte años después, ha adquirido una relevancia increíble.


«Into every generation a slayer is born: one girl in all the world, a chosen one. She alone will wield the strength and skill to fight the vampires, demons, and the forces of darkness; to stop the spread of their evil and the swell of their number. She is the Slayer.«

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Tienes dieciséis años y tu destino ya ha desbaratado el curso normal de tu vida adolescente. Te han expulsado de tu anterior instituto por incendiar un gimnasio repleto de vampiros (aunque nadie conoce la verdadera razón) y te mudas a un pueblecito llamado Sunnydale con la esperanza de empezar de nuevo y negar rotundamente tu condición de salvadora. ¿Quién iba a decirte que acabarías en la mismísima boca del infierno? Donde el mal no descansa, donde la tasa de mortalidad es ridículamente alta y donde los demonios salen a cenar con el hambre de unos cuantos siglos. Bienvenidos a Sunnydale, bienvenidos a esta historia de sombras que deja en ropa interior a cualquier producto adolescente. Aquí, el simbolismo, importa. Aquí, al mismo tiempo, los miedos se hacen palpables.

Este es el punto de partida de «Buffy Cazavampiros», el de una cazadora que guarda un secreto que sólo le trae problemas, el de un vigilante que la espera en la biblioteca para entrenarla, el de una nueva vida abrazando lo que le ha tocado ser. Si esta serie se ha convertido en el foco de todos los prejuicios habidos y por haber, es sencillamente por tratarse de un producto adolescente. Y ya sabemos que este tipo de historias sólo son aceptables para obtener el carnet de seriéfilo listo si se gestan en Europa. ¿Adolescentes yanquis? ¿Con vampiros? No, gracias. Cuánto nos hemos estado perdiendo.

(AVISO: Aunque no se va a hacer uso de spoilers, resulta necesario aludir a detalles archiconocidos de la serie para hablar de ella.)

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El visionado de los primeros episodios puede resultar un goce si se mantiene una mente abierta, pero suele ser el resorte que nos hace recular y abandonar, al mismo tiempo, si no estamos por la labor de dar oportunidades. Una se cuela en esos pasillos de instituto con sus taquillas de metal, sus animadoras, su equipo de baloncesto uniformado, con unos personajes que en un principio parecen cubrir todos los clichés más típicos: la hedonista insufrible, la tímida empollona, el «nice guy»… Pero no es necesario avanzar demasiado, aunque sí hacerlo sin miedo y con ganas de pasarlo en grande, para darse cuenta de que lo que ha creado Joss Whedon es una sátira, una crítica a la extraña jerarquía que nos mantiene en nuestro sitio, una visión llena de humor y situaciones dantescas de los filmes adolescentes.

Decía, y no con poca razón, que aquí el simbolismo importa. E importará a lo largo de sus siete geniales temporadas. Una de las mayores virtudes de «Buffy Cazavampiros» es la de no tomarse demasiado en serio a sí misma y reírse de un discurso muy concreto. Y eso la hace única. Lo que nos encontramos, al seguir por esta senda de criaturas nocturnas, es que todo se convierte en una gran metáfora. El hecho de que el instituto sea un lugar horrible donde encajar es una preocupación mayor que aprobar química y Whedon hace de ese horror algo que se puede tocar. Y matar.

Aunque no siempre caminaremos por pasillos de instituto, pues la serie va creciendo y sus personajes con ella. Las tramas cada vez son más adultas y el desenfado deja paso a situaciones dramáticas y a retratos vitales, familiares y personales cada vez más complejos, todo ello sin perder la capacidad de colar el humor y de ser al mismo tiempo una imagen paródica de lo que es. Nos referimos a esa «gran metáfora» porque cada entrega acaba por convertirse en un muestrario de temas que parece no tener final. Que con la excusa de derrotar a las fuerzas del mal, matar vampiros, utilizar la magia y deshacer pesadillas que se han vuelto reales, se acaba por hablar de los miedos, la autoestima, las relaciones abusivas, las adicciones, el acoso, lo estructural de una sociedad misógina, las aspiraciones, esas labores domésticas que nos acaban por llevar a lo que la teoría denomina «doble jornada», la pérdida, la depresión, la vocación… asuntos reales, asuntos que salen del mundo ficcional y que forman parte del real.

Pero si de algo está impregnado este producto, si algo conforma de verdad toda su esencia y la hace rabiosamente actual y necesaria, dos décadas después, es el empoderamiento femenino. «Buffy Cazavampiros» es una serie feminista de manera explícita e implícita. Sus personajes femeninos son exquisitos y se caracterizan por ser dueños de sus propias historias, de sus propios éxitos y de sus desastres. Mujeres que van en pos de la evolución, que pelean (literal y metafóricamente) por el cambio, que se colocan sin miedo en primera fila y aprenden, lideran. Joss Whedon juega al mismo tiempo con sus personajes masculinos haciendo de los mismos una composición casi de museo, recogiendo las reacciones más comunes a la construcción de las féminas que los rodean. No falta el amigo amable que está convencido de que por tratar a las chicas como personas merece una medalla, ni el novio que no soporta que su pareja sea más fuerte que él, ni que su misión en la vida sea mucho más trascendental, ni que pase el día no necesitándolo a morir. Está, reitero, en todo su hacer y existir. En el director de escuela que manda a Buffy a cambiarse de ropa para justificar el intento de agresión sexual de un equipo de natación, en un final de serie que supone un puñetazo en la cara a todos los señores que a lo largo de la historia han tomado por nosotras decisiones que se escapaban a su competencia.

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Resulta curioso, tras perderse en este puñado de elogios y puntos fuertes enumerados y sin olvidar la naturaleza del show, que lo que más llegara a enamorarme de él fueran sus personajes. Casi desde el mismísimo principio. Personajes meticulosamente construidos, dueños y dueñas de un crecimiento orgánico y sin grandes artificios y, sobre todo, increíblemente bien escritos. Porque Buffy Summers, al final, no es la chica que maldijo al mundo por no encajar en la vida adolescente, sino una heroína que se aferra a la vida sin temer a la muerte y al sacrificio en pos del cambio. Porque Giles no es un inglés estirado que sólo entienda de normas, sino un padre con alma punk que cree en la justicia. Y Willow llegaría al instituto con un vestido escogido por su madre, la cabeza agachada y un escudo de buenas notas, pero el esfuerzo, y nada más que el esfuerzo, llegaría a convertirla en la bruja más poderosa del mundo. Luego está Xander, ese personaje tragicómico estratégicamente situado para enseñarnos que sus compañeras no le deben nada a cambio de ser tratadas con un mínimo de respeto y cuyo lugar sombrío en la lucha aceptará, no sin pataletas.

Tenemos también a una Cordelia cuya inmersión en la madurez y la empatía, desde un bordillo de pijadas y chismes de instituto (el personaje se desarrollaría mucho más en «Angel», el spin off) supone una evolución mayúscula, a unos Angel y Spike que parecen representar polos opuestos en el vampirismo, pero que terminan por ser el símbolo de algo similar e imprescindible de abordar en una serie a la que han tenido acceso millones de chicas a lo largo de los años, a una Anya cómicamente honesta cuyo infierno es el sentir humano, a una Faith de extraordinaria fuerza y demonios aún mayores y a una Dawn que pondría patas arriba el concepto de familia de la protagonista de esta historia, a la dañadísima Dru, a Oz. Podría continuar hasta el infinito porque el desfile de personajes bien perfilados parece no tener fin, pero si no quiero quedarme a vivir en la redacción de este post, he de parar en los que han tenido el mayor peso en sus tramas.

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Hay algo, sin embargo, que no se puede obviar: el hecho de que, en esta serie, los lugares hayan llegado a ser un personaje más. Así, el instituto se convierte en el nido de todos los miedos. Muchos de los momentos más importantes y conversaciones más reveladoras que hayan existido en el show han tenido lugar en la biblioteca, cuyo relevo tomaría a partir de la cuarta temporada la «Magic Box», la tienda de magia regentada por Giles y Anya. El Bronze, por supuesto, nos ha acompañado siete años como escenario de mezclas, desamor y transgresiones, con sus luchas y sus cristales volando por doquier día sí y día también. Pero si de un escenario con peso y simbología podemos hablar aquí, si un escenario se lleva la palma de todas las metáforas, ese es el cementerio de Sunnydale (que es, en sí mismo, más personaje que pueblo), donde cada noche Buffy, y a veces sus inseparables compañeros de la Scooby Gang, lucha mano a mano y cuerpo a cuerpo contra monstruos, vampiros y demás encarnaciones de todos los males de esta sociedad disfrazados de criaturas arrugadas y con mal olor. Sí, en todos esos desvelos ha existido la cuestión de pelear como una chica para derrotar a lo que tiene que ser derrotado, cuestiones de género incluidas.

Las relaciones, por cierto, son un punto fundamental en esta movida con lo sobrenatural. Aquel romance entre Buffy y Angel que durante años trajo consigo grandes suspiros adolescentes acaba por convertirse en un retrato de manual de lo que es una relación abusiva, así como más tarde, la relación mantenida con Spike sería una puerta hacia lo tóxico, la retroalimentación violenta, los cruces entre amor y odio y el no aportarse nada sano. Dando sus personajes muchísimo más de sí como individuos, especialmente en el caso del Billy Idol de los vampiros, en materia de relaciones, ambos llegan a ser grandes ejemplos de todo lo que no tiene que ser el amor. Y aprovechando este punto sería también de interés adentrarnos en otras partes mucho más positivas del muestrario, como el hecho de que Willow llegara a ser un personaje LGTBI+ icónico ya en los noventa. De hecho, es una chica bisexual que mantiene con Tara la relación de pareja más bonita y enriquecedora del show, y con todos los avatares que trae consigo el pertenecer a una cadena pública (dos décadas atrás, como suma) eso es decir muchísimo. El derecho al sexo por el sexo, el placer en etapas maduras de la vida, las parejas de clase social distinta, las posibilidades afectivas que van apareciendo a lo largo de nuestra línea existencial… todo ello, ha ido siendo tratado sin miedo y con maestría.

Llegada a este punto, la palabra «simbolismo» ha aparecido tantas veces que corro el riesgo de que su significado se diluya. Aún a riesgo de sonar reiterativa, mantengo que es el elixir en el que se baña «Buffy Cazavampiros» para ser el producto que es, con sus «Big Bads» a derrotar cada temporada. Todo esto cobra relevancia cuando vemos a la cazadora enfrentarse, a sus nada menos que dieciséis añitos y en la noche del baile, a un vampiro ancestral que encarna la pérdida de la inocencia, cuando como espectadores presenciamos como demonio al propio amor una temporada después, así como a la personificación de lo que es el final de una era al concluir la tercera temporada. Y vamos más allá, nos enfrentamos contra la ciencia y las ganas de jugar a ser Dios, a la muerte, a la adicción, al patriarcado. Cada gran monstruo que ha cobrado una presencia importante como hilo conductor de las entregas de las diferentes temporadas, supone vencer con dificultad un problema real y existente aún en 2019, por mucho que en este programa aparezcan en libros ajados y les hagamos frente con arcos y estacas (amén de algún que otro hechizo).

No estaría empleando unas horas de mi tiempo en cantar alabanzas hacia una serie si tras haberme tomado en serio su visionado no pensara que merece la pena defenderla. Pero la merece. Con todos los juicios superficiales que se han hecho de ella, con todos los comentarios tratándola como algo risible, con la concepción de que el contexto y las vías de llegar a algo en un producto lo determinan todo. Estoy paseando en la treintena y puedo ver por qué para tantos y tantas es tan importante el legado de «Buffy», a qué viene el culto que hay alrededor de ella, por qué hay personas adultas escribiendo libros y ensayos y utilizándola en textos académicos. Es una serie en la que lo último que el espectador encuentra son complejos. Sabe lo que es y está orgullosa de serlo. Una serie que a menudo se atreve a experimentar y a salir de su propia fórmula, con un puñado de episodios sobresalientes que han llegado a convertirse en materia de culto en sí mismos y a ser parte fundamental de la historia de la televisión.

Pocas personas inmersas en la cultura seriéfila desconocen, por ejemplo, la existencia de «Hush», el episodio mudo de «Buffy». Perdón, EL EPISODIO MUDO. Una entrega brillante, terrorífica en sus propias maneras, que estudia la forma en que nos comunicamos como manera de vencer un conflicto. Escenas hilarantes conviven con escenas solemnes acompañadas de una banda sonora magnífica. Le valió a la serie la nominación a un Emmy a mejor guión y lo mejor de todo es su naturaleza anecdótica, ya que todo esto fue una respuesta de Joss Whedon a los comentarios que sostenían que lo único verdaderamente inteligente de su producto eran los diálogos. No podemos dejar atrás, claro, el otro gran episodio de culto, que es, de manera evidente, «Once More, with Feeling», el musical. Perdón, EL MUSICAL. Una entrega con una personalidad propia sorprendente y con un resultado más que sobresaliente. Un puñado de canciones originales que llegan justo cuando los personajes están en medio de una crisis y en uno de los momentos más dolorosos. Y no son estos los únicos puntos fuertes en una serie de casi ciento cincuenta episodios, tenemos un discurso fantástico sobre el duelo con la particular narrativa de «The Body», un homenaje a Buñuel en «Older and Far Away», un festival onírico y surrealista en «Restless» o el sabor del terror de los noventa en «School Hard», por mencionar sólo algunos de los momentos más gloriosos de esta aventura.

Sea como sea, en estos días en que la lucha se hace, más aún, de rabiosa necesidad, es grato rememorar que hubo una vez en que alguien dio vida a una chica muy rubia, muy fuerte y muy valiente que salió a pelear contra todo lo que enturbiaba la justicia social con miedos. Se ensució a menudo y no siempre pudo ganar sin hacerse mucho daño por el camino, pero hoy, su nombre sigue estando muy presente en el panorama televisivo y es un personaje femenino que hay que reivindicar con la misma fuerza. Si ya estás dentro de esta serie, sea desde tiempos recientes o desde su nacimiento, ya sabes de qué estoy hablando. Si es un asunto pendiente, ¿a qué esperas? Hemos de aceptar que crecer como consumidor o consumidora de cultura es darse cuenta de que los mejores discursos no siempre llevan la mosca de HBO, no tienen las mejores calificaciones en Filmaffinity y no están en el decálogo de imprescindibles para el sabelotodismo. Nos estamos perdiendo tanto, tanto… y en cada generación, hay una cazadora.

2 comentarios leave one →
  1. 25/03/2019 21:58

    Siempre la compare con la peli original (con Donald Sutherland y Rutger Hauer!), y serian cosas de la edad, pero preferi la peli, mas divertida y directa, para mi gusto. Y eso que cuando la serie yo tenia la edad supuestamente objetivo, pero nada, que soy de los que prefieren el arbol al libro… Quiza viendola ahora que rondo los 40 le pille el punto :D

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