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Una forastera en las tierras de Marvel

21/04/2019

Creo que el dato más relevante a la hora de enfrentarme a la redacción del post que estáis a punto de leer es que no he sido asidua al cine de superhéroes durante tres décadas de mi vida. No por prejuicios, ya que siempre he pensado que la historia del séptimo arte se escribe entendiendo a los y las cineastas más personales y al mismo tiempo a los creadores de grandes taquillazos que llenan nuestras salas. ¿Qué sería de dicha historia sin «Star Wars», sin «Alien», sin la ciencia ficción bonachona de Spielberg o un sinfín de ejemplos que han marcado el paso del tiempo llegando incluso a convertirse en productos de culto? ¿Qué sería de mis veranos sin poder atragantarme de slashers hechos con cuatro duros? No, no es un prejuicio. Pero hay algo que siempre se ha interpuesto entre los superhéroes (en la pantalla grande, en la televisión y el papel de los cómics) y yo: no sé por qué, pero me aburren. Por alguna razón no me resultan tan estimulantes como a su audiencia frecuente.

Mi historia con el género se limitaba, hasta hace unas seis semanas, a una afición por Batman (el de Burton) en mi adolescencia más temprana, a una buena experiencia con la «Wonder Woman» de Patty Jenkins hace un par de años propiciada por razones diversas, a un intento de ver «Jessica Jones» que se agotó a principios de su segunda temporada y a unos cuantos visionados aleatorios que se han ido cruzando en mi camino. ¿El universo cinematográfico de Marvel? Un mastodonte, una franquicia inabarcable que en circunstancias normales me habría llevado al bostezo definitivo. Sin embargo, las ganas lo son todo, el momento en que decidimos adentrarnos en ciertas cosas, también. Y una mente abierta. Qué habría sido de esta experiencia si no hubiera contado con ella… ¿Empezamos por el principio?

 

Que nadie se asuste, esta historia comienza bastante tiempo después de mi ochentero nacimiento. Concretamente el 14 de marzo del presente año, un día completamente ordinario en el que se me ocurre, buscando una evasión para esos finales de jornada en los que una llega a casa y le pesan más las ideas que el alma, que la saga «Infinity» puede ser una buena opción. Puede ser una buena opción porque tal cantidad de adeptos y adeptas esperando el siguiente estreno ha de ser una señal, porque la saga se despide dentro de muy poquito y me apetece catar las mieles del fenómeno y, para qué negarlo, porque el nombre de Joss Whedon se cuela entre bambalinas y, si este hombre no escribió una serie sobre aquello de que ser superhéroe es una mierda (véase «Buffy Cazavampiros») para ser una garantía, es que el mundo no tiene sentido. No es un pensamiento que me seduzca a la primera. De hecho le doy unas cuantas vueltas y me canso antes de empezar. Barajo la idea de saltar a esa piscina plena de superpoderes y capacidades magníficas con algunos de mis compañeros del Cadillac, que están de acuerdo conmigo en que lo mejor es ir visionando los filmes por orden de estreno y no cronológico. Les hace ilusión mi interés pero me conocen, conocen mis filias y fobias cinematográficas, saben que es probable que huya despavorida al primer intento e incluso tratan de echarme un cable evitándome las flaquezas de algunas entregas de este universo (¿qué Hulk ni qué Hulk?). Entonces, como una se mueve entre lo tozudo y maniático, nos doy una sorpresa a todos.

Llega el fin de semana y en una tarde libre decido quitar el precinto a la experiencia con «Iron Man» y descubro que, dos horas después, el mundo no se ha acabado. No, no me refiero al hecho de que un fabricante de armas multimillonario se haya convertido en la encarnación de la privatización de la seguridad mundial, me refiero al hecho de que me lo he pasado bien, bastante bien. Que las paredes no se han plegado sobre mí ni me he destrozado las uñas. Que he visto una cinta con escenones y sin demasiadas pretensiones, que, sumando mis escasas expectativas y exigencias con el género, he disfrutado mucho. Noticia que otros conductores del Cadillac reciben con tal alegría que tratan de persuadirme sin descanso de que salte «El increíble Hulk», no vayamos a frenar en seco y jodamos el viaje. Tan, tan, tan mal llegan a venderme esta última entrega de la furia verde, que a pesar de todos sus vicios y faltas, sus perogrulladas, su condición de cinta menor y un Edward Norton al que el papel no puede ir peor (suerte de Mark Ruffalo), logro disfrutarla como lo que es. Aquí es cuando me doy cuenta de que igual este gran universo cinematográfico sí es la evasión que necesitaba. Y de momento no pido nada más.

No trascurren muchos días hasta el momento de seguir conociendo a Tony Stark y plantar cara a «Iron Man 2», no sin ir con pies de plomo ante las advertencias del bajón con respecto a la primera. ¿Y qué me encuentro en ese cara a cara? A un personaje histriónico de más tan absurdamente macho alfa con olor a dólar que llego a creerme que el comienzo es un sueño del personaje. Pero no, resulta que es verdad. También resulta que ese villano interpretado por Mickey Rourke me interesa más de lo que a mi sentido común le gustaría y que acabo atrapada, de nuevo, por un blockbuster del que no esperaba nada. Historia que se repite con «Thor», su Asgard, su martillo, sus gigantes de hielo y, sobre todas las cosas, el gran Loki. En cambio, «Capitán América: el primer vengador» parece jugar en otra línea, en la que doy de bruces con una cinta formalmente intachable, con una calidad superior a todo lo visto hasta este momento dentro del MCU y con una sabrosísima historia de orígenes que se remonta a la Europa de los nazis. Se olvida de la diversión a ratos, pero llega dando un golpe de escudo en la mesa. Quiero traer a colación el hecho de ignorar completamente el canon original de todos estos personajes y los cómics de los que han salido. No cuento con el problema de los más arraigados lectores de Marvel ni existe un rasero especial en este visionado maratoniano. De momento, este universo sólo me interesa dentro del cine y como cine lo he valorado.

A estas alturas también tengo que hacer a los lectores una pequeña confesión: hice trampas con el orden de visionado. Teniendo «Capitana Marvel» en cartel y con unas ganas fuera de lo normal de verla, no pude resistirme a sentarme en una sala de cine y gozar muchísimo con ella. Eso sí, volando cual superheroína antes de las escenas post-créditos aconsejada por mis compañeros. Mereció la pena la trastada porque multiplicó, aún más, si cabe, mi entusiasmo por este universo que estaba descubriendo. Con su discurso fantástico y tremendamente necesario (aunque haya despertado a lo más rancio), con su amor por los noventa. Pero no es un amor pantomima, no. No sólo se fundamenta en la recreación de un contexto a través de las ropas de moda, la música más escuchada en la década (¿habéis pasado ya por nuestro homenaje a «Nirvana»?), las cabinas telefónicas y los videoclubs. Es una carta de amor al cine de los noventa y funciona como tal, como uno de esos blockbusters (y series de televisión) que vieron la luz en aquellos años (y yo devoraba) sobre la existencia de vida en otros planetas y el gobierno negando evidencias, cargado de homenajes y referencias. Hay algo de mágico en que esta fuera mi primera entrega de Marvel en la gran pantalla.

Sobra decir que cerré la «fase uno» de la franquicia con éxito y como marvelita adoptiva en el Cadillac, porque esa primera entrega de «Los vengadores» no se puede describir de otra manera que como puro disfrute. Una reunión maravillosa y una ocasión, no sólo de luchar como grupo, sino de asomarse a una ventana hacia las identidades de quienes lo forman. Puede que Nick Furia fuera director de casting en otra vida, aunque no nos lo hayan contado. Lo que cuenta es que el sello de Whedon, el humor, las apabullantes escenas de acción y la suma de todos esos personajes a los que, sin darte cuenta, has ido tomando cariño, hacen de esta película algo increíblemente ambicioso y digno de saborear incluso para una extraterrestre que acaba de llegar.

Para cuando toca despedirse de Tony Stark en solitario se me antoja que es demasiado pronto y me encuentro con un cierre de trilogía que sabe redimir y hacer justicia al personaje sacándolo de su impenetrable armadura y su disfraz de figura pública. Incluso llego a emocionarme con «Iron Man 3», algo que, por supuesto, no ocurre con «Thor: el mundo oscuro», la que para mí, con permiso de «El increíble Hulk», como diría mi compañero Rodrigo, es la más floja de todas las entregas de los Estudios Marvel. Eso sí, no hay caída del imperio del entusiasmo cuando lo que nos sucede es «Capitán América: el soldado de invierno», ya que, con los hermanos Russo a la batuta, las películas de Steve Rogers acaban por ser magníficos crossovers con los que paliar las ganas hasta las entregas de Vengadores.

Para sorpresa de nadie, especialmente en la familia cadillaquera, con «Guardianes de la galaxia» encuentro una de mis cintas favoritas en este largo viaje. Resulta irresistible, colorista, encantadora y traviesa, con los ochenta por bandera y un club de los perdedores digno de Stephen King pero en el espacio. Estamos ante una entrega de aventuras de la que bien nos podríamos haber enamorado con once años, pero lo hacemos igualmente como adultos y conmigo, las lágrimas finales las tenían aseguradas. Tanto que después de esto, «Vengadores: la era de Ultrón» se me desinfla ligeramente. Aunque no lo merezca. Es innegable que Whedon vuelve a dejar su sello en esta segunda entrega grupal que pone toda la carne en el asador, impresionante en sus escenas y con una reunión de talentos aún mayor que su predecesora. Sin embargo, tal vez por el hecho de que el factor sorpresa pese, esta vez el desfile sobrecoge menos aunque una se divierta como una cría. Y cierro la «fase dos» con un «Ant-Man» que me deja boquiabierta porque, ni conocía al personaje previamente, ni esperaba gran cosa de un filme que tampoco es que se hubiera vendido con gran fervor. Pero lo cierto es que, aparte de encontrarme con algo entretenidísimo y gamberro, creo que hay un aire distinto en todo lo que la envuelve, empezando por las motivaciones y razones de ser del propio héroe, que la hace necesaria de reivindicar.

Mi compañero Jorge describe a «Capitán América: Civil War» como «la sublimación de la fórmula Marvel» en este artículo y no puedo hacer otra cosa que secundar sus palabras. «Civil War» es tema serio, «Civil War» es otra entrega de Vengadores sin serlo, una que no tiene miedo de meterse en jardines y enseñarnos la puerta de atrás del restaurante, la que da al contenedor de basura. Esa puerta en la que los superhéroes no salvan a una parte del mundo, sino que se llevan por delante a otra. Es una confrontación exquisita y un duelo apasionante con nuevas incorporaciones que sólo pude aplaudir. Como también aplaudí, en una liga completamente diferente, a una de las películas que más rabiaba por ver antes de saltar sin red a este visionado sin pausa. Hablo de «Doctor Strange» y resulta grato que las expectativas no hicieran añicos la ocasión. Es innegable que a nivel de guión existen carencias porque el mayor foco es hacerla visualmente deliciosa e hipnotizar al espectador con la psicodelia y lo alucinógeno de su propuesta, pero yo a ese reparto no sé negarle nada y acaba por confirmárseme una de las cosas que más me han fascinado de este MCU y a la que volveré más tarde: aquí todo tiene cabida.

«Guardianes de la galaxia Vol. 2» no pierde el buen hacer ni el atractivo mágico de su primera entrega, con un final que, como añadido y por segunda vez, volvió a dejarme con el nudo en la garganta. Eso sí, no estaría siendo del todo honesta si no reconociera que la trama se queda un escalón por debajo en esta ocasión. Tampoco estaría siendo honesta si omitiera que, siendo «Spider-Man: Homecoming» otro de mis focos previos de interés debido a las fervorosas opiniones esparcidas en redes sociales, me llevé un chasco. No suelo tener problemas con las ficciones protagonizadas por personajes adolescentes porque suponen una perspectiva distinta, pero hay algo en esta cinta que se me atraganta y no me deja disfrutarla en la medida en que he disfrutado la gran mayoría de las anteriores.

Afortunadamente lo que viene después es «Thor: Ragnarok» y jamás habría soñado semejante locura como cierre de una de las trilogías en solitario de la saga. No tiene el más puñetero sentido y tal vez por eso lo tenga. La trama de Asgard parece no dar mucho más de sí y después de una entrega como «El mundo oscuro», un volantazo de esta índole no era mala idea. Claro, que el bagaje aquí lo es todo. Si llego a ver esta película sin el contexto de todas las anteriores habría corrido el riesgo de percibirla como basura infame. Sin embargo, me vi inmersa en una comedia donde las carcajadas fueron constantes, donde los colores se pelean a palos por destacar y donde las situaciones ridículamente absurdas no tienen final. ¡Que es Thor con música techno, por el amor de todos los dioses! ¡Que Hulk desaparece al final de «Ultrón» y resulta que todo este tiempo había sido un gladiador en un basurero! Claramente se deja llevar por la corriente de pasión ochentera que vivimos y a mí se me antojan un par de horas muy agradecidas.

Como colofón final y antes de la esperadísima «Vengadores: Infinity War», doy un paseo por Wakanda para encontrarme con «Black Panther», un filme que, si bien ha despertado a todos los detractores posibles con su excesiva nominación a los Oscar, acaba por ser, junto a algunas de las mencionadas, otra de mis predilectas. Es un universo precioso con un discurso, cuanto menos, necesario y unos personajes maravillosos. No le falta razón a uno de mis camaradas al afirmar que tiene mejores intenciones que resultados, pero los resultados, bajo mi percepción, también son notables.

Entrar a comentar «Vengadores: Infinity War» resulta complejo. Resulta complejo porque he masticado y digerido con intensidad dos decenas de películas en apenas seis semanas, entrando en este universo una década después que el resto y, con respecto a esta película, un año más tarde y tiroteada de spoilers por todas partes. Con unas expectativas tan ridículamente altas no es de extrañar que este mastodonte del género se me haya quedado un escalón muy pequeñito por debajo de lo que esperaba, pero lo cortés no quita lo valiente. Resulta increíble la maestría con la que consiguen cuadrar a tantísimos personajes y tantos universos en dos horas y media, como increíble resulta que en este tiempo consigan que naturalicemos a Thanos como si lleváramos con él veinte entregas. Es algo nunca hecho antes y absolutamente meritorio y que me deja, ahora sí que sí, con un hype tan brutal por «Vengadores: Endgame» que puede ser peligroso. Pero con precaución o sin precaución, yo ya tengo mi entrada comprada desde comienzos de abril. Lo único que me quedaría en el tintero, y pondré solución antes de pisar la moqueta de los multicines, es disfrutar (que no me cabe duda de que lo haré) de «Ant-Man y la avispa».

¿Qué es lo que me ha resultado tan magnético en el universo cinematográfico de Marvel como para haber llenado mis noches de superhéroes durante semanas y a contrarreloj? El hecho de que en un solo universo confluyan universos tan diferentes dando lugar a un puzzle exquisito. Que un playboy multimillonario y experto en ingeniería luche codo a codo con un dios de Asgard. Que un soldado de la segunda guerra mundial despierte en nuestros días para liderar a un equipo de superhéroes en los que encaja tan bien una espía rusa como un chavalín de Brooklyn al que ha mordido una araña. Que una piloto aérea a la que los hombres no dejaban destacar se quedó atrapada en otro planeta y volvió a la Tierra con poderes y las ideas claras, aunque la memoria jodida. Que un rey de una tierra preciosa como Wakanda dé protección a un hombre que solía ser un arma de guerra. Que una pandilla de raritos con corazón se conviertan en familia en el espacio. Que un padre recién salido de prisión acepte ser un supertipo para ser tan grande (o tan pequeño) como su hija ya piensa que es. Que un cirujano se convierta en el guardián del tiempo después del viaje espiritual más extraño de la historia y un científico amable se convierta en una mole verde de rabia cuando pierde el control.

Todos esos lugares, todos esos personajes a los que inevitablemente y propiciado por lo intensivo de la experiencia he tomado tanto cariño. Todas esas historias que han llegado a cruzarse a lo largo del tiempo y caben en veintiuna películas. No importa si el género se me ha resistido a lo largo de los años o si está condenado a seguir resistiéndoseme después de esto, pero es un viaje en el que con toda la seguridad ha valido la pena embarcarse y en unos días iré al cine para emocionarme y verlo terminar (para unos pocos, al menos) como todos los lectores que han llegado hasta el final de este post. Siento que lo que han conseguido los estudios Marvel es rabiosamente meritorio y hacer que todo esto encaje es de saber hilar fino. Sea como sea, «we’re in the endgame now«.

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