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Tres razones para seguir creyendo en el rock en 2012

28/05/2012

Admitámoslo. El rock no pasa por su mejor momento. Si no fuese por el impulso de artistas y bandas veteranas que todavía siguen tirando del carro (y que son las que llenan recintos), tendríamos la tentación de  pensar que está casi muerto. Cada año cuesta más encontrar bandas nuevas que ondeen la bandera del género que históricamente (y ya son más de 50 años) ha sido más excitante, transgresor, rebelde e inspirador. El rock debería ser peligroso y desafiante o no ser, pero hace ya tiempo que se sirve con cuentagotas y adulterado. No esperamos que el rock más visceral vuelva al “mainstream” y suene de nuevo en las emisoras comerciales (los años 90 quedan ya muy lejos), pero sí es necesario que no dejen de aparecer artistas que mantengan viva la llama y que estén dispuestos a recoger el testigo de las viejas vacas sagradas del pasado, porque éstas (las que aún quedan en activo) inevitablemente se extinguirán algún día. Afortunadamente, el rock puede estar moribundo pero nunca será amortajado. Por mal que pinten las cosas siempre terminamos topándonos con “outsiders” que impiden que la defunción sea efectiva. El año pasado sobresalieron los discos de The Black Keys y Fucked Up, y en 2012 a mí me salen al menos tres trabajos de jóvenes valores que dignifican las virtudes del rock menos complaciente: “Blunderbuss”, de Jack White (aunque éste no es precisamente un recién llegado), “Open your heart”, de The Men, y “Attack on memory”, de Cloud Nothings.

El primer disco del lote es  el esperado debut en solitario de Jack White, el ex líder de The White Stripes, ese minimalista dúo vestido en rojo, negro y blanco que a principios del siglo XXI abanderó (junto a The Strokes, Yeah Yeah Yeahs o The Hives) un regreso a la crudeza del garage armados únicamente de voz, batería, guitarra o piano. Jack y su falsa hermana Megan se convirtieron  con su primitiva reivindicación del blues, el folk y el rock’n’roll en un icono de su generación y una de las bandas más populares del nuevo milenio. Pero aunque trascendieron a la moda que inicialmente les puso en el escaparate, finalmente no sobrevivieron a sí mismos y en 2011 anunciaron una separación que ya era efectiva de facto desde 2007. White, enfrascado en múltiples grupos paralelos (The Raconteurs, The dead weather) y producciones para otros artistas (Loretta Lynn, Wanda Jackson), había ido retrasando el momento de salir a escena a pecho descubierto, pero “Blunderbuss” ya está entre nosotros, y, digámoslo ya, no es el mejor disco del de Detroit (ese honor sigue correspondiéndole a “White blood cells”), aunque sí es un buen trabajo que posee su característico sello personal e intransferible.

Menos guitarrero que en excursiones anteriores, “Blunderbuss” es un disco conducido por el piano, a veces de forma casi abusiva, lo que podría decepcionar a cierto sector de sus seguidores, aunque la esencia de las canciones sigue siendo la misma que en The White Stripes (de hecho, no desentonaría demasiado como prolongación de las últimas referencias del dúo). White sigue empeñado en redefinir el rock añejo en clave contemporánea, sin aditivos y sin tonterías, y eso le honra. Su búsqueda constante de las raíces de la música norteamericana y de la espontaneidad de la  canción popular sigue siendo el motor de su trabajo, siempre orgánico y analógico, alérgico al maquillaje digital de la era 3.0.

 

Las tres primeras canciones del disco son lo más potente del mismo. El blues rock de groove infeccioso de “Missing pieces”; el pulso febril de “Sixteen saltines”,  lo más Stripes del lote, con un sencillo riff pringado de grasa sisado a AC/DC; y la zeppeliana “Freedom at 21”, marcada por una percusión entrecortada, forman una impecable trilogía de inicio, henchida de electricidad y energía. La desgarrada balada “Love interruption”, interpretada junto a Ruby Amanfu, abre un bloque más calmado, formado por temas de tono confesional que giran en torno a la ruptura del matrimonio de la estrella con Karen Elson (quien, sin embargo, colabora vocalmente en varios temas del disco).  La canción homónima viene envuelta en exquisitos aromas de Nashville, pero “Hypocrital Kiss” y “Weep themselves to sleep” son excesivamente melodramáticas y desvirtúan el tono del CD. No son malos temas pero parecen pertenecer a otro lugar.

La incendiaria “I’m shaking”, versión de Little Willie John revestida con vibrantes coros femeninos, reconduce la situación hacia derroteros más frescos y terrenales, como el rock stoniano de “Trash tongue talker” y el folk vodevilesco de “Hip (Eponymous) poor boy” o “I guess I should go to sleep”. “Take me with you when you go”, con el histrionismo gatuno de la voz de White en primer plano,  pone  punto y final a una breve colección de canciones (sobrepasa por poco los 40 minutos) que entran con suma facilidad y que vuelven a poner de manifiesto el talento compositivo de su autor y su facilidad melódica.

A The Men yo no los conocía hasta este “Open your heart”, pero aquí he descubierto una bestia parda sin domesticar que embiste como un búfalo y tiene la pegada de un peso pesado. Cuentan que este cuarteto de Brooklyn era en sus inicios, hace tres años, más hardcore  y que en el camino ha perdido rudeza, pero lo cierto es que las diez canciones de su tercer trabajo (antes habían publicado “Immaculada” y “Leave home”) no andan escasas de contundencia y frenesí. The Men apuestan por un rock abrasivo y urgente, servido a medio cocinar, con la sangre todavía goteando, y que destila entusiasmo y ganas de armar una buena bronca. Pedradas tan viscerales como “Turn it around” o “Animal” remiten a la excitación atómica de bandas flamígeras como MC5 o The Stooges, mientras que la beligerancia y la agresividad indomable de Minor Threat, y en general el  rock alternativo de los primeros ochenta, anida en ese puñetazo al estómago que es  “Cube”. “Please don’t go away” empapa los nubarrones de ruido de My Bloody Valentine en tinajas de alcohol para conseguir algo parecido a un hit “indie”, y el tema homónimo suena como si Hüsker Dü (banda nunca suficientemente reivindicada) versionase el mítico “Ever fall in love” de Buzzcocks.

 

Hasta aquí muy bien, pero lo que distingue al grupo de Mark Perro y Nick Chiericozzi de otros exhumadores del glorioso cadáver del rock’n’roll  primigenio son los desvíos que toman hacia territorios progresivos y texturas sonoras más elaboradas que amplían el campo de batalla y que habitualmente les está vedado a bandas de este perfil.  Esta faceta se desarrolla en canciones largas, instrumentales o casi, que carecen del impacto inmediato de las antes mencionadas, pero que refuerzan el andamiaje de la fiera. Son temas como “Country song”, uno de los pocos cortes templados de “Open your heart”, sostenido en un riff que se repite una y otra vez y al que se le van añadiendo pedal steel y otras capas de sonido, o como “Oscillation”, en el que el característico motorik de Neu! termina difuminado entre distorsiones robadas a Sonic Youth, banda ésta a la que también rinden inequívoco tributo en el corte final, el torrencial “Ex-dreams”.  Menos interesante es “Presence”, una larga letanía psicodélica que recuerda a Spiritualized pero que no parece despegar nunca, y muy sorprendente, por alejada del tono del resto del disco, es “Candy”, una bonita melodía acústica con deje country que les emparenta con The Replacements e incluso con los Stones más vaqueros.

Si alguna pega se les puede poner a The Men es que dejan demasiado expuestas sus influencias y sus ídolos musicales. Cuando articulen todas esas referencias en un discurso más personal puede que se conviertan en una banda muy grande.  Por el momento podemos disfrutar de un “Open your heart” que ni es una obra maestra ni pretender serlo, pero que funciona como una pletórica descarga de energía y es endemoniadamente divertido, y a veces el rock solo necesita ser eso.

El caso de Cloud Nothings es distinto. Ni los anteriores discos del grupo de Cleveland – cultivadores de un power-punk  desenfadado y pegadizo en la línea de Green Day pero con un espíritu más lo-fi-, ni las pintas gafapastosas de la cabeza  visible del proyecto, Dylan Baldi, hacían presagiar una transformación como la que exhiben en “Attack on memory”. Algo muy jodido le debe haber pasado a Baldi para que su música supure ahora tanta angustia existencial servida con tal furia y vehemencia, aunque es de suponer que la presencia del mítico Steve Albini tras los controles también tenga su parte de culpa.

“No future+ No past”, el tema inicial, ya nos avisa que estamos ante una banda renovada. Slowcore desolador que recuerda a los seminales Slint, pero también a los Nirvana de “In Utero”. El sonido es descarnado, musculoso pero con suficiente espacio entre los instrumentos (como corresponde a toda producción de Albini), mientras que la melodía, agónica y arrastrada, avanza lenta pero inexorablemente hacia un crescendo volcánico y vehemente con Baldi  rompiéndose las cuerdas vocales y ardiendo en queroseno. Sin tiempo para la recuperación llega el plato fuerte del disco, “Wasted days”, casi nueve minutos de rock salvaje y acelerado que se rompe hacia la mitad en una torrencial y perturbadora huida instrumental hacia el infierno.

 

Tras escalar esos dos pináculos, “Attack on memory” ya no mantiene ese mismo nivel durante el resto del minutaje (tan solo 33 minutos) y se instala en un post-hardcore menos descarnado y más melódico en el que no faltan piezas de impacto como la redonda e instantánea “Stay useless” o la instrumental “Separation”, en la que reproducen los trazos angulosos e hirvientes de Fugazi. Tan solo desentona un poco la muy Green Day “Fall in”, el momento en el que más cerca están de su pasado. En definitiva, un buen disco paradójicamente algo eclipsado por la intensidad hirviente de su primera parte, insostenible en la segunda mitad, pero que contribuye junto a los de Jack White y The Men a que el rock siga vivito y coleando en 2012.

9 comentarios leave one →
  1. 28/05/2012 12:24

    El de Jack White es la hostia, un disco excelente, una de las grandes sorpresas de este año. A la otra banda no la conozco, pero me pondré a ello. ¡Saludos!

  2. sergioalmendros permalink
    28/05/2012 17:05

    totalmente de acuerdo con los apuntes sobre el disco de jack white. cojonudo, pero siendo su debut en solitario, yo esperaba algo más. y realmente no sé por qué.

  3. hartmanfiction permalink
    28/05/2012 18:41

    Es cierto que hay pocos grupos de rock nuevos o que no sean oldies, a mi personalmente me encanta the black keys; voy a verles en Madrid en noviembre, the white stripes me encantan también, habra que ver el trabajo en solitario de jack white, del resto ni idea

  4. Jorge Luis García permalink*
    28/05/2012 22:16

    Alex, Sergio, y hartmanfiction, muchas gracias por vuestros comentarios.
    Es cierto que el disco de Jack White, aun siendo muy bueno, quizás no termina de cubrir las (enormes) expectativas que algunos nos habíamos creado. Sin embargo, su recepción crítica ha sido fantástica, superior a la de los últimos discos de The White Stripes. Ahí tenemos el caso de nuestro amigo Alex, que desde su imprescindible blog Apettite for Prostitution lo recomienda vivamente, pese a no comulgar para nada con el dúo tricolor.
    En cuanto a The Black Keys, yo también tengo intención de verles en noviembre. Eso sí, creo que los promotores se han pasado eligiendo el Palacio de los Deportes. No sé si el gancho popular de «Lonely boy» da para llenar un recinto tan grande.
    Saludos!

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