«Vegas», Cowboys vs Gangsters
No solo de “Mad Men”, “Breaking Bad”, “Homeland” o «Juego de tronos» vive el espectador de paladar exigente. Cada nueva temporada televisiva nos trae un puñado de producciones que se suman a la oferta y hay que estar atentos, no sea que nos vayamos a perder alguna obra maestra en ciernes entre tanta candidata a la cancelación antes de tiempo. En ese sentido, “Vegas” es una de esos productos que llaman poderosamente la atención cuando son exhibidos en el escaparate. Una historia desarrollada en un lugar y una época tan apasionantes (cinematográficamente hablando) como Las Vegas en los años 60, un guionista como Nicholas Pileggi (responsable del libreto de referencias ineludibles del género mafioso como “Uno de los nuestros” o “Casino”), un director competente aunque no excepcional como James Mangold para el capítulo piloto, y un reparto con varios nombres conocidos (Dennis Quaid, Michael Chiklis, Carrie-Anne Moss, Sarah Jones). Solo hay un pequeño problema: se emite en el canal público CBS. Este mismo material en manos de HBO o AMC daría para un drama criminal complejo y profundo en la línea de “Boardwalk Empire”, pero bajo el auspicio de un canal convencional el riesgo, la originalidad y la ambición creativa cotizan a la baja en favor de la efectividad comercial y el entretenimiento sin demasiadas aristas. Por tanto, “Vegas” es menos, muchísimo menos, de lo que habría podido ser en otras circunstancias, pero tampoco es una serie totalmente desdeñable.
La producción de Greg Walker se centra en las andanzas del sheriff Ralph Lamb, un personaje que realmente existió y que fue una figura clave en los albores de la denominada «ciudad del pecado», dedicándose durante todo su mandato a pararle los pies a la incipiente mafia y a la defensa inquebrantable de la ley. El Lamb televisivo –encarnado por un Dennis Quaid que pretende ser tan duro y lacónico como Clint Eatwood pero que tiene más en común con el rictus confuso y pasmado del Harrison Ford de los últimos tiempos- es un cowboy de la vieja escuela y un defensor a ultranza de los valores tradicionales que vive de su rancho junto a los suyos (el hombre es viudo) hasta que el alcalde de la ciudad requiere sus servicios temporales como ranger. En frente tendrá a Vincent Savino, hombre de confianza de la mafia de Chicago que llega al desierto de Nevada para exprimir al máximo las enormes posibilidades que ofrece la ciudad para los negocios más o menos legales. El conflicto entre la sana vida rural anclada en las raíces, los espacios abiertos y el sombrero fedora, y la modernidad imparable que representan los lujosos casinos, los chanchullos al margen de la ley y los elegantes trajes negros hechos a medida es el motor principal de una nave que bajo un chasis imponente (el diseño de producción y vestuario son impecables) esconde serios problemas de fiabilidad.
Hay una buena historia de largo recorrido en “Vegas” que merece la pena ser contada, pero que queda diluida por su formato procedimental, al menos en los episodios emitidos hasta la fecha. Cada capítulo se erige sobre un asesinato que pone en marcha la típica investigación policial, el callejón sin salida, el giro (in)esperado y la resolución del caso. A lo largo de los años ha habido muchas series, mejores y peores, basadas en la fórmula de episodios independientes y tramas autoconclusivas (“House”, “CSI”, “Lie to me”, “Medium”), pero a estas alturas los espectadores curtidos en mil batallas ya no tenemos tiempo para ellas a menos que partan de una premisa realmente novedosa u original. Y no es el caso de “Vegas”. Por ello, el interés real de esta serie está en las tramas de fondo, en los manejos e intrigas de Savino -un excelente Michael Chiklis, lo mejor de la función-, sus problemas y contenciosos con otros mafiosos –Joey Rizzo- o superiores –Angelo Lombardi, interpretado por el inolvidable Jonathan Banks de “Breaking bad”-, con el alcalde o incluso con su esposa, que ofrecen un retrato preciso de la corrupción y la violencia inseparables del crecimiento y expansión de Las Vegas.
Y es que en cualquier serie negra que se precie los personajes “oscuros” y ambiguos son más atractivos que los “buenos” de una pieza. Siempre moló más Al Capone que Elliot Ness. Pero las diferencias son aún es más palpables y sangrantes en “Vegas”. Quaid siempre me ha caído simpático pese a no haber sido nunca un gran actor, pero no está envejeciendo muy bien y le cuesta mucho insuflar a Ralph Lamb el carisma que debería tener. Posiblemente no sea el intérprete adecuado, pero siendo productor ejecutivo de la serie a ver quién le tose. Lo cierto es que tampoco le ayuda una pléyade de personajes secundarios absolutamente planos, tanto en el guión como en la interpretación. El hermano y el hijo de Lamb son sus ayudantes en la comisaría (aquí todo queda en casa), pero hasta el quinto capítulo no empecé a quedarme con sus caras de lo asépticos que resultan, y Carrie-Anne Moss (la mítica Trinity de “Matrix”) ejerce de mujer florero en su rol de ayudante del fiscal cuya única función es pulular alrededor del protagonista para confirmar en el momento adecuado un dato vital para la resolución del caso. Así que cuando “Vegas” se pone en manos de Chiklis gana bastantes enteros, pero cuando el timón lo llevan Quaid y sus secuaces no pasa de ser una serie del montón. Y es en el choque de ambos personajes donde surgen los mejores momentos (afortunadamente, los guionistas parecen haberse dado cuenta y en los últimos episodios emitidos han explotado más y mejor el antagonismo entre ambos ).
A “Vegas” le vendría muy bien desembarazarse en la medida de lo posible de su cómodo corsé procedimental y explorar con más libertad y menos pulcritud los puntos fuertes que tiene. En ese sentido, el séptimo capítulo (el último visionado por un servidor antes de escribir estas líneas, y en el que se respira el aroma clásico de “Río Bravo”) bien podría significar un punto de inflexión que llevara a la serie por derroteros más ambiciosos y menos convencionales, aunque también podría ser una feliz excepción o un paréntesis en su habitual esquema argumental. Los datos de audiencia hasta el momento son buenos para CBS, lo que supone un arma de doble filo. Por una parte aseguran que la serie no terminará de forma abrupta a mitad de temporada (están previstos 22 episodios) víctima de la temida cancelación, pero por otra parte sus responsables se preguntarán qué sentido tendría cambiar algo que está funcionando. Todo esto nos lleva a lo dicho en el primer párrafo. Y es que, después de todo, CBS es un canal público. Que inventen otros, que inventen los del cable.
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