‘Una pistola en cada mano’: el hombre ante el espejo
Los cineastas siempre acaban introduciendo gotas de su vida personal, de lo que piensan en el momento de hacer una película. A algunos hay que leerles entre líneas, entre muchas líneas, en obras en principio muy ajenas a ellos en su origen. Ante otros hay que desentrañar un jeroglífico nivel experto para husmear entre su intimidad en opacas obras de ciencia ficción. Sin embargo, hay unos pocos que nos dan el trabajo casi hecho. Este es el caso de Cesc Gay, el notable realizador barcelonés que nos ha proporcionado con una transparencia meridiana las claves de su pensamiento a lo largo de su filmografía. Trazos de su adolescencia se podían inspeccionar en ‘Krampack’, así como retazos de su madurez se dejaban sentir en ‘Ficción’ o ‘V.O.S.’, pero sin duda la que lo dejaba más claro era ‘En la ciudad’, un rico fresco que describía lo que vivían los treintañeros de la Ciudad Condal como él allá a principios de siglo. Casi diez años después, Gay nos propone una especie de continuación, ahora poniendo la lupa sobre los que han superado los cuarenta en ‘Una pistola en cada mano’.
Poco original es el planteamiento del filme. Cinco pequeñas historias inconexas, a modo de recopilación de cortometrajes, coronado por una coda que acaba conectando a los distintos personajes. Nada nuevo bajo el sol, nada que no hayamos visto repetidas veces en los últimos años en filmes como ‘New York, I Love you’, ’18 comidas’, ‘7 días en La Habana’, la misma ‘En la ciudad’ y en las películas del autor al que veo mayor parecido con Gay, el Rodrigo García de ‘Cosas que diría con solo mirarla’ y ‘Nueve vidas’. Sin embargo, hay un importante matiz que le da todo su significado a ‘Una pistola en cada mano’: todas sus historias están protagonizadas por hombres. Ese animal en clara devaluación social, ese animal que no es capaz de encontrar su sitio en el mundo actual, ese animal que cuando pasan los años no hace más que mirar hacia atrás. Porque si tú, lector, eres varón, piénsate muy seriamente el ver este filme. Lo mejor es verlo solo; visionarlo en presencia de tu pareja puede resultar contraproducente y tener inesperados efectos secundarios. Mucho más si ya estás en los 40.
Gay no varía lo que ya es su libro de estilo. Una apuesta por la cotidianidad, por el realismo, pero siempre eligiendo situaciones que retratan a sus personajes y suponen un punto de inflexión para ellos. La amargura y, sobre todo, el desengaño vital no exento de situaciones humorísticas es el nexo común de unas historias, cuyo gran atractivo y corto tiempo de rodaje han supuesto una telaraña imposible de eludir para gran parte de lo mejor del ‘star system’ español -ahí tenemos a Luis Tosar, Eduard Fernández, Leonor Watling, Javier Cámara, Alberto San Juan, Jordi Mollá, Eduardo Noriega, Candela Peña, Cayetana Guillén Cuervo y Clara Segura– , junto a dos grandes ‘guest stars’ latinoamericanas, Ricardo Darín y Leonardo Sbaraglia. Un director competente y cercano a su generación y un reparto casi histórico parecen garantía segura de una gran tarde de cine.
Como siempre, el hándicap de este tipo de filmes es la irregularidad de las distintas historias que los componen. ‘Una pistola en cada mano’ no es una excepción. Las expectativas se hunden un tanto tras los dos primeros segmentos. En el primero, una especie de introducción venida a más, dos viejos amigos (Fernández y Sbaraglia) se encuentran accidentalmente y, tras caer sus respectivas máscaras, se cuentan sus desgracias actuales. Confrontando los problemas subjetivos -todo lo que atormenta nuestra mente pese a que, de cara al exterior, podamos parecer en una situación óptima- con los objetivos -la falta de amor, la penuria económica y la penosa vuelta a casa de los padres causadas por la maldita crisis económica- , Gay indaga en la dificultad de mantener las amistades duraderas y en el gigantesco espacio que los años pueden crear entre dos seres tan cercanos en su juventud. Correcta, interesante, pero falta de chispa, la historia solo es capaz de subir de nivel gracias a un Fernández espléndido, como siempre. El listón no sube con el segmento de Javier Cámara, el que cuenta la humillante visita de un hombre a su exmujer y sus patéticos intentos de reconquistarla después de que una infidelidad suya le costara el matrimonio. El eterno conflicto entre la voracidad sexual masculina y su posterior incapacidad para asumir sus actos, su necesidad de perdón. De nuevo, es una intérprete, esa Clara Segura tan aclamada en Cataluña como injustamente desconocida en el resto del país, la que levanta una historia que carga demasiado las tintas sobre el pobre personaje de Cámara, generando un tremendismo excesivo.
Menos mal que la película se dispara enseguida con su mejor capítulo. Un fantástico duelo actoral entre Luis Tosar -perfecto en un registro en el que nunca le habíamos visto- y Ricardo Darín es solo uno de los alicientes del diálogo en el banco de un parque entre un hombre que está vigilando a su infiel esposa y un espontáneo que pasea a su perro. En unos pocos minutos, esta conversación es capaz de provocar tristeza, risa e intriga; sabe introducir en el filme el elemento diferencial regional -el pragmatismo europeo vs. la sensibilidad latinoamericana- y consigue ser el retrato masculino mejor matizado del filme, ¡incluyendo un elemento tan positivo como el poder de los hombres para poder confraternizar con la persona más inimaginable.
Pero no se relajen, queridos espectadores masculinos. Esto ha sido solo un oasis en un gran desierto. Las inclemencias continúan y se acentúan en el cuarto segmento, en el que Gay juega con las apariencias para confundirnos y mostrar una de las reminiscencias atávicas del varón: la concepción de la mujer como un mero objeto sexual. Un casi irreconocible Eduardo Noriega se enfrenta a Candela Peña en el relato que más hará las delicias del público femenino, ese en el que nuestro sufrido espectador sentirá un codazo de su pareja que no sabrá -o no querrá saber- muy bien cómo interpretar. Un segmento ligero pero sumamente agradecido que antecede a otro de los platos fuertes del filme. Si hasta ahora la única defensa del hombre se centraba en sus grandes dotes para la amistad, el quinto relato se encarga de matizarlo considerablemente. Construido mediante dos acciones paralelas, el segmento muestra, por una parte, la conversación de camino a una fiesta de un hombre (Alberto San Juan) con la pareja (una Leonor Watling perfecta) de uno de sus amigos (el reaparecido Jordi Mollá), quien, a su vez, también se topa con la pareja del otro (Cayetana Guillén Cuervo). Ambos diálogos destapan a cada hombre los secretos más íntimos de su amigo, esos tan vitales que marcan una vida pero que son inadmisibles en una conversación masculina. Es así como la incapacidad masculina para la comunicación centra el segundo mejor fragmento de ‘Una pistola en cada mano’, tan chispeante -¡¡esas referencias a Jodorowsky!!- como revelador, aunque quizás le sobran un par de minutos para haber sido redondo.
Una corta coda pone fin a una obra que, pese a su irregularidad, es ya una de las mejores producciones españolas del año y la confirmación definitiva de Gay como el cabecilla de aquellos autores patrios, entre los que también se puede englobar a Felipe Vega y a Manuel Martín Cuenca, que apuestan por desentrañar la realidad más próxima y natural, eso tan poco habitual y tan necesario en el cine patrio. Porque a veces es necesario que nos digan quiénes somos y adonde vamos. Aunque duela, ¿verdad, cuarentón?
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¡Dan ganas de verla!
Pues si las dan. Aunque desgraciadamente con el cine español, pocas aguantan mas de media hora sin naufragar por derroteros de aburrimiento. Saludos
Sinceramente, tenía la esperanza de que los temas que plantea la pelicula serían bien aprovechados, no pude continuar viéndola en el cine, y me fui, con un sentimiento de vejación hacia los hombres. Al igual que no me gustan de ninguna forma las vejaciones contra las mujeres, tampoco encuentro bien la imagen que se quiere crear sobre los personajes del género masculino, inmaduros, perdidos, desubicados y tontamente ridículos que intenta reflejar el film.
Considero que el guión simplista de la película repite los clichés con los que se intenta inculcar a la sociedad actual; cuando un hombre ha amenazado a una mujer, se considera violencia de género, pero cuando cuando una mujer dispara un tiro de escopeta a un hombre, és que se le ha disparado la escopeta por error.
Poco vamos a mejorar la sociedad con este revanchismo que hay en el ambiente, con este ataque feroz a los hombres, da la impresión de que se quieren vengar de las formas vividas en muchas generaciones, en una sola, y creo que tampoco es justo.
Denigrarnos unos a otros, no creo que sea el camino para crear una sociedad mejor
Hola, Podiamosertodos, y muchas gracias por dejar tu comentario.
No te falta razón en lo que dices, también yo sentí mientras la veía que a veces se cargaban mucho las tintas sobre los hombres, sin apenas dar un contrapeso positivo (si acaso la civilizada conversación entre Tosar y Darín), al igual que es cierto que si una película similar hubiera mostrado de modo similar las debilidades femeninas hubiera recibido peor prensa. Pero, de todos modos, en mi opinión, no conviene exagerar, es simplemente una película y es normal que el director retrate al género masculino, es el que mejor conoce. Y tampoco veo mal que de vez en cuando se nos recuerde lo que hacemos mal. Todo es susceptible de mejorar.
Un saludo.