«La ignorancia de la sangre»: La excepción que, por fortuna, confirma la regla
El cine español vive un 2014 de fábula. Si en la primera mitad del año ya logró salvar la temida ‘cuota de taquilla’ con el inenarrable fenómeno acontecido alrededor de esa comedia tan simpática como olvidable llamada ‘Ocho apellidos vascos’, tras el verano la cinematografía patria ha presenciado la irrupción de una selecta terna de grandes y originales títulos que harán de la próxima edición de los Premios Goya una de las más interesantes de lo que va de siglo. Entre estas elegidas, destacan especialmente, por lograr congraciar a público y crítica, dos ‘thrillers’ que suponían las grandes apuestas de los dos grupos mediáticos que prácticamente monopolizan los últimos éxitos nacionales. Dos obras originales y de plena factura internacional que confirmaron el apogeo de un género hasta ahora bastante descuidado por el cine español, si exceptuamos obras maestras como ‘Muerte de un ciclista’, y que consiguieron todo lo que muchos veníamos pidiendo desde hace años en esta industria en perpetua crisis.
‘El niño’, lanzada por una gigantesca campaña de Mediaset, supuso un duro examen pasado con nota por Daniel Monzón tras arrasar con ‘Celda 211’. Ambientada en ese paraíso delictivo que es el estrecho de Gibraltar y sus alrededores, increíblemente infrautilizado en el cine español, ‘El niño’ logra ser vibrante durante todo su extenso metraje, tiene una potencia visual apabullante (tremenda la secuencia del helicóptero) y ofrece un paradójico e interesante diálogo entre sus dos tramas paralelas: el entusiasmo de los jóvenes y advenedizos traficantes y el hartazgo vital de unos policías que lidian cual Sísifo y su roca con las innumerables redes criminales del entorno. El progresivo desequilibrio de interés entre las dos, claramente a favor de la policial, no impide que ‘El niño’ sea uno de los mejores productos comerciales de la cinematografía española reciente, aunque echemos algo de menos la originalidad y la potencia de aquella ‘Celda 211’.
Mayor fue la sorpresa con ‘La isla mínima’, el buque insignia de Atresmedia. Alberto Rodríguez ya había mostrado su capacidad para radiografiar la dura realidad social del país en filmes apreciables como ‘7 vírgenes’ o ‘Grupo 7’, pero nada nos tenía preparados para este gran estirón. El fascinante marco de las marismas de Sevilla, excelentemente fotografiadas por Alex Catalán, ya merecerían el visionado de ‘La isla mínima’, pero, además, Rodríguez sabe combinar con maestría una trama subyugante y oscura que husmea sin piedad en las cloacas de la España rural, la sutil disección de una época tan convulsa como la temprana Transición, grandes interpretaciones de todo su reparto y una atmósfera poderosísima y casi inédita en nuestro cine. Quizás sobren unos elementos paranormales bastante superfluos, pero ‘La isla mínima’ no deja de ser una de las películas más atractivas del año, incluyendo toda la producción internacional. Si viniera firmada por David Fincher no nos extrañaría en absoluto y creo que éste es uno de los mejores elogios que se le pueden dirigir a un cineasta actual.
No podemos olvidar que bajo estas altas cotas ya se habían colocado sólidos cimientos en el pasado reciente. La arriesgada y muy sólida ‘Crematorio’, ya comentada en este blog, fue la única serie que pudo competir de tú a tú con una ficción televisiva estadounidense en pleno ‘boom’ creativo, mientras que la turbia y arrojada ‘La piel que habito’ de Pedro Almodóvar, pese a sus irregularidades, resultaba una de las muestras más inquietantes del género a nivel europeo de los últimos años. Incluso la muy correcta ‘No habrá paz para los malvados’ de Enrique Urb¡zu, precursor de este esplendor con ‘La caja 507’, aportó su nada despreciable granito de arena.
Esta gran racha puede hacernos perder el norte y pensar ya en este excelente nivel como algo cotidiano e incluso rutinario. Es cuando vemos productos como la recién estrenada ‘La ignorancia de la sangre’ cuando verdaderamente valoramos la suerte que hemos tenido en disfrutar de aquellas obras tan notables.
Bien. No nos vamos a andar por las ramas: ‘La ignorancia de la sangre’ es un desastre absoluto. Siempre he denunciado el olvido que ha sufrido en la última década Manuel Gómez Pereira, obligado a refugiarse en la televisión, cuando en los años noventa nos brindó comedias de gran altura como ‘Boca a boca’ y la excelente ‘El amor perjudica seriamente la salud’, que le situaban como el sucesor directo de Fernando Trueba. Incluso ya se había fogueado en el ‘thriller’ con títulos como ‘El juego del ahorcado’ o una ‘Entre las piernas’ que veía como su excesiva ambición lastraba un poderoso arranque y una factura visual extraordinaria. Su presencia en la silla de director, un lujoso reparto con Juan Diego Botto, Paz Vega y Alberto San Juan y el hecho de ser una adaptación de la última novela del británico Robert Wilson, reputado autor ‘noir’ y ya inspirador de una bien considerada serie británica, parecían garantizar, como poco, un entretenimiento de buen nivel.
El comienzo no es nada esperanzador cuando presenciamos a Alberto San Juan como un muy improbable mestizo hispano-árabe y el resto sigue una línea similar: la dirección es plana, televisiva (de cuando este término era considerado despectivo) y meramente funcional; la acumulación de tópicos es continua y la química entre Botto y Vega, inexistente. Sin embargo, nada se sale de una línea más o menos convencional y aún albergamos esperanzas de que la trama, centrada en resolver el rapto en Sevilla del hijo del personaje de Vega en el marasmo que supone la conjunción de la mafia rusa y el islamismo radical, nos sorprenda y nos llegue a interesar.
Ya se pudieron intuir ligeras risas en la sala en una escena anterior, pero la tragedia se desencadena en toda su crudeza en la primera secuencia ‘cumbre’ del filme, mediado su desarrollo. En lo que se pretende un momento pleno de tensión y sorpresas se hacen palmarias, bien al contrario, la extrema debilidad de un guión arbitrario y chapucero que tiene algunas de las líneas de diálogos más ridículas e imposibles desde que el cine se hizo sonoro, la evidente falta de medios y la imposibilidad de tomarse en serio una trama de nula credibilidad. Las carcajadas ya son generales y llegan a su culmen cuando Botto, sentado y pensativo, se dice a sí mismo: «¿En que momento me equivoque?»…Uno de los momentos de mayor comicidad involuntaria que un servidor ha podido presenciar en una proyección.
A partir de ese momento ya todo está perdido y ‘La ignorancia de la sangre’ marcha cuesta abajo y sin frenos. El guión sigue haciendo estragos: los giros argumentales ya no es que no sorprendan…es que sencillamente no importan, hay momentos emotivos que se extienden y se extienden hasta perder toda efectividad, algunas secuencias son absolutamente gratuitas y el descuido en los diálogos roza la parodia más burda. Como muestra, un botón: cuando Botto es informado sobre la mujer que retiene al niño secuestrado le instan a tener mucho cuidado puesto que «tiene demencia». Apenas unos minutos después, le vuelven a prevenir, asegurando que «está en todo». Vamos a ver…¡¡¿¿está demente o está en todo??!! Como gran colofón, se despide con una pretendida broma cómplice…que acaba confirmando el insalvable abismo abierto entre las pretensiones de la película y la percepción de un público que acaba entre abochornado y tronchado de risa.
Botto y San Juan luchan lo mejor que pueden pero son tragados irremisiblemente por la devastadora ola de despropósitos del filme, mientras que Vega ni siquiera lo intenta, no pudiendo saldar de peor manera su cacareado regreso al cine español; siendo los secundarios Cuca Escribano y Francesc Garrido, muy correctos, los mejor parados al no verse inmersos en las secuencias menos afortunadas. En mucha peor situación queda Gómez Pereira, pero desde aquí esperamos que este borrón en su carrera no impida que pueda resarcirse pronto. Talento para ello tiene de sobra.
‘La ignorancia de la sangre’ forma parte de ese cine español funcionarial, de cortas miras y apocado que tanto mal ha hecho a la producción patria durante demasiado tiempo. Hace unos años no tendría problemas en formar parte de un grueso pelotón y pasar desapercibida. Por fortuna, la nueva generación de emergentes grandes figuras hacen que no pueda ni soñar con evitar el fuera de control.
Una excepción no confirma ninguna regla. Traduce bien la frase «exceptio probat regulam in casibus non exceptis» y observarás que no tiene ningún sentido la frase que has empleado como titulo.
Hola.
Muchas gracias por la aclaración sobre una frase hecha que, como muchas que utilizamos, seguramente no sea correcta.
De todos modos, cuando doy título a un post, mi primer objetivo es que la frase utilizada sea, a su vez, descriptiva del texto posterior y atractiva para que interese al potencial lector. Ante ello, me permito unas ‘libertades’ que no haría en otro tipo de texto. En este caso, manipulo la citada frase popular para hacer notar que la mediocridad de la película abordada en el post hace resaltar aún más la calidad de los ‘thrillers’ españoles estrenados recientemente.
Espero haberte aclarado mi posición y muchas gracias por tu observación.
Un saludo