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«La Guerra de las Galaxias»: la Fuerza nos acompañará siempre

11/12/2015

IV

El 18 de diciembre de 2015 muchos percibiremos, o habremos percibido (según cuando leas esto), una gran conmoción en la Fuerza, algo que no habíamos sentido desde… bueno, desde que éramos unos niños y un tipo barbudo secuestró nuestra imaginación haciéndonos soñar con mundos imposibles, valientes héroes, villanos implacables, criaturas extrañas, naves espaciales y sables láser. Ese cosquilleo previo, esa emoción creciente y apenas contenida que experimentamos los que tenemos una cierta edad antes de enfrentarnos por primera vez a “Star Wars VII: El despertar de la Fuerza” no tiene tanto que ver con el ritual de visionar una de esas películas muy esperadas (al fin y al cabo, otra más), sino que en realidad proviene del reencuentro de ese niño que nunca hemos dejado de ser con un universo al que, a pesar de los muchos años y vivencias transcurridos, siempre hemos pertenecido. Por eso, ese simple “Chewie, we’re home” que pronuncia Han Solo en el teaser nos hizo sentir como Proust y su magdalena, como Anton Ego probando el ratatouille, como Matthew McConaughey llorando como una nenaza en aquel impagable montaje de Internet. Y sí, en el fondo sabemos que Hollywood está apelando a nuestra nostalgia para llenar sus arcas, como este mismo año ha hecho con dinosaurios y Terminators, pero, diablos, esto es “Star Wars”. Aquí ya no manda la razón, y nuestra curtida armadura de adulto cínico y descreído queda hecha pedazos cuando volvemos a ver al Halcón Milenario surcar los cielos en la pantalla.

Hay cosas que si te llegan en el momento adecuado se quedan para siempre, y “Star Wars” es una de ellas. No me acuerdo exactamente de cuál fue la primera película de la trilogía original que vi, pero sí recuerdo perfectamente que “El Retorno del Jedi” la disfruté en el cine, en la época de su estreno, junto a un amiguete y nuestras benditas madres. Dos veces. En la misma tarde. Una detrás de otra. En aquellos tiempos en los que existía la sesión continua y llegar con la película empezada no era un problema fatal porque podías quedarte a volver a verla. El impacto, como no podía ser de otra forma en unos chavalines de apenas 7 años, fue indescriptible, de esos que te vuelan la cabeza y marcan un antes y un después. El fervor perduró con infinitos visionados en vídeo de la saga, colecciones de cromos, tebeos, libros, muñecos y con los juegos en los que nos repartíamos roles galácticos e inventábamos nuevas aventuras para ellos. Algunos críticos y analistas aseguran que George Lucas y Steven Spielberg fueron los responsables de la destrucción del cine adulto, inquieto y desafiante de los años 70; muchos otros estamos convencidos de que sin las fantasías juveniles que nos proporcionaron estos dos tipos nuestra infancia habría sido mucho menos apasionante, y nunca podremos estarles lo suficientemente agradecidos por ello. Muchos asociamos nuestro amor por el cine al que sentimos por “Star Wars”, por eso durante los próximos días vamos a aparcar nuestro Cadillac Negro y nos subiremos en el Halcón Milenario para viajar por el hiperespacio hacia aquella galaxia muy, muy lejana, pero que en realidad está muy cerca, aquí mismo, clavada en nuestros corazones.

 

Haciendo caso omiso a la numeración establecida por Lucas, comenzaremos por donde cualquiera debería empezar en caso de no haberse sumergido nunca en este universo, es decir, por el episodio IV, “Una nueva esperanza”, o como siempre la conocimos los chavales de mi generación, simplemente “La Guerra de las Galaxias” (1977). Al director, productor y guionista de la gran papada le hemos podido reprochar muchas cosas a lo largo de los años (su maniática tendencia a retocar una y otra vez su propia obra, su desaprovechamiento absoluto como cineasta al margen de Star Wars, la infantilización de “La Amenaza Fantasma”, etc.) pero, al César lo que es del César, hay que reconocer su valentía visionaria y su arrojo inquebrantable para levantar un proyecto en el que no creía casi nadie, ni la industria, ni los jefazos de la Fox y ni siquiera sus propios actores. En plena resaca del cine crítico y renovador del Nuevo Hollywood, “La Guerra de las Galaxias” les pudo parecer a muchos un ejercicio extemporáneo, un divertimento tontorrón que estaba destinado al fracaso, pero la realidad fue que se convirtió en una de esas pocas películas capaces de cambiar las reglas del juego para siempre y demostrar que otra forma de hacer cine era posible. La cinta de Lucas iba a entroncar directamente con el ilusionismo mágico y el sentido de la maravilla que inspiraron a pioneros del celuloide como George Méliès cuyo principal objetivo era alentar la imaginación de un público dispuesto a soñar. No es de extrañar que “La Guerra de las Galaxias” haya hechizado a distintas generaciones y aún hoy, a pesar de los muchos años transcurridos y los numerosos avances técnicos que ha experimentado el cine, siga ganando nuevos adeptos. Puede volver a verse con los ojos de un adulto y, a poco que uno conserve una pizca de la inocencia de la niñez, seguirá disfrutando a lo grande, lo que demuestra que su éxito monumental no se debió a un gran golpe de suerte o a la coyuntura del momento, sino a que su sentido del espectáculo era y sigue siendo universal e imperecedero.

Star Wars_Destructor imperial

Es imposible reducir a una sola clave el embrujo de esta película, esa inagotable capacidad de seducción que impide que se le noten las arrugas del paso del tiempo. Podríamos aludir a su fascinante condición de contenedor de géneros, pues en “La Guerra de la Galaxias” conviven el espíritu de aventura pura de los seriales matinales que tanto amaba Lucas, el western, el slapstick, la fantasía de capa y espada, los cuentos de hadas, los relatos de samuráis, el cine bélico y la ciencia-ficción. Ese explosivo cóctel funciona porque no se siente como un pastiche, sino que a partir de elementos muy reconocibles crea una mitología propia y fácilmente identificable por todo tipo de públicos, basada en la clásica lucha del bien contra el mal y perfumada por ese misticismo tan sencillo como sugestivo que desprende el concepto de la Fuerza. Pero ese astuto conglomerado genérico no sería suficiente sin el magnetismo de sus personajes, perfectos arquetipos de una pieza que no necesitan más que un par de pinceladas para definir su personalidad, resultar carismáticos y, con el tiempo, icónicos. El impacto tampoco habría sido el mismo si Lucas no hubiera sabido insuflar a su relato un vigor narrativo, un embriagador aliento aventurero y un júbilo vital que, en mi opinión, probablemente solo haya igualado en el género Spielberg con “En Busca del Arca Perdida”. Y, por supuesto, nada habría sido igual sin la inmortal banda sonora del maestro John Williams, las preciosas y evocadoras melodías que acompañan a Luke y Leia, las amenazantes notas que anuncian al Imperio, el jazz de la cantina de Mos Eisley o la inmarchitable fanfarria que volvió a poner de moda los grandes arreglos sinfónicos en un momento en el que la música cinematográfica transitaba por senderos muy distintos.

Darth Vader_Star Wars

Ese legendario score abre la cinta triunfalmente acompañando a los emblemáticos y folletinescos créditos amarillos que se deslizan en el espacio y nos ponen inmediatamente en situación, haciéndonos ver que lo que vamos a presenciar forma parte de un largo conflicto de guerra civil interplanetaria que lleva ya tiempo desarrollándose. Comenzamos así in media res, en mitad de una persecución galáctica con las tropas imperiales a punto de alcanzar a la Tantive IV de los rebeldes y con la famosa toma en la que el paso del destructor estelar no parece tener fin. La refriega ente ambos bandos en el interior de la nave consular nos permite conocer a los dos androides, C-3PO y R2-D2 -en última instancia los grandes responsables de la epopeya que se va desatar- y por supuesto a Darth Vader, cuya primera aparición, entre la humareda, soldados imperiales y caídos en la batalla, es impresionante. Su presencia, completamente envuelto en un negro que contrasta con el blanco del entorno y con ese casco de reminiscencias orientales que fue un triunfo de diseño sencillamente formidable (¿es un hombre o una máquina?), inspira temor sin necesidad de emitir palabra, tan sólo esa respiración artificial que es uno de los grandes hallazgos sonoros de una cinta plagada de ellos, aunque cuando por fin habla (James Earl Jones en el original, un mítico Constantino Romero en el fantástico doblaje español) el metálico respeto que impone es aún mayor. Conviene recordar que Vader en “La Guerra de las Galaxias” todavía no posee los matices que se desarrollarán en las siguientes entregas. Es un caballero oscuro medieval, implacable, dueño de unos poderes mágicos que escapan a la lógica, adorador de un culto antiguo que levanta suspicacias entre algunos destacados miembros del Imperio (inolvidable ese «su carencia de fe resulta molesta») , pero en este episodio parece estar al servicio del Gran Moff Tarkin de Peter Cushing, mientras que el Emperador apenas es mencionado de pasada. Aquí Vader es más un subalterno brutal y expeditivo que el puto amo del cotarro que sí será definitivamente en “El Imperio Contraataca”, pero en cualquier caso es ya un villano inolvidable, rodeado de un hálito misterioso y mitológico que, en parte, se perdería en el futuro al revelarse su auténtica y trágica identidad. También se nos presenta a la princesa Leia Organa, una valiente heroína que nunca se amedrenta ante sus captores, que está muy alejada del estereotipo de la típica fémina desvalida y que es perfectamente interpretada por Carrie Fisher. De hecho, el casting que hizo Lucas, apostando por caras jóvenes casi desconocidas combinadas con el aplomo de contrastados veteranos, fue otro de sus muchos aciertos.

C3PO_Tatooine

La pareja de androides, que consiguen escapar en una cápsula de salvamento y aterrizar en las inmensas dunas de arena de Tatooine, nos conduce en los primeros compases de la odisea. 3PO es plañidero, nervioso y verborreico, mientras que el pequeño R2 es más resuelto e intrépido. Juntos forman uno de los dúos cómicos más entrañables del cine moderno pues a pesar de sus desencuentros no pueden vivir el uno sin el otro. Tras una de sus disputas terminan separándose y perdiéndose en la inmensidad del desierto. Este segmento, en el que los robots son apresados por los diminutos Jawas y finalmente llevados a la granja Skywalker, puede parecerle lento y algo aburrido a algunos, pero a mí me sigue fascinando la yerma e hipnótica belleza de sus planos, que también prueban el clasicismo de Lucas a la hora de rodar. De hecho, “La Guerra de las Galaxias” tiene poco que ver con las experimentales propuestas visuales del cine de autor estadounidense de los 70. Lucas huye de virguerías técnicas, de zooms, planos secuencias o encuadres insólitos; rueda con limpieza y sin apenas mover la cámara, aferrándose con convicción a las reglas de la narrativa clásica, como los viejos maestros de Hollywood, dejando que el dinamismo surja en la sala de montaje. Por eso, aunque la cinta sea tan novedosa y rompedora para su época, en realidad está más emparentada con el cine de Howard Hawks que con el de Martin Scorsese.

Star Wars_Luke_Tatooine_Two suns

Toda aventura necesita a su héroe, y en la granja de Owen Lars conocemos al de esta historia, Luke Skywalker, un joven huérfano, solitario, melancólico y cautivo de una vida rutinaria que sabe que no le corresponde. El muchacho alberga a un soñador en su interior que está deseando entrar en acción pero que se siente atado a sus obligaciones familiares. Sus tíos saben que no puede quedarse eternamente en la granja, pero también temen lo mucho que les recuerda a su ‘misterioso’ padre. Es precioso ese plano en el que un gran Mark Hamill (se diga lo que se diga, el tipo fue el mejor Skywalker posible) contempla con pesadumbre e impotencia la puesta de los dos soles de Tatooine, todavía ignorante de que su vida está a punto de cambiar por completo. Como espectadores, rápidamente adoptamos el punto de vista de Luke; será él quien nos guíe a través de un viaje iniciático que estará plagado de peligros, pruebas y dificultades, pero que no abordará solo. De hecho, el joven Skywalker no tardará en encontrarse con su mentor, el mago blanco, Obi Wan Kenobi, tras una escaramuza con los moradores de las arenas en su búsqueda del terco R2-D2, que insiste en encontrar al viejo ermitaño para entregarle un mensaje de vital importancia. Kenobi, interpretado con naturalidad y autoridad moral por Alec Guinness, le abre la puerta a Luke, y a la audiencia, a un antiguo y noble mundo de mitos y leyendas, los de la antigua República, las guerras Clon, los caballeros Jedi y su posterior extinción, y la espada de luz, ese objeto legendario que tantos niños de los 80 habríamos dado cualquier cosa por llegar a empuñar. También le revela a Luke que Anakin, su padre, fue un bravo caballero Jedi, un excelente piloto y un buen amigo que fue asesinado por Vader, un antiguo discípulo suyo seducido por el reverso tenebroso de la Fuerza. Y ahí lo tenemos: “La fuerza es lo que le da al Jedi su poder, un campo de energía creado por todas las cosas vivientes. Nos rodea, penetra en nosotros y mantiene unida la Galaxia”. Lucas no necesita más, no al menos en ese momento (muchos años después sentiría la necesidad de introducir a los dichosos midiclorianos), para sentar las bases, simples pero sólidas, de lo que realmente se convertiría para muchos en una nueva Religión. No hay tiempo para más porque R2 proyecta el emblemático holograma de la Princesa Leia pidiéndole al General Kenobi ayuda para llevar a los rebeldes en Alderaan la información crucial para combatir al Imperio que contiene el androide en su memoria.

Star Wars_Holograma Leia

Ayúdame, Obi Wan Kenobi, eres mi única esperanza

Obviamente el maestro le pida al discípulo que le acompañe en su viaje y aprenda los caminos de la Fuerza; el héroe duda, titubea, no se atreve a dar el paso que ha estado esperando toda su vida, pero los acontecimientos se precipitarán cuando regrese a la granja de sus tíos y descubra que los soldados imperiales, que le seguían la pista a los androides fugados, lo han arrasado todo. Ya no queda nada en Tatooine para Luke, pero para nosotros se abre un segundo acto maravilloso, en mi opinión, quizás la cumbre más alta del cine de evasión, en el que las aventuras se suceden a todo trapo sin dar tregua al subyugado espectador, pero siempre con ingenio y sin avasallarle con vacíos fuegos de artificio, como desgraciadamente es norma en el cine de acción contemporáneo. El puerto espacial de Mos Eisley, un lugar sin ley lleno de maldad y vileza, es un territorio propio de western en el que el anciano Kenobi exhibe unas cuantas gotas de su poder milenario. Espléndida sigue siendo la ambientación de esa sucia cantina atestada de camorristas y mercenarios galácticos en busca de pelea. Poco importa que a las caretas y al látex les veamos ya las costuras, sigue siendo un hervidero de razas fantásticas vivo y auténtico. En ese agujero infecto conocemos a Han Solo, contrabandista cínico, bravucón, egoísta y sinvergüenza, el rebelde pragmático que contrasta con el idealismo del héroe y le cuestiona constantemente, pero que terminará complementándole. Solo es uno de los grandes personajes del cine de aventuras, esencialmente porque Harrison Ford le hizo completamente suyo, otorgándole un encanto canalla y un carisma cuyo molde ha sido imitado muchísimas veces en el género pero en verdad nunca superado.

Han Solo_Cantina

Hagamos aquí un inciso para detenernos en los retoques que Lucas introdujo en la Edición Especial de la cinta estrenada en 1997, modificaciones en su mayoría innecesarias que abren el debate sobre si el autor de una obra sigue teniendo el derecho a alterarla a su antojo o si, una vez mostrada y entregada al público, dicha obra ya no le pertenece al artista sino a los espectadores. Es hasta cierto punto comprensible que con los avances de las técnicas de FX digitales en los años 90 Lucas se obsesionara con la posibilidad de mejorar todo aquello que las limitaciones de su tiempo le impidieron realizar tal y como estaban en su cabeza. Algunos de esos cambios se limitan a discretos maquillajes cosméticos, pero Lucas se equivoca al tratar de integrar el artificio de las texturas digitales en la estética artesanal de una cinta 20 años más antigua. Por ejemplo, Jabba el Hutt aparece como un hectoplasma horroroso, un pegote que no encaja en absoluto en la escena añadida que comparte con Solo (aunque en sucesivas reediciones su aspecto mejorará bastante). Aparte de que es absolutamente inconcebible que Han le pise la cola intencionadamente al mayor hampón de la galaxia como si estuviese tratando con un simple pelele. Igualmente, el aluvión de dinosaurios y criaturas digitales con el que Lucas puebla Mos Eisley, aunque bien intencionado, no termina de encajar con el estilo visual de la cinta. Pero lo más grave es la alteración de la clásica escena en la que Solo fusila sin escrúpulos al cazarrecompensas Greedo. Al plantear su disparo como una reacción al de su oponente, Lucas desvirtúa la personalidad pícara y marrullera del contrabandista. No, George, perdona pero Han disparó primero.

Star Wars_Moff Tarkin_Leia_Vader

Volvemos a la Estrella de la Muerte, donde Vader y Tarkin estrechan la presión sobre la cautiva Leia para que revele la posición de la base rebelde, y no dudan en realizar una demostración de fuerza destruyendo por completo el planeta Alderaán usando el fuego mortífero de la Estación de Combate. Si un villano es tanto más memorable cuanto más despreciables son sus acciones, el Imperio se cubre de gloria con esta despiadada maniobra. En Tatooine, nuestros héroes, perseguidos por las huestes imperiales, protagonizan una precipitada huida a bordo del Halcón Milenario, una nave que aunque puede ganar la carrera Kessel en menos de 12 Parsec presenta un aspecto desvencijado que indudablemente forma parte de su atractivo. Ni la Nostromo, ni la Discovery One, ni la Enterprise; no hay una nave más icónica en la historia del cine que ese “montón de chatarra” capitaneado por Solo y su inseparable Chewbacca, siempre con un algún problema mecánico que solucionar, pero siempre providencial para salvar el día. Un pequeño descanso mientras viajan por el hiperespacio rumbo al desaparecido Alderaan nos permite retomar el concepto de la Fuerza, con Luke familiarizándose con el sable láser, Kenobi impartiendo sus lecciones, el descreído Solo pavoneándose de ser el único dueño de su destino y R2 jugando a un ajedrez galáctico con el wookie en uno de esos maravillosos detalles que hacen tan especial la cinta.

Estrella de la Muerte_Contenedor basura

La montaña rusa se embala cuando el Halcón Milenario es engullido por la Estrella de la Muerte. El largo segmento que acontece en el interior de la Estación Espacial es todo un manual de cómo elevar el cine de entretenimiento a cotas de disfrute y emoción nunca superadas. Los blockbusters contemporáneos deberían aprender de este intenso bloque que el espectáculo no reside en la acumulación de FX digitales y explosiones a granel, sino en una perfecta conjunción de timing narrativo, puesta en escena, química entre los personajes y definición del tono, algo no tan sencillo de conseguir. En el improvisado rescate de la princesa y posterior huida a través de los pasillos y corredores de la Estrella de la Muerte se despliega un tour de force en el que las secuencias se suceden de forma trepidante y los personajes interactúan y disparan líneas de diálogo definiendo a la perfección sus respectivas personalidades, principalmente un Solo en plenitud de facultades, en sus mejores momentos de toda la saga (“¡Qué tontería de conversación!», “Es una chica maravillosa. Acabaré matándola o empezará a gustarme”, “Qué olor tan delicioso nos has hecho descubrir, alteza”). Y Lucas nunca permite que la gravedad se apodere de la función. Ante todo, esto es una aventura en la que participamos todos y en la que se respira una vitalidad incontenible, un júbilo contagioso que invita más a gozar con las peripecias de nuestros héroes que a sufrir realmente por su destino (bueno, salvo en el contenedor de residuos, ahí sí que llegamos a temer por su suerte). Sí cambia algo el tono cuando llegamos al esperado enfrentamiento entre el mago oscuro y el mago blanco, el combate entre la Luz y las Tinieblas, el Bien y el Mal, Kenobi contra Vader. No se puede negar que, vista con los ojos de hoy, la primera lucha de espadas de luz que se vio en una pantalla es lenta y torpe coreográficamente hablando, pero es más poderosa la sensación de estar ante la culminación de un antagonismo muy antiguo y mitológico que hunde sus raíces en aquellos tiempos más nobles de los que hablaba antes el viejo Ben. Kenobi se sacrifica y se hace uno con la Fuerza mientras Luke observa atónito desde la distancia la caída de su maestro. Apenas hay tiempo de llorar su pérdida porque hay que salir a toda pastilla de la Estrella de la Muerte y defenderse en el espacio de los cazas imperiales, en otra de esas secuencias radiantes que quedan grabadas en la retina y que rematan por todo lo alto un extenso acto que es toda una obra maestra, no ya del género, sino del cine en general.

Kenobi_Vader_1977

Nuestros héroes llegan a la base rebelde en Yavin 4 y, sin tiempo que perder, se extrae la información de R2, los planos de la Estrella de la Muerte que revelan un pequeño fallo en sus defensas. Las posibilidades de alcanzar el minúsculo blanco son escasas pero un escuadrón de monoplazas Ala-X se lanzará en un ataque prácticamente suicida y a contrarreloj. Por supuesto, el recién llegado Skywalker forma parte del equipo de pilotos (y en la lógica interna de la película ni siquiera nos lo cuestionamos) respaldado por R2, pero Solo prefiere mantenerse al margen y disfrutar de su recompensa, no sin antes espetarle a su compañero por primera vez, e inesperadamente tratándose de un escéptico como él, las míticas palabras: “Que la Fuerza te acompañe”. La secuencia galáctica del ataque a la Estrella de la Muerte en su momento fue un hito de la recién creada Industrial Light & Magic, un estratosférico salto de gigante en el uso de las técnicas de pantalla azul, maquetas y novedosas cámaras computerizadas, que necesitó de toneladas de horas extra y la supervisión directa del propio Lucas, al borde de un ataque de nervios porque la fecha de estreno se le echaba inexorablemente encima. Técnicamente no tardaría en ser superada por sus secuelas, pero sigue siendo una secuencia brillantemente orquestada y dotada de una gran intensidad y poder emotivo. Vader se involucra personalmente en la defensa imperial, los monoplazas rebeldes se internan una y otra vez en la trinchera pero van cayendo implacablemente, y solo queda Luke para alcanzar el pequeño blanco. Cuando Vader, que ha percibido la singularidad del chico, ya le tiene a tiro, aparece triunfalmente el Halcón Milenario y se lo quita de encima, dejando el campo libre para que un joven Skywalker guiado por el espíritu de Kenobi y por la Fuerza destruya la Estación, y con ella a un orgulloso Moff Tarkin que prefiere morir de pie antes que aceptar la derrota. Es una conclusión sensacional, catárquica, que completa el primer arco del viaje del héroe y del antihéroe y termina de definirlos, pero al mismo tiempo es lo suficientemente inteligente como para dejar vivo al malvado Vader.

Estrella de la Muerte_Trinchera

Ya sólo queda celebrar la gloriosa victoria ante el Imperio junto a nuestros campeones y, por supuesto, el triunfo de un George Lucas que erigió un inolvidable monumento al maravilloso poder de la imaginación y a su capacidad para inspirar valores eternos de amistad, valor y coraje. Sí, el cine cambió con “Star Wars”, pero si el blockbuster de Hollywood se llegó a vulgarizar con los años hasta límites irresponsables la culpa no fue de la película que señaló el camino, sino de los que después se desviaron de él. No hay filme más gozoso en su sencillez y candor que “La Guerra de las Galaxias”. Todavía estamos lejos de la oscuridad y el abatimiento, y de los secretos de familia al descubierto que llegarán en entregas posteriores. Si Lucas se hubiera quedado en esta película aún seguiría siendo un mito, pero su desmedido impacto popular (no tardó mucho en convertirse en la más taquillera de todos los tiempos) dio luz verde a su inevitable secuela. Creo que nunca sabremos si de verdad Lucas tenía planeada su saga desde el principio, ni a estas alturas importa demasiado, aunque, visto lo que llegaría tan solo tres años después con “El Imperio Contraataca”, habría sido un pecado imperdonable no dar continuidad a este prodigioso universo.

Recuerda, la Fuerza te acompañará siempre

Star Wars_1977

6 comentarios leave one →
  1. Dammed permalink
    11/12/2015 16:45

    Ke paseo por el recuerdo por diox!

    Tenia 9 años cuando mi padre me llevo al cine ke habia cerca de mi casa, para ver STAR WARS. Fue el viaje mas alucinante ke he hecho nunca y creo ke una parte de mi se kedo perdida por esas lejanas galaxias, seducida por el poder de la fuerza.

    Curiosamente, casi todas las crias de mi colegio suspiraban por los rincones por el dulce y valeroso heroe de la pelicula LUKE SKYWALKER…. ironicamente a mi me importaba tres pepinos, solo tenia ojos para el CANALLA mas grande ke he visto nunca, pero ya entonces me robo un trocito de corazon: HAN SOLO.

    Es ke Harrison Ford es mucha tela para el universo.

    Genial articulo.

    • Jorge Luis García permalink*
      14/12/2015 21:35

      Muchas gracias por tu comentario, Dammed. Creo que todos los que éramos unos niños cuando nos llevaron al cine a ver alguna de las películas de esa saga nos convertimos para siempre en «true believers» de Star Wars. Completamente de acuerdo con tu apreciación sobre Harrison Ford. El tipo que encarnó a Solo, Indiana Jones y Rick Deckard derrochaba carisma como ningún otro actor en los 80. Es una pena que con los años perdiera el «touch» para elegir papeles a su altura. Un saludo!

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