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«El Ataque de los Clones»: cuando Ani encontró a Padme

17/12/2015

II

Tres años después de «La Amenaza Fantasma«, llegó el estreno de su continuación. Como venía siendo tradición en la saga, siempre en el mes de mayo y siempre tras el cumpleaños de su creador, George Lucas. Tradición que «El Despertar de la Fuerza» romperá dentro de unas horas. Sin embargo, la fecha de estreno oficial (16 de mayo de 2002), contó con un pre-estreno realizado cuatro días antes con el objetivo de recaudar fondos para las víctimas de los atentados del 11-S. Regresábamos en masa nuevamente a las salas de cine, esta vez con la esperanza de obtener una segunda entrega de la nueva trilogía que supusiera un auténtico salto de calidad en todos los niveles posibles respecto a la entrega anterior. Deseando que este ataque realizado por un ejercito de clones supusiera una versión digital de «El Imperio Contraataca«; pues su principal atractivo debía ser contemplar el principio del fin de Anakin Skywalker. Sus primeros pasos hacia el lado oscuro.

Hasta ese día, cinco actores habían interpretado el papel de Anakin Skywalker/Darth Vader. En la trilogía anterior lo hicieron David Prowse, James Earl Jones (voz), Bob Anderson (doble de acción) y Sebastian Shaw (quien pone cara al personaje en el tramo final del Episodio VI); mientras que Jake Lloyd se encargaría de representar la niñez de Anakin en el Episodio I de 1999. Para «El Ataque de los Clones» era necesario buscar una nueva cara que representara la juventud del personaje de Anakin, sus años como padawan bajo la tutela de Obi-Wan Kenobi (Ewan McGregor). A pesar de la insistencia de George Lucas en buscar a un actor desconocido, que no eclipsara con su fama la caída al reverso tenebroso que el personaje sufriría durante las dos entregas restantes, durante el casting se llegó a barajar seriamente a Leonardo DiCaprio (¡!). Bastó que hiciera públicas sus negociaciones para que quedara automáticamente descartado. Finalmente, el elegido para encarnar al futuro Lord Vader sería Hayden Christensen. El peso de la multimillonaria franquicia descansaría así en los hombros de este casi desconocido actor canadiense, cuyo papel más destacado hasta entonces era haber interpretado al hijo de Kevin Kline en «La casa de mi vida«. Hayden debía hacer creíble a un joven y arrogante aprendiz Jedi, capaz de hacer frente a las numerosas conspiraciones que amenazaban a la República y, al mismo tiempo, conquistar el corazón de la reina Amidala (Natalie Portman).

 

Los títulos de crédito iniciales ya nos adelantan que la historia que va a comenzar transcurre años después del conflicto entre la Federación de Comercio y el planeta Naboo (lugar de nacimiento de la reina Padmé Amidala); contando además que, actualmente, la República continúa envuelta en luchas internas que amenazan con sumirla en el caos. Tras finalizar los rótulos, se inicia el clásico barrido vertical de la cámara (dato friki: esta vez de forma ascendente, novedad en la saga) que da paso a un atentado frustrado contra la reina Amidala (ahora también senadora), quien vive inmersa en una amenaza constante. Desde ese momento, iremos conociendo en profundidad al movimiento separatista, al que ni siquiera los Jedi pueden poner freno. Estas maniobras, planeadas desde hace tiempo por una poderosa fuerza aún desconocida (aunque es atribuida a la figura del conde Dooku), amenazan con provocar una guerra y la posible caída de la República. Para contrarrestar la amenaza que se avecina, el Canciller Supremo, Palpatine (que sigue consolidando su poder), autoriza la creación de un gran ejército para la República que (supuestamente) sirva para ayudar a los abrumados Jedis. Al mismo tiempo, Palpatine asignará (con segundas intenciones) la seguridad personal de la reina Amidala a dos Jedis: el maestro Obi-Wan Kenobi y el joven padawan Anakin Skywalker.

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A finales de la década de los ochenta, así como a principios de los noventa, una cantidad considerable de blockbusters demostraron que había un selecto grupo de directores con un mayor talento a la hora de escribir y dirigir que el ejercido por Lucas hasta entonces (me refiero especialmente a James Cameron, John McTiernan y Paul Verhoeven). Aún así, la posición de salida de cualquier entrega de Star Wars siempre está más adelantada que el resto. Cuando las luces de la sala se apagan y los títulos iniciales en color amarillo empiezan a recorrer la pantalla, acompañados de la fanfarria del maestro John Williams, uno es capaz de sentir como su pulso cardíaco se eleva por encima de lo que cualquier otra franquicia (007, Star Trek, Indiana Jones, Terminator) es capaz de provocar.

Mientras «La Amenaza Fantasma» tenía muy poca historia y se desarrollaba en un tono demasiado juvenil, «El Ataque de los Clones» ya tiene el tono correcto la mayor parte del tiempo; pero la historia se sigue quedando muy pobre. Demasiado compleja para el espectador más joven (desarrollando conceptos como la democracia, la dictadura, la política en general. Descritas con un prisma que recuerda a la visión de la antigua Roma; con traiciones, prácticas sibilinas, manipulaciones, pactos en la sombra) y carente del atractivo suficiente para mantener de forma sostenida el interés de un espectador más adulto.
Si a esto le sumamos una primera hora en la que se abusa de constantes encuentros entre distintos personajes no sólo para situar al espectador en cada una de las tramas paralelas que acabarán por formar el nudo de la película y aportar la información básica para arrancar motores; sino además como propio avance de la historia; contando y contando hechos, en vez de mostrarlos. Encuentros en los que nos podemos olvidar de diálogos memorables y cargados de una energía que motiven al espectador.

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Todo espectador estaba a la espera de ver buenas actuaciones. Mark Hamill, Harrison Ford, Carrie Fisher…en algún momento de la anterior trilogía acabaron disfrutando el formar parte de ella, creyendo a sus personajes, dotándoles de verosimilitud, haciéndolos reales (considerando siempre el contexto de fantasía en el que nos estamos moviendo). Christensen, Portman y McGregor simplemente no creen en lo que están haciendo. Llegando un momento en el que nosotros dejamos de creer lo que nos cuentan. Y, en mi opinión, el culpable es el croma. Cualquier documental tras las cámaras muestra a los actores de esta trilogía aislados en un set forrado completamente de verde; sin suelos ni paredes, con balones suspendidos en el aire que simulan las criaturas con las que tienen que interactuar en pantalla. Todo está jodidamente digitalizado (y los que me conocen saben que mi nivel de permisividad en este sentido está muy alto). Incluso el maestro Yoda, que en «La Amenaza Fantasma» seguía siendo manejado por Frank Oz, en esta entrega ya era 100% digital. Todo, absolutamente todo, se sostiene sobre la imaginación de los actores para conseguir una interpretación realista sin contar con ningún apoyo visual.
Un mal resultado es inevitable. Las interpretaciones acaban siendo planas y sin vida, recitando líneas tras líneas de diálogo vacuo; pero eso sí, mientras los personajes sueltan sus frases como si las estuvieran leyendo de un teleprompter, deben estar paseando para poder mostrar en su plenitud los apabullantes escenarios extraídos del disco duro del ordenador. Lucas ensalza los efectos digitales por encima de la historia y de los personajes; sin percatarse (ni antes, ni después de esta entrega) que no es posible mantener una consistencia y una credibilidad en la actuación del reparto si les haces enfrentarse un día tras otro a pantallas verdes. En los casos concretos de Portman y McGregor, con el indudable talento interpretativo que tienen, parece que renegasen de seguir participando en la trilogía, tras una primera entrega en la que comprobaron que serían incapaces de aportar un mínimo de emoción a sus personajes, en gran parte debido a los terribles guiones con los que contaban.
Incluso la acción del film no parece estar todo lo planificada que debería. Ya al principio, tras el segundo intento por matar a Padme, somos testigos de una persecución a bordo de un airspeeder (auto-homenaje de George Lucas a su «American Graffiti«) a lo largo y ancho de una megalópolis, que acaba degenerando en personajes indestructibles cayendo al vacío durante miles de metros, agarrándose a vehículos en circulación, llevando al espectador a un punto sin retorno: la farsa.
A los que compraron su entrada buscando una evolución de la primera trilogía, les esperaban (nuevamente) dos horas y media muy largas en la sala de cine.

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«El Ataque de los Clones» apostaba todo a una carta, la de la esperanza.
Esperanza en que la sobredosis de efectos digitales rellenara las enormes grietas en la historia. Historia que, para colmo, no será recordada por su valentía en la escritura del guión y sí por una premeditada y planificada intención de servir de escaparate para lo último de lo último en gráficos generados por ordenador, poniendo siempre la historia y las interpretaciones al servicio del espectáculo. Lo que se nos cuenta es una excusa para que nuestras pupilas se dilaten ante un magno espectáculo visual (esto es innegable cuando presenciamos toda la artillería que Industrial Light & Magic pone en las manos de su jefe máximo, George Lucas); pero nunca consigue acelerar el latido de nuestro corazón más de lo que estaba cuando atronaban los primeros compases orquestados por el maestro John Williams.

Todo en la nueva trilogía gira alrededor de la figura de George Lucas. La admiración por la grandiosidad de los escenarios digitales y el basto imaginarium de personajes que pueblan sus universos (apartados técnicos, al fin y al cabo); pero también la pobre interpretación exigida, el abuso de efectos digitales y el muy bajo nivel del guión igualmente llevan los genes de Lucas. Al fin y al cabo, George Lucas siempre ha mostrado su verdadero valor cuando ha delegado y colaborado con primeras figuras como Irvin Kershner en «El Imperio Contraataca» o con Steven Spielberg en la trilogía (sí, he dicho bien, t-r-i-l-o-g-í-a) de Indiana Jones.
Mientras George seguía afirmando lo complicado que era responder a las altas expectativas de la audiencia tras la primera trilogía, a uno no le cabe más que pensar en que Lucas lo tenía todo a su favor para presentar una nueva trilogía que nos dejara clavados en nuestros asientos. Contaba con el inmenso legado de la trilogía anterior, con la enorme expectación de medio planeta, contaba con medios virtualmente ilimitados, con la mayor tecnología punta en efectos especiales, contaba con más de 15 (repito, QUINCE) años para diseñar con toda la calma del mundo una buena historia para la nueva trilogía, para perfilar nuevos personajes a los que dotar de garra y alma, para contratar a un ejército de guionistas (con Lawrence Kasdan a la cabeza) que perfilara las posibles aristas de su guión. En las mismas condiciones, cualquier otro director sólo habría podido arruinar el resultado final si, para «El Ataque de los Clones», hubiese utilizado a un ejército formado por 15 millones de Jar Jar Binks. Pero, con el resultado visto en pantalla, cualquiera diría que Lucas gestó la historia en su cuarto de baño, un fin de semana en el que su estómago estuvo bailando el hula hoop.
Yo mismo he jugado a títulos de Lucas Arts con tramas mucho más trabajadas que las de «El Ataque de los Clones». Incluso los pasajes protagonizados por los ewoks en el «El Retorno del Jedi» eran más oscuros que esta entrega. Al menos, los malditos osos-bonsái estaban dispuestos a comerse vivos a Han Solo y Luke Skywalker.

Así, cuando a la hora de metraje empezamos a recostarnos en el asiento y a mirar con más interés del debido el cubo de palomitas del espectador que tenemos al lado, llega el golpe de efecto que Lucas se guardaba en la manga para sorprender al espectador en este Episodio II.
¿Una desconocida amenaza en la sombra?, ¿una revelación de mayores proporciones que la producida en «El Imperio Contraataca»? No, una pesadilla aún peor (si cabe): una comedia romántica que amenazará la paciencia del respetable con (lo que podríamos llamar) el ataque de los…clichés.

No me gusta la arena. Es tosca, áspera e irritante…no como tú

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Era un hecho ineludible que Anakin y Padme establecerían una relación que haría realidad los acontecimientos que relataba la trilogía clásica. Lo que nadie podía imaginar eran los incontables clichés por los que pasaría este romance que haría sonrojar a la propia Meg Ryan (si a estas alturas de quirófano fuera capaz de hacerlo, claro).
¿Hacía falta exagerar tanto los arquetipos?…ya sabemos que Anakin no será un Jedi, no hace falta justificar esta certeza llevando su papel a una constante y extrema competitividad para demostrar su masculinidad, sus celos y su falta de empatía. El mero hecho de pensar que cualquier sentimiento romántico pudiera surgir entre ambos personajes, es simplemente increíble. Natalie Portman es incapaz (a pesar de su incuestionable talento fuera de la saga galáctica) de aportar emoción a un personaje carente de líneas destacables en su guión. Hayden, por su parte, tiene que llevar la inmadurez de Anakin, su manifiesta autocomplacencia sobre sus poderes adquiridos y la sistemática violación de todas las reglas posibles del código Jedi a un (imposible) punto en el que resulte atractivo al público. En lo que a su relación se refiere, hay dos claros exponentes de la ineficacia con que fue escrita la evolución de ambos personajes: por un lado, la bochornosa declaración de amor (-No he dejado de morir día a día desde que volviste a mi vida- -¿De qué estás hablando?- -Te amo-) y, por otro, la reacción de Amidala al fallido rescate de la madre de Anakin. Uno se pregunta constantemente qué demonios habrá visto una inteligente, elegante y delicada reina en ese inmaduro, mal criado y vengativo padawan; hasta que, tras confesar a Padme la aniquilación a sangre fría de todo un poblado de tuskens (mujeres y niños entre ellos) por pura venganza, Padme le recibe con paños calientes, aportando consuelo y asegurando que todo estará bien (ea, ea, ea…son el uno para el otro). Dejando a Anakin a años-luz del carisma que irradiará Darth Vader y errando totalmente Lucas en el mensaje que habría que transmitir a toda una joven generación de espectadores, inocentes aún respecto a la (cruda) realidad del mundo exterior.

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Y, si las relaciones románticas fracasan, las paterno-filiales tampoco serán el fuerte de esta entrega. La relación entre Obi-Wan y Anakin también hace aguas a la hora de representar una relación entre mentor y alumno, éste último constantemente contradiciendo y desobedeciendo a su maestro («¡yo ataco yaaaa!»). Ewan McGregor, (quien siempre ha tenido una actitud muy crítica respecto a la moderna trilogía en la que participó), dejó claro en numerosas ocasiones su frustración por estar representando a un personaje al que amaba; pero en una trilogía que todo el mundo empezaba a repudiar. Su relación con la saga espacial alcanzó su punto más bajo cuando los magníficos decorados de «Moulin Rouge» (obra maestra del género musical que él mismo acababa de protagonizar junto a Nicole Kidman) tuvieron que ser demolidos para dejar paso a las enormes pantallas verdes de «El Ataque de los Clones». Curiosamente, parece que mostrar un desagrado ante el trabajo de Lucas sea un requisito obligatorio a la hora de aceptar el papel de Obi-Wan, pues sir Alec Guiness también pensó que las películas de Star Wars eran mera basura de cuento de hadas.

Aunque la figura de Darth Vader se encuentra a punto de eclosionar y la historia de Anakin debería centrar toda nuestra atención, resulta grotesco comprobar como es la subtrama protagonizada por Obi-Wan la más interesante del libreto; desde su detectivesca investigación en el planeta Kamino, (lugar donde se generará el ejercito de clones encargado por la República), hasta confluir con Anakin y Padme (forzando aún más los lazos con la trilogía anterior mediante un vestuario que recordará al usado por su hija Leia en «La Guerra de las Galaxias») en el espectáculo de fieras que se desarrolla en el planeta Geonosis (siendo este último tercio el que permite calificar a la película como simplemente ‘mala’ y no ‘horrorosa’).

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A cambio, el eterno Christopher Lee demuestra por enésima vez tener sobradamente tablas para levantar un personaje como el del conde Dooku, a pesar del limitado tiempo que tiene en pantalla, y convertirlo en el mejor enemigo de la nueva trilogía (mejorando incluso a Darth Maul, a pesar de la más que acertada estética de éste último). Pero si hay un personaje que consigue sorprender al espectador, ese es Yoda. Quien, entrando en escena con ayuda de su inseparable bastón, ejecuta un ejercicio de piruetas gimnásticas (mientras se enfrenta a Dooku) que arrancaría aplausos de cualquier jurado olímpico. Lástima que la sorpresa dure apenas dos minutos y que sea claramente un intento desesperado para que algún fan acérrimo aplauda solitariamente en la sala.

¿Funciona algo en esta película?. Sí, el título…a pesar de las risas que provoque a McGregor. Ciertamente, hay un ataque (contra el espectador) e indudablemente hay un ejército de clones (se identifican fácilmente porque son todos los que tienen líneas de diálogo y no están generados por ordenador). A pesar de contar con algunas escenas destacadas, como ese combate dos a uno entre Obi-Wan, Anakin y el conde Dooku o el fallecimiento de la madre de Anakin, contando además con algunas escenas de gran espectacularidad y complejidad técnica, el Episodio II destaca por ser el más grotesco de la trilogía y de la saga completa.

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«El Ataque de los Clones» es significativamente superior en algunos puntos a «La Amenaza Fantasma»; pero ¿qué significa esto exactamente?. Es difícil de explicar cuando nuevamente parece que Lucas se limita a construir un caro escaparate de juguetes digitales, sin importarle mucho lo que el espectador estuviese deseando ver en pantalla. Pero la pena es que no es sólo lo que aparece en pantalla; sino también lo que no aparece. Uno no puede involucrarse en la trama porque simplemente los personajes no son creíbles, ni para el espectador, ni para el propio reparto. Un guión propio de producciones con un presupuesto infinitamente menor, con mucho menos talento y mucho menos respeto por la historia que se quiere contar. Con un reparto que tiene encendido el piloto automático, interpretando sus personajes con desgana; haciendo incompatibles a la pareja que más interés debería haber causado en el espectador: Anakin y Padme.
Este episodio acaba por generar una amarga mezcla de sentimientos, entre los que predomina la sensación de no pertenecer al universo de Star Wars. Sólo los últimos cinco minutos de película, en los que la marcha imperial ensalza las imágenes del despliegue de tropas que presencia la cúpula de la República, nos trasladan de forma efectiva a la trama global de toda la saga. La trilogía primigenia es perfectamente disfrutable a día de hoy por niños y adultos. 35 años después, uno puede volver a ver «El Imperio Contraataca» sin que le venga a la mente un ¿qué diablos vi en esta película para disfrutarla tanto en su día?…pero no puedo decir lo mismo de aquellos que vuelvan a ver esta entrega allá por el 2037 porque, tristemente, «El Ataque de los Clones» es una de esas películas que, gustarte, es casi incompatible con la vida.
Por fortuna, quedaba una última entrega para intentar salvar la honra perdida, «La Venganza de los Sith«…también conocida como «Episodio III: perdón por los dos anteriores».

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