«La invitación»: cianuro por compasión
(ALERTA SPOILER: Si aún no has disfrutado de uno de los mejores títulos de terror de este año, te aconsejamos que no veas ni el trailer; pues estamos nuevamente ante una de esas historias que, cuanto menos conozcas, más efectiva será y mejor lo pasarás. Intenta verla lo antes posible y, después, vuelve rápido a contarnos qué te ha parecido…y mejor no te pares a cenar con nadie por el camino).
Decía recientemente, en nuestra crítica de «La bruja«, que los más destacados títulos de terror de los últimos años aterrizaban en las salas de cine tras haber estado volando por debajo del radar durante todo su rodaje, mimetizados con el entorno y sin hacer ruido hasta el día de su estreno. A la ópera prima de Robert Eggers, se sumaban «It follows«, «Babadook» y ahora también «La invitación«; merecida triunfadora del último festival de Sitges.
«La invitación» es una nueva visita a las típicas reuniones con antiguas amistades que tantas veces hemos visto en la pantalla (desde «Reencuentro» de Lawrence Kasdan, hasta «Beautiful girls» de Ted Demme), que situará a Will (su protagonista) en la que, probablemente, sea la madre de todas las situaciones incómodas que uno puede tener en esta vida: invitado por su ex-esposa y su actual compañero sentimental a cenar en la que antiguamente fue su casa, lugar repleto de amargos recuerdos y rodeado de viejas amistades comunes. La típica situación en la que cualquiera de nosotros querría irse incluso antes de llegar, buscando cualquier excusa para salir por patas mientras desesperamos viendo como el tiempo parece detenerse y el alcohol se niega a rebajar nuestra galopante ansiedad. A esta situación, la película ira aplicando poco a poco un prisma sombrío que nos irá intoxicando lenta, pero inexorablemente. «La invitación» habla de la amistad, del amor, de la pérdida, del deseo, del miedo, de verdades incómodas, de secretos, de superación…pero (y aquí está uno de sus principales méritos) no los trata desde el drama; sino desde el terror. Como buen ejemplo del género, desde sus primeros minutos, espectador y protagonista empezarán a sospechar de todos y de todo cuanto les rodea.
Algo muy peligroso está a punto de suceder…y nadie parece querer hablar de ello
El prólogo nos sitúa momentáneamente fuera de lo que será localización principal del film (una lujosa casa en las colinas de Los Ángeles). Comenzamos en el interior de un coche, en el que el matrimonio protagonista se desplaza para acudir a una cena a la que han sido invitados. Durante dicho viaje, Will atropellará por accidente a un coyote, al que tendrá que acabar de sacrificar debido a sus heridas. Hecho que formará un sugerente pensamiento inicial que el espectador ya no podrá abandonar durante el resto del metraje: acabar con una vida, para acabar con su sufrimiento.
Tras este desafortunado incidente, Will (interpretado por Logan Marshall-Green, un casi perfecto clon de Tom Hardy al que vimos en «Prometheus«) y Kira (Emayatzy Corinealdi) consiguen llegar a la fiesta que ha organizado su ex-mujer Eden (Tammy Blanchard) y su actual pareja David (Michiel Huisman, Daario Naharis en «Juego de Tronos«) en la que años atrás fue el hogar del matrimonio ya extinto. Will no había regresado a su antigua casa desde que una tragedia familiar tuvo lugar en ella (los sucesivos flashbacks nos irán aportando luz sobre un fortuito y desgraciado accidente que acabó con la vida del único hijo de Will y Eden). Desde que Will entra en la casa, su más que evidente incomodidad irá aumentando según le vayan invadiendo los múltiples recuerdos del pasado. Para él esta cena se irá convirtiendo en una insoportable y dolorosa experiencia que poco a poco irá desquiciándole. Y lo será aún más cuando contemple como su ex-pareja parece haber superado completamente el pasado; recuperando la felicidad plena de la mano de David y mostrando un estado de ánimo exultante durante toda la velada, a la que se irán sumando viejas amistades del antiguo matrimonio (Tommy y Miguel, interpretados por Mike Doyle y Jordi Vilasuso, Gina interpretada por Michelle Krusiec, Ben a cargo del actor Jay Larson, Annie interpretada por Danielle Camastra y Claire, con los rasgos de la actriz Marieh Delfino).
A todo ellos se añadirán dos nuevas personas, desconocidas para todos los invitados: Pruitt (el siempre excelente John Carroll Lynch) y Sadie (Lindsay Burdge), que serán los que harán saltar todas las alarmas en la ya descolocada psique de Will.
Eden y David se conocieron durante un viaje a México dos años atrás, lugar en el que también conocieron a los dos misteriosos invitados que esa noche les acompañan. Poco a poco, Eden va relatando esa especie de grupo de ayuda (más bien, culto) que la curó del inmenso dolor que la consumía por dentro tras el fallecimiento de su hijo. Las enseñanzas que imparten en dicho grupo son, básicamente, mecanismos para reducir nuestros sentimientos a meras reacciones de combinaciones químicas, de las que podemos elegir liberarnos voluntariamente («el dolor es opcional» repite Eden con más asiduidad de la necesaria). Tras un perturbador vídeo que la anfitriona pone a los asistentes (y que la gran mayoría de invitados se toma como una broma), la paranoia de Will se desata definitivamente, asegurando que esa velada es mucho más que una cena, alarmando a todos sobre las oscuras razones que parecen estar detrás de la reunión de viejos amigos que Eden y David han organizado; mientras el resto de asistentes intentan calmarle y hacerle entrar en razón.
¿Por qué David mantiene las puertas de la casa bajo llave?, ¿qué son las píldoras que Will encuentra en la mesilla de Eden?, ¿por qué los anfitriones se muestran tan reacios a que alguno de sus invitados quiera abandonar la fiesta?, ¿qué le ha sucedido a Choi, el primer invitado en llegar a la casa y que ahora nadie localiza?, ¿qué hacen dos desconocidos tan discordantes como Pruitt y Sadie invitados en una nostálgica cena para viejos amigos?, ¿es todo una siniestra e inmensa tela de araña donde empezamos a estar atrapados o el dolor y el alcohol empiezan a hacer mella en un desequilibrado Will?…
La invitación se va construyendo lentamente en base a los silencios de cada personaje y las pistas que poco a poco nos van soltando; no obstante (en contra de lo que pudiera parecer en un primer momento) esta no es una película coral y debemos ser conscientes desde el inicio que todo lo que vemos y oímos está marcado por el carácter de Will, nuestro particular narrador de la velada; quien no está pasando por su mejor momento y su capacidad para racionalizar los hechos que están pasando a su alrededor es, cuanto menos, cuestionable. Componiendo otro de los aciertos del film: un narrador en el que quizás no deberíamos poner toda nuestra confianza.
El film centra toda su efectividad en la interpretación de Logan Marshall-Green, quien debe generar y alimentar constantemente la duda razonable en el espectador, haciéndole bailar sobre la fina línea que separa la realidad, de la locura transitoria; cuestionándonos en cada plano la salud mental de Will, para acabar poniendo en un lado de la balanza su terrible pasado y la ansiedad que éste le genera esa noche y, en el otro, sus sospechas sobre ese supuesto plan maestro organizado por Eden y David.
En contra de lo que se tiende a pensar, tener la inmensa mayoría de la acción de una película confinada en una única localización no es nada sencillo, ni reduce la complejidad del rodaje respecto a una producción con múltiples escenarios. Más bien es todo lo contrario, suele acabar convertido en un enorme desafío que requiere de una cuidadosa planificación plano a plano, que permita trasladar la acción de habitación en habitación sin que el espectador pierda el hilo de las múltiples tramas que están sucediendo en paralelo y más aún si tenemos en cuenta que la historia se desarrolla prácticamente en tiempo real. Y aquí el mérito recae principalmente en los guionistas (Phil Hay y Matt Manfredi) y la directora (Karyn Kusama, en un sorprendente cambio de registro tras sus dos anteriores producciones: «Aeon Flux» y «Jennifer´s body«); todos ellos capaces de mantener la atención del espectador de principio a fin de la historia, revelando únicamente los detalles imprescindibles para mantener viva la sempiterna duda en el espectador y haciendo que nuestros miedos vayan cambiando según avanza la historia; de una reserva inicial a hablar del doloroso pasado, pasamos a la incomodidad de una relación no del todo convencional, a la inseguridad propia al ver la (aparente) capacidad de superación de los demás. Elementos de los que el espectador debe estar atento según pasan los minutos, pues infringirán cada vez miedos más profundos y peligrosos. Y todo, sin necesidad de una tétrica mansión abandonada, llena de misteriosos sonidos; usando algo tan cool como una preciosa y moderna casa de Los Ángeles repleta de encantadores retratos y mucho estilismo. Sin embargo, en esa casa algo flota en el ambiente…y puede que no sea precisamente amor.
Decíamos en nuestra alerta de spoilers que encabeza esta crítica, que recomendábamos no ver ni tan siquiera el trailer y realizar su visionado de la forma más limpia posible. Y, aunque este tipo de avisos suelen ir destinados más a aquellas películas que basan su efectividad en determinadas sorpresas y sustos, este no es el caso de «La invitación». Es indudable que con una sobreinformación acerca de ella o en un segundo visionado, el film perderá efectividad; sin embargo, esta es una historia que se cocina a fuego lento, cuyos principales engranajes funcionan de forma independiente a la información que tengamos. Obviamente, la duda sobre los hechos que están sucediendo sólo será efectiva la primera vez que la veamos; pero la incomodidad que genera es también uno de sus puntos fuertes…y ésta es permanente.
Sin embargo, «La invitación» no está exenta de ciertos errores que las reglas de este género muy pocas veces permiten saltarse; haciendo que no todos los elementos y detalles sean completamente efectivos. Así, la necesidad de mantener la duda en el espectador hasta los últimos minutos de metraje, obliga a manipular en ciertas escenas al espectador; además de ser testigos (una vez más) de la presencia de múltiples personajes planos que se sientan a la mesa por el mero hecho de ser «prescindibles» cuando llegue el climax final; siendo deseable el haber concentrado tantas personalidades casi planas, en uno o dos papeles más interesantes. Por no hablar de los problemas de cobertura que parece tener un lugar tan pequeño, aislado y poco concurrido como la ciudad de Los Ángeles (¡ejem!).
Aún así, La invitación forma parte de ese grupo de películas que son más que bienvenidas por su voluntad de tomar riesgos, de jugar magistralmente con la realidad y la imaginación, con el dolor y el pasado, para cocinar a fuego lento un último plano repleto de simbolismo y amarga conclusión sobre nuestra sociedad contemporánea. Una comunidad que no acepta a quien no entra en el juego de fingir ser lo que uno no es, que huye de quien opta por no ocultar su dolor y vivir plenamente las adversidades que la vida nos depara, que acusa a quien dice la verdad aunque sea molesta…a quien se comporta como una persona.
Trackbacks