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«Feud: Bette y Joan», el juego de Hollywood

27/04/2017

El mayor pecado que puede cometer una estrella femenina de Hollywood es envejecer. Esto era así en la edad de oro y lo sigue siendo en la actualidad, salvo que te llames Meryl Streep, claro.  A partir de una cierta edad los teléfonos dejan de sonar, los guiones (si llegan) solo te requieren para papeles de madre o abuela secundaria y la tentación de recurrir a un cirujano plástico que te estire la juventud perdida es inevitable.  La buena noticia es que si en los viejos tiempos la televisión era una especie de cementerio de elefantes al que los antiguos dioses y diosas del Olimpo solo acudían cuando la decadencia era ya irreversible, ahora no solo es una alternativa que ha igualado o incluso sobrepasado al cine en cuanto a resultados artísticos e impacto popular, sino que es el mejor lugar para reivindicar el derecho a hacerse mayor con dignidad y demostrar que el talento no tiene edad. Que se lo digan a Jessica Lange, actriz doblemente oscarizada y mito erótico en sus años mozos, que hacía mucho tiempo que había sido exiliada de la primera división hollywoodiense cuando Ryan Murphy la (re)descubrió para las nuevas generaciones en “American Horror Story”, serie que le ha devuelto parabienes, premios, popularidad y prestigio, quizás tanto como en su época de esplendor.

 Bette Davis y Joan Crawford, eran auténticas leyendas del Hollywood clásico en los albores de los años 60, pero leyendas apergaminadas para quienes los días de vino y rosas quedaban muy atrás y a las que ya nadie quería contratar. Ellas no tuvieron a su lado a un showrunner como Ryan Murphy para relanzar sus trayectorias, pero sí a un director como Robert Aldrich, que se convenció del potencial de tenerlas juntas en una película y asumió los riesgos de enfrentarse a un rodaje infernal.  De alguna manera “¿Qué fue de Baby Jane?” (1962) fue el particular “American Horror Story”  de Davis y Crawford, un gran éxito de taquilla que les devolvió por un instante los oropeles pretéritos, pero a la postre también fue un canto del cisne que no llegó a frenar el ocaso de sus respectivas carreras porque precisamente la carrera del tiempo la tenían perdida. De eso, del inevitable paso del tiempo en una profesión que no perdona las arrugas, de la soledad a la que condena el olvido,  de vanidades reducidas a cenizas en una hoguera implacable, de egos más grandes que la vida devastados por la frustración y el abandono a los que aboca una industria machista y manipuladora, nos habla “Feud: Bette y Joan”, muchísimo más que una simple y gozosa pelea de grandes divas en un marco de glamour incomparable. Como en “American Crime Story”, Ryan Murphy recurre al pasado (en esta ocasión un pasado mítico) para hablar de un presente continuo, y el resultado, nuevamente fascinante y maravilloso, nos demuestra que las cosas no han cambiado demasiado en los últimos 50 años.

 

Las dos exreinas de la Warner ya tenían una larga historia de celos, envidias y admiración mutua no reconocida antes de coincidir en el plató de “¿Qué fue de Baby Jane?”, un thriller psicológico gran guiñolesco  en el que dos ancianas y antiguas estrellas se tiran de los pelos en una macabra mansión, una trama con malévolos paralelismos con la realidad, o al menos con la realidad que todo el mundo quería imaginar. Tanto Crawford, que fue quien apostó primero por el proyecto, como Davis eran conscientes de estar ante una última oportunidad de atraer los focos sobre ellas y en un principio se conjuraron para firmar una tregua y formar un frente común. Lo que las unía en ese momento era mayor que lo que las separaba, pero acabaron siendo víctimas propiciatorias de un sistema de estudios despótico que azuzó  y publicitó el enfrentamiento para conseguir más atención mediática, pero también de su propia vanidad y de una animosidad recíproca e inextinguible que convirtió el rodaje en un toma y daca de proporciones similares al que se contaba en la propia Baby Jane.

Antes de sentarse ante “Feud” es recomendable haber visto alguna vez el clásico de Robert Aldrich que inauguró un subgénero del cine de terror conocido como “psycho-biddy” pero no es realmente imprescindible para disfrutar la serie porque los avatares del rodaje abarcan hasta el tercer capítulo (de ocho) para después pasar a la campaña de promoción, el juego de las nominaciones al Oscar, la cruel y climática noche de la entrega de las estatuillas, la producción posterior de “Canción de cuna para un cadáver” (1964) y el tristísimo invierno de sus vidas. “Feud” cuenta todos estos acontecimientos con inteligencia, humor cáustico, gloriosas réplicas envenenadas y conmovedores instantes de dolor y desamparo, y lo hace con un mimo por el detalle en la deslumbrante reconstrucción de la época que la convierten en una irresistible golosina tecnicolor para mitómanos. Ryan Murphy, que se pone detrás de la cámara en tres episodios, da otro paso hacia la excelencia narrativa que ya brillaba en “American Crime Story” y se aleja aún más de las estridencias que solían distinguir su estilo visual para realzar el clasicismo atemporal y elegante de su propuesta. No es nada descabellado proclamar en voz alta que “Feud” es su mejor obra y, para un servidor, la mejor serie nueva de lo que llevamos de 2017.

 

Como también suele ocurrir en las producciones de Murphy, el mayor triunfo es un casting perfecto, en el que todos los actores sin excepción están maravillosos. Es imposible decantarse por Joan o Bette, por Jessica Lange o Susan Sarandon. Lo suyo va mucho más allá de la simple imitación: han atrapado el mito, lo han poseído y lo han transfigurado en carne y vísceras. Y qué difícil será tomar partido por una u otra en las próximas entregas de premios. No se me ocurre una ocasión más pertinente para hacer un reparto ex aequo. Sí hay que reconocer que en el tramo final de la serie se nota que la Lange, como actriz fetiche de Murphy que es, juega en casa y el showrunner no ha escatimado en entregarle oportunidades de lucimiento que ella devora, pero Sarandon se planta enfrente y encarna a una Bete Davis perfecta, de frente y al envés, equilibrando nervio y vulnerabilidad a partes iguales.

En ese duelo de mujeres imperfectas, orgullosas pero heridas, rebeldes con causa, frecuentemente  mezquinas y  siempre cuestionables como figuras maternas, Joan es más trágica porque su peripecia vital apela más a nuestra compasión. Ella es una diosa que surgió del subsuelo, sacrificó muchas cosas para alcanzar su divinidad y, consciente de que los años se la han arrebatado, se encuentra esclava de ese ideal perdido, de un gigantesco retrato en la pared, patética y solitaria, preguntándole a una botella de alcohol si todo valió la pena. Por  eso es más doloroso verla a ella humillarse en sus últimos años en el lodazal de la serie B más ignota. Bette, en cambio, demanda nuestra admiración. Ella también es una diosa, pero de una clase más terrenal. Siempre jugó el papel de outsider en la meca del cine y, aunque sabe tan bien como Joan que su tiempo ha pasado, a ella no le importa arremangarse y bajar al barro, poner un anuncio en el periódico ofreciendo sus servicios, autoparodiarse o rebajarse a trabajar en “Pery Mason” o en pilotos de televisión que nunca verán la luz. Ella no se quedará encerrada en su palacio de cristal, pero también flaqueará, dudará, se volverá a ilusionar, se decepcionará sin remisión y al final también estará sola. Y Bette nunca podrá aplacar su resentimiento hacia aquellas actrices mucho menos talentosas pero más agraciadas que ella, que consiguieron por la vía rápida lo que a ella tanto le costaba, mientras que Joan siempre envidiará el reconocimiento crítico que tenía su némesis, sobre todo cuando su bien más preciado, su legendaria belleza juvenil, se marchita irremediablemente. Para ambas, nada fue nunca suficiente.

 

Pero “Feud” también es el Robert Aldrich de Alfred Molina, director atrapado entre la espada y la pared, condenado al ingrato papel de árbitro en una disputa irresoluble mientras sueña con esa película que le transfiera a las grandes ligas de David Lean o George Cukor; el el corrosivo Jack Warner de Stanley Tucci, moviendo sus hilos sibilinamente en beneficio del estudio con la vista siempre puesta obsesivamente en el box-office; la Hedda Hopper de Judy Davis, guardiana de la moral del viejo Hollywood desde su venenosa columna de chismorreos; o la entrañable Mamacita de Jackie Hoffman, la estricta e imperturbable ama de llaves y paño de lágrimas de Joan. Como también ocurría en la reciente “Big Little Lies”, sólo se antoja innecesario, aunque nunca molesto, el coro griego formado por Olivia de Havilland y Joan Blondell (Catherine Zeta-Jones y Kathy Bates, respectivamente), que hacen de comentaristas esporádicas de los acontecimientos desde un supuesto documental posterior del tipo “cabezas parlantes” sobre Crawford. Al menos Zeta-Jones sí termina teniendo un rol participativo en la trama, y no sería mala idea que una futura entrega de “Feud” se centrara en otra rivalidad mítica de Hollywood, la que mantuvo De Havilland con su hermana Joan Fontaine.

En cualquier caso, eso no sucederá en la segunda temporada de la antología, que ya se anunció, antes incluso de que se emitiera “Bette y Joan”, que versará sobre el príncipe Carlos de Inglaterra y Diana de Gales, y ya se ha confirmado que en su reparto figurarán de una forma u otra Lange y Sarandon. Aunque de entrada nos pueda parecer una opción más sensacionalista y menos apetecible, a estas alturas ya tenemos claro que Murphy sabrá tirar de bisturí para diseccionar temas rabiosamente vigentes y necesarios, porque, a la espera de esa segunda entrega de “American Crime Story” prevista para 2018, el creador de “Nip/Tuck” o “Glee” se está reafirmando como uno de los estandartes más firmes del entretenimiento inteligente de la televisión contemporánea.

6 comentarios leave one →
  1. 02/05/2017 11:19

    Pues yo tenía muchas esperanzas y me ha decepcionado un poco. Algo así como un Grandes Éxitos. Muchas escenas buenas, interpretaciones majestuosas pero sin un hilo conductor con tanto interés como para hacer ocho capítulos. Al menos para mí.
    Sin ninguna intención de compararlas pero The Crown, que no me interesaba lo más mínimo su temática, me atrapaba durante todo el episodio.
    A veces creo que Murphy se gusta demasiado y repite fórmulas pero, oye, todo sea para agitar la parrilla.
    Saludos!

    • Jorge Luis García permalink*
      06/05/2017 18:45

      Siempre es bienvenido que nos dejes caer por aquí tus impresiones, GuillemGuasch; también cuando no son del todo coincidentes. A mí «Feud» sí me ha convencido del todo, y su último capítulo entra con todos los honores en el podium de mis imprescindibles de la temporada. Un saludo.

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