«American Crime Story» y «The Night Of»: crímenes en busca de autor
Dos de las miniseries más aclamadas de 2016 se inscriben en un género, el del thriller o drama judicial, en el que ya nos parecía que estaba todo hecho. ¿Cuántas películas habremos visto (y aquí caben desde auténticas obras maestras hasta los más desechables artefactos telefílmicos) sobre procesos jurídicos y carcelarios, abogados infatigables, falsos (o no) culpables, causas aparentemente claras que esconden mucha turbiedad bajo la superficie? Convengamos que ya hemos tenido mucho de eso, y probablemente por esa razón, y a pesar de las buenísimas críticas que han cosechado, más de uno haya pasado por alto “American Crime Story: The People vs. O.J.Simpson”, de FX, y “The Night Of”, de la HBO. En realidad, ninguna de las dos viene a aportar nada nuevo al susodicho género, es decir, los códigos que manejan son reconocibles, identificables y, por qué no admitirlo, en cierto sentido predecibles, pero sí contribuyen a ennoblecerlo porque están endemoniadamente bien contadas y perfectamente ambientadas, exhiben unas interpretaciones magníficas, exponen temas complejos con laboriosa minuciosidad, abarcando toda la escala de grises morales, y se enmarcan en un contexto, un trasfondo social, que les conecta directamente con el aquí y el ahora, lo que posibilita que al resto de sus virtudes se le sume la de propiciar el debate. Aunque son series bien distintas, en tono, ritmo y estética, ambas comparten suficientes elementos como para englobarlas en una misma entrada. Y aunque las dos son muy buenas, una me gusta bastante más que la otra y, sorpresa, no es la de la HBO.
Lo que no es ninguna sorpresa es que “American Crime Story” se haya hecho con los principales premios gordos en la categoría de miniserie en la reciente gala de los Emmy, aunque cuando llegó a la pequeña pantalla, allá por el mes de febrero, nadie sabía muy bien qué nos podríamos encontrar. Venía bajo los auspicios de Ryan Murphy, el responsable de “American Horror Story”, la serie que abrió la senda para el actual auge del formato antológico… y también la primera en demostrar que la fórmula podía degenerar y agotarse antes de lo previsto. En cualquier caso, su querencia por el exceso frívolo y su estilo visual desatado no parecían los rasgos más adecuados para un acercamiento “serio” al celebérrimo caso del juicio de O.J. Simpson, todo un fenómeno social de los años 90, especialmente en EE.UU, donde se siguió como si de un reality show a escala nacional se tratase. ¿Iba a ser “American Crime Story” una sátira, una parodia folletinesca o una payasada autoconsciente? Podía haberlo sido y quizás no hubiera supuesto un mal enfoque, por lo de circense que tuvo el denominado “juicio del siglo”, pero lo cierto es que el sello de Murphy queda reducido al mínimo y lo que queda es un fascinante entretenimiento de primera categoría, tanto para el espectador que recuerda el caso como si fuese ayer (aunque ya han pasado 20 años) como para el que lo desconoce totalmente.
El de O.J. Simpson, celebridad mítica del fútbol americano, impúdicamente rico y famoso, héroe de la comunidad afroamericana pese a no haber sido nunca un abanderado de su causa, era un crimen que dejaba poco resquicio para la duda. Todas las pruebas apuntaban a su culpabilidad en el asesinato de su exesposa Nicole y el supuesto amante de ésta tras haberlos sorprendido juntos. Rastros de ADN, pisadas, evidencias múltiples de que Simpson estuvo en la escena del crimen, una convivencia común marcada por los malos tratos… Sin embargo, el proceso se convirtió en algo más, mucho más, que un juicio por homicidio. Entraron en juego cuestiones de raza, clase, género y fama. El costosísimo equipo de abogados de Simpson, denominado el “Dream Team”, se las arregló para presentar al exjugador de la NFL como víctima de una trampa policial y, por extensión, de un sistema discriminatorio. El proceso pasó a convertirse en una cruzada contra los abusos que históricamente ha soportado la comunidad afroamericana y en un evento que dividió a la sociedad. La defensa también contribuyó con sus numerosos errores y chapuzas a que el veredicto del jurado popular, emitido en directo ante millones de espectadores, exculpara a Simpson de los cargos, ante la indignación de unos y la algarabía de otros.
“American Crime Story” dramatiza este caso de forma apasionante, atendiendo a todos los puntos de vista y poniendo el acento en los principales protagonistas del mismo, convirtiéndoles en personajes reales, profundos y sustanciales. De hecho, el mismo O.J. Simpson no deja de ser un secundario en esta serie. Cierto que es el catalizador y que todo ocurre alrededor suyo, pero las verdaderas estrellas son la fiscal Marcia Clark, una abogada competente y brillante pero sobrepasada ante la magnitud del caso y los desafíos que tuvo que afrontar ante la opinión pública simplemente por ser mujer; su ayudante Christopher Darden, quien lidió con el conflicto moral que le suponían las acusaciones de “tío Tom” provenientes de sus hermanos de raza; y el líder del equipo de defensa de Simpson, el carismático, reivindicativo y fullero Johnnie Cochran. La serie evita la caricatura en la que los tres terminaron convirtiéndose en aquel evento mediático y se afana por dotarles de humanidad y complejidad dramática. Todos ellos luchan por unas convicciones que a lo largo de la serie quedan perfectamente justificadas y se sienten auténticas. No es de extrañar que Sarah Paulson, Sterling K.Brown y Courtney B.Vance hayan arrasado en las categorías de interpretación de los Emmy porque son tres de los personajes más potentes del año seriéfilo. En realidad todo el casting está perfecto, incluso la en un principio denostada interpretación de John Travolta como Robert Shapiro, otro de los prestigiosos abogados de la defensa, termina funcionando porque se adecúa perfectamente al histrionismo extemporáneo de un tipo que ya entonces parecía fuera de lugar y nadaba a contracorriente del resto del equipo. También el conmovedor Robert Kardashian de David Schwimmer, que desde su modesto rincón de la defensa se sorprende asimismo renegando de una amistad que se le revela fraudulenta. Tan solo chirría algo un Cuba Gooding Jr. que no tiene ni la presencia, ni la voz ni el charm necesarios para ser el auténtico O.J. Simpson.
A pesar de desarrollarse en su mayor parte en despachos de bufetes y cortes judiciales, y de documentar un proceso cuya resolución es de sobra conocida, “American Crime Story” es tan vibrante como el mejor thriller de suspense, posee un ritmo ágil y una asombrosa habilidad narrativa. Varios episodios se centran en un aspecto del caso: la famosa persecución del Ford Bronco blanco por la autopista en el segundo capítulo, los problemas de autoestima y dificultades a los que se enfrentó la fiscal en “Marcia, Marcia, Marcia”, el episodio del guante que se resistía a encajar en la mano de Simpson en “Conspiracy Theories” o las vicisitudes a propósito del jurado en el hilarante “A Jury in Jail”, y esa fórmula de buscar que cada capítulo sea diferente y relevante impulsa a la serie, esquivando la monotonía y provocando una singular fascinación en el espectador. A esa dinámica también contribuye una realización exuberante aunque por momentos quizás algo gratuita en sus danzarines movimientos de cámara (al fin y al cabo, en algo tenía que notarse la presencia de Murphy). “American Crime Story” es una serie necesaria porque aunque la historia que nos cuenta sucedió hace dos décadas, en realidad no nos hemos movido demasiado del sitio y el debate que se abrió entonces sigue rabiosamente vigente, como prueban las tensiones raciales en Charlotte, que más allá de la recurrente y grave irresponsabilidad policial (este mismo año también en Tusla, Baton Rouge, Falcon Heights o Chicago) ponen de manifiesto el sempiterno escenario de desigualdad económica y social entre negros y blancos.
En “The Night Of” también hay un crimen, un único sospechoso de haberlo cometido y una buena pila de pruebas incriminatorias, unos abogados que le defienden, una fiscal que acusa, una familia que duda y una sociedad que prejuzga. Y, a pesar de manejar unos ingredientes similares, el cóctel resultante es distinto, menos efervescente y más amargo. La serie de Steven Zaillian y Richard Price es puro HBO, concretamente de la escuela David Simon (no es casualidad que Price escribiese para “The Wire”), lo que habitualmente es sinónimo de lucidez, rigor, crudeza y austeridad. Que con estas características el producto se haya convertido en una de las grandes sorpresas del verano televisivo y se haya ganado el favor del público, con audiencias crecientes para cada uno de sus ocho capítulos (el primero aglutinó a 700.000 espectadores en EE.UU y el último rebasó los 2 millones), supone todo un triunfo para una cadena que ya no es tan incontestable como antaño y que andaba mosqueada tras el patinazo de “Vinyl” (a la que, de todas formas, en este blog siempre defenderemos).
A diferencia de “American Crime Story”, “The Night of” no se basa en una caso real, sino que toma como referencia la serie británica de la BBC “Criminal Justice”, emitida entre 2008 y 2009, para reflexionar sobre las fallas del sistema policial y judicial americano, la falacia de la presunción de inocencia, el racismo latente, el rechazo a la diferencia y el lado oscuro de la naturaleza humana. Si O.J. Simpson en su serie es casi un invitado especial sobre el que gravita todo lo demás, en “The Night Of” no hay duda de que el protagonismo recae sobre Nasir Naz Khan, un joven estudiante neoyorquino pero de origen paquistaní, estudioso, hogareño y con aspecto de buen chico, que una mala noche comete un pequeño acto de rebeldía (coger el taxi de su padre sin permiso para ir a una fiesta en Manhattan), una mínima imprudencia a la que le van siguiendo otras hasta quedar atrapado en una situación kafkiana que le cambiará completamente la vida a él y a los suyos.
Si “The Night Of” fue saludada por muchos medios casi desde el inicio como una obra maestra sin duda se debió a la perfección absoluta de su piloto, “The Beach”, toda una clase práctica de guión y dirección (Zaillian dirige todos los capítulos menos uno), en el que la tensión se cocina de forma gradual, poniendo mimo en que cada detalle sume y lo haga de forma verosímil, cerrando la sensación de fatalidad lentamente pero también de modo implacable sobre el protagonista y sobre el espectador, que se descubre a sí mismo sin aliento en el punto de mayor ebullición. La hipnótica atmósfera de pesadilla surrealista entre el suspense, la tragedia y la comedia negra de “The Beach” pone el listón tan alto que “The Night of” ya nunca vuelve a superarlo, principalmente porque a partir de ahí la serie es otra cosa. El drama abandona su punto claustrofóbico y se expande en varias direcciones (abogados, fiscales, familia, policías, cárcel), en ese sentido coral, profundo y exhaustivo de la ya mencionada “The Wire”, pero sin llegar nunca a las cotas de genialidad de aquella.
Price y Zaillian construyen con precisión, pausa y hondura psicológica a los distintos personajes que se van sumando a la trama y los envuelven en un aroma noir, urbano y feísta, deudor del cine setentero neoyorquino (más Lumet que Scorsese), capturando el latido sórdido y oscuro de la ciudad y las gentes que lo habitan, en especial ese loser conmovedor que es el desaliñado abogado de poca monta John Stone, un payaso triste que arrastra sobre sus andrajosas sandalias una bolsa llena de soledad, eczemas, miserias y sabiduría callejera al que el grandioso John Turturro convierte en uno de las criaturas más icónicas de la televisión reciente (un papel inicialmente pensado para el desaparecido James Gandolfini), a medio camino entre la picaresca de Saul Goodman y la mugre de un decadente detective de novela pulp. Su subtrama con el gato que recorre de forma paralela toda la serie es de los mejores hallazgos de la misma.
“The Night Of” tiene muy claro hacia dónde apunta y lo que quiere denunciar, pero en el proceso comete algunas torpezas que deslucen un tanto el resultado final. La tesis de que el sistema penitenciario puede cambiar radicalmente a un individuo, y no precisamente para bien, es muy pertinente y necesaria, pero la evolución del protagonista se percibe forzada y poco convincente. Y no parece ser un problema de interpretación de Riz Ahmed, que está soberbio en todas las facetas, aunque especialmente cuando tiene que mostrar vulnerabilidad y desamparo. Por otro lado, la participación del siempre bienvenido Michael Kenneth Williams contribuye a darle algo más de enjundia a la subtrama carcelaria, el flanco de la serie más frágil por lo que tiene de típico y tópico. Siguiendo con las flaquezas, y sin ánimo de entrar en más spoilers de los necesarios, hay algún personaje importante que en un cierto momento traiciona su lógico desarrollo sin justificación alguna y termina apartado de mala manera; y alguno que no tenía ninguna relevancia la cobra inesperadamente para poder salir de un callejón sin salida. Son detalles que no se cargan la serie pero sí que empañan el balance final y nos impiden colar a “The Night Of” del lado de las obras realmente mayores.
Aunque inicialmente fue concebida como una única temporada con un final cerrado, el éxito de “The Night of” disparó inmediatamente los rumores sobre una segunda temporada. Que yo sepa, a día de hoy HBO aún no ha dado luz verde, pero Zaillian ya ha dejado caer que “si nos encontramos con algo que todos sintamos que es digno de hacer, lo haremos”, puntualizando que de haber una continuación sería “sobre otro tema”, lo que abre la puerta al formato antológico, que probablemente sea el más adecuado para prolongar un producto como este. La que sí tiene asegurada su continuidad es “American Crime Story”, cuya segunda entrega girará en torno a las consecuencias del huracán Katrina en Nueva Orleans, con gran parte del reparto original adoptando nuevos roles. Solo falta que se miren más en el espejo de “Fargo” que en el de “American Horror Story”.
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