Nuestro Top 10 de… Martin Scorsese
Tenemos que reconocer que no somos la panacea de la originalidad ni los más underground del lugar cuando, al perfilar una nueva entrega de «nuestras favoritas de …», hemos optado por diseccionar la carrera de un tal Martin Scorsese, poco después de haber hecho lo propio con aquel Steven Spielberg. Sin embargo, después de reconocernos previsibles, típicos y clasicotes, ya tenemos la conciencia tranquila y liberada para poder afirmar que Martin Scorsese es, además de uno de nuestros cineastas favoritos, uno de los grandes directores de la historia del cine, merecedor por ende de cualquier elogio, loa o artículo que se le quiera brindar. Y a ello vamos. Poseedor de una extensa filmografía y con una carrera que amenaza con dejar todavía alguna obra maestra más, entre las películas del tito Scorsese podrían sobresalir los títulos más reconocibles por su forma de rodar, aquellos que irremediablemente inundan el recuerdo de cualquier espectador, sí, esos con los gangsters, los disparos y la voz en off como principales protagonistas. Pero el bueno de Martin es más, muchísimo más, desde sus incursiones en las raíces del pueblo americano, con los movimientos migratorios que tan bien conoce y que son base de esas mismas raíces, hasta su visión de determinadas religiones, pasando por afiladas biografías, por la comedia desenfadada y por supuesto por su extraordinaria forma de rodar música, ya que no se deben olvidar sus aventuras junto a lo más granado de la historia del rock. Sí, por allí también pasaremos al recordar una carrera tan larga como ancha.
Que un tipo que allá por los años 70 rodara las que son consideradas unánimemente como sus primeras grandes obras maestras, como grandes obras maestras además de la historia del celuloide, y que en los últimos años haya parido tres inmensas películas como «Infiltrados», «Shutter Island» o «El lobo de Wall Street» habla mucho y bien de la carrera de largo recorrido que está llevando a cabo, sin dejar de crear cimas cinematográficas durante ya más de 40 años. Y es que si en aquellos años 70 sorprendió a propios y extraños con cintas como «Malas calles», «Taxi Driver» o «Toro salvaje», obras oscuras llenas de verdad y de poesía, de una poesía a ras de suelo y de una verdad que ponía a la sociedad ante un espejo, algunos de sus últimos films parecen rodados por el director más joven de Hollywood, por el más joven y también el más atrevido. Pero es que además de numerosas películas muy reconocibles e incluso disfrutables a nivel popular, Martin Scorsese ha tenido también espacio para acercarse al cine de autor, para acometer proyectos a todas luces minoritarios, para darse un paseo por la televisión y para, como ya hemos dicho, filmar algunas de las historias de la música más apasionantes. Sobran las razones por tanto para hacer un ejercicio tan típico como injusto y plantearos un listado con nuestras 10 películas favoritas de Martin Scorsese:
10. SHINE A LIGHT (2008), por Rodrigo Martín
No queremos engañarnos a nosotros mismos: al lado de “El último vals”, “No Direction Home: Bob Dylan” o “George Harrison: Living in the Material World”, es más que probable que “Shine a Light” sea el documental musical dirigido por Martin Scorsese peor (o menos mejor) considerado de todos. Sin embargo, tiene una bala infalible, definitiva, que acierta de forma certera, imposible que no lo hiciera, en el corazón de los miembros de este blog: The Rolling Stones. Y es que algunos ya sabréis del predicamento que tienen Sus Satánicas Majestades por estos lares. Cierto es que no es un fiel reflejo de lo que han venido siendo los Stones en directo en las últimas décadas (con shows mastodónticos y multi-multitudinarios). Tampoco sirve para bucear en lo más excelso de su repertorio (para ello harían falta 8 horas de documental). Está muy lejos de funcionar como una biografía fidedigna de la banda (aunque incluya algunas imágenes de archivo y un par de entrevistas), ni siquiera como un retrato aproximado de los entresijos de una gira mundial (pese a que les veamos en alguna secuencia entre bastidores). Ni siquiera inmortaliza un momento mínimamente trascendente en la dilatadísima historia del grupo (frente a tantos hitos, un par de shows benéficos en el Beacon Theatre de Nueva York no parecen gran cosa). Es más, podríamos decir que tampoco es el film en el que más y mejor destaque la mano y la autoría de Scorsese… si exceptuamos esos brillantes 12 primeros minutos en los que el propio cineasta, aparentemente superado (¡qué más da que esté claramente falseado!), nos va guiando por los prolegómenos del show hasta arrojarnos a las llamas cuando estalla ese “Jumpin’ Jack Flash” electrizante con el que, ya sí, arranca definitivamente la función. A partir de ahí, Scorsese tenía la misión de capturar el embrujo, la maestría y la energía sobre las tablas de la banda más legendaria de la historia del rock and roll, y lo consigue, vaya si lo consigue, retratando a los Stones en lo musical y por momentos en lo personal (ahí vuelven a conquistarnos, una vez más, el canallita Keith Richards y el entrañable Charlie Watts) con una cercanía y autenticidad sólo al alcance de su mano.
9. EL ÚLTIMO VALS (1978), por Alberto Loriente
Scorsese disfrutó en la segunda mitad de los años 70 de un estado de gracia tan descomunal que ni siquiera ‘respetaba’ los proyectos, digamos, más modestos. Por aquellos tiempos, el documental musical, excepción hecha del legendario «Woodstock», pasaba por no ser mucho más que una ilustración de una actuación de un artista concreto. La intención al contratar al italoamericano para filmar el último concierto de la formación original de los legendarios The Band el Día de Acción de Gracias de 1976 en San Francisco tampoco parecía pretender mucho más. Sin embargo, no contaban con la ambición que destilaba en ese momento nuestro protagonista. Rodeándose de un equipo técnico de absoluta élite, Scorsese ideó un nuevo acercamiento a la música en vivo, buscando el más mínimo detalle, recogiendo cada mínimo gesto entre los músicos, pero siempre siendo guiado por el sentimiento que evocaba cada momento musical y descartando otras cuestiones periféricas. La conjunción de esa fantástica realización del cineasta, la cálida y ‘vintage’ fotografía de Michael Chapman y, sobre todo, la brutal enjundia musical de un acontecimiento que no solo repasaba el cancionero de The Band, sino que incluía la intervención de un conjunto de estrellas irrepetible (Bob Dylan, Neil Young, Eric Clapton, Muddy Waters, Van Morrison, Neil Diamond, Dr. John, Emmylou Harris, The Staple Singers, Ringo Starr o Ronnie Wood, entre otros) acababa ofreciendo el, muy probablemente, mejor documental musical de la historia, la pieza que cambió y sublimó el género para siempre y el emotivo retrato del fin de una era -la que protagonizaron los soñadores artistas que a partir de los 60 hicieron creer en la posibilidad de un mundo nuevo- para dar paso al descreimiento que caracterizaría a los inminentes punk y new wave. Momentos como las brutales actuaciones de Waters y Morrison y las interpretaciones de «The Night They Drove Old Dixie Down» y «The Weight» -dos de los más grandes clásicos de los canadienses- son ya unas de las cumbres de toda la historia del rock.
8. ¡JO, QUÉ NOCHE! (1985), por Jorge Luis García
En ocasiones una película aparentemente menor en la filmografía de un gran cineasta puede resultar más fascinante que algunos de sus títulos más ambiciosos, y eso es lo que me sucede a mí con “After Hours”, cuyo vulgar título en español, más propio de cualquier comedieta de desmadre juvenil ochentera, no puede ser más letalmente equívoco, y seguramente haya contribuido a que el público la haya encajonado inconscientemente en una categoría a la que no pertenece (como quizás le habría ocurrido a “Taxi Driver” si aquí les hubiese dado por llamarla “El peseto está muy loco” o algo por el estilo). Sí es cierto que este filme es una deliciosa anomalía en la trayectoria de Scorsese -que no volvería a pisar terrenos similares- pero también es su cinta más imprevisible y subversiva, y en el fondo sigue teniendo el sello reconocible de su autor. La extraordinaria peripecia nocturna de un modesto, tímido e inseguro oficinista que se adentra en el Soho neoyorquino incitado por lo que parece ser un ligue fácil y sin complicaciones se convierte en una surrealista y kafkiana pesadilla de la que el protagonista es incapaz de escapar. “After Hours” discurre en un onírico laberinto urbano de apartamentos inquietantes, bares desiertos y antros que cambian de ambiente de una escena a otra, poblados por una fauna de personajes solitarios y desquiciados (mención especial para esa Rosanna Arquette con la que empieza todo el lío y que nunca estuvo más sugerente y atractiva que aquí, pero también para la salvaje artista bohemia de Linda Fiorentino o la anacrónica camarera yé-yé de Teri Garr) que en realidad no son sino meras marionetas de un Creador travieso y revoltoso que disfruta atormentando a su criatura, un Griffith Dune especialmente memorable capturando la paranoia y angustia de un tipo normal totalmente sobrepasado por las circunstancias. Puede que Scorsese rodara antes y después películas más influyentes, reputadas o simplemente mejores, pero pocas tan dinámicas, ocurrentes y frescas como “After Hours”, quizás la gran comedia de culto de los 80. Una joyita a (re)descubrir.
7. SHUTTER ISLAND (2010), por José Manuel Loscertales
Tras su Oscar por «Infiltrados», Martin regresaba a los cines cuatro años después con una adaptación de la novela homónima de Dennis Lehane y un reparto estelar en el que destacaba (una vez más) la presencia de Leonardo DiCaprio, acompañado de Mark Ruffalo, Ben Kingsley, Max Von Sydow, Patricia Clarkson, Michelle Williams, Emily Mortimer y John Carroll Lynch. Con los tenebrosos primeros compases de su (espectacular) banda sonora, dos marshals (Teddy y Chuck, DiCaprio y Ruffalo) llegan al hospital psiquiátrico situado en una pequeña isla cerca de Boston, con la misma sensación que tenía Ann Darrow al aproximarse a la isla Calavera: estar ante una clara e inminente amenaza. Y, aunque en un principio empezaremos a degustar lo que (a simple vista) parece una investigación policial al uso sobre la desaparición de una paciente del psiquiátrico, en la que funcionarios del recinto y pacientes van siendo interrogados uno a uno mientras sucesivas pistas van surgiendo aquí y allá, poco a poco nuestra mirada (al principio limitada por el punto de vista del protagonista) irá abriendo su campo de visión a una realidad más completa y llena de preocupantes matices. Detalles estos que harán dirigir lentamente nuestras sospechas hacia el propio Teddy, según vayamos conociendo su traumático y macabro pasado (tanto en la segunda guerra mundial, como en una posterior tragedia familiar). Hasta llegar al faro de la isla. Ese faro en el que, cual guía narrativa, conoceremos la terrible verdad que inexorablemente iba anticipando el cambio de rumbo de la película: ¿es mejor vivir como un monstruo o morir como un héroe? Con claras referencia a piezas maestras del género como «Vértigo» o «El resplandor», pocos títulos representan de forma tan efectiva la erosión paulatina en la confianza que, como espectadores, depositamos en el narrador de la historia. A diferencia de otras películas en las que, cuando conocemos su desenlace, ésta pierde casi toda su efectividad en segundos visionados, «Shutter Island», muy al contrario, muta en un segundo film diametralmente distinto al thriller psicológico que vimos en su origen… llegando, por momentos, incluso a rozar elementos propios de la comedia.
6. CASINO (1995), por Sergio Almendros
Solo dos años después de sorprender a propios y extraños con aquella delicia que era «La edad de la inocencia», Martin Scorsese regresó a su estilo más reconocible en «Casino» para volver a filmar una historia de auge y caída, de mafiosos, de excesos y violencia. Y es que la única pega que se le podría poner a «Casino» es su parecido narrativo con aquella legendaria «Uno de los nuestros», pero ¡bendito parecido! De nuevo nos encontramos con una voz en off que da fluidez y ritmo a un extenso metraje, de nuevo somos los ojos infiltrados en una historia de mafiosos, de poder, de ambición y de falta de escrúpulos para alcanzar todo esto. Pero si acaso ahora la película está más cuidada visualmente, cuidada en el exceso, porque la omnipresente música, el ritmo frenético, las interpretaciones corales, los dorados por doquier, la droga, el sexo, todo estaría llamado a convertirse en un desenfreno apabullante pero también agotador si no fuera por la destreza de Scorsese en la dirección, que sabe llevar todo ese despliegue de fuegos artificiales a un lugar incluso cercano a lo poético. Robert De Niro volvió a ponerse al frente del elenco, en la última de sus celebradas colaboraciones con Scorsese, y de nuevo con una interpretación y una presencia extraordinaria. Joe Pesci, al igual que en «Uno de los nuestros», bordaba en los terrenos secundarios el papel de personaje fuera de los límites, de gatillo fácil, de comportamientos incontrolados, llenando la pantalla en cada aparición. Así, con estos dos protagonistas ya trazados en el ‘filme hermano’, la principal sorpresa entre el plantel era la presencia de Sharon Stone, y vaya jugada que se sacó el bueno de Martin de la manga. La intérprete, acostumbrada a productos casi siempre absolutamente comerciales y con poco más reclamo que su físico, bordó la mejor actuación de su carrera, de largo, en su aventura más complicada, una interpretación que le valió un Globo de Oro y una nominación al Oscar. De inmediato, la cinta fue recibida como un nuevo hito en la filmografía de Scorsese, si bien en los siguientes años su tino no estuvo tan fino, ya fuera por cintas a todas luces minoritarias y menores («Kundun») como por no llegar totalmente a lo pretendido en otras que aspiraban a convertirse en grandes obras incontestables («Gangs of New York»). Pero, por lo pronto, ya había rodado otra película legendaria.
5. EL LOBO DE WALL STREET (2013), por Rodrigo Martín
Quienes acusaron a Martin Scorsese cuando estrenó en 2013 “El lobo de Wall Street”, su vigesimotercer film de ficción, de repetirse, incluso de ya haber rodado antes esa misma película, estaban totalmente en lo cierto. Y no sólo lo había hecho en una ocasión, sino en varias. La clásica historia del antihéroe que, partiendo de lo más bajo, va subiendo en el escalafón en un ambiente turbio (ya sea como boxeador, mafioso, productor de Hollywood…) hasta llegar a la cima, y desde ahí empezar a desmoronarse en lo profesional y aún más en lo personal, para acabar cayéndose (a veces literalmente) con todo el equipo, ya nos la había contado el bueno de Martin con mayores o menores similitudes en “Toro salvaje”, “Uno de los nuestros”, “Casino” o “El aviador”, incluso en productos televisivos con su firma como “Boardwalk Empire” y “Vinyl” (si HBO no hubiese cortado su desarrollo de raíz, claro). Pero es que nadie sabe contárnoslo mejor que él, y en “El lobo de Wall Street” vuelve a hacerlo de forma apabullante e impecable. El Scorsese más exuberante, irreverente y frenético, sí, el de las mencionadas “Uno de los nuestros” y “Casino”, regresa en estado puro impartiendo a sus 70 años otra lección magistral de nervio narrativo a todos esos pretendidos discípulos que nunca le llegaron a la suela del zapato. Con el Leonardo DiCaprio más entregado y desatado que hayamos visto nunca como mejor aliado, el director nos endosa tres horazas (que se pasan volando) bañadas con todos los excesos, vicios e inmoralidades inconcebibles, salpicado todo con un sentido del humor tan sucio y salvaje que hizo que no pocos malinterpretaran la cinta como una apología de la ilegalidad y la indecencia. Allá ellos. Lo que nadie puede negar es que “El lobo de Wall Street” es el film más icónico de Scorsese, y el que más chascarrillos (me fastidia decir ‘memes’) ha legado al imaginario colectivo, en muchísimos años. Y tiene un buen puñado de secuencias inolvidables, en el top de su filmografía (¡casi nada!), la más memorable aquella con DiCaprio/Belfort puesto hasta arriba de quaaludes. ¡Ah! Y le debemos la irrupción fulgurante de Margot Robbie. ¿Acaso se le puede exigir algo más a un cineasta con casi cinco décadas de trabajo a sus espaldas?
4. INFILTRADOS (2006), por José Manuel Loscertales
Y por fin, llegó el premio Oscar. El 25 de febrero de 2007 (tras 40 años de carrera y 20 largometrajes) Scorsese levantaba la dorada estatuilla que le entregaban sus viejos amigos Spielberg, Lucas y Coppola en el Kodak Theater. «Infiltrados» no era su mejor film. Tampoco el más original (basado en la trilogía «Infernal Affairs» de Alan Mak y Andrew Lau, junto con claras referencias a «Scarface» y «El tercer hombre» reinando también a lo largo de su metraje). De hecho, podemos decir que «Infiltrados» es estéticamente el film más alejado del propio Scorsese (excesivo en el número de planos, renunciando a sus tan característicos flashbacks y fotogramas congelados con los que enriquecer la narrativa y evitando usar la banda sonora como hilo conductor). Para colmo, Martin venía además de dos relativos fracasos en taquilla como «Gangs of New York» y «El aviador». Sin embargo, dos palabras son suficientes para justificar la grandeza de este título: Frank Costello. Un extraordinario Jack Nicholson conseguía reinar a lo largo y ancho de este film con una interpretación plagada de excesos e improvisaciones; acompañado además por las dos mayores estrellas del momento: DiCaprio (nuevamente) y Matt Damon, enfrascados ambos en un apasionante juego del gato y el ratón, en el que uno nunca tiene claro quién es quién en esta pareja de infiltrados. Por si fuera poco, Martin Sheen, Vera Farmiga, Alec Baldwin, Mark Wahlberg y Ray Winstone cierran su brillante elenco de actores. No obstante, a pesar de esa mencionada ruptura estilística, Scorsese no se resiste a utilizar sus primeros diez minutos (al igual que hiciera en «Uno de los nuestros» y «Casino») para sentar las bases que perfilan el pasado, presente y futuro de este mafioso afincado en el barrio irlandés del sur de Boston (inspirado además en el Whitey Bulger que ocho años después encarnaría Johnny Depp en «Black Mass») que durante décadas ha ido ganando el pulso que mantiene con la polícia y el FBI.
3. TORO SALVAJE (1980), por Alberto Loriente
A finales de los años 70 Scorsese mostraba una absoluta indiferencia hacia todo lo relativo al boxeo. Entonces, ¿cómo es que el italoamericano logró filmar la mejor película de la historia sobre este deporte y una de las consideradas obras cumbre tanto de los años 80 como de su propia trayectoria? Fácil, porque un Marty en su máximo nivel de adicción a la cocaína se identificó plenamente con el personaje de Jake La Motta, un ‘loser’ de manual que, pese a haber logrado la gloria deportiva, fue casi siempre incapaz de disfrutarla debido a lo voluble, violento y celoso de su carácter. Porque sí, nadie ha sabido rodar mejor el boxeo que Scorsese, logrando una experiencia inmersiva y antiépica en el que cada puñetazo lograba doler al espectador gracias a un soberbio montaje, pero en lo que echó el resto fue en narrar las tristes andanzas de La Motta a través de diferentes periodos de su vida, ayudado por la brutal solidez del guión de Paul Schrader y engalanada por la preciosa fotografía en blanco y negro de Michael Chapman, que acentuaba la ya latente influencia de ese Neorrealismo italiano tan querido por el cineasta neoyorquino. Obviamente, el principal recuerdo que nos dejó «Toro salvaje» es esa insuperable interpretación del mejor Robert De Niro -con su consabida e histórica brutal transformación física para encarnar al La Motta más decadente de los espectáculos humorísticos-, pero no se debe olvidar la impresionante aparición de Joe Pesci en su primer papel cinematográfico de entidad y la revelación de esa preciosa Cathy Moriarty en el rol de Vicky, la sufrida esposa del púgil. Entre tantas secuencias históricas de esta obra maestra casi duele destacar una, pero me es imposible no poner el acento en esa increíble espiral que desata un televisor sin señal y que desemboca en las agresiones a su esposa y a su hermano Joey por parte de un iracundo La Motta. Nunca se ha filmado de una manera tan fidedigna y virtuosa el estallido de la violencia. Muy pocas veces podremos maravillarnos tanto con una simple película.
2. TAXI DRIVER (1976), por Sergio Almendros
Martin Scorsese todavía era un joven y prometedor realizador cuando parió una de las más grandes obras cinematográficas del siglo XX, una película que bien parecería la de un experimentado director, una cinta que por sí sola ya valdría toda una carrera para cualquier cineasta. De la mano de un inconmensurable Robert De Niro, «Taxi Driver» se adentraba en los bajos fondos de un oscuro y turbulento Nueva York a golpe de poesía visual y una embriagadora música jazz, un lienzo sobrecogedor que estremecía tanto por lo que enseñaba como por lo que contaba. El guión de Paul Schrader en su primera colaboración con Scorsese nos mostraba a un personaje intentando escapar de su crónico insomnio y de su propia existencia recreándose en las inmundicias del resto de la sociedad, pero poco a poco el icónico Travis Bickle tornaría en una especie de Dr. Jekyll y Mr. Hyde hasta destaparse en un desgarrador y terrorífico final, uno de los más espeluznantes que se puedan recordar en la gran pantalla. De esta forma, más allá de las eternas imágenes que han quedado para la historia, como aquel «Are you talkin’ to me?» frente al espejo, o la de un De Niro ensangrentado simulando tres disparos en la sien con su mano mientras traza una diabólica sonrisa, lo que definitivamente quedó en la memoria colectiva, más allá también de su paradójico final y sus brotes de violencia, es el ensayo sobre el origen de la virulencia social, sobre cómo una mente enferma encuentra acomodo en la sociedad cuando esa enfermedad salta por los aires y consigue entremezclarse con la mugre y la hipocresía de la urbe. La película supuso el espaldarazo definitivo como uno de los grandes actores de siempre para De Niro, quien ya por entonces era una estrella, y sirvió para hacer la presentación de rostros que posteriormente serían indispensables, como los de Harvey Keitel o Jodie Foster. «Taxi Driver» gozó desde el principio del beneplácito de la crítica, que rápidamente la saludó como un clásico instantáneo, si bien, a excepción del Festival de Cannes, el resto de grandes premios le fueron esquivos, aunque esto será una losa que acompañará a Scorsese a lo largo de su carrera.
1. UNO DE LOS NUESTROS (1990), por Jorge Luis García
Para la mayoría de quienes despertamos al cine adulto en los años 90 “Uno de los nuestros” es LA película de Scorsese; es decir, la que mejor ejemplifica lo que entendemos por un Scorsese en estado puro y en su mejor forma, la traducción más definitoria de su libro de estilo. Cine eléctrico, vibrante, febril y arrollador, del que te golpea directamente en el mentón y te remueve las entrañas. Ya lo era en el momento de su estreno y lo sigue siendo hoy, porque aún no ha perdido ni una pizca de su punch original. Muy al contrario, podemos reafirmarnos en que ésta sigue siendo la cinta definitiva sobre la mafia, mano a mano con “El padrino” (de la que funciona como una desmitificadora cara B, más sucia, realista y a pie de calle), pero también constatamos que su influencia se extendió por todo el cine norteamericano que vino después (con Tarantino y sus imitadores a la cabeza) e incluso más allá (“Los Soprano” nunca hubiera sido posible sin “Goodfellas”, y no es de extrañar que medio reparto de ésta estuviera después en aquélla). Scorsese volvía al universo del crimen organizado italoamericano 17 años después de “Malas calles” -cinta que, en comparación, queda como un ensayo o bosquejo de lo que estaba por llegar- para documentar el auge y caída a lo largo de tres décadas de un grupo de rufianes en un mundo amoral, corrupto y salvaje en el que la vida vale aún menos que la lealtad y en el que nadie está nunca a salvo. Scorsese rueda con una viveza y una energía que traspasa la pantalla anécdotas, costumbres, ritos familiares y episodios de una violencia cruda e inesperada durante casi dos horas y media atiborradas de secuencias memorables que se pasan en un suspiro. Rompe las reglas de la narrativa convencional cuando le conviene, pone a bailar la steadycam en un ejercicio de virtuosismo difícilmente igualable y nada gratuito (el ya mítico plano secuencia de la entrada al Copacabana es magistral no solo por la precisa coreografía que conlleva -sin falsos cortes- sino por todo lo que dice y cuenta sobre los personajes a nivel metafórico) e imparte una lección de montaje espídico junto con Thelma Schoonmaker en el cocainómano tramo final. Acompañado de un excelente Ray Liotta que nunca jamás volvió a jugar en estas ligas, De Niro en la época en la que aún era el mejor actor del mundo y un emblemático Joe Pesci en la piel de un psicópata impredecible y bestial que volvería a bordar tal cual en “Casino”, Scorsese escaló una de las cumbres más altas de los 90 y desde ahí indicó al resto el rumbo a seguir.
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