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«Hannibal»: la última cena está servida

03/09/2015

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(ALERTA SPOILERS: Este post analiza con detalle la tercera y última temporada de Hannibal. Es recomendable que si aún no has disfrutado de «The Wrath of the Lamb» vuelvas cuando lo hayas hecho. Nada aquí es vegetariano.)

Casi parece mentira que hayan transcurrido más de tres años desde el estreno de Hannibal, aún más tiempo desde que se anunció que esta saga iba a dar el salto a la pequeña pantalla para ofrecernos una visión diferente de uno de los asesinos ficcionales más célebres de la historia. Pero hoy nos toca despedirnos, nos toca decir un adiós un tanto ambiguo a casi una cuarentena de episodios, a un producto que ha sabido deleitar a un tipo de espectador muy peculiar y que, con sus idas y venidas, con sus defectos y virtudes, ha sabido crear un universo propio. Un universo que incluso se aleja de su original formato literario meramente policial, que se aleja de la saga cinematográfica que tantos admiradores ha dejado a lo largo de los años. Un producto que, en su elegancia y buen hacer, casi nos ha distraído del hecho de pasar más de cuarenta minutos siendo testigos de una gran burrada enfermiza.

Hannibal no se ha ido de la manera en que se marchan otros programas cancelados, quizá porque desde sus comienzos tuvo que cargar con el lastre de ese maldito rating de audiencia que nunca llegó a mejorar. Si pasó de sus primeras entregas, es porque alguien en la cadena creyó en la calidad que se estaba ofreciendo, al igual que ocurrió con la temporada que sucedió a esta primera. El fenómeno denominado «fannibal» está ahí, más presente y desesperado que nunca, pero no dejamos de ser conscientes de que las alternativas para disfrutar de la cultura a las que la gran mayoría recurrimos no hacen los números. Esta serie tuvo la desgracia de nacer en una cadena pública y eso, por razones obvias, ha terminado por suponer también su muerte. Una muerte tan anunciada como la de Santiago Nasar, desde luego. Nadie se sorprendió. Pero no quiero hablar del final todavía, ni de las múltiples interpretaciones que nos ha dejado, ni de las impresiones y los deseos de continuidad a los que no puedo unirme. Dejemos eso para más tarde.

La segunda temporada se despidió con una épica masacre, con la preciosa bestia respirando y celebrando su libertad bajo la lluvia después de haber convertido su propio hogar en un océano de sangre en el que bien podían haber yacido muertos todos aquellos que rodearon al personaje en aquella trampa. Como regalo añadido, además, tuvimos la oportunidad de verlo mucho más relajado, limpio y trajeado tomando un vuelo a un destino que aún nos era desconocido. Menos animal y más humano, pero esto sólo era una pausa. A dicho destino no se dirigía solo, sino de la mano de la gran Bedelia Du Maurier, psiquiatra desquiciada y jugadora, por mucho que un día se nos presentara como una mujer llena de autocontrol, fría y elegante en sus maneras, profesional ante todo y como seña de identidad. Fue una sorpresa y a nosotros nos tocó esperar durante quince meses, preguntándonos por qué alguien que se ve en la necesidad de huir despavorida de la criatura cervuna acaba convirtiéndose en cómplice.

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Tratándose de un producto que valoro, que he valorado tanto, no me gustaría recrearme en los aspectos negativos dejando que condicionen todas las cosas buenas que hay que poner en la balanza y que, sin lugar a dudas, pesan infinitamente más que los patinazos que han existido. He de ser honesta, pero vamos a arrancar esta tirita de cuajo para poder disfrutar y saborear el recorrido. Ha habido puntos flacos en esta temporada, es evidente. Es muy frecuente que cuando una fórmula funciona termine por quemarse. Es lo que se llama «morir de éxito» a mayor escala. La elegancia, la belleza de lo repugnante y el simbolismo descarado han sido caracterísicas muy notables y definitorias en Hannibal. Sin embargo, casi todo espectador ha percibido estos elementos como un exceso de pomposidad, de narcisismo incluso, en determinados momentos del desarrollo de la temporada. Y ha sido así, realmente. En ocasiones he sentido que la serie se gustaba tanto a sí misma que se convertía en una parodia. No ha sido una constante, no es una apreciación general, han sido momentos puntuales, pero están ahí y no pueden obviarse.

La temporada final no sólo ha ofrecido varias tramas, sino que podríamos dividirla sin problema en dos partes perfectamente marcadas en el tiempo. El eje de estos trece episodios ha sido la relación de Hannibal con el resto de personajes, su juego, del que todos han sido parte. Hemos pasado tres meses, podría decirse, dentro de la cabeza del asesino, presenciando cómo sólo con sus palabras, dentro o fuera de una celda, los ha manipulado a uno detrás de otro hasta prácticamente reducirlos a una condición de títeres. Todos, absolutamente todos, han terminado por desarrollar una obsesión malsana por el Doctor Lecter. Unos han querido venganza, otros no han contemplado otra opción que la de acabar con él para poder seguir viviendo en sus propios cuerpos. Y luego ha sugido el amor, un amor indefinible que se escapa a cualquier clasificación que haga justicia, un amor que nace de la fascinación mezclada con el más primitivo instinto del miedo, que nace de la sangre y de lo que nos hace humanos, de esa parte que no consiste en la piedad y las lágrimas sino en la dominación del débil. Del sátiro, del mártir, del sádico que se esconde dentro de nosotros y un día cualquiera puede ver la luz si no sabemos gestionarnos. Una lucha que nunca acaba.

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La primera parte, que se extiende a lo largo de siete episodios, transcurre en Florencia la mayor parte del tiempo y se mueve al ritmo del monstruo y la esposa del monstruo, que están justo en el punto de mira, que juegan a ser y no ser mientras todo aquel al que Hannibal ha jodido en una vida anterior se acerca peligrosamente sin atreverse a acercarse del todo. Arrancamos con ellos dos, Lecter y Bedelia, elegantes, planchados y cultivados, con sus menús exquisitos, sus trajes de alta costura, sus refinados gustos culturales y su banda sonora clásica. Un envoltorio precioso para dos psicópatas. Los dos saben muy bien lo que hacen, los dos creen (y así es) tener el control sobre todo, pero luego llegan los silencios, los días nublados, los grandes espacios. Llegan los baños calientes en los que una llega a preguntarse qué busca exactamente conviviendo con alguien que terminará por servirla en bandeja de plata, por qué se mete en su cama al llegar la noche y por qué, día trás día, después de pedir las mismas trufas y el mismo vino con la mirada triste y la cabeza agachada, vuelve a casa para participar de otro acto sangriento, para reafirmarse en un matrimonio de horror y complicidad.

Es Bedelia Du Maurier, señoras y señores. Aquella psiquiatra que esperaba al psiquiatra sobre infinitos tacones, la que tuvo que huir, la que volvió para mentir a la policía y escapar con la bestia. Un personaje fascinante y que pasará a la historia, creado para la serie y magistralmente interpretado por Gillian Anderson, que cada día impone más con su presencia solemne interprete el rol que interprete. Bedelia está en Florencia e intuímos la razón. Ha traspasado la línea en la que en lugar de ayudar al pájaro frágil lo aplasta, porque la debilidad atrae con ese espejismo de dominación. Las escenas que Anderson y Mikkelsen han compartido son de enmarcar, una convivencia enfermiza y plena de humor negro de la que hemos sido testigos. La esposa del monstruo se debate entre ser partícipe o espectadora pero ya forma parte del juego aunque no quiera asumirlo. Sabe que un día será comida, pero también tiene claro qué hará cuando las autoridades vengan a buscarla. Es un duelo de titanes, inteligencias fuertes y retorcidas. Son dos psicópatas jugando a matar el tiempo mientras llega lo inevitable.

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Pero ella no ha sido la única en el recetario de Hannibal. Jack, sediento de venganza y cansado, en pleno duelo por la muerte de su estrella y lleno de rabia y humillación profesional, comienza una persecución sin descanso para cazar a il mostro. Una persecución cuyo punto más atrayente llega con la famosa escena del enfrentamiento en el museo. Ya ni siquiera tiene la intención de detenerlo legalmente, sino de acabar con él, de dar rienda suelta a toda la violencia que se ha ido gestando en su interior desde que tuvo que contemplar el verdadero rostro del caníbal.

-¿Qué vas a hacer cuando me vaya?

-Ser libre

La venganza de Alana Bloom, sin embargo, esconde motivos más complejos. Alana, como el resto del equipo, ha sido profesionalmente humillada y víctima de un engaño, pero sus razones son más pasionales, esconden un componente de rencor sentimental atroz y esto salta a primera vista. Suponemos que son razones de suficiente peso como para aliarse con un cerdo adinerado criado entre cerdos como es Mason Verger, queriendo la cabeza de Lecter a cualquier precio. La evolución de Alana está muy presente, atrás quedaron las sonrisas y la relativa inocencia de otro tiempo. La mujer que vemos ahora ha madurado con dolor y rabia contenida, y encuentra en la más que maltratada Margot una vía de escape, una salida al amor que funciona para dos almas cansadas de la realidad, una familia.

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Pero si algo ha sido excepcionalmente estimulante en toda esta vorágine de psicodelia y carnaza, es la relación de amor abstracto y odio visceral como escudo que han mantenido Will Graham y Hannibal Lecter. Una suerte de romance sin citas ni preliminares, un ni contigo ni sin ti que guarda mucho de aquello que llamamos síndrome de Estocolmo. Porque Will ha sido una marioneta, con su inteligencia dolorosa y su vena antisocial, con su capacidad de ignorar la necesidad de huir de aquel que casi le da muerte porque la atracción es más fuerte y a la boca del lobo hay que acabar entrando, aunque los dientes brillen a kilómetros.

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El problema, el gran problema, es que de tanto verse manipulado ( y con unos niveles de sadismo que ya hacían saltar hasta al espectador) acaba por interiorizar unos deseos que no tenemos claro si son suyos, saltamos de marioneta a pupilo, y ahí lo tenemos, capaz de morder un rostro, de hablar sin piedad, de olvidar que jamás haya existido en el mundo una palabra para definir el miedo. Cansancio, vemos un cansancio que traspasa los límites y lleva a Graham a decidir que no quiere saber nada de su cazador. Tiene la certeza de que morirá en sus manos y acabará en su mesa, pero allí, en su cabaña de madera, de vuelta a la zona de comfort donde de nuevo no hay un alma, se pronuncia contra la obsesión de seguir persiguiendo.

I miss my dogs. I’m not gonna miss you. I’m not going to find you, I’m not gonna look for you. I don’t wanna know where you are, or what you do; I don’t want to think about you anymore. Good-bye, Hannibal.

Hay declaraciones de amor todos los días, manidas hasta la saciedad, cargadas de estereotipos y de frases estúpidas que hemos aprendido en televisión. Luego estamos nosotros, como público, espectadores de un episodio que nos tiene en vilo, y observamos la transformación en el rostro de Hannibal, esa sombra de lágrimas que sólo asoma cuando alguien se siente rechazado. Podría parecer que hablo de amor vulgar y corriente, pero no. Estoy hablando de algo mucho más complejo y retorcido, algo para lo que aún no se han inventado expresiones y sobre lo que me gustaría extenderme más adelante. Basta decir que un animal salvaje que hasta ahora ha podido con todo se deja atrapar, se ofrece, sin pestañear.

I want you to know where I am. And where you can always find me.

La segunda parte de la temporada, aunque muy bien acogida en general por la audiencia, me ha resultado bastante menos atractiva y estimulante. Aquí, por supuesto, entra en juego el haber disfrutado de la historia de Francis Dolarhyde en dos formatos anteriormente, sabiendo lo que se puede esperar. Al margen de esto, Richard Armitage ha realizado un gran trabajo acercando a nuestras pantallas a un asesino perseguido por el pasado, que basa su autoestima en la brutalidad de sus crímenes y trata de convertirse en el dragón porque, es evidente, no ha sabido jamás lo que es pertenecer a una familia feliz.

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Lo más interesante, para variar, es la conexión con el jugador número uno. Ni el amor ni la posibilidad de una vida van a saciar el hambre del dragón cuando su majestad Hannibal Lecter está ahí jugando a entender su dolor por ser rebajado a la condición de hada de los dientes, facilitando el trabajo y siendo tan feroz como siempre ha sido, detrás de un cristal blindado y con una camisa de fuerza. Es la personificación de aquello de que una mente afilada es la mejor de las armas, porque ha podido con todos. He de reconocerlo, sabiendo que quedaban muy pocos episodios para disfrutar de una de las series que más satisfacciones me ha traído en los últimos años, el dragón me despertaba cierta pereza y me parecía un poco estorbo en medio de lo que realmente quería ver. Si llevaban tres años mostrando una precuela prácticamente libre y apartada del original, ¿por qué cambiar ahora? Porque el dragón terminaría por ser el detonante. Por eso. Y porque esta transformación nos lleva a otra mucho más importante.

Hablo, por supuesto, de la transformación de Will Graham. Del viaje de un hombre que un día tuvo más de ese pájaro herido al que Bedelia se moría por aplastar (y aplastó) que de cualquier otra cosa. Lo hemos visto perder la piedad, lo hemos visto señalar a Chilton, lo hemos visto hablar con Bedelia una y otra vez en un cara a cara glorioso tratando de poner orden en un caos que nadie puede arreglar. «¿Está Hannibal enamorado de  mí?» Y la cuestión es que lleva años mostrándose desnudo ante su dominador, casi prestándose a ser manipulado una y otra vez. El dragón, aquí, funciona como una alianza sin kilates, le proporciona, en realidad, una excusa para soltar a la bestia, engañarlos a todos como en su día hizo quien (ahora por poco tiempo) está entre rejas. Va a ver a la psiquiatra sólo para avisarla de que el monstruo está a punto de ver la luz del día otra vez, y es urgente que prepare las maletas porque, esté preparada o no, va a salir y ella será la primera en el menú.

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Nos toca hablar del final, del sacrificio del dragón como pacto de unión y lazo de sangre. De un final impresionante en el que, como estaba previsto, Dolarhyde acude a la caza del ciervo y en una escena tan bella como violenta (¿no ha sido ese el mayor encanto de esta serie?), Hannibal y Will acaban con su vida, a medias, juntos, y cubiertos de una sangre ajena que luce oscura, del negro más azabache a la luz de la la luna. Y no os podéis hacer una idea de cuánto ha llegado a joderme Bryan Fuller con sus declaraciones y aclaraciones, porque para mí, esto, y más que esto, lo que viene después, era un cierre absolutamente perfecto y digno. No quería nada más, no necesitaba esas temporadas posteriores que no iban a llegar ni necesitaba un telefilme que rompiera la magia.

En mi cabeza, y en la de muchos que, como yo, no ven sentido a la repetición de fórmulas ya, Graham y Lecter, habiendo cometido el acto definitivo, se marchan juntos de manera inevitable después de haberlo dicho todo en pocas palabras. Están cubiertos de esa magia negra líquida que ha sido combustible durante tres años, se abrazan, con pocas fuerzas por las heridas que portan y por la adrenalida del sueño cumplido, justo al borde del precipicio. Es maravilloso y para mí es un final. Lo de saltar al abismo, saltar juntos, lo de acabar en un mar más calmado que sus almas y en una noche donde se ha completado la transformación que importaba. Era el cierre. Es el cierre, amigos. Que por si fuera poco viene acompañado de una banda sonora idónea para lo que estamos viendo. Un «Love Crime» de Siouxsie Sioux grabado para la ocasión.

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-See? This is all I’ve ever wanted for you, Will. For both of us.

-It’s beautiful.

Pero no nos despedimos aquí, porque era de esperar que la señora entre las sombras hiciera una última aparición solemne. Elegante y dolida, como quien espera y desespera, encabeza una mesa cubierta de manjares donde el plato principal es… su propia pierna. Una pierna que según Fuller cortó Hannibal porque está vivo y de vuelta, aunque algunos preferíamos la idea romántica de servirse en bandeja y revelar que el amor es algo muy extraño que se mezcla con el miedo y sabe un poco a sal. Puede que ese último gesto de agarrar el tenedor sea definitivo, pero no me negaréis que como final era perfecto dando por muerto al verdugo.

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Nos hemos despedido, de verdad, de una serie que aunque ha seguido adelante con esfuerzo y a base de demostrar un buen hacer que no está en tela de jucio, estoy convencida de que acabará por confirmarse, con el tiempo, como un producto de culto. Si el hecho de que Fuller se haya dedicado a dar falsas expectativas al espectador molesta, es precisamente porque, en mi opinión, Hannibal se ha ido cuando tenía que irse. Una temporada más hubiera supuesto repetir la historia y los mismos patrones hasta el infinito: todo el mundo medio muerto pero milagrosamente vivo para volver a caer medio muerto y volver a aparecer milagrosamente vivo. Morir de éxito, como decía. Para bien o para mal (para bien), esta serie se ha distanciado siempre del original, menos centrada en un caso policíaco para centrarse en el juego mental de un asesino. Ello implica que tres es un número perfecto, y que algo tan personal no puede extenderse sin sentido sin perder calidad y credibilidad.

Me reitero, no necesito un telefilme. En mi cabeza todo ha terminado, aunque tenga que ignorar detalles que están ahí por si se daba la oportunidad de una renovación. Hannibal ha quedado como la historia de un asesino que a su vez a revelado a otras bestias. Una historia de sangre. Una historia sobre la belleza. Una historia sobre lo retorcido que puede llegar a ser el amor cuando nace y muere con la fascinación. Una historia para volver a saborear cuando estemos dispuestos. Hemos sobrevivido, ¿no?

12 comentarios leave one →
  1. 03/09/2015 13:31

    Y para no estropear todo lo ke has dicho, solo añadire: AMEN HERMANA!

  2. sentada permalink
    03/09/2015 14:15

    De acuerdo en líneas generales. Una puntualización: la primera parte no transcurre en Roma sino en Florencia.

  3. Anónimo permalink
    03/09/2015 15:59

    Me ha encantado.. ademas has explicado perfectamente esa relacion entre Will y Hannibal.que yo veia asi y que alguna gente veia mucho mas homoerótica. Una pregunta, porque te daba pereza el Dragón? A mi me parece el.perfecto colofón sobre todo teniendo en cuenta que toda la serie se basa en ese libro y no en los otros. A mi el.que me daba pereza era Mason.. agh que tipo!! Con tu permiso lo comparto. Gracias por tu fabuloso articulo

  4. Jorge Luis García permalink*
    03/09/2015 21:41

    Excelente análisis, Irene, de una serie malsana, retorcida y hermosa como muy pocas ha habido en la TV. Sigue siendo sorprendente e inaudito que esto se haya emitido en abierto y que haya llegado a tres temporadas en la NBC. Concretamente, con la primera mitad de esta última temporada pareciera que Fuller estuviera pidiendo a gritos la cancelación, porque «Hannibal» sobrepasó en ese tramo casi todos los límites de la TV convencional. Casi dejó de ser una serie para convertirse en un estado de ánimo… y admito que estuvo a punto de echarme fuera cuando se regodeó tanto en sí misma. Para mí esta temporada no ha estado al nivel de la segunda (en mi opinión, la mejor de las tres) esencialmente por esa razón, porque llevó su manierismo arty demasiado lejos y estuvo a punto de perderse en sí misma. Sin embargo, puedo entender tu preferencia por ese primer tramo sobre el segundo, centrado en El Dragón Rojo, una historia que los seguidores del Caníbal ya hemos degustado demasiadas veces. Richard Armitage está bien pero tampoco añade demasiado a lo que hizo Ralph Fiennes en la (discreta) adaptación de Brett Ratner. Como bien apuntas, el arco del Dragón es el primero en el que «Hannibal», la serie, se mantiene cerca de la fidelidad al material original (lo de Florencia tiene reminiscencias de «Hannibal», la película, pero en realidad poco se parecen) y eso la hace más predecible. Sin embargo, ha sido un acierto total entrelazar el caso del Dragón con la relación Will-Hannibal y la conclusión es sublime, insuperable, perfecta. Tienes toda la razón. No es necesario nada más, ni cuarta temporada, ni película ni gaitas. La historia que importaba está perfectamente cerrada y prolongarla o estirarla no haría más que incidir en el mayor error de las series de TV, estirar el chicle hasta que pierde todo su sabor y su sentido mismo. Me da igual lo que diga Fuller. Este es el final y no se me ocurre otro mejor.

    Un último apunte. Soy fan declarado del trabajo que ha hecho Mads Mikkelsen con el personaje, hasta el punto de que casi desde el principio logró lo impensable, que me olvidara de Anthony Hopkins. Sin embargo, cuando tocó encerrarle en el psiquiátrico de Baltimore no pude evitar recordar al Hannibal cinematográfico de El Silencio de los Corderos. Con todo lo que he amado la versión de Mikkelsen del monstruo cuando campaba a sus anchas, el mejor Hannibal tras las rejas (o tras el cristal), el más peligroso, aterrador y reptiliano me sigue pareciendo el de sir Hopkins. Just my opinion. Un saludo

  5. Indi permalink
    07/09/2015 8:04

    Muy buena crítica! Creo que Fuller tenía más que claro hace ya mucho tiempo, que no podría extenderse mucho más con esta historia, ya que no había logrado los derechos de los libros siguientes. Por lo tanto, dió rienda suelta a su imaginación y entre mucho delirio onírico, fusionó a Will con Clarice Sterling encendiendo un extraño y malsano romance, que sólo concretó la muerte. Creo que este vuelo imaginativo de Fuller tuvo sus pro y sus contras, y así como algunos lo compramos y le seguimos el ritmo, el público masivo le negó la continuidad. Por lo tanto, con todos los huevos puestos en la canasta de Will Graham, me parece impensable que la historia continuara. Cómo iba a encajar Clarice con esta retorcida y preciosa estética?? Qué cosa en esa policía chata y pueblerina podría seducir a Hannibal después de todo lo vivido?? Aunque me duele no ver más tanta oscura belleza (sobre todo en el plano visual) creo que esto terminó donde debía. Debieran hacer un spin off con el inmatable Dr Chilton de protagonista para contarnos cómo fue que Hannibal se salvó del acantilado y preparó con tanto esmero la elegante pierna de Bedelia. Y nada más… adios al canibal más sexy de la televisión mundial!!!!

  6. Iker permalink
    16/09/2015 22:15

    Mucha gente comenta que esta serie es una auténtica maravilla. Me da que cuando pueda voy a darme un empacho con las tres temporadas seguidas. A la hora de analizar las películas basadas en las novelas de Thomas Harris, apenas se suele comentar el gran talento de este escritor. Sí, «El silencio de los corderos» es una gran película, pero el personaje de Lecter, la atmósfera opresiva y terrorífica, el retrato de Clarice Sterling…todo eso estaba ya en la novela. La adaptación fue muy fiel y el gran trabajo de director(queda la duda de si fue Jonathan Demme o su primo, dada la escasa calidad de sus trabajos posteriores) técnicos y actores elevaron todavía más el listón de calidad. Pero lo dicho, Thomas Harris plasma todo eso en la novela, y todo con una prosa realmente seca y sin adornos, con un ritmo sostenido en la narración realmente imparable. Ahora me estoy leyendo «El dragón rojo», y lo que triunfó en «El silencio de los corderos» ya estaba ahí. Michael Mann la adaptó antes que el insulso Brett Ratner, aunque la película («Manhunter», también conocida más tarde como «Hunter») tiene lo peor del cine de los ochenta, con tanto filtro de luz, música de sintetizadores y ropa hortera.

  7. Anónimo permalink
    23/11/2015 15:34

    El final me ha parecido perfecto, creo que no podía acabar de otra manera.
    Que lujo más exquisito ha sido el poder disfrutar de esta MAGNIFICA serie.

    Por cierto y como detalle curioso, en la última escena, donde aparece Bedelia, la mesa está preparada para tres comensales.

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