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«Sin tiempo para morir»: 007 y el largo adiós

05/10/2021

Rodéate de seres humanos, querido James. Es más fácil luchar por ellos que por los principios (…) pero no me defraudes y te vuelvas humano. Perderíamos una máquina fantástica.

(Ian Fleming)

Hoy, 5 de octubre, día mundial de James Bond (aniversario del estreno de «007 contra el Dr. No«), rendimos homenaje al que ha sido, es y será el mejor James Bond de todos los tiempos: Daniel Craig…al menos, para la gran parte de una generación. Esa que sólo relacionan el personaje de Robin Hood con los rostros de Taron Egerton y Kevin Costner (y ni conocen a Errol Flynn o Douglas Fairbanks). Los mismos que nunca antepondrán los nombres de Peter Cushing o Basil Rathbone a los de Robert Downey Jr y Benedict Cumberbatch cuando hablamos de Sherlock Holmes. En El Cadillac Negro no entraremos en juicios de valor, que difícilmente aportarán algo constructivo a nuestro análisis. Bastará con decir que Craig protagonizó dos de los veinticinco mejores títulos que el agente ha protagonizado a día de hoy. Las películas de 007 siempre han sido fieles representantes de las épocas a las que pertenecían y, sus casi sesenta años de historia abarcan diferentes tiempos, diferentes sociedades…y diferentes agentes. Sean Connery insufló vida, carisma y carácter a un personaje al que él convirtió en icónico; pero que jamás habría sobrevivido hasta nuestros días sin un proceso de adaptación que llevaron a cabo el resto de actores que se enfundaron el esmoquin y la Walther PPK. Así, el modelo australiano George Lazenby, aportó un perfil más sentimental y humano en un título (el único al que se comprometió) que ya era de por si más realista que las últimas entregas con Connery. Roger Moore (que, de no haber sido por su contrato con la serie de televisión «El santo«, habría sido el sustituto de Connery) asumió el riesgo de demostrar que Bond podía ser un personaje con vida más allá del rostro de Connery, haciéndole más relajado y sofisticado, mientras las tramas se adaptaban a temas de mayor actualidad (narcotráfico, crisis energética, carrera espacial…) e incluso lanzándose con historias alejadas de las novelas de Fleming. El galés Timothy Dalton llevó a Bond de vuelta a sus raíces, retomando las novelas de Fleming, interpretando a un personaje más oscuro y directo con sus objetivos, dispuesto incluso a ser insurgente con sus superiores; siendo además el primer Bond que se alejó en cierta medida del concepto clásico de galán con el que jugaron todos sus predecesores. Pierce Brosnan (que, al igual que pasó con Moore, su contrato televisivo con «Remington Steel» le impidió ser el sustituto de Moore) revivió la franquicia, la adaptó al siglo XXI a través de un Bond que combinaba todo lo bueno de sus predecesores (rudeza, elegancia, humor, carisma, seriedad) mientras abandonaba ciertos clichés machistas y caducos del personaje. Era un 007 al gusto de todos.

Tras un casting de año y medio por el que pasaron más de 200 candidatos, el 14 de octubre de 2005, los productores Barbara Broccoli y Michael G. Wilson comunicaban oficialmente el nombre del actor elegido para encarnar durante los próximos tres títulos (entregas 21, 22 y 23 de la saga) al agente secreto James Bond. Hasta donde alcanza mi memoria, dos han sido los actores que tuvieron que soportar la mayor campaña de odio al hacerse público su elección para un determinado papel: Heath Ledger como el Joker de «El caballero oscuro» y Daniel Craig como el nuevo James Bond. Los primeros indicios apuntaban a que Craig sería un nuevo Lazenby o Dalton: un actor de transición. No llegaba a la franquicia con el carisma y la admiración del gran público que sí tuvieron Moore y Brosnan, ni poseía una filmografía que permitiera vislumbrar con qué recursos contaba, ni qué aportaciones haría al personaje. Pero, esos aparentes hándicaps, se acabarían convirtiendo en su mejor baza para sorprender al mundo entero.

Hasta la elección de Daniel Craig, la evolución del agente con licencia para matar se concentraba en los sucesivos cambios de actor. Una vez presentado el nuevo Bond de turno, su carácter permanecía prácticamente inalterable hasta el siguiente cambio de rostro. Pero con Craig la tendencia da un inesperado y revitalizador giro: lo importante de su 007 no son las virtudes que aporta a la saga; sino los defectos que tendrá que superar. Es el primer Bond que vivirá un viaje iniciático y una evolución interna a lo largo de todo sus títulos. Es el primer agente 007 cuyo desarrollo es palpable en cada entrega, porque vive una continua transformación.

Todos los que pensamos que «Casino Royale» sería un regreso a los clásicos de la saga, comprendimos desde la primera escena (en blanco y negro) que la añoranza empezaba y terminaba en el título del film.
Ser testigos de los dos asesinatos que le permiten obtener el estatus de agente «doble cero» nos permite comprender que no estamos ante el sempiterno y refinado agente secreto con un martini en una mano y las llaves de un deportivo en la otra. Este 007 es un rudo y letal bulldozer, por momentos indistinguible de algunos villanos de la saga. Alguien cuya mirada puede resultar aterradora y que indiscutiblemente está disfrutando (y mucho) de su nueva capacidad para matar legalmente. No hay más que recordar su expresión (casi orgásmica) cuando ahoga a su primer objetivo en el lavabo de unos baños públicos. Alguien cuya fisicidad y determinación queda fuera de toda duda en la apabullante escena que transcurre en Madagascar, muy en la línea de la referencia de aquella época (Jason Bourne) y que contrasta con las acrobáticas, precisas y elegantes movimientos con los que intenta huir su presa.

Martin Campbell estaba perfecto en sus labores de dirección, superando incluso a su gran contribución a la saga: «Goldeneye«, título que supuso por aquel entonces la presentación en sociedad de Brosnan.
David Arnold compuso una de las mejores bandas sonoras de 007 en décadas y, aunque el tema de «You know my name» se aleje mucho del clasicismo que Adele recuperaría años después en «Skyfall«, la interpretación del tristemente desaparecido Chris Cornell ocupará siempre un lugar muy especial para el que esto escribe. Neal Purvis, Robert Wade y Paul Haggis firman un libreto perfecto, solido en las tramas y fascinante con los personajes. Muy especialmente con dos de ellos: Le Chiffre y Vesper. Son estos dos personajes los que elevan todas las virtudes de esta película hasta cotas que explicarían que (para muchos) esta sea la mejor entrega Bond de todos los tiempos. Si ya en el guion resultaba atractivo el papel de un especulador bursátil que utiliza el terrorismo para jugar con las cotizaciones empresariales en su propio beneficio (cercano en parte al perturbador Max Zorin de Christopher Walken en «Panorama para matar«), con la interpretación de Mads Mikkelsen se convierte en un tiburón de gélida mirada, al que no le hacía ninguna falta el tic de llorar sangre para resultar aterrador en cualquier circunstancia; bien sea jugando una partida de póker o torturando con los métodos más expeditivos y crueles vistos en la franquicia.

Pero era Vesper el personaje que, no sólo marcaba la diferencia; sino que afectaba profundamente al personaje de Bond para buena parte de toda la saga. Eva Green destrozaba por completo todos los arquetipos y superficialidades que acarreaba el misógino título de «chica Bond«. Bajo su interpretación, Vesper Lynd no se limitaba a aportar a Bond la elegancia, sofisticación y señas de identidad que hicieron clásico al personaje; le aportaba también una profundidad y dramatismo que nunca alcanzó en otro título. Es tal la intensidad con la que el personaje de Vesper llegaba a la vida de Bond que, en muchos momentos, su relación con Bond eclipsaba por completo al resto de las tramas. Toda esta perfecta alineación de planetas tuvo como resultado una de las más gratificantes entregas de la saga, aseguraba completamente el futuro de la franquicia (que ya venía de cotas muy bajas), obtenía la mayor recaudación de una película Bond hasta la fecha y consagraba con una sola película a Craig en el universo 007. De hecho, «Casino royale» era tan brillante, que permitió a Craig y a toda la franquicia sobrevivir al absoluto desastre que llegaría a las salas dos años después bajo el nombre de «Quantum of Solace«.

Resulta paradójico que el mismo equipo de guionistas que creó un guion tan férreo y bien estructurado para «Casino royale», cayera en un sinfín de errores a la hora de continuar la saga.
Es cierto que la huelga de guionistas de 2007 afectó sobremanera a su escritura y que fue una pésima decisión empezar el rodaje sin tener completamente cerrado el guion; pero no nos engañemos, «Quantum of Solace» carece por completo de personajes carismáticos y de una historia equilibrada. Termina siendo incoherente e incapaz de mantener la atención del espectador durante todo el metraje pues, donde debía haber narrativa, se introduce acción sin más. Muy bien rodada, sí; pero que no aporta contenido. Y eso que, sobre el papel, contaba con los alicientes de introducir al personaje de Felix Leiter y profundizar en la construcción de esa organización en la sombra que ya se vislumbraba en ‘Casino Royale’. De hecho, acaba jugando en contra del propio título comprobar que, el mejor tramo de la película, sean sus primeros veinte minutos; curiosamente los más cercanos temporalmente a «Casino royale» y los que menos conexión tienen con la trama de la nueva entrega. Marc Forster termina por dirigir la película que más se aleja del espíritu de la saga y más le acerca a un héroe de acción. De nuevo, la sombra de Jason Bourne es muy alargada.

Tras la decepción de «Quantum of solace», la entrega número 23 (última del contrato original de Craig y que coincidiría con el 50 aniversario de la saga), llegaba con muchas cosas que demostrar. Debía volver a los estándares iniciados en «Casino royale», estructurar una gran historia, construir unos buenos personajes que aportaran peso y atractivo a la producción…y, para todo ello, los productores tuvieron el enorme acierto de contar con Sam Mendes en la dirección. «Skyfall«, a pesar de tener al ciber-terrorismo como amenaza principal, es indiscutiblemente un retorno a los clásicos; recuperando (como ya hiciera «Casino Royale») el trasfondo emocional de los orígenes de Bond. Esta vez, viajando aún más a las raíces del personaje; hasta los años de su niñez. Arropando al agente con personajes ya clásicos como MoneyPenny o «Q«, reservando una trama fundamental para Judi Dench en su séptima interpretación de «M» y delegando en Javier Bardem la construcción del sorprendente Silva; un villano cuya composición emerge del calculado histrionismo del Joker de Heath Ledger, combinado con la siniestra fascinación que producía el Hannibal Lecter de Anthony Hopkins y aderezado con unas gotas del hombre del momento: Julian Assange. Delegando en el siempre excelente director de fotografía Roger Deakins la ardua labor de recuperar el clasicismo de las primeras entregas de Bond y combinarlo con la imagen más moderna y tecnológica; siendo las escenas localizadas en Shanghái el más claro ejemplo de este logro. Con todos estos ingredientes, no extraña que «Skyfall» fuera un éxito rotundo de crítica y público; convirtiendo sus 200 millones de presupuesto en más de 1.100 millones de recaudación y convirtiéndola, por tanto, en la película más taquillera de la saga.

Era tal la satisfacción que produjo «Skyfall» que, literalmente, no hubo límites para que Craig y Mendes retomaran una nueva aventura de James Bond. Daniel consiguió un contrato de 60 millones de dolares (triplicando con creces lo que le habían pagado por el conjunto de las tres anteriores entregas). Y Mendes, junto con un generoso cheque, tuvo plena libertad creativa. Pero, a pesar de contar con un estupendo reparto encabezado por Christoph Waltz, Léa Seydoux, Dave Bautista o Andrew Scott, de tener uno de los mejores arranques de la saga (en la que Mendes compone un excelente plano-secuencia en ciudad de México con miles de extras), de integrar completamente en la trama a la organización Spectra y al villano Ernst Stavro Blofeld (ambos surgidos en la mejor época Connery)…al igual que sucedía con «Quantum of Solace», el título vuelve a ser una decepción; algo más contenida que la entrega de Foster, pero muy por debajo de las expectativas. Volvemos a las grandes localizaciones, grandes escenas, grandes secuencias de acción; pero poco guion. Por si esto fuera poco, Bond retoma aquel rancio seductor que utilizaba a las mujeres a su conveniencia (muy lamentable el papel que le dan a Mónica Bellucci y lo que aporta al film). El villano vuelve a caer en las sempiternas explicaciones de su plan maestro con el que conquistar al mundo. Blofeld, que permaneció en la sombra en los tres primeros títulos, construyendo una organización secreta, capaz de influir en gobiernos, de controlar la economía y la política a todos los niveles. Una especie de ojo que todo lo ve, manejando los hilos con los que controlaba a Le Chiffre, Greene, Silva…hace su presentación en sociedad por medio de un desaprovechadísimo Christ Waltz. Dejando a «Spectre» como un ejercicio de la peor nostalgia, realizado además con desgana.

Y así, alternando un título bueno y uno malo, llegamos a «Sin tiempo para morir«. Título que culminará (ahora sí, definitivamente y sin posibilidad de otro «Nunca digas nunca jamás») una historia iniciada hace 15 años. La elección del director Cary Fukunaga (al que todos pusimos en un altar tras la primera temporada de «True detective«) y la incorporación de Phoebe Waller-Bridge (actriz, guionista, directora y creadora de series como «Killing Eve» y «Fleabag«) como parte de los guionistas de esta entrega, dan buena muestra de las intenciones iniciales para aportar algo distinto con lo que sorprender al espectador. De igual forma, el que Bond retome su título de Comandante de Marina, fuera ya del MI6; que su guarismo como agente doble cero haya sido heredado por una mujer (la agente Nomi, interpretada por Lashana Lynch) y que se revisite no ya sólo el pasado de Bond; sino también el de Madeleine (nuevamente Léa Seydoux)…parecía señalar un camino bastante alejado de las (en su mayoría) encorsetadas aventuras del agente secreto. Y, durante más de hora y media lo consigue. La (doble) escena pre-créditos es espectacular, no sólo por la acción y las localizaciones; sino por la efectividad con la que introduce al espectador en la historia. El sello autoral que Fukunaga imprime en la historia le sienta realmente bien a la producción. Consigue diferenciarse de las últimas entregas por su personalísima estética y puesta en escena (incluyendo «Skyfall» que, en manos de Mendes, era quizás la entrega más «artesanal» hasta este momento). Haciendo especial énfasis en el aspecto más destacado de este Bond de Daniel Craig: su vulnerabilidad emocional. Su pasado aún no superado con Vesper y su presente con Madeleine juegan un papel primordial en este título, que busca siempre sorprender retorciendo la mitología de un personaje mayoritariamente estático durante casi 40 años. Poniendo mayoritariamente el foco en la historia de Bond y Madeleine. Con acción a raudales, persecuciones, peleas y explosiones, sí; pero situando todo el peso narrativo en el terreno dramático que forma esta pareja. Siendo la principal misión del agente superar el pasado, recuperar el presente y asegurar un futuro (al igual que intenta hacer la propia saga). La breve aparición en Cuba de Paloma (interpretada por Ana de Armas, apuesta personal del propio Craig tras coincidir con ella en «Puñales por la espalda«) es otro aporte de frescura en la historia, que funciona como un cohete y deja al espectador deseando disfrutar más minutos con esa nueva agente de la CIA. Pero, por desgracia, son 70 larguísimos minutos los que aún quedan por rellenar (dos horas y cuarenta y tres minutos le convierten en el film más largo de toda la saga). Minutos que terminan por ser una losa. Convirtiendo toda su primera parte en un espejismo del que se aleja irremediablemente para entregar un tramo final más propio del pasado más arcaico de la saga. Reduciendo a las sorpresas iniciales en meras gotas de contemporaneidad en mitad de un basto y rancio océano.
Rami Malek resulta más amenazador con máscara, que sin ella. Pasando de un personaje con una motivación personal (vengar el asesinato de su familia) a componer un Lyutsifer Safin que representa todo lo malo de los villanos clásicos con ridículas amenazas de ámbito planetario fuera de toda lógica (incluso a pesar de estrenarse después de una pandemia mundial). Madeleine protagoniza en la escena inicial uno de los comportamientos más inverosímiles y surrealistas visto en la última década…que, para colmo, sus consecuencias supone el leitmotive de James Bond en su último tramo.
«Sin tiempo para morir» es la triste confirmación de que la saga Bond ha sido, es y será un ejercicio de imitación; no de innovación. Que, independientemente del director o del actor elegido, los eternos clichés seguirán siendo el monte al que la cabra tercamente intentará subir. A pesar de maravillosos intentos como «Casino royale» por humanizar al personaje, modernizar cánones e intentar demostrar que hay vida fuera del encorsetado mundo de espías, villanos, mujeres y deportivos…la saga, tarde o temprano, siempre acaba buscando la resurrección en el peor lugar posible: la fatiga de reutilizar fórmulas ya agotadas, de volver a un camino ya recorrido.

Recordando en cierta medida al final de «Al servicio de su majestad«, el destino de Bond (al igual que el de su colega en la CIA Felix Leiter) en «Sin tiempo para morir», no deja lugar a dudas. Nuevamente, el drama de este Bond es contemplar como vuelve a perder la oportunidad de vivir con la gente que ama; dejando clara su despedida qué lugar en el mundo es el que le corresponde a este tipo de personajes: el recuerdo.

Al final, mezclado o agitado, un martini sigue siendo un martini.

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