Los grandes de hoy en día (II): Philip Seymour Hoffman
(Compungidos por la tristísima noticia del fallecimiento de uno de los más grandes actores que jamás hayamos visto en una pantalla, os ofrecemos en este luctuoso día el post que le dedicamos en su momento dentro de la serie ‘Los grandes de hoy en día’, sin duda un apelativo perfecto para su enorme figura. Vaya por él, nos quedan su enorme rosario de excelentes interpretaciones. El Cadillac es hoy más Negro que nunca.)
Continuamos con nuestra serie sobre los titanes actuales de la interpretación y lo hacemos dedicando un post a Philip Seymour Hoffman, otro de los integrantes del reparto de la reciente «Los idus de marzo» (y avisamos que probablemente no sea el último en aparecer por estos lares). Al igual que Paul Giamatti, su antecesor en el Cadillac, nuestro protagonista ha visto su carrera fuertemente marcada por su peculiar físico. Pero para bien.
Seymour Hoffman, con sus 44 años de lúcida madurez, ha conseguido, a fuerza de tesón y un inmenso talento, una merecida reputación de «estrella de prestigio», pero su aspecto de juventud (que se ha ido matizando poco a poco con el paso de los años) parecía poco proclive a ello. Rechoncho, de piel blanca lechosa y pelo rubio claro, el por aquel entonces incipiente actor tuvo que refugiarse en personajes extravagantes, perdedores, alguno de ellos realmente incómodo, para empezar a sumar méritos. Típico rol secundario de «outsider» para dar un toque de locura o humor a la película. Pues bien, como los mejores caminos no tienen porque ser los más cortos, el intérprete neoyorquino supo ir destacando sin prisas y, aprovechando esa vía en la que se entremezclan el cine independiente de altos vueltos con el puramente hollywoodiense y que tuvo su explosión en los años 90, ha ido forjando una trayectoria intachable que todavía augura muchas alegrías.
Al contrario que otros grandes actores, Seymour Hoffman no se forjó en el cine independiente para dar el salto posteriormente a la gran industria. Su trayectoria fílmica comenzó en los primeros años 90 con breves papeles en cintas de lo más variopintas (desde «Esencia de mujer», «Ni un pelo de tonto» o «Twister» a artefactos poco recomendables como el fallido «remake» de «La huida» o «Cuando un hombre ama a una mujer»). Hasta que llegó 1996 y con él un hecho clave: la llamada de un director primerizo llamado Paul Thomas Anderson para formar parte del reparto de «Sidney». Su papel no era demasiado relevante, pero esta asociación le daría muy buenos réditos en el futuro y le metió de lleno en el circuito del «cine de autor» estadounidense.
Aprovechando esta veta, nuestro hombre iba a consolidarse como uno de los intérpretes favoritos para los cinéfilos logrando un currículum de películas en apenas tres años al alcance de muy pocos. Ahí va el recuento de clásicos de final de siglo con el neoyorquino en su reparto: las dos virguerías de Anderson «Boogie Nights» (¿quién no recuerda a ese cámara homosexual enamorado de Marky M…esto…de Mark Whalberg?) y «Magnolia», la desopilante «El Gran Lebowsky» de los hermanos Coen (gozosamente odioso su papel de ayudante del Lebowski menos enrollado) y la obra maestra del imprevisible Todd Solondz, «Happiness» (arriesgando sobremanera en un rol tan desagradable como el de acosador telefónico).
Semejante hoja de servicios le sirvió para subir un escalón en Hollywood y pasar a obtener papeles de más relevancia, haciéndose cada vez más popular entre el público medio tras sus intervenciones en «Nadie es perfecto» (todo un duelo interpretativo con Robert de Niro), «El talento de Mr. Ripley», «State and Main», «Casi famosos», su nueva colaboración con Anderson en «Punch-Drunk Love», «Dragón rojo», «Cold Mountain», la prestigiosa miniserie televisiva «Empire Falls» o dar con uno de sus mejores papeles en esa maravilla de Spike Lee llamada «La última noche». Las nominaciones y los premios en festivales ya comenzaban a amontonarse, pero lo mejor estaba por llegar…
…Y llegó 2005 y «Capote», la muy correcta visión de Bennet Miller (su viejo compañero de andanzas teatrales) sobre los hechos que inspiraron la creación de «A sangre fría». El del prestigioso y controvertido escritor era un papel «bombón» que, como era de esperar, Seymour Hoffman no dejó escapar. El actor supo combinar con perfecto equilibrio el Truman Capote más superficial y susceptible de tópicos con su vertiente más profunda, conmovida tanto por los asesinatos ocurridos en la trama como en las razones de los asesinos. Prácticamente no hubo partido. Era un Oscar tan merecido como comprendido y deseado por sus compañeros de profesión y, sobre todo, por los aficionados al buen cine.
La nueva estrella ha aprovechado con creces su condición desde entonces. Sin grandes vanidades, Seymour Hoffman sigue escogiendo tanto jugosos protagonistas en el maravilloso «grand finale» de Sidney Lumet, esa negrísima «Antes de que el diablo sepa que has muerto», y en su portentoso duelo de titanes con Laura Linney en «La familia Savages» como aportando su solidez en los secundarios «robaplanos» de «Misión Imposible III», «La guerra de Charlie Wilson», «La duda» y «Moneyball», todo ello sin olvidar su debut en la dirección con la aún inédita en España «Jack Goes Boating». Y permanezcan atentos a sus pantallas, la esperadísima nueva película de Paul Thomas Anderson, «The Master», está a la vuelta de la esquina. Y ha reservado un rol estelar a nuestro protagonista. No quiero pecar de futurólogo, pero si la ecuación «talento + talento» sigue funcionando…
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Y no olvidemos que su magnífica interpretación fue, junto a la maravillosa banda sonora que aportaba la época en la que estaba ambientada, lo que salvó los muebles a la prometedora, en un principio, y un poco decepcionante, al final, «Radio en cubierta». Gran actor.
Momento triste donde los haya. El Cine ha perdido a uno de los más grandes. Un saludo a todos.