R.E.M.: el sueño eterno
En 2016 se cumplen cinco años de la disolución de R.E.M., la banda más importante del rock alternativo estadounidense (en mi opinión, por encima de Sonic Youth, Pixies o Nirvana); 20 años de la publicación de “New Adventures in Hi-Fi”, su último disco con la alineación original completa y también el último verdaderamente relevante en el sentir de muchos aficionados; y 25 años del advenimiento de “Out of Time”, el álbum que les arrastró a las ventas multimillonarias y les concedió el estatus de superestrellas globales. Muchos aniversarios que en El Cadillac Negro queremos aprovechar para rendir tributo a un grupo que, a mi parecer, nunca es lo suficientemente reivindicado. Quizás sea porque desde su desaparición sus miembros apenas han dado motivos para ello, pero lo cierto es que tengo la sensación de que se recuerda muy poco a R.E.M. Muchos creíamos que Michael Stipe, el carismático líder de la formación, aprovecharía la libertad que le concedía estar fuera de una banda que siempre fue muy democrática para dar rienda suelta a sus instintos creativos con una carrera en solitario en la que hacer y deshacer a su antojo. No ha sido el caso, porque Stipe parece haber dedicado los últimos años a visitar exposiciones de arte, dejarse caer por algún sarao, ejercer un par de veces de telonero de su admirada Patti Smith y envejecer a marchas forzadas sin ningún rubor. Se dice que compuso la banda sonora de la película “The Cold Lands” de Tom Gilroy pero trasteando en la red solo he llegado a encontrar esto. Por su parte, el multi-instrumentista Mike Mills únicamente ha prestado colaboraciones esporádicas a gente como Patterson Hood (Drive-By Truckers) o Joseph Arthur, mientras que el guitarrista Peter Buck ha sido el más activo y, colaboraciones aparte, ya acumula tres álbumes en solitario, publicados solo en vinilo y con una difusión muy limitada, cuya música tosca y primitiva corrobora lo que siempre supimos, que era el más rock’n’roll del grupo.
Tampoco parece que los tres, Stipe, Mills y Buck, y el batería Bill Berry (que abandonó el barco en 1997), coincidan mucho juntos por ahí, ni queden para tomar cañas, rememorar viejos tiempos y hablar del tiempo o del gobierno. En lo único que parecen estar de acuerdo cuando les preguntan es en que R.E.M. nunca, jamás volverá. Ni lo echan de menos ni le ven ningún sentido a un hipotético regreso. Y a pesar de que la historia nos dice que tarde o temprano todo dios termina regresando a por su parte del pastel de la nostalgia, me gusta pensar que con ellos no sucederá así. La suya fue una de las carreras más largas, apasionantes y coherentes de la historia del pop y el rock. Fueron auténticos cuando en los 80 se les consideraba la punta de lanza del NRA (Nuevo Rock Americano) surgido al calor de las emisoras universitarias, mantuvieron su autonomía cuando pasaron del pequeño sello IRS a la multinacional Warner sin ceder un ápice en su independencia creativa, fueron congruentes a la hora de lidiar con el éxito masivo y no ceder a las presiones comerciales para repetir una y otra vez una fórmula de eficacia probada, siguieron siéndolo cuando su popularidad comenzó a menguar a finales de los 90 y lo fueron a la hora de despedirse, cuando se dieron cuenta de que no les quedaba nada más por decir. No hubo ninguna interminable gira de despedida de esas tan en boga en estos tiempos, ni veladas promesas de un futuro retorno, ni siquiera una gran bronca a modo de catarsis final; simplemente un comunicado y un apretón de manos. Así se van los grandes, sin aspavientos ni tomaduras de pelo al fan. No, no creo que R.E.M. vayan a dejar de ser coherentes después de su defunción artística, así que lo que nos queda es volver a sumergirnos una y otra vez en las inmensas aguas de un legado inabarcable, de un sueño eterno inducido a través de decenas de enigmáticas píldoras pop, y a eso venimos aquí, a repasar su trayectoria de la mano de algunas de sus maravillosas y mágicas canciones.
Radio Free Europe (“MURMUR”, 1983)
R.E.M. (Rapid Eye Movement) se forma en Athens (Georgia) en 1980, cuando sus cuatro componentes no son más que unos adolescentes fanáticos de Patti Smith, Television, la Velvet Underground y en general el punk neoyorquino de la segunda mitad de los 70. Ni ellos mismos sospechan que muy rápidamente se iban a convertir en una de las bandas favoritas del underground estadounidense y uno de los tesoros más preciados de la crítica especializada gracias a su talento para aunar los ritmos nerviosos del post-punk y el sabor del folk-rock de raíz rural. El resultado es un sonido tan novedoso y fresco en su momento como a la larga imperecedero. De alguna manera R.E.M. hacen al otro lado del Atlántico algo parecido a lo que los Smiths desarrollan por la misma época en el Reino Unido, ofreciendo una alternativa americana a la frivolidad pop que empieza a inundar la MTV y las radiofórmulas. Con todo, “Radio Free Europe”, su primer single editado en 1981 bajo el sello Hib-Tone, les muestra aún simplemente como un grupo garajero y con buen ojo para la melodía, pero ya revela algunos rasgos de la personalidad que cultivarían en su primera etapa, como la sección rítmica contundente pero nunca demasiado agresiva, la guitarras repicantes acompañando sin exhibirse o la particular forma de cantar de Stipe, que hace difícil de descifrar unos textos ya de por sí bastante crípticos. “Radio Free Europe” es una exultante carta de presentación que alcanzaría su forma definitiva en la versión que aparecería después en “Murmur”.
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Talk About the Passion (“MURMUR”, 1983)
Después del EP “Chronic Town” (1982), en el que la banda ofrece muestras de su singularidad en temas tan genuinos como “Gardening at Night” o “Carnival of Sorts (Boxcars)”, R.E.M. debuta en el formato largo con “Murmur”, una obra maestra atemporal, imposible de adscribir a una época o a una escena determinada, un fascinante embrujo que aún hoy sigue sin ser completamente descifrado. Como el Kudzu, la exótica enredadera típica de Georgia que monopoliza la portada del álbum, “Murmur” hipnotiza por su particular atmósfera brumosa que evoca pasajes de realismo mágico. La misteriosa producción de Mitch Easter y Don Dixon abre un espacio cálido entre las guitarras evocadoras, el mullido colchón melódico de bajo y batería, la garganta inescrutable de Stipe y los hermosísimos juegos vocales de Mills. Canciones como “Shaking Through”, “Pilgrimage” o “Perfect Circle” se adscriben a un estado de ánimo de hermosa melancolía con olor a tierra mojada y nubes borrascosas, pero si hay una que ejemplifica perfectamente el hechizo de “Murmur” en su magnífica sencillez esa es “Talk About the Passion”, mecida por esos bonitos arpegios tan Byrds, una fantástica melodía en los versos, un estribillo tan simple como arrebatador, un tímido chelo y una letra de pocas palabras pero sabiamente escogidas.
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(Don’t Go Back to) Rockville (“RECKONING”, 1984)
Tras el éxito critico de “Murmur” (elegido por “Rolling Stone” como disco del año por encima del “Thriller” de Michael Jackson o “War” de U2), el grupo no tarda en volver a meterse en el estudio junto a Easter y Dixon, iniciando así un ritual frenético de una entrega anual hasta 1988. “Reckoning”, grabado en tan solo dos semanas, funciona como una secuela del trabajo anterior, quizás más terrenal y variada, pero igualmente fluida y natural. Hay rescoldos psicodélicos en “Time After Time” o una densidad inédita en “Camera”, pero el disco vuelve a exhibir su característica emotividad melancólica en piezas como “So.Central Rain”, “Harborcoat” o la quintaesencial “Pretty Persuassion”, aunque la cumbre hay que buscarla en la maravillosa “(Don’t Go Back to) Rockville”, una memorable composición de Mills inspirada en una novia que dejó la ciudad para volver al hogar paterno. Originalmente era un tema más rápido, casi punk, que no iba a entrar en el álbum, pero la banda prueba un tratamiento más cercano al country y con ello logra una de las canciones más conmovedoras de su catálogo. Con el tiempo Mills se encargaría de la voz principal en sus interpretaciones en directo y ha sido uno de sus temas más versionados, destacando el cover de sus amigos 10.000 Maniacs.
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Driver 8 (“FABLES OF THE RECONSTRUCTION”, 1985)
Para el siempre complicado tercer disco R.E.M. deciden desafiar sus rutinas y grabar en Londres bajo la supervisión de un nuevo productor, Joe Boyd, que había trabajado en el pasado con gigantes del folk como Nick Drake o Fairport Convention. Sin embargo, la gestación de “Fables of the Reconstruction” está plagada de tensiones, no solo con el productor, sino también entre los propios miembros de la banda, que por primera vez piensan en la separación. Nerviosos, con poco material preparado antes de entrar al estudio, desubicados en un ambiente extraño y con Stipe pasando un mal momento físico, R.E.M. llevan esa angustia a un disco más oscuro y turbio que las entregas anteriores. Pensado como una colección de pequeñas historias impregnadas del doliente espíritu del sur de EE.UU, “Fables of the Reconstruction” es recibido con tibieza y pasa por ser el disco más flojo de esta primera etapa, pero una lectura revisionista demuestra que está lejos de ser un mal trabajo. La densidad asfixiante de “Feeling Gravity Pulls”, el clasicismo delicioso de “Green Grow the Rushes” o el single con irresistibles ribetes funk bañados en vientos de “Can’t Get There From Here” prueban la versatilidad del grupo, aunque es en “Maps and Legends” y sobre todo “Driver 8” donde se muestran más imponentes y señalan el camino a seguir en el futuro. Este último tema, marcado por el riff de Buck y una serie de acordes menores que repetirían en el futuro (“Imitation of Life”, por ejemplo) es lo más parecido a un clásico americano que hay en el álbum, con su imaginería de trenes desvaneciéndose en la noche y sentimientos de añoranza sureña puntuados por una armónica huidiza.
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Fall on Me (“LIFES RICH PAGEANT”, 1986)
En “Lifes Rich Pageant” R.E.M. dan su primer paso consciente hacia la grandeza. Después de la aventura de “Fables” que les dejaba en una indefinida tierra de nadie, la banda busca y encuentra un cambio de registro radical en su sonido, orientándolo hacia una mayor contundencia y electricidad. En el fondo les impulsa el deseo de llegar a audiencias más grandes pero sin renunciar a su identidad, por eso se ponen en las manos de Don Gehman, clave en algunos discos de John Mellencamp, quien les empuja hacia un rock más poderoso y expansivo, evidente en piezas tan arrolladoras e imbatibles como “Begin the Begin”, “These Days” o “I Believe”. También anima a Stipe a retarse a sí mismo, a dejar en un rincón sus inseguridades y a llevar más lejos las posibilidades expresivas tanto de su voz como de su lírica, que es en este álbum donde comienza a agregar elementos políticos y ecologistas a su discurso, patentes en la preciosa “The Flowers of Guatemala” o en la majestuosa “Cuyahoga”, un réquiem por los ríos vergonzosamente teñidos de sangre de los indios americanos. Y sin embargo, en un disco tan vibrante y expeditivo –mi favorito de la etapa IRS, a la par con “Murmur”-, la obra maestra definitiva es un medio tiempo ahogado en una belleza y emoción indescriptibles. “Fall On Me”, a la que buscaban una versión definitiva desde la gira anterior, llega al disco en su forma más perfecta. Todo en sus escasos 3 minutos es insuperable: la cadencia rítmica, la hermosura de la melodía zigzageante de los versos que ascienden como una escalera hasta un estribillo glorioso puntuado por unos coros primorosos que realmente se sienten como el cielo cayendo sobre nosotros. Una canción que vale no solo por todo un disco, sino por toda una carrera.
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It’s the End of the World as We Know it (and I Feel Fine) (“DOCUMENT”, 1987)
“Document” responde al perfeccionamiento de la fórmula de “Lifes Rich Pageant” llevando a la banda a las puertas del stadium rock. Bajo la dirección de un nuevo productor, en esta ocasión Scott Litt, responsable del gran éxito de Katrina & the Waves “Walking on Sunshine”, R.E.M. se despojan definitivamente del estrecho traje del college rock para abrazar un sonido maximalista e incendiario, algo que representa perfectamente el tema de apertura “Finest Worksong”, en el que la batería retumba como nunca antes, las guitarras abruman y la voz de Stipe suena alta y clara. Pero nada de esto debería confundirse con una concesión comercial sino como un decidido paso hacia su primera madurez como banda y a la ampliación del campo de batalla (primera aparición de la mandolina, instrumento esencial en su etapa inmediatamente posterior). “Document” es, además, su disco más abiertamente político, con aldabonazos nada disimulados hacia el imperialismo estadounidense (“Welcome to the Occupation”) y el conservadurismo recalcitrante de la era Reagan (“Exhuming McCarthy”) . También es un trabajo que celebra el caos que les rodea, y no hay canción más gloriosamente caótica que la apocalíptica “It’s the End of the World as We Know it (and I Feel Fine)”. Inspirado en la verborrea automática del “Subterranean Homesick Blues” de Bob Dylan, el tema es una visión festiva y pegajosa de un planeta que espera al borde de la locura la llegada del juicio final. Stipe es un torbellino imparable que vomita a velocidad desquiciada palabras, conceptos, personajes, consignas que terminan confluyendo en un catárquico estribillo para el recuerdo. Se trata de la canción más contagiosa del grupo y no es de extrañar que fuese la que interpretó la versión animada de la banda en su aparición en un episodio de “Los Simpson”.
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The One I Love (“DOCUMENT”, 1987)
Hasta “Document” cada disco de la banda de Athens había vendido un poco más que el anterior y la misma evolución del grupo se dirigía claramente a llegar a un público mayor, pero la realidad es que en 1987 todavía no han tenido un hit. El propio Don Gehman, que había producido “Lifes Rich Pageant” con la intención de impactar en las listas, rechaza hacerse cargo de “Document” porque piensa que, por su particular idiosincrasia, R.E.M. jamás conseguirá un éxito. Posteriormente definiría su decisión como “el error más grande de mi vida”. El pelotazo por fin llega con “The One I Love”, que alcanza el número 9 en Billboard e impulsa las ventas del álbum hasta alcanzar su primer disco de platino en EE.UU. La banda y el productor Scott Litt estaban entusiasmados con la pieza en las sesiones de grabación y en su fuero interno piensan que si eso no es un éxito probablemente nunca conseguirán uno. “The One I Love” es la primera canción de R.E.M. que incluye la palabra “love” en el título, y por eso se ha interpretado frecuente y erróneamente como una canción de amor, cuando realmente es una canción de desamor, de una pasión traicionada fría y cruelmente. Stipe incluso llega a pensar que la letra es demasiado brutal para incluirla en el disco, pero la pieza es tan explosiva, simboliza tan fielmente el espíritu inflamado del álbum (ese angustioso ¡Fire! del estribillo, ese dramático riff de guitarra), que habría sido una locura dejarla fuera.
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World Leader Pretend (“GREEN”, 1988)
El modesto sello IRS se ha quedado pequeño para una banda como R.E.M. tras el éxito de “Document”. La banda se siente inmensamente agradecida a una compañía que les había mimado en los tiempos difíciles, pero sabe que si quiere conquistar el mercado internacional necesitan una mejor infraestructura de distribución y eso es lo que les ofrece Warner, más allá de unas condiciones económicas inalcanzables para IRS y el control de los derechos de autor. Tras firmar con la multinacional cabe la opción de tomarse un descanso, pero el grupo decide meterse en el estudio inmediatamente junto a Scott Litt para disipar las tímidas acusaciones de “vendidos” y, sobre todo, facturar un disco distinto al anterior, cosa que “Document” realmente no había sido respecto a “Lifes Rich Pageant”. La gestación no es sencilla porque la banda tiene muchas ideas pero no se articulan en un discurso claro. Quizás esa sea la clave del eclecticismo de “Green”, un disco transicional que bascula entre las golosinas pop-rock de guitarras y ritmos chispeantes, tan pegadizas como ligeras (“Stand”, “Pop Song 89”, “Get Up”), y unas piezas acústicas conducidas por mandolinas y acordeones (“You Are the Everything”, “The Wrong Child”, “Hairshirt”) que abren un ventanal hacia el pop otoñal y preciosista que dominarán con más autoridad en el futuro. Entre medias, el rock masivo de “Orange Crush” o su aproximación más evidente a la épica de U2, y la sublime “World Leader Pretend”, en la que ya se vislumbra el tipo de producción panorámica y detallista (esa deliciosa slide) de sus grandes discos de los 90. Grabada en una sola toma por Stipe, “World Leader Pretend” recupera el discurso político de la banda pero lo vincula al entorno de lo personal. Tan orgulloso está el vocalista de la letra del tema que aparece en el libreto del disco, por primera vez en su carrera. Litt tira de prudencia al advertir a Warner de que no esperen un superventas global tipo “The Joshua Tree”, pero “Green” vuelve a ser disco de platino en EE.UU. y permite al grupo hacer brecha por fin en el mercado europeo. Con todo, su propio “Joshua Tree” todavía está por llegar.
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Losing My Religion (“OUT OF TIME”, 1991)
Para cuando termina la agotadora gira de “Green”, que les ocupa durante todo 1989, la banda está hastiada de rock y estadios, pero en vez de concederse unas largas vacaciones regresan al poco tiempo al estudio. La idea inicial es aparcar las guitarras eléctricas, intercambiar instrumentos y experimentar con otros nuevos. Nuevamente en compañía del productor Scott Litt y con la adición de Peter Holsapple, el guitarrista que les había apoyado en el último tour, R.E.M. se gradúan como compositores de un pop barroco enriquecido con mil placeres sonoros servidos por mandolinas, órganos, clavicordios, violines, cellos, clarinetes, fliscornos y pedal steel, pero que nunca se permite caer en la sobreproducción o en la ampulosidad. El secreto de “Out of Time” es que aunque suena fantásticamente profesional y ‘grande’ su corazón es íntimo y acogedor. “Half the World Away”, “Texarkana”, “Near Wild Heaven” o la instrumental “Endgame” destilan una belleza celestial y profundamente evocadora. Es un disco maravilloso que navega, como su propio título indica, fuera del tiempo, sin relación ninguna con el pop-rock de la época, lo que hace aún más meritorio el pepinazo que supone “Losing My Religion” ¿Una canción dirigida por un riff de mandolina y sin un estribillo inmediato encabezando las listas de ventas mundiales en pleno 1991? Hell yeah! Nunca volveremos a ver algo así, eso seguro. Uno puede tener la tentación de idear un top de canciones de R.E.M. sin incluir la más famosa, sobada y quemada a estas alturas en miles de radiofórmulas, pero sería un acto de cinismo injusto porque “Losing my Religion” fue uno de los mayores hits de los 90 y aún hoy sigue siendo un tema supremo. El empeño de Stipe de hacer una canción de amor obsesivo al estilo del “Everybreath You Take” de Police se salda con una melodía hipnótica y emotiva, realzada por ese mágico riff que Buck encuentra por casualidad mientras intenta aprender a tocar la mandolina y por unos sobrios arreglos de cuerda cortesía de la Atlantic Symphony Orchestra. El fantástico y revolucionario videoclip plagado de imaginería religiosa que acompaña la canción es la gota que colma el vaso del éxito masivo, los millones de copias despachadas (se estiman que 18 a nivel mundial) y los premios de la industria.
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Country Feedback (“OUT OF TIME”, 1991)
Cuando una banda de culto da el salto al éxito masivo muchos de sus seguidores primigenios, tanto entre el público como en la crítica, protestan, patalean y proclaman que ya no son los mismos. R.E.M., adalides de la independencia y el underground del rock norteamericano de los 80, triunfan con “Out of Time” como jamás tuvieron opción de hacerlo compañeros generacionales como The Replacements, Hüsker Dü o los mismísimos Sonic Youth. Para muchos amantes de la banda este disco marca el final de los R.E.M. más insobornables, pero para muchos otros es el principio de un nuevo tiempo en la música popular. Lo que es incuestionable bajo la perspectiva que ofrece el paso del tiempo es que “Out of Time” no solo no es una bajada de pantalones sino que funciona como el ariete que termina de derribar las puertas que separan lo alternativo del mainstream, y por esa brecha se colarían solo unos meses después Nirvana y todo el grunge. Nunca se debería subestimar a un disco que incluye un tema tan intrascendente, jovial e irresistiblemente tontorrón como “Shiny Happy People” junto a una marcha fúnebre tan sobrecogedora como “Country Feedback”. Esta pieza, una de las favoritas de siempre de la banda, demuestra que ni en su momento comercial más dulce R.E.M. negocian su alma con el diablo. Sobre un manto de acústicas, órgano, pedal steel y una guitarra gloriosamente distorsionada prestada de Neil Young, Stipe desgrana una letanía de reproches y fracaso, primero recitada pero que poco a poco crece sobre una melodía temblorosa de sentimiento estremecedor hasta la catarsis emocional. Las palabras “obra maestra” se inventaron para definir sin más florituras algo como esto.
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Everybody Hurts (“AUTOMATIC FOR THE PEOPLE”, 1992)
Coronados como superestrellas agasajadas por el público y la industria, R.E.M. vuelven a tener ante sí la opción legítima de retirarse, ahora sí, a sus cuarteles de invierno y dejar pasar el tiempo, pero ellos insisten en seguir su propio camino y vuelven al estudio. Inicialmente quieren recuperar las guitarras eléctricas tras el remanso acústico de “Out of Time” pero lo que les sale es una colección de doce temas de folk-country-rock sombrío y muy personal cocidos a fuego lento que conectan directamente con un universo hermético y ambiguo en el que se palpa la muerte, la pérdida, la soledad y, en última instancia, la esperanza, en una especie de revisión infinitamente superior y más sabia de “Fables of the Reconstruction”. Sin hacer apenas concesiones a la galería firman su cima artística y también popular (otra vez más de 18 millones de copias despachadas en todo el mundo). Sin buscarlo realmente, la sensibilidad y la emoción de “Automatic for the People” logran conectar con el espíritu de su época y lo convierten en un hito generacional. Producido por el ya totalmente integrado en el engranaje de la banda Scott Litt y aderezado con unos arreglos orquestales magistrales de John Paul Jones, “Automatic” fluye con naturalidad pasmosa. Desde la trágica y majestuosa “Drive” (que Warner se resiste a sacar como primer single y que sin embargó funciona perfectamente) hasta la elegía purificadora de “Find the River”, el álbum es una lección de clasicismo inmortal y está plagado de hitos. Quizás el más amado, aunque no el más representativo, sea “Everybody Hurts “, esa balada tan sencilla como imposiblemente perfecta que puede ser triste e inspiradora a la vez, dolorosa y reconfortante, y siempre, siempre, profundamente conmovedora. Como dato curioso, el autor de la canción, el batería Bill Berry, no toca en el tema: es una caja de ritmos.
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Man on the Moon (“AUTOMATIC FOR THE PEOPLE”, 1992)
Es llamativo que una banda que se había fogueado durante diez años en conciertos ofrecidos en todo tipo de recintos, desde pequeños pubs hasta grandes estadios, alcance su cumbre comercial con unos discos que no fueron presentados en vivo con la correspondiente gira de promoción. Ni con “Out of Time” ni con “Automatic for the People” salen a la carretera, posiblemente cansados de tantos años repitiendo la extenuante fórmula disco-tour. Y es paradójico que estos dos discos contengan los temas que en giras posteriores serán los más celebrados por la audiencia. En el futuro nadie concebiría un recital de R.E.M. sin que en un determinado momento un técnico le acercase la mandolina a Buck para acometer “Losing my Religion”, ni tampoco sería imaginable que en un show de la banda faltara “Man on the Moon”, una canción que si ya es una maravilla en su versión de estudio sobre las tablas se ganaría la categoría de himno de multitudes y terminaría ganándole la partida a “It’s the End of the World…” como gran final de los conciertos. La pieza es un homenaje de Stipe al irreverente cómico Andy Kaufmann, uno de sus ídolos de juventud, pero a través de sus versos surrealistas también se pasean Elvis, Newton, Darwin, Moisés, Mott the Hoople y el monopoly. Y en el prodigioso estribillo, en el que se empastan memorablemente las luminosas armonías de Mills, simplemente se toca la gloria.
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What’s the Frequency, Kenneth? (“MONSTER”, 1994)
El batería Bill Berry es el primero en sugerir que es hora de dejar atrás las mandolinas y los medios tiempos y volver a ser una banda de rock de guitarras. Todos están de acuerdo pero la grabación del nuevo álbum está constantemente afectada por problemas personales y de salud de los miembros del grupo, que prácticamente no coinciden juntos en el estudio y rozan la ruptura. No es extraño que “Monster” sea precisamente eso, un disco extraño recibido con división de opiniones. Efectivamente, vuelven las guitarras, pero no exactamente con el sonido de “Lifes Rich Pageant” o “Document”, sino envueltas en papel de lija, crudas, ásperas y abruptas. Para los que han descubierto al grupo en los 90 “Monster” es toda una sorpresa porque presenta a una banda sucia que chapotea entre capas de distorsión y entierra la voz en la mezcla, como en la muy Stooges “I Took Your Name”, la garajera “Star 69” o la abrasiva y emocionante “Let me In”, dedicada al fallecido Kurt Cobain. El lote de temas indudablemente no es tan redondo como el de “Automatic”, pero “Monster” destaca porque en sus surcos R.E.M. se niegan a convertirse en un ‘commodity’ y vuelven a asumir riesgos creativos, algunos tan inesperados como ese soul delicioso que es “Tongue”. Sólo “Strange Currencies” y las estrofas de “Bang and Blame” recuerdan a la etapa anterior, pero el tema más definitorio de esta era es el single “What’s the Frequency, Kenneth”, rock arrollador, simple y directo, que emparenta con la escena grunge y que ironiza sobre el poder de los medios de comunicación de masas. Como curiosidad, durante la grabación Mills empezó a sentirse mal y al terminar la toma le llevaron al hospital, donde fue diagnosticado de apendicitis.
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E-Bow the Letter (“NEW ADVENTURES IN HI-FI”, 1996)
La gira de”Monster” es una de las más exitosas de la banda, puesto que toda una nueva generación quiere disfrutarles por primera vez en directo, pero también discurre de forma demasiado accidentada, ya que Stipe tiene que ser operado de una hernia, Mills padece problemas intestinales y Berry sufre un aneurisma en plena actuación. Pese a todos esos contratiempos es una época fecunda creativamente en la que el grupo sigue componiendo nuevo material y probándolo en el escenario. “New Adventures in Hi-Fi” es como un diario de la gira, ya que en gran parte está construido con tomas registradas en directo ante el público, en pruebas de sonido e incluso en los vestuarios. Instantáneamente es el disco más heterogéneo y variado de su época en Warner, de la que parece todo un compendio. Aquí caben desde las pautas de folk acústico de los primeros 90 (“New Test Leper”, “Electrolite”) hasta el rock más tenso e iracundo (la intensa “So Fast so Numb”, “The Wake- Up Bomb”). El álbum se beneficia de una palpable espontaneidad en el polvoriento sonido de sus temas, incluso cuando estos provienen de las sesiones en los estudios Bad Animals de Seattle. Los mejores son el ligeramente experimental y muy sugerente “How the West Was Won and Where It Got Us”, esa alarmante enormidad llamada “Leave” que es una de mis favoritas de siempre de la banda, y la sensacional “E-Bow the Letter”, primer single (o más bien anti-single) y otro severo corte de mangas a la industria. Inspirada en una carta que Stipe escribió pero nunca envió a su amigo River Phoenix, fallecido tres años antes, la hipnótica pieza está prácticamente recitada y sólo destaca melódicamente en un estribillo en el que interviene su idolatrada Patti Smith, mientras que el exquisito entramado musical está guiado por el E-Bow en la guitarra de Buck e incluye mellotrón, sitar eléctrico y un sintetizador moog. El tema es su mayor éxito hasta ese momento en el Reino Unido, pero fracasa estrepitosamente en Estados Unidos. De hecho, aunque “New Adventures” aún alcanza el doble platino también supone el inicio de su declive popular en su país. Antes de conocer los datos de ventas del álbum (que terminarán siendo sensiblemente inferiores a las de “Monster”) Warner reafirma su confianza en el grupo y renueva su contrato por la cifra récord para la época de 80 millones de dólares a cambio de otros cinco discos de estudio.
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Walk Unafraid (“UP”, 1998)
Tras los graves problemas de salud con los que lidió en la gira “Monster”, Berry decide abandonar la vida de estrella del rock y dedicarse por entero a su granja. R.E.M pasa a ser un “perro con tres patas” y se enfrenta a su momento más traumático como banda, tanto que les falta muy poco para disolverse. El ahora trío (la ausencia de Berry la suplen con cajas de ritmos, loops, baterías de sesión y Barret Martin para los directos) se ve forzado a reinventarse. Así, dan por finiquitada su asociación con el productor Scott Litt, forman nuevo equipo con Pat McCarthy y cuentan con el afamado Nigel Godrich (Radiohead) para algunas mezclas. El resultado es una obra más experimental, rica en texturas electrónicas y sintéticas que tejen un clima atmosférico, enrarecido y onírico para vestir algunas de las canciones más tristes y líricamente inspiradas de la banda (que por primera vez opta por adjuntar todas las letras en el libreto). La densidad y aparente opacidad de «Up» provoca que sea recibido con decepción por muchos fans y parte de la prensa especializada (máxime cuando el single de adelanto, “Daysleeper”, parecía recuperar el sonido de “Automatic”), pero algunos pensamos que es un trabajo valiente, original y hermosamente absorbente, quizás el último gran disco del grupo desde un punto de vista estrictamente creativo. Es un álbum pausado, introspectivo, sin grandes singles y con muy poco rock (¿quizás “Lotus”?), pero plagado de hallazgos sonoros y muy notables instantes: la preciosa “At My Most Beautiful” -su más dulce aproximación a la exuberancia melódica de los Beach Boys de “Pet Sounds”-, la etérea e inasible “You’re in the Air”, la sofocante “Hope” o la excepcional “Walk Unafraid”, que entre bases programadas, sonidos sintentizados y una melodía prodigiosa que se despliega majestuosa en su enorme estribillo, encuentra un haz de luz entre la gris oscuridad que predomina en todo el álbum. No fue single y pasó desapercibido para muchos, pero el tema se crecería con los años en su enérgica traducción al directo hasta convertirse en todo un must de sus últimas giras.
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The Great Beyond (“MAN ON THE MOON” B.S.O, 1999)
Como buen grupo de culto, R.E.M. siempre mimaba a sus seguidores, permitiéndoles buscar su música más allá de los discos oficiales. Es ingente la cantidad de caras B, tomas en directo, singles exclusivos para el club de fans, inéditos, versiones, instrumentales y temas para películas o discos tributo que jalonan su trayectoria. Este material, pasto de innumerables discos piratas (de cuando los discos piratas eran un preciado tesoro para coleccionistas), discurre entre lo intrascendente y lo trasdendental. “Dead Letter Oficce” (1987) reúne gran parte de las rarezas de la etapa en IRS, pero en los años de Warner continúan suministrando a sus seguidores pequeños y grandes placeres al margen de la línea oficial. Por ejemplo, “It’s a Free World Baby” es una joyita descartada de “Out of Time” que termina sonando incluso en la serie “Friends”; “Wall of Death” es una versión del tema de Richard Thompson que la banda hace completamente suya; y el maravilloso “Love Is All Around” de The Troggs fue reivindicado por ellos en su “Unplugged” varios años antes de que Wet Wet Wet la convirtiesen en un hit. Pero quizás el mejor ‘non album track’ de R.E.M. sea “The Great Beyond”, la canción que componen para la banda sonora de la película de Milos Forman “Man on the Moon”, no casualmente titulada igual que el celebérrimo hit de la banda. La cinta es un biopic de Andy Kauffman, así que Stipe toma el ejemplo del “Ashes to Ashes” de Bowie -en la que el Duque Blanco retomaba el personaje del Major Tom de “Space Odditty”- para hacer su propia secuela de “Man on the Moon”, con el excéntrico cómico estadounidense como nexo. El tema es un prodigio pop en todos los frentes, desde la mágica melodía envolvente hasta la imaginativa producción de Pat McCarthy, pasando por una letra maravillosamente surrealista de la que el propio Kauffman se habría sentido orgulloso.
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Imitation of Life (“REVEAL”, 2001)
El nuevo milenio presenta a unos R.E.M. más relajados y cómodos con su nuevo formato de trío, y de resultas “Reveal” es un trabajo más luminoso y cálido que “Up”, aunque también supone un pequeño paso atrás en cuanto a riesgos y creatividad. La banda parece querer adaptar las lecciones aprendidas en el disco anterior a un formato de canción más clásico, pero el problema es que varios de estos temas se quedan a medio gas, desprovistos de la antigua magia. Según el momento en el que se escuche, “Reveal” es un disco más o menos satisfactorio, pero siempre me parece inferior a “Up”. No es tanto un problema de sobreproducción –que es lo que siempre se le ha criticado más-, porque algunas de sus mejores piezas lucen un exagerado abigarramiento de sintetizadores, teclados y capas de sonido y sin embargo funcionan -véase la casi galáctica “The Lifting” o la emocionante “I’ve Been High”-. Su principal lastre es su irregularidad, que ocasiona que junto a canciones muy notables convivan medianías poco inspiradas que no terminan de ir a ninguna parte (“Disappear”, “Beat a Drum”, “Chorus and the Ring”). Con todo, el incluir un single tan redondo como “Imitation of Life” siempre termina jugando a favor de “Reveal”. Quizás el último gran clásico de la banda, una deliciosa y magnífica canción pop, aunque en realidad no sea más que un perfecto ejercicio de estilo, un maravilloso robo de sí mismos. Increíblemente casi la dejan fuera del álbum, pero termina convirtiéndose en un gran éxito en Europa y en su primer número uno en Japón, aunque sus discretas ventas en el mercado americano certifican que los mejores tiempos de R.E.M. en EE.UU ya han pasado.
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Leaving New York (“AROUND THE SUN”, 2004)
R.E.M. avanzan por los años 2000 ya con la inevitable etiqueta de “dinosaurios” pegada a la espalda. Cierto es que la llevan muy dignamente, más que muchas otras bandas de su generación, pero se detectan indisimulables síntomas de que el tiempo también pasa por ellos. Maniobras como el recopilatorio “In Time” de 2003 demuestran que el grupo, que siempre despreció los ‘Best of’, ya no es tan inquebrantable en sus principios. Con solo dos temas nuevos (uno de ellos la añeja “Bad Day”, germen del clásico “It’s the End of the World…”) se lanzan a una gira de ‘grandes éxitos’ al uso (con los habituales Scott McCaughey, Ken Stringfellow y Bill Rieflin como músicos de apoyo) que al menos sí les muestra en una forma brutal sobre las tablas. Más preocupantes son las sensaciones que emiten en estudio, porque su siguiente álbum oficial, “Around the Sun”, es el disco más decepcionante de su trayectoria. Indudablemente su momento más bajo. Desenfocado, blando y desangelado, sin un propósito definido, “Around the Sun” suena en muchos momentos como una versión esterilizada de R.E.M, adulta en el peor sentido, aburrida como un álbum de Sting en solitario. Sí hay destellos y brillos pero se pierden en la insipidez general. Entre lo más salvable está “Electron Blue”, casi una segunda parte de “The Lifting”, “The Outsiders”, “The Worst Joke Ever” y, por supuesto, la balada “Leaving New York”, una carta de amor a la ciudad de los rascacielos que quizás peca de edulcorada pero que al menos conserva algo del viejo hechizo del grupo en su bonito y emotivo estribillo.
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Living Well is the Best Revenge (“ACCELERATE”, 2008)
Conscientes de que habitan desde hace tiempo en un callejón sin salida y espoleados por las justas acusaciones de adocenamiento que generó “Around the Sun”, R.E.M. deciden que es hora de quitarse las telarañas y pisar el acelerador. Así, “Accelerate” es un regreso a lo básico, a lo elemental, a la concisión (sólo 35 minutos sin rellenos ni paja innecesaria), al rock primario de guitarras y ritmos tensos y desafiantes. El espejo en el que se miran es el de “Lifes Rich Pageant” y “Document”, aunque el reflejo que devuelve sea el de una banda de cuarentones que reivindica sus canas y arrugas. Con Jacknife Lee como nuevo socio en los controles, Buck parece disfrutar por primera vez en mucho tiempo, Mills vuelve a calzar las precisas e imaginativas armonías de antaño y Stipe permite que su voz luzca más gastada y auténtica que en las entregas anteriores. “Accelerate” suena contundente, crudo y cabreado (con la política del gobierno estadounidense nuevamente en el centro de la diana) en aldabonazos cortos y certeros («Man-Sized Wreath”, “Accelerate”, “Horse to Water”), y cuando relaja el pulso en medios tiempos como “Houston” o “Until the Day is Done” tampoco pierde intensidad. “Living Well is the Best Revenge” es el tema que mejor define a “Accelerate”; crispado, urgente, fibroso y orgulloso de estar de vuelta… pero no tan imponente si se le compara con cumbres pasadas de las banda.
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Mine Smell Like Honey (“COLLAPSE INTO NOW”, 2011)
En las entrevistas promocionales de “Collapse into Now” la banda admite que lleva tiempo dándole vueltas a la posibilidad de poner punto y final a su trayectoria. Si esa disolución no llegó con “Around the Sun” en gran medida fue porque no querían decir adiós con algo tan triste y desafortunado que dejara tan mal sabor de boca en su público. Una vez recuperada la vitalidad con “Accelerate”, el grupo planea su próxima obra (con la que también finaliza el contrato con Warner) como la última de su carrera, como una carta de despedida, y por tanto no es casual que su decimoquinto disco de estudio suene como un catálogo de sí mismos, como un merecido auto-homenaje final. Es un álbum complaciente, en el sentido de que está hecho para satisfacer a sus seguidores, que encuentran en cada rincón un eco que remite a un glorioso instante del pasado. “Discoverer” mira descaradamente a “Document”, “Überlin” y “Oh My Heart” simulan ser tesoros perdidos de “Automatic for the People”, “All the Best” recupera la crudeza de “Monster”, “It Happened Today” posee coros y armonías que no escuchábamos desde “Out of Time”, “Blue” es un remake de “Country Feedback” + “E-Bow the Letter”… y así continuamente. La buena noticia es que prácticamente todo son buenos temas, quizás no a la altura de los originales pero sí lo suficientemente dignos como para encerrar una despedida con nota alta. En el fondo es también un reconocimiento de que a estas alturas su discurso se ha agotado y solo les queda dar vueltas sobre sí mismos. “Mine Smell Like Honey”, mi tema favorito del disco, recoge también toda su tesis: un enérgico ejercicio de estilo, un autoplagio gozoso que solo puede resultar creíble en manos de un grupo con tanta personalidad. Si en “Collapse into Now” reside el último capítulo de toda una trayectoria, la coda o posdata serían los tres temas inéditos que aparecen en la antología “Part Lies, Part Heart, Part Truth, Part Garbage 1982-2011”, entre ellos ese precioso, humilde y modesto single final y beso de despedida, “We All Go Back to Where We Belong”. Y la vida siempre continúa, el sueño es eterno.
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Fantástico relato. Me ha gustado mucho y coincido con él. Me has recordado lo que sentí al escuchar cada álbum, desde que los descubrí. Muchas gracias por tu trabajo.
Qué bien lo he pasado leyendo éste post……!!!
Mi enhorabuena, ahora a guardar en favoritos, gracias!!!!
Muchísimas gracias, Jorge y Machako, por vuestros halagos. No hay nada más satisfactorio que comprobar que algo en lo que se ha puesto especial cariño es apreciado por los lectores. Un saludo.
Solo puedo decir, muchas gracias por comentar en la noticia de El Mundo de la muerte de Mercury, gracias he descubierto este pedazo de blog!!!!
Siento una profunda envidia ante tu manera de escribir y tus conocimientos musicales.
Gracias a ti, Ismael, por tus palabras y por descubrirnos, porque por aquí somos unos cuantos los que escribimos como buenamente sabemos. Espero que sigas encontrando más artículos que te resulten interesantes en el Cadillac. Un saludo y bienvenido!
Gran artículo, profundo y sentido -como debe ser. Mil gracias!!!!