«Bohemian Rhapsody»: entre la vida real y la fantasía
El día en que Freddie Mercury murió, aquel infausto 24 de noviembre de 1991, aún lo recuerdo como un momento particularmente triste de mi adolescencia. Por primera vez era testigo consciente de la desaparición de una gran estrella del rock a la que admiraba, y que todo ocurriera en circunstancias tan trágicas -con aquel comunicado público reconociendo padecer la entonces letal enfermedad solo unas pocas horas antes- no hacía sino añadir drama a la situación. Hoy quizás estamos más acostumbrados a que los Dioses de la música nos vayan dejando sin remedio, pero a los 15 años yo aún estaba convencido de su inmortalidad (los que siempre conocimos muertos, como Lennon, Elvis o Morrison, formaban parte como de otra dimensión) y comprender que no era así dolió como una sonora bofetada. Lo curioso es que aunque en aquel momento ya me gustaban Queen -soy de la generación que, por cuestiones de edad, se enganchó con “The Miracle” y aquel apabullante “I Want It All”– y acababa de comprarme el “Greatest Hits II”, en realidad fue el fallecimiento de Freddie lo que me llevó a descubrir DE VERDAD a la banda. A lomos de la Queenmania global que se desató en aquellos días, con el video de “The Show Must Go On” emitiéndose a todas horas por televisión, me encomendé a la ardua tarea de buscar los viejos discos y las cintas de VHS, ya fuese en incursiones periódicas en ‘Madrid Rock’ o intercambiando material con otros compañeros tan obsesionados como yo. Y a aquella edad era fácil obsesionarse con una banda tan exuberante, potente y carismática, a nivel musical y visual, como Queen. Así que lo que empezó con un shock traumático terminó convirtiéndose en un fanatismo sano hacia un grupo que combinó como ningún otro en la historia lo comercial y lo extravagante, la grandilocuencia épica y la sofisticación de terciopelo, lo duro y lo suave, a veces en una sola canción.
Queen fue quizás mi banda favorita en la primera mitad de los 90, y Freddie un ídolo al que reverenciaba entre la fascinación absoluta y la impotencia de saber que ya no estaba entre nosotros. Supongo que aquel joven impresionable que yo era habría acogido entonces la noticia de una película sobre la vida, obra y sueños de un tal Farrokh Bulsara llamada “Bohemian Rhapsody” dando palmas con las orejas y emocionado hasta el tuétano, pero a estas alturas un servidor es (puede que algo) más sabio y (sobre todo) más cínico y ya sabe que este tipo de ejercicios en rara ocasión hacen justicia al “homenajeado”, por lo que se conforma con que no la caguen escandalosamente, que el producto sea digno y, dentro de lo posible, honesto con la figura de Mercury. Y los incontables problemas de producción que han habido para llevar el proyecto a buen puerto (retrasos continuos, desencuentros creativos, cambios de casting, despido del director) ofrecían motivos de cierto peso para no esperar ni siquiera ese estándar mínimo. Por no hablar de que el hecho de que Brian May y Roger Taylor -los mismos que llevan años girando por el mundo bajo el nombre de Queen junto a un chaval de American Idol sin sentir siquiera un poco de vergüenza- figuraran como productores ejecutivos y de algún modo “guardianes del legado” tampoco era precisamente un factor tranquilizador.
La buena noticia es que “Bohemian Rhapsody” se puede ver, e incluso llegar a disfrutar, sin sentir que a uno le están tomando el pelo. No es una peliculón pero tampoco una mediocridad insalvable. Por supuesto, se inscribe en la tradición del biopic musical más genérico, con sus reglas, clichés y arco argumental prototípico de auge, caída y redención final perfectamente delimitado, que es lo que la naturaleza y el devenir del proyecto ya sugería. No creo que nadie esperara que esto fuese a romper moldes dentro del género, menos aún cuando el despido del cada vez más deshauciado Bryan Singer antes de terminar el rodaje dejó a la película huérfana de un autor como cabeza visible. Su sustituto y encargado de terminar el filme, Dexter Fletcher, ni siquiera aparece acreditado, de modo que es aún más evidente que estamos ante un producto de estudio en el que la dirección o una mirada relativamente personal es lo de menos. A cambio sí tenemos un relato dinámico y entretenido de la historia de Freddie Mercury desde que se une a May y Taylor en los albores de los 70 hasta su triunfal aparición en el Live Aid de 1985, pasando por la gestación de algunas de las canciones más emblemáticas de la historia de la música, la conquista del mercado global, las desavenencias internas o las tensas relaciones con la prensa. El tipo de material que normalmente queda mejor retratado en un buen documental que en una dramatización de los hechos made in Hollywood. Y uno de los problemas de “Bohemian Rhapsody” es que no termina de justificar por qué era necesaria una película de ficción cuando ya existen documentales como “Queen: Magic Years” (1987), “Freddie Mercury. The Untold Story” (2000), “Killer Queen” (2002), “Queen: Days of Our Lives” (2011), o incluso el amarillista y un tanto impresentable docudrama “The Freddie Mercury Story: Who Wants to Live Forever” (2016).
El responsable del libreto, Anthony McCarten, parece tener claro que para que la cinta funcione a efectos dramáticos debe proponerse más como un biopic de Mercury que de Queen, y de hecho el único personaje que le interesa de verdad es el de Freddie, de modo que Brian, Roger y el bueno de John (Deacon), y ya puestos el resto del elenco, son simples mecanismos de apoyo narrativo, comparsas con más o menos gracia pero que no existen más allá de su relación con la estrella. Aunque eso suponga renunciar a una visión más poliédrica de la historia, Freddie deviene en el único protagonista real de la película y el guión se esfuerza en dotarle de cualidades cinematográficas, poniendo el foco en su larga y singular relación con Mary Austin (Lucy Boynton, de la que en este blog ya nos prendamos con “Sing Street”), el amor de su vida aunque sólo fuese en un sentido platónico, y concentrando su motivación en la búsqueda y aceptación de su propia identidad, incluyendo en ello el reconocimiento de sus verdaderas apetencias sexuales. La cinta evita caer en la hagiografía laudatoria sin matices y no rehúye los aspectos más controvertidos de su excesiva personalidad (la diva egocéntrica, el histrión promiscuo, el cocainómano recalcitrante) -para alivio, supongo, de todos los ofendidos por la ausencia de referencias homosexuales en el primer trailer-, pero tampoco es que profundice mucho en ellos. Por momentos parece un cauto y pudoroso recuento de viñetas sobre las peripecias de un personaje que ciertamente era alérgico a los adjetivos timoratos. Hablamos de un tipo que llegó a calificarse a mediados de los 80 como “una vieja putilla que se levanta cada mañana, se rasca la cabeza y se pregunta qué es lo que quiere follarse”. A ese individuo no le llegamos a ver nunca en “Bohemian Rhapsody” (tampoco las fiestas salvajes amenizadas con enanos sirviendo farlopa en sus sombreros y vírgenes enjauladas… pero ese es otro tema). Aunque si durante el metraje llegamos a creernos que estamos ante Freddie, o al menos ante una versión aproximada de él, es gracias a Rami Malek, que solventa la complicadísima papeleta con muy buena nota. Pese al escollo inicial que supone una dentadura postiza demasiado cantosa, Malek sabe capturar el manierismo gestual y verbal de Mercury, su magnetismo innato y su poderío cegador sobre las tablas sin caer en la parodia, pero también consigue exteriorizar la vulnerabilidad de un hombre permanentemente cercado por la soledad pese a estar siempre rodeado de mucha gente. Malek logra humanizar al mito elevándose sobre la diferencia física y las limitaciones del guión, y ese es un buen punto a favor de “Bohemian Rhapsody”.
Pero la película también tiene otras virtudes, más allá del continuo festín que supone volver a escuchar todas esas canciones en la gran pantalla de la mano de una puesta en escena muy fiel a la (cambiante) imagen que ofrecía la banda. Por ejemplo, está muy conseguido y tiene genuina chispa todo el tramo centrado en la gestación de la obra maestra “Bohemian Rhapsody” (impagable esa yuxtaposición del plano de una gallo de corral con los galileos de Taylor) y la posterior discusión con el jefazo de la discográfica (un irreconocible Mike Myers) a cuenta de la inconveniencia de publicar como single un tema de seis minutos que no pondrán en la radio. Y desde luego los últimos veinte minutos, en los que se recrea con todo lujo de detalle y en gran formato la legendaria actuación del Live Aid en la que Freddie puso un atiborrado estadio de Wembley a comer de la palma de su mano, triunfan al hacer sentir al espectador que está allí mismo siendo partícipe de la misma emoción y euforia de miles de personas. Ciertamente un final tan catártico contribuye a que tanto el fan fatal como el espectador ocasional abandonen la sala con una sonrisa de oreja a oreja, incluso si el resto de la cinta no le ha resultado especialmente memorable.
De hecho, será el fan más avezado quien encuentre una serie de pegas que pasarán desapercibidas para el espectador menos versado en la trayectoria de Queen, ya que el filme está trufado de inexactitudes, invenciones y licencias, algunas de ellas más o menos justificadas a efectos dramáticos y otras no tanto. Por ejemplo, es comprensible que una película que opta por obviar los últimos años de Freddie -gravemente enfermo y aún así capaz de grabar música hasta sus últimos días con resultados tan sobrecogedores como los registrados en “Innuendo”– se tome la libertad de adelantar el momento en el que el cantante fue diagnosticado seropositivo (que en realidad fue en 1987) y colocarlo justo antes del Live Aid. O que nos vendan la moto de que Queen llevaban años sin actuar antes del gran evento benéfico organizado por Bob Geldof y que aquello fue una especie de gran reencuentro, cuando la verdad es que habían ofrecido su último show apenas dos meses antes en Japón como parte de la gira de “The Works”. O que se intente hacer ver que la grabación del disco “Mr. Bad Guy” (1985) por parte de Mercury fue una traición a sus colegas cuando tanto Roger (“Fun in Space”, 1981) como Brian (“Star Fleet Project”, 1983) habían debutado en solitario antes que el mismo Freddie, y realmente nada de aquello influyó en las actividades con la banda. Son licencias que se entienden en el contexto de crear una línea dramática más contundente (ya saben, no dejes que la realidad te estropee una buena historia), pero menos justificado y muy torpe me parece que ciertas canciones suenen en momentos en los que aún no se habían publicado (“Fat Bottomed Girls”, del 78, ilustrando una gira de 1974) o al revés, que nos sitúen la creación de un tema años después de cuando lo hicieron en realidad (“We Will Rock You”, de 1977, la datan sin ningún reparo a principios de los 80). Son detalles que no cuesta nada cuidar y que me parece inconcebible que se desatiendan en una producción de este calibre porque le restan credibilidad biográfica.
Pese a estas fluctuaciones entre la vida real y la fantasía, “Bohemian Rhapsody” funciona especialmente como simple y disfrutable celebración de la vida y obra de Queen y Freddie, y por eso creo que obtendrá el visto bueno de la mayoría de fans, pero como obra meramente cinematográfica se instala en una zona de corrección que ni mata ni enoja. Que se consuma con facilidad y nunca se haga larga o tediosa pese a su generoso metraje no significa que deje un gran poso. Quizás en manos de un cineasta más personal y con verdadero control creativo el resultado podría haber sido distinto, más atrevido, creativo y arriesgado, pero ya hemos quedado en que esa nunca fue la intención de un proyecto que siempre se pensó para todos los públicos. Al final, y como era de esperar, no se llega a descifrar realmente el enigma de Freddie Mercury, una figura demasiado compleja y desmesurada como para ser comprimida en un filme de Hollywood, pero si el invento sirve para que nuevas y viejas generaciones (re)descubran la música de una de las bandas más maravillosamente atípicas, originales e inimitables de todos los tiempos definitivamente habrá merecido la pena. Y si alguno se queda con ganas de seguir rememorando la grandeza de Freddie siempre puede pasarse por aquí.
Me ha parecido una crítica muy acertada y la he disfrutado. Muchas gracias y enhorabuena!
Muchas gracias a ti, Javiroso6. Un saludo!