“Comanchería”: los señores de las llanuras
Ya lo dijimos hace sólo un par de días, cuando la incluimos entre nuestros 15 films favoritos de 2016: “Comanchería” (“Hell or High Water”) es una de las mayores y mejores sorpresas que nos hemos llevado este año. Es una de esas películas que ni siquiera sabes que existen hasta que no las tienes delante o te topas con ellas casi por casualidad, pues no llegan precedidas de campaña de promoción alguna, y difícilmente veremos su tráilers proyectados en una sala de cine. Tras una más que buena recepción en el pasado Festival de Cannes, en EE.UU. se estrenó a principios de agosto, en una época más propicia para los blockbusters y producciones para toda la familia, y sin embargo la excelente acogida por parte de la crítica y una taquilla más que decente la convirtieron allí en uno de los grandes ‘sleepers’ del verano. Sus recientes tres nominaciones a los Globos de Oro, en categorías tan relevantes como mejor película dramática, mejor guión original y mejor actor secundario (Jeff Bridges) deberían acabar dando visibilidad a una cinta que no se merecería pasar por nuestras carteleras, como tantas otras, sin pena ni gloria.
“Comanchería” cuenta la historia de dos hermanos que se dedican a robar bancos para poder saldar sus deudas y no perder el rancho familiar, mientras un Ranger de Texas al borde de la jubilación, en el que sería su último caso, les pisa los talones. ¿Qué hace tan especial a “Comanchería”, qué la convierte en una de las mejores producciones del año, más allá de esta simplona y manida sinopsis, más propia de un simplón y manido telefilm? Pues TODO lo demás. Empezando por el portentoso guión del también actor Taylor Sheridan, unas interpretaciones para enmarcar de todo su elenco, una fotografía preciosa a cargo de Giles Nuttgens, su atinada banda sonora, con un score original de Nick Cave y su compinche habitual Warren Ellis, y un David Mackenzie que, como director, no sólo no desaprovecha todos estos elementos a su favor sino que les saca máximo rendimiento, imprimiendo además a la cinta de una narrativa muy ágil e inteligentísima, que nunca se desvía de lo esencial y en la que no parece sobrar ni un solo plano.
La traducción más precisa de su título original, “Hell or High Water”, vendría a ser en castellano “contra viento y marea”, pero la expresión también da nombre a una cláusula legal en EE.UU., por lo que en inglés tendría un doble sentido que encaja a la perfección con el film, pero que inevitablemente se perdería en nuestro idioma. “Comanchería”, en cambio, era el título original del guión de Sheridan, por lo que esta vez no estamos ante una nueva pillería de nuestros insignes traductores, sino todo lo contrario. Aquel libreto logró colarse como uno de los más destacados en 2012 en la célebre Black List, que recopila los mejores guiones no producidos (esos que van rebotando de estudio en estudio) en Hollywood. Para hacernos una idea, ese mismo año compartió honores con posteriores éxitos como “Whiplash”, “John Wick”, “The Equalizer” o “La llegada”. Sheridan, con su segundo guión producido tras “Sicario”, entrega un texto formidable a todos los niveles, pues partiendo como señalábamos de una premisa muy básica consigue levantar una historia capaz de trascender a muchísimos niveles. Así, podríamos decir que “Comanchería” es un clásico thriller de robos, una peli de bandidos y policías ambientada en la Texas profunda, por lo que también tiene muchísimo de road movie y de western. También es un emotivo drama familiar y asimismo una ácida cinta de denuncia social, concebida con honestidad y sin maniqueísmos. Y por momentos es una comedia costumbrista, con un humor negrísimo y algunas escenas hilarantes. “Comanchería” consigue ser todo eso y lo hace con una precisión asombrosa, tan bien construida e infalible como el plan maestro que trazará uno de sus protagonistas. Es habitual que se cite a Cormac McCarthy como una de las mayores influencias en el libreto de Sheridan, pero en ocasiones su escritura se asemeja tanto a Elmore Leonard que cuesta creer que el ahora guionista figurase como actor en “Sons of Anarchy” y no en “Justified”. El film nos deja además algunas de las secuencias más memorables del año y diálogos inolvidables.
TANNER: ¿Eres comanche?
BEAR: Sí.
TANNER: ¡Señores de las llanuras!
BEAR: Señores de la nada ahora.
(…)
BEAR: ¿Sabes qué significa comanche? Significa enemigos por siempre.
TANNER: ¿Enemigos de quién?
BEAR: De todos.
TANNER: ¿Sabes en qué me convierte eso?
BEAR: En un enemigo.
TANNER: No. Me convierte en un comanche.
Puede que sin embargo lo más llamativo de “Comanchería”, y lo que sin duda se ha convertido en su principal reclamo, sea la enésima exhibición interpretativa de Jeff Bridges. Nada nuevo bajo el sol, pues el actor parece instalado en la excelencia en esa madurez suya tan espléndida, y aquí vuelve a encontrar un papel que le sienta como un guante. El Ranger de Texas Marcus Hamilton es un viejo cascarrabias, sobradamente astuto y eficaz en su trabajo, que se divierte lanzándole constantes puyas racistas a su compañero mestizo (por lo que tiene donde elegir, con chistes a cual más ofensivo contra indios y mexicanos) Alberto Parker (Gil Birmingham). Se adivina, no obstante, una genuina relación de camaradería e incluso cariño entre ellos, aunque no es casualidad que se haya señalado al personaje de Bridges y a otros que pasarán por ahí («¿Están robando el banco? Qué locura, ni siquiera son mexicanos.») como clarísimos exponentes de esa América que ha acabado encumbrando a Donald Trump. Birmingham, por su parte, se destapa como un magnífico descubrimiento y le aguanta el tipo a Bridges con el mismo aplomo con el que su personaje parece encajar las burlas.
Si bien es probable que Bridges se acabe llevando todos los honores y las posibles nominaciones a los más prestigiosos premios, no es menos cierto que Chris Pine y Ben Foster, la pareja protagonista, brindan dos interpretaciones igualmente sobresalientes. Mucho tendrán que agradecérselo a lo bien construidos que seguramente estaban sus personajes ya sobre el papel, pero ellos consiguen elevarlos dando sendas lecciones de autenticidad, presencia (fíjense en su lenguaje corporal) y arrojo o contención, según toque. Ya en la secuencia de inicio no nos es difícil identificar a Toby (Pine) como el hermano bueno que no disfruta su rol de criminal, e incluso se esfuerza por cometer el menor mal posible, y a Tanner (Foster) como el hermano impulsivo, o directamente zumbado, que parece estar en su salsa cometiendo fechorías. Y sin embargo, a partir de ese momento, la cinta se irá encargando de demostrarnos que las cosas no son tan sencillas ni unidimensionales, que hay muchas capas que aún nos quedan por descubrir y que, aunque nunca se nos vendan como héroes, a veces es posible encontrar algo o mucho de nobleza en el tipo más insospechado.
No, los hermanos Toby y Tanner Howard, aunque no nos cueste nada empatizar con ellos, sobre todo una vez que conozcamos sus circunstancias vitales y las motivaciones de sus actos, no son los héroes de esta historia (tampoco lo sería el personaje de Bridges). Pero tampoco los villanos. «Tres veces en Irak pero no hay dinero para gente como nosotros». «Cierre». «Liquidación de deudas». «Propiedad del banco». «¿En deuda?». Éstas son algunas de las pintadas, carteles y anuncios que pueblan los paisajes polvorientos, deprimidos y desolados del Oeste texano, de los que sin embargo la fotografía de Nuttgens consigue extraer una inusitada pero genuina belleza. Y es que puede que a algunos les escueza. Habrá incluso quien lo tilde de panfletario. Pero no hay más ciego que el que no quiere ver: los verdaderos villanos de ésta y de otras muchas historias reales son los bancos, y el despiadado sistema que les ampara y les defiende.
ALBERTO: ¿Cómo hace la gente para ganarse la vida aquí?
MARCUS: Hace 150 años que la gente se gana la vida aquí.
ALBERTO: La gente vivió en cuevas durante 150.000 años, pero ya no.
MARCUS: Tal vez tu gente murió.
ALBERTO: Tu gente también. Hace mucho tiempo, tus ancestros eran los indios, hasta que alguien llegó y los mató a todos, les sometió, y te convirtió en uno de ellos. Hace 150 años, todo esto era la tierra de mis ancestros. Todo lo que ves. Todo lo que viste ayer. Hasta que los abuelos de estos tipos se lo quedaron. Y ahora, se lo quitaron a ellos. Excepto que no es un ejército. Son esos hijos de perra de ahí.
El drama es en esencia tan universal, cotidiano y reconocible que no ha de extrañarnos que sea un escocés como Mackenzie quien haya sabido mostrárnoslo con tanta astucia y veracidad, aún en pleno Oeste de Texas, sin perder además en ningún momento el pulso de la narración ni el difícil equilibrio entre los géneros por los que transita la odisea de los hermanos Howard. Especialmente en esa extraordinaria última media hora en la que nos tiene reservadas las escenas con más acción, los destellos de comicidad más delirantes y los momentos más intensamente dramáticos de toda la cinta. La banda sonora con temas de Townes Van Zandt, Ray Wylie Hubbard, Waylon Jennings, Colter Wall, Scott H. Biram, Gillian Welch, Billy Joe Shaver y Chris Stapleton, pero sobre todo la música compuesta por Cave y Ellis (expertos en estas lides tras sus trabajos en “La propuesta”, “El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford”, “La carretera” o “Lejos de los hombres”) resultan tan cruciales como el trabajo del director, los actores, el diseño de producción o la fotografía a la hora de recrear de forma tan auténtica y creíble la ambientación del film.
TOBY: He sido pobre toda mi vida. También mis padres, y sus padres. Es como una enfermedad que se transmite de generación en generación. Se vuelve una enfermedad. Infecta a todas las personas que uno conoce… pero no a mis hijos. Ya no. Todo esto es de ellos ahora.
“Comanchería” es una historia de gente desesperada que toma medidas desesperadas en tiempos desesperados. Pero también es una historia en la que el orgullo, la dignidad, el afán de supervivencia y el amor por los seres queridos nos pueden empujar hasta lograr pequeñas victorias en grandes guerras que sabemos perdidas de antemano. Y este tipo de historias siempre nos llegarán porque las conocemos y las hemos visto muchas veces, ya sea en nuestros vecindarios, en la polvorienta, deprimida y desolada Texas o en galaxias muy, muy lejanas.
Magnífica. Una pena que se estrene así como de tapadillo, la última semana del año, donde la mayoría de gente está concentrada en otros menesteres.