«Whiplash»: la baqueta metálica
Son numerosos los títulos en los que el eje central de la trama es la relación entre un mentor y un discípulo. Hollywood se ha visto atraído en multitud de ocasiones por estos conflictos interpersonales; ya sea en una academia militar, en una elitista escuela, en medio del mar, en lo alto de una montaña o en una galaxia lejana. En la gran mayoría de estos títulos, las aristas entre el veterano y el novato acaban limándose de forma más o menos idealizada para acabar consiguiendo los objetivos que parecían inalcanzables al comienzo de cada una de esas historias. No obstante, muy lejos de esa visión casi romántica de superación personal y empatía entre dos personas a priori incompatibles (ahí están títulos tan dispares como «El indomable Will Hunting«, «Rocky» o «The Karate Kid«), nos encontramos con otros títulos que tratan estos conflictos personales de forma mucho más cruda, mostrando la terrible necesidad de alcanzar sus metas y, lo que es peor, mostrando sin concesiones lo que sucede cuando no las consigues alcanzar, el hundimiento psicológico y la progresiva destrucción interna del alumno. Es en este caso donde nos encontramos los títulos más interesantes, siendo claros exponentes «Cisne negro«, «La chaqueta metálica» o el film que hoy nos ocupa; que, como veremos a continuación, comparte más de un punto en común con el primer tramo de la mítica cinta de Kubrick.
La trama de «Whiplash» se centra en la intensa relación que se establece entre un profesor y un alumno del (ficticio) conservatorio de música Shaffer en Nueva York. El profesor Fletcher (J. K. Simmons) es el máximo responsable de una banda de jazz que se nutre de aquellos alumnos más destacados de dicha escuela de música. Fletcher ha generado una competitividad extrema entre sus músicos, los cuales ven en cada candidato recién llegado, un nuevo enemigo; creando Fletcher, en torno a su figura, un aura de perfección absoluta, exigencia extrema y crueldad gratuita, que le ha convertido en una leyenda en todo el centro educativo. Todos los alumnos aspiran a poder ser bendecidos con una audición suya, entendiendo por audición a los menos de cinco segundos que Fletcher necesita para desaprobar con un gesto de absoluto rechazo las pocas notas que el alumno (temeroso y excitado a partes iguales) ha sido capaz de ejecutar. Esta eminencia, que recuerda a una imposible mezcla entre el sargento Hartman (por su dureza y gusto por la humillación) y el doctor Gregory House (por su innegable talento y dominio de la materia que profesa), pronto empezará a preguntarse si, bajo los destellos de genialidad que demuestra el joven alumno Andrew Neymar (Miles Teller), se oculta algo más.
El film se centra principalmente (aunque no sólo) en el intenso conflicto personal entre un profesor y su alumno, en cómo de lejos debería llegar un profesor para ‘extraer’ lo mejor de sus alumnos, sin llegar a la humillación. El profesor Fletcher busca obsesívamente esa perfección en sus alumnos, con la esperanza de poder ser el descubridor de un nuevo Charlie Parker; mientras que Andrew no duda en conseguir a cualquier precio la perfección en la batería del gran Buddy Rich o Jo Jones. Fletcher no duda en utilizar la provocación, la humillación y la agresión directa sobre sus alumnos, sin concesiones, exigente (tal y como el propio jazz con su público), llevándoles más allá de sus límites con el fin de provocar que sus talentos innatos (si es que los tienen) emerjan a la superficie. Haciendo suya la frase «el carbón, bajo presión, produce diamantes». Bajo su batuta, no hay piedad ante los fallos o la ignorancia. Sólo los más preparados sobreviven en una banda de Jazz con enorme competitividad y gran circulación de candidatos. Un buen día, el joven Andrew capta la suficiente atención de Fletcher para que este le haga una audición que no olvidará en su vida (demoledor ese «diviértete» que, segundos antes, Fletcher le suelta con una amplia sonrisa a Andrew). Con los días, Andrew irá demostrando su enorme talento, que le permitirá mantenerse en el puesto a pesar de las presiones del resto de candidatos al puesto. En este punto, es imposible no recordar el aterrador casting nocturno que Fletcher realiza durante horas a los tres mejores bateristas de la escuela. Como va rompiéndoles poco a poco tanto física, como psicológicamente, en un sangriento duelo que marcará el principio del fin para cada uno de ellos.
Aunque en un principio podamos pensar que el papel de Fletcher pueda fagocitar por completo la atención del espectador, esto no ocurre gracias a esos tres aspectos tan cruciales en cualquier película: guión, dirección y actuación. Los dos primeros son mérito de la misma persona: Damien Chazelle, jovencísimo (29 años) autor del guión de «Grand Piano» (película dirigida en 2013 por Eugenio Mira y protagonizada por Elijah Wood, John Cusack y Kerry Bishé) y que venía de dirigir «El último exorcismo 2«. El guión permite que ambos personajes crezcan, dándoles el tiempo necesario para que el espectador pueda acercarse a ambos protagonistas, conozca sus deseos, sus frustraciones (esa comida familiar de Andrew es toda un crítica a los valores actuales de gran parte del sistema educativo), su pasado. En el caso del aspirante a percusionista, sabremos que fue abandonado por su madre, creciendo al lado de su padre (Paul Reiser), un profesor de literatura que fracasó años atrás en su único intento de ser escritor. La historia de Fletcher también encierra momentos de gran trascendencia (a descubrir por el espectador), que marcaron definitivamente su comportamiento actual. En el apartado de la dirección, Chazelle utiliza especialmente el plano corto sobre cada protagonista, con el fin de que el sufrimiento, la rabia, la desesperanza y la ira claven profundamente sus uñas en nuestras retinas y en nuestro corazón. Consigue que en ningún momento decaiga el vertiginoso y electrizante ritmo de esta película (rodada en apenas 19 días); especialmente, en sus gloriosos quince últimos minutos, una erupción volcánica de talento sin precedentes que pasa a ser, de forma automática, lo mejor que este 2015 puede aportar a un espectador hambriento de calidad. Con tan corta experiencia a sus espaldas, uno podría pensar que estamos ante una «joven promesa»; pero, para quien esto escribe, Whiplash supone su consolidación como director de primera fila. Tras haber recogido premios en Sundance y en los recientes Globos de Oro, «Whiplash» afronta la carrera de los Oscars rodeada de una decisión no carente de cierta polémica, ya que la academia de Hollywood ha decidido que el guión de «Whiplash» acabase optando al Oscar a mejor guión adaptado (y no al guión original como habría cabido esperar en un principio). Esta decisión se basa en el corto homónimo que, meses antes, Damien Chazelle rodó para poder encontrar financiación para este film. Entendiendo la academia que el guión del film nominado es realmente una adaptación de dicho corto. En cualquier caso, Whiplash ha conseguido ser nominada además a mejor película, mejor actor de reparto, mejor montaje y mejor mezcla de sonido.
Por último y no menos importante, la espléndida actuación de ambos actores. Por un lado, un enorme J. K. Simmons, que no sólo consigue llevar el personaje de Fletcher con asombroso realismo, mostrando con inusitada precisión los aspectos más sublimes y los más perversos que encierra su papel; sino que lo eleva al que indiscutiblemente será el personaje que marcará su carrera (y eso es mucho decir en su caso, con una filmografía extensa y brillante). El sadismo de su personaje se encuentra a un sólo paso del ridículo, pero Simmons consigue llevar el personaje con perfecto equilibrio entre la dureza en sus métodos de enseñanza, el humor negro y los errores del pasado que (intuimos) atormenta su conciencia. Ganador merecidísimo del Globo de Oro por este papel de asombrosa intensidad y, desde ya, el más serio aspirante a lograr el Oscar al mejor actor de reparto de este año. Por otro lado, Miles Teller, desarrolla perfectamente un personaje lleno de matices, de inseguridades (ver sus intentos por conseguir una primera cita), de soledad (en la escuela, en la banda, en sus ensayos), obsesiones (palabra clave a la hora de afrontar este film), talento y fuerza de voluntad. Por cierto, Miles Teller (en contra de lo que podríamos pensar en un principio), ya sabía tocar la batería antes de rodar, lo que le permitió no tener que realizar una interpretación fingida con las baquetas.
Especialmente significativa es la reflexión que hace Fletcher sobre la permisividad que se tiene con la imperfección en la sociedad actual; utilizando como ejemplo el vulgar destino que Charlie Parker habría tenido de no haber sido duramente castigado por Jo Jones antes los errores que comete tocando el saxo en una actuación, de no haber sufrido las risas del público presente esa noche en el club Reno de Kansas, sin esa traumática experiencia, sin ese revulsivo, el genio de Parker habría permanecido para siempre cubierto por una gruesa capa de complaciencia. Llegando a la conclusión de que nunca dos palabras han hecho tanto daño al arte como «buen trabajo». A lo que Andrew pregunta si no hay un límite a esa intimidación, si no se corre el riesgo de asustar tanto a Charlie Parker, que éste acabe renunciando a querer ser Charlie Parker. Fletcher le responde: «Charlie Parker nunca se rendiría». Y con esta memorable afirmación, llegamos al climax final, sus quince últimos minutos a los que anteriormente hacía referencia; minutos que funcionan como una pieza maestra de ritmo, tensión, venganza, ira. Poniendo sobre la mesa todos los ingredientes necesarios para marcar el destino de una persona para el resto de su vida; por eso, el glorioso triunfo alcanzado no se transmite al espectador a través del respeto de Fletcher o de la satisfacción personal de Andrew…el verdadero reconocimiento del talento del joven percusionista nos llega mediante una mirada de asombro, escondida entre bambalinas, de alguien que nunca pudo superar el fracaso inicial y ve cómo su hijo ha hecho frente a momentos mucho más duros y mayores desafíos, reponiéndose de todos y cada uno de los golpes recibidos, esquivando el platillo que se dirigía a su cabeza y emergiendo el genio.
Whiplash baja el telón tal y como lo levantó, con un solo de batería… un redoble de tambor que, sin percatarnos de ello, habremos acompañado con nuestros pies durante todo su metraje.
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Lo que tiene de bueno Whiplash es que se disfruta cuando se ve, pero que transcurridos algunos días uno la recuerda y se da cuenta que es mejor de lo que parece. Su objetivo es pequeño, un profesor y un alumno podría parecer poco ambicioso. Aún así, la película tiene un ritmo intenso, no podría ser de otra manera, y a pesar que puede ser exagerado nominarla como mejor película del año, lo cierto es que tiene escenas, momentos y diálogos maravillosos. Desde entonces, y qué tontería, escucho más jazz y con más atención la batería. Ah, todavía no existe el gran papel protagonista para J.K Simmons.