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Te quiero, «Catastrophe» / Te odio, «Catastrophe»

19/05/2017

Confieso que a los cinco minutos de empezar a verla ya estaba completamente enamorado de la pareja protagonista de «Catastrophe», la serie que más insistentemente he recomendado en los últimos meses, incluso con el riesgo de pecar de pesado y monotemático, pero con la seguridad de estar haciendo un favor a la humanidad más cercana, por lo que una vez finalizada su tercera temporada no puedo evitar agarrar el altavoz de El Cadillac Negro para persistir en mi consejo. Para empezar, hablar de una comedia romántica se queda definitivamente corto para etiquetar «Catastrophe», aunque en el fondo lo sea; quedarnos en el modernete término de dramedia quizás haría más justicia, pero incluso esta es una definición más que escueta; y decantarnos por comedia inteligente es algo tan manido que realmente llega a decir poco ya. Por lo tanto, voy a tratar de huir de etiquetas, aunque a buen seguro que con las ya descartadas puedes hacerte una idea de por dónde van los tiros. «Catastrophe» es la historia de una pareja que te atrapa desde el principio, te engancha a golpe de humor, pero con la que terminas sufriendo mientras la sonrisa se te va helando. «Catastrophe» te guiña un ojo para engatusarte y cuando te tiene conquistado empieza a darte suaves bofetadas en la cara, cada vez con más mala leche, hasta que de repente te das cuenta de que te están hostiando de lo lindo.

En tiempos de infinitas pantallas, las comedias, al igual que el resto de ficciones televisivas, viven un momento de búsqueda, intentando escapar de las sitcom para todos los públicos que desde hace décadas conviven en nuestros televisores, pretendiendo segmentarse para llegar a públicos más específicos y lograr su pequeño hueco entre tanta oferta. En varios post anteriores hemos hablado de la pretendida reinvención de la comedia romántica, la cual ha vivido momentos de más o menos éxito (os remitimos a nuestras opiniones de series como «Girls», «Love», «Eres lo peor» o «Lovesick»). En el caso de «Catastrophe», la novedad se presenta en primer lugar en la edad de los protagonistas. Los jovencitos casi siempre guapos son sustituidos en esta ocasión por una pareja que ya ha pasado los 40, y esos 10 años de más suponen una enorme diferencia con las propuestas habituales, eso lo cambia todo. Por este motivo, me atrevo a sentenciar que si estás bordeando la mitad de tu vida, si tu pasado ha causado ya las suficientes y necesarias cicatrices y si sientes cierta frustración al sentir que los protagonistas de muchas de las comedias que ves representan episodios por los que ya pasaste, seguramente te identificarás con «Catastrophe», siendo más que probable que termines amándola y odiándola por el mismo motivo, por ponerte delante un espejo e ir quitando de él poco a poco todos los filtros que en principio dulcifican el reflejo.

Más allá del realismo que ya hemos destacado o de unos guiones inteligentes y punzantes, absolutamente nada sería lo mismo sin la interpretación y la química que desprenden su pareja protagonista. Sharon y Rob están interpretados por Sharon Horgan y Rob Delaney, quienes además son los guionistas de la serie. Las réplicas, las miradas, la compenetración, la llama que prende de esta pareja es sin lugar a dudas la viga sobre la que se asienta la serie. Sharon es una profesora irlandesa que vive en Londres, una mujer que se ha acostumbrado a sus frustraciones y entre cinismo e ironía acepta el lugar que le ha otorgado la vida. Rob es un comercial estadounidense que está de visita laboral en Londres, un hombre de intenso pasado pero de aspecto fresco y bondadoso, que acepta el reto de su vida por integridad y quizás también como última y loca oportunidad de forjar algo perdurable al fin. Ambos se conocen en un bar y terminan esa noche follando. Les gusta cómo se lo montan y siguen follando sin parar durante varios días, hasta que Rob regresa a Estados Unidos. Sharon se queda embarazada y Rob decide volver a Londres y hacerse cargo de la paternidad de un niño fruto del sexo casual de dos desconocidos. Esto sucede en los primeros minutos del primer episodio, el primero de un total de seis en cada una de las tres temporadas realizadas hasta el momento, episodios de apenas de 25 minutos de una serie que ha prometido una cuarta y última entrega. Y aquí vienen los primeros reproches, ya que tanto los capítulos como cada una de las temporadas se disfrutan en un suspiro y te dejan con necesidad (y casi ansia) de mucho más, con el frustrado deseo de seguir siendo parte de las vicisitudes de esta pareja, de seguir riendo y sufriendo con ellos. El resto de reproches tiene que ver con este sufrimiento.

Después de la fugaz presentación, tanto para el espectador como entre ellos mismos, la primera temporada se centra en el embarazo de Sharon, un embarazo irremediablemente marcado por el hecho de que la pareja no se conoce lo más mínimo, y en este punto llega el primer azote, quedando en evidencia cómo llegada cierta edad muchas veces los ideales, sueños y aspiraciones quedan enterrados ante el ‘esto es lo que hay’, ante el ‘esto es lo que me conviene’ o ante el ‘esto es lo que debo hacer’. Así, la pareja ve cómo quedan alterados el orden normal de los acontecimientos y primero quedan unidos mediante algo tan primordial como un hijo y luego prueban a ver si la cosa puede funcionar. En este punto, los azotes en el espectador aún son llevaderos, con la incomodidad de ciertas situaciones como único elemento ajeno a una comedia. En la segunda temporada llegarán los niños y con ellos una paternidad extremadamente alejada de cualquier tópico televisivo y mucho más cercana a la cotidianidad de unas personas que no siempre quieren la vida que llevan. En esta tanda de episodios el drama deja de intuirse para asomar definitivamente, extendiéndose poco a poco cual mancha de aceite que va inundándolo todo, llenándolo de sufrimiento. Y en la tercera temporada, lo que comenzó como un guiño y un coqueteo termina en una paliza al espectador, con los protagonistas haciendo equilibrios para no caer en la tragedia, para ellos mismos (y con ellos tú, que ya eres un elemento más de la pareja) poder mantenerse a flote en un barco que se ha llenado de grietas.

(Después de unos párrafos de recomendación, a partir de ahora se desvelarán elementos de la trama de la tercera temporada, por lo que, si no la has visto, para evitar spoilers te recomiendo (por enésima vez) que veas la serie y regreses cuando buenamente puedas). 

Después de que la segunda temporada finalizase con Rob dudando de si Sharon le había sido infiel, de nosotros dudando de si Sharon había sido infiel e incluso con la propia Sharon dudando de su infidelidad, el comienzo de la tercera tanda fue aún más descorazonador al ser testigos de cómo la pareja se ve abocada a un abismo de desconfianza, cuando hasta ahora ambos habían sido ejemplo de química y complicidad desde que se conocieron, siendo ese mágico vínculo lo que indudablemente les llevó a sacar adelante un proyecto de pareja con todos los visos de fracaso. Las preguntas malintencionadas y las respuestas de todo menos convincentes llenaron parte de los primeros capítulos de la nueva tanda, haciendo del espectador, hasta entonces cómplice de sus guiños, un auténtico sufridor en la sombra.

Si bien en la segunda temporada el peso dramático cayó en los hombros de Sharon, abrazando una maternidad no del todo aceptada en muchos momentos y ni mucho menos disfrutada como Dios (y los anuncios) mandan, en esta ocasión es Rob quien atraviesa por un momento vital más crudo. Mientras Sharon ve cómo de forma sorprendente le conceden un ascenso en el trabajo nada más reincorporarse a él (y en este punto cabe recordar la despedida que le toca organizar al profesor que acaba de fallecer como uno de los pocos momentos realmente tronchantes de los últimos capítulos), Rob se encuentra sin trabajo, con continuas decepciones en su intento por encontrar un nuevo empleo y lidiando con su nueva faceta de amo de casa y cabeza visible de la familia en el colegio. Tal es su desesperación que incluso llega a tomar un cumplido de su ahora esposa hecho durante la pertinente fase de cortejo como una posible salida laboral, pretendiendo una carrera de modelo precisamente cuando su estado físico no ha hecho más que empeorar, como así le recuerdan numerosos comentarios burlones que llevan a hundirle aun más. Esta situación hace que Rob recaiga en la bebida (recordemos el primer diálogo de la serie, cuando Rob y Sharon se conocen, y él confiesa que ha tenido problemas con el alcohol en el pasado), llevando su pecado en silencio mientras su esposa carga con la culpa de una infidelidad no consumada, pero que en el baremo de la pareja la deja a ella como la culpable y a él como el abnegado y bondadoso marido ejemplar. El casi insostenible nuevo escenario la revela a ella lidiando con su reconocida responsabilidad y a él atormentado por su secreta culpa.

Y cuando este combate de desconfianzas parece adquirir una ficticia calma, la tragedia se ceba con Sharon con la muerte de su padre. Esto le lleva a reencontrarse con los fantasmas de su pasado, con las disputas y celos familiares, con pesadillas fuera de la pareja que habían quedado momentáneamente aparcadas desde que inició su serie de catastróficas (aunque encantadoras) desdichas con Rob. A pesar de encontrarse con todos los infortunios que una vida puede generar, la pareja sigue haciendo gala de una envidiable forma de acometer la desdicha, riéndose en la cara del infortunio y siguiendo desplegando su arsenal de incorrección política, atizando a todo lo que pueda considerarse medianamente aceptado únicamente por el hecho de ser aceptado. Así, las bromas escatológicas y sexuales no dejan de estar presentes incluso con el derrumbe más desolador sobre sus cabezas, suponiendo muchas veces un respiro y un rayo de luz entre la catástrofe, aunque he de reconocer que en algunos momentos he percibido en algunas escenas cierto aire a gag, a demasiada perfección en las réplicas, perdiendo con ello algo de verosimilitud.

Hasta ahora la pareja protagonista ha centrado todo el texto, y creo que de forma justa ya que ellos son «Catastrophe», pero no sería preciso finalizar la reseña sin por lo menos hacer referencia a los personajes que enmarcan la historia de Sharon y Rob. Un papel importante juegan en la serie Fran (Ashley Jensen) y Chris (Mark Bonnar), dos de los amigos de Sharon que en realidad son amigos por una de esas cosas inexplicables de la vida y de la madurez. Pero el contrapeso a tener que lidiar con la insoportable Fran es la presencia de su pareja/expareja, Chris, un extraordinario personaje que va aumentando su carisma según van avanzando sus apariciones y que es seguramente el único de todo el elenco que consigue mantener el nivel de los dos protagonistas.

El resto de nombres sí que pueden considerarse meras comparsas, elementos para dar forma a la historia de Sharon y Rob. Así, el hermano de ella, Fergal (Jonathan Forbes), no posee demasiado carisma ni una personalidad especialmente definida o interesante, y sus apariciones son celebradas únicamente en la última temporada cuando se aprovecha el traslado con su familia a España para atizar de lo lindo a nuestro país, con bromas y afirmaciones extremadamente caricaturescas pero que si aceptamos y celebramos lo políticamente incorrecto en todos los aspectos de la serie, pecaríamos de todo de lo que se nos acusa si no aceptamos cuando nos atizan a nosotros. No molesta sin embargo Fergal, al contrario que Dave (Daniel Lapaine), el único amigo propio de Rob en Londres y que se vuelve demasiado cargante, especialmente cuando en algunos momentos parece que va a tomar un protagonismo propio e importante en el conjunto de la serie, lo que afortunadamente no llega a suceder. Por contra, Kate (Eileen Walsh), amiga eterna de Sharon, resulta muy divertida en su tormento ninfómano.

Y por supuesto, no podemos dejar pasar la oportunidad de dedicarle unas líneas a la eterna Carrie Fisher, la mítica Princesa Leia, que dejó en «Catastrophe» la última interpretación de su carrera. Encarnando a la madre de Rob, Carrie Fisher recrea un personaje que es una delicia en su mala leche. Tras unas primeras temporadas en las que únicamente aparecía sola en su casa de Estados Unidos al otro lado del teléfono, la muerte del padre de Sharon la lleva a Irlanda y es entonces cuando emerge una presencia arrolladora y un elemento que bien podría haber aumentando su importancia en los futuros acontecimientos, convirtiéndose en el azote de la pareja protagonista, fustigándoles con el látigo de la ironía que ellos tan bien y habitualmente manejan. Su muerte, además de inmensas muestras de dolor, respeto y vacío en todo el mundo, rompió el crecimiento de una figura en la serie que prometía muchos más momentos de gozo.

Finalizada la tercera temporada, la peor noticia para los cada vez más numerosos seguidores de «Catastrophe» es sin duda que nos queda por delante únicamente una última temporada, imaginamos que de nuevo seis capítulos, escasas dos horas y media de complicidad, verdad y genialidad. Porque que se produzca una combinación tan espléndida con elementos a priori tan básicos no sucede muy a menudo, y esa es la grandiosidad que hace de determinados títulos obras perdurables. Por supuesto que habrá gente, y mucha, que no comparta mis alabanzas y que vea en la serie «una más», incluso con poca gracia para ser una comedia, porque es que además de todos los factores tratados en este texto, es necesaria (como bien le sucede a esta pareja y como nos sucede a todos en todas las facetas de la supervivencia) la conexión, y eso es algo intangible e inesperado, una especie de magia que crea efímeras burbujas de felicidad, bienestar y euforia. Ya luego llegará la vida para joderlo todo.

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