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«The X-Files»: seis paradas en la ruta de la memoria

25/02/2016

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(ALERTA SPOILERS: Este post analiza con detalle la décima temporada de «The X-Files». Si aún no has visto «My Struggle II», el último episodio, ponle remedio y vuelve para comentar con nosotros.)

Hace ya casi un año desde que nos despertamos con la noticia de que «The X-Files» iba a volver a la televisión. Recuerdo perfectamente que aquella tarde del 24 de marzo coincidí con una amiga (otra fanática sin remedio ni posibilidad de rehabilitación) en el transporte público y que nuestros comentarios y sensaciones eran los mismos que se habían extendido por las redes: una especie de letargo ante algo esperadísimo, una duda enorme sobre la veracidad de dicha vuelta, un no saber qué esperar ni a qué atenernos, un miedo evidente a que la ilusión acumulada durante más de ocho años (desde que se estrenara «I Want to Believe«) nos llevara al gran batacazo. La noticia se vió pronto confirmada y entonces comenzó una nueva ronda de interrogantes: ¿cómo van a hacerlo?, ¿sólo seis episodios?, ¿sabrán adaptarse al siglo XXI?, ¿se parecerá esto al fiasco de la segunda película?

Todas esas preguntas han sido contestadas ya porque el tiempo ha transcurrido a la velocidad de la luz desde entonces. Ya hemos visto esos seis episodios que nos han sabido a poquísimo, ya los estamos extrañando otra vez, ya sabemos que han sabido cómo hacerlo y que lo de adaptarse a este tiempo no les ha supuesto ningún problema. Pero de todas estas cosas hablaremos más despacio. Han sido meses de espera, de un revisionado colectivo de la serie que no hizo más que acrecentar las ganas y la ilusión de tener a Mulder y Scully de vuelta. Sí, todo ha ocurrido demasiado rápido y esta nueva aventura ha volado delante de nuestros ojos en un mes.

Sin título

Para nuestro deleite, dos de los conductores del Cadillac tuvimos la suerte de asistir al preestreno que Fox España ofreció en Madrid del primer episodio, «My Struggle», algo que para una redactora x-phile como yo fue como repetir la mañana de Navidad. Sólo que mejor. Ya sabéis, fotos en el OVNI de Gran Vía desde todos los ángulos, una tarta fabulosa que en un principio se nos presentó como una autopsia alienígena normal y corriente, la oportunidad de debatir el episodio y hablar de la serie, e incluso nuestro propio expediente como seres inclasificables y altamente peligrosos. Lo primero que se nos comunicó en la presentación, por supuesto, fue la fantástica noticia de que la décima temporada se había estrenado la noche anterior en Estados Unidos con una audiencia de más de trece millones de espectadores (cifra que quedaría en nada cuando al terminar la semana los datos ascendieran a veintiún millones), lo cual sólo acrecentó el entusiasmo y los nervios de todos los asistentes. Luces fuera, y aquí llegan de nuevo.

Me llamo Fox Mulder. Desde mi infancia, he estado obsesionado con un polémico fenómeno mundial, ya que mi hermana desapareció cuando tenía 12 años de edad… en lo que creo que fue una abducción alienígena. Mi obsesión me llevó al FBI, donde investigué casos paranormales en una unidad conocida como los expedientes X. A través de esta unidad, pude continuar mi trabajo sobre el fenómeno extraterrestre y la búsqueda de mi hermana desaparecida. En 1993, el FBI intentó impugnar mi trabajo, introduciendo a una científica y médico para desacreditarlo… pero aquello sólo acrecentó mi obsesión durante casi toda una década, tiempo durante el cual la agente Dana Scully vio su propia fe puesta a prueba. En 2002, en un cambio de dirección y política, el FBI cerró los expedientes X, y nuestra investigación terminó. Pero no mi obsesión personal…

Despertamos del letargo con la voz de Fox Mulder, que nos hace un resumen del recorrido de la serie en poco más de un minuto y vuelve a declarar que ahí fuera sigue habiendo una verdad que aún está por desentrañar, que puede que no estemos solos. Terminado un monólogo muy de los viejos tiempos que nos deja con un nudo en la garganta por la emoción, la sala sólo puede estallar en aplausos al contemplar, con gran satisfacción, que la serie ha vuelto a su cabecera original (con algún pequeño recorte, una manera más de adaptarse al nuevo formato).

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Quizá una de las cuestiones de mayor interés acerca del revival era el lugar en el que se encontraban los dos protagonistas (aunque fuera en realidad un secreto a voces). Mulder y Scully están casi donde los dejamos. Casi. Ella sigue desempeñando su profesión médica ataviada en su pijama azul en el hospital Our Lady of Sorrows, él sigue en aquella casa de Virginia Oeste donde construyó su madriguera. La diferencia radica en que, como ya sabíamos, están separados porque la conspiranoia continua finalmente logró cumplir su amenaza de hacerlo todo arder. Algo que a mí, personalmente, me parece una decisión acertada y la opción más realista, la única manera, además, de recuperar esa antigua chispa y esa tensión que se minimizó un poco en el segundo filme (lo cual no significa que no disfrutáramos de esa suerte de relación). Al menos en este primer episodio, Mulder y Scully están, por decirlo de un modo simple, que se muerden. Y en el fondo nos encanta. Ella nos muestra el miedo de siempre a verlo caer en un pozo, él se defiende de la ruptura con sarcasmo.

Pero entremos en materia, demos una vuelta por la mitología, por la nueva trama ofrecida por Chris Carter que, desde luego, ha sido un paso adelante arriesgado, algo que le alabo al creador. El episodio nos introduce a dos personajes nuevos: Sveta, abducida innumerables veces, fecundada por alienígenas (o eso creemos) tantas otras, prueba humana de una conspiración; y Tad O’Malley, presentador, paranoico y buscador con (mucho) ánimo de lucro de la verdad. Tad se presenta ante los agentes precisamente con esa prueba, con Sveta (aunque la joven no es sólo una evidencia testaruda por sus testimonios, sino por su ADN alienígena), tratando de encontrar un apoyo, unas manos expertas, cuando intente hacer volar al mundo con esa verdad que lo está haciendo de oro.

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No dejan de ser paradójicos los flashbacks a 1947, donde, además de conocer los años más ambiciosos del nuevo informante de Mulder, se nos muestra un ser extraterrestre de manera abierta y explícita, más explícita, desde luego, de lo que se ha mostrado en sus nueve temporadas previas. Digo que no deja de ser paradójico porque lo que nos revela este arco mitológico le da la vuelta a todo. Hablamos de una conspiración global, sí, hablamos de terrorismo, pero todo este movimiento no viene de los extraterrestres, sino del gobierno, de las más altas esferas de la humanidad. Como decía, una vuelta de tuerca arriesgada (y que de nuevo denuncia el hecho de que seamos marionetas de nuestros gobernantes y de las grandes empresas), pero que no machaca todo lo anterior, ya que si bien la conspiración es humana, la tecnología utilizada es de naturaleza alienígena.

Tal vez mi momento favorito de todo el episodio nos lleve a esa escena casi al final, donde los tacones de una Dana Scully imponente resuenan en el aparcamiento, donde un «Don’t give up» (uno de los múltiples guiños a los seguidores) en la luna del coche acaba en una conversación que lo cambiará todo, de nuevo, para volver a empezar. A nuestra pelirroja, que en un principio se niega a caminar de nuevo por la avenida de los monstruos, se le han acabado los rincones donde esconderse. Su ADN también es alienígena y esto ni siquiera nos sorprende, sabe que no es la única, sabe que, por más que quiera mirar hacia otro lado, la conspiración, el tratarnos como a objetos de estudio vacíos, sigue estando ahí, chirriando en nuestros oídos más que nunca. Es una escena que lo condensa todo, llena de aceptación y de ganas de combatir. Piel de gallina, inevitablemente, cuando ambos reciben ese mensaje de Walter Skinner (el gran Walter Skinner que le da a Mulder un tirón de orejas para que reaccione y actúe de una vez, mientras éste patea el póster, el símbolo) que les confirma una situación crítica y la necesidad inmediata de reunirse con ellos.

SCULLY: Y he secuenciado mi propio genoma… por mi historia y… porque tenemos un hijo juntos.

MULDER: Scully… ¿qué estás diciendo?

SCULLY: Estoy diciendo que ella no es la única. Estoy diciendo que alguien tiene que parar a esos cabrones.

(…)

MULDER: Scully, ¿estás preparada para esto?

SCULLY: No sé si tenemos elección.

El trágico final de Sveta no hace sino confirmarnos la seriedad de lo que está por venir, pero, sobre todo, una silueta más que conocida (y anunciada) por todos, que ahora no sujeta su propio cigarrillo, nos devuelve del todo al show. «Tenemos un pequeño problema. Han reabierto los expedientes X». Y nos preguntamos qué cable se les ha cruzado porque, si es que no fue un sueño colectivo, vimos cómo las llamas lo consumían hasta los huesos en el final original. Pero es El Fumador, por todos los dioses, y nos alegramos tanto de tener su maldad y su despotismo de vuelta que, aunque tenemos nuestras propias teorías, preferimos esperar a ver por qué tangente van a salirnos.

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Antes de dar el salto a la siguiente aventura, me gustaría hablar un poco de nuestros personajes favoritos, ya que, inevitablemente, esta vuelta a la pequeña pantalla catorce años después ha suscitado opiniones muy variadas y de muy diversa índole. Se ha hablado de interpretaciones estáticas y desganadas, pero creo que parte del público no ha sabido aterrizar donde corresponde. En primer lugar, estos personajes siguen siendo Mulder y Scully, lo que tenemos que tener en cuenta es que ya no son dos agentes de treinta años, sino de cincuenta. Están rotos, rotísimos. El propio David Duchovny declaró encontrar obsceno el interpretar al personaje como hace dos décadas porque no tendría el más remoto sentido ni verosimilitud. Es Mulder, al que un día vimos reducido a la condición de prófugo, con una vida de frustración y pérdida como historial. Se hace alusión a una depresión y estoy segura de que ese «Mulder, ¿te has tomado tus medicinas?» no es ninguna broma. Hay un desgaste, hay un paso del tiempo.

Cada uno de ellos, desde luego, ha pasado por el muestrario de vivencias a su propia manera. No deja de resultarme fascinante, sin embargo, el caso de Dana Scully. Siempre ha sido maravillosa, aquí no cabe la menor duda, pero esta Scully a la que vemos durante seis episodios, ha madurado y se ha endurecido de manera admirable. Pisa fuerte, pisa segura. Guarda un dolor por el vacío de su hijo que no deja de hacerse cada vez más notable, pero también tiene las ideas más claras, la mente más abierta y se mantiene mucho más firme a la hora de defender posiciones. Ha sido agradable, también, verla al volante (literalmente), ver cómo toma las riendas de la situación. Creo que era algo extremadamente necesario para el personaje, aunque en 2016 siga sin tener un puñetero escritorio ni un cartelito en la puerta.

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Curiosamente, «Founder’s Mutation» encandiló a los espectadores bastante más que el episodio introductorio, ya que la fórmula del monster of the week siempre ha funcionado a las mil maravillas en la serie y aquí se desató el sentimiento colectivo de regreso. Particularmente he encontrado más interesante lo que la segunda entrega nos ha ofrecido en cuando a los protagonistas que el propio caso, pero éste no deja de ser un clásico y un buen ejemplo de ese terrorismo con bata blanca que tan bien conocemos. Nos trae una trama de experimentación genética que, a pesar de ser autoconclusiva, no se desvincula del planteamiento ofrecido en la mitología anterior. La pregunta de Scully sobre el ADN extraterrestre de los niños queda sin contestar, por supuesto. Aunque un «Doctora Scully, me dijeron que usted era la racional» nos sirve tanto como el silencio que otorga.

Es maravilloso verlos de nuevo en el despacho del director adjunto, que les da la bienvenida y supone que, como en los viejos tiempos, siguen saltándose las normas. También es un golpe a la nostalgia tenerlos en el sótano del Edgar Hoover (aunque el despacho haya cambiado un poco, inevitablemente) investigando el suicidio del Dr. Sanjay, que los lleva precisamente a ese «Fundador» que anuncia el título. Augustus Goldman, que experimentó con sus propios hijos, que cuenta con su propia planta de niños con las más extrañas mutaciones genéticas, que financia una suerte de refugio para chicas embarazadas con la finalidad de que esos hijos que están por nacer se sumen a su colección de pobres cobayas humanas. Algo que ya hemos visto antes en la mitología de «Expediente X», al igual que las particularidades de esos infantes. Particularidades con las que cuenta el propio hijo al que Goldman no llegó a conocer, furioso por encontrar a su hermana. Sanjay acabó por pagar al querer ayudarlo.

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MULDER: Es insidioso, Scully. Un refugio para mujeres embarazadas pagado por Augustus Goldman, el fundador de una compañía que está ligada al Departamento de Defensa. Esta podría ser otra fase del proyecto, experimentos con la eugenesia. Esas mujeres de ahí… podrían ser incubadoras.

SCULLY: Mulder… no soy una jovencita frágil.

MULDER: Scully…

SCULLY: Esto es lo que siempre has sospechado, pero tenías miedo de decirlo. ¿Esto es lo que crees que me pasó hace quince años? ¿Cuando me quedé embarazada, cuando tuve a mi hijo? ¿Fui sólo una incubadora?

MULDER: Tú nunca eres «sólo» algo para mí, Scully.

Como decía, «Founder’s Mutation» aterriza con una idea muy interesante y que nos lleva al pasado, nos devuelve con su planteamiento a buenos stand-alone de la serie y a parte de su arco mitológico. Pero estos personajes, estos dos agentes incansables que permanecen en pie en plena guerra, me importan demasiado. Y de todo lo que ofrece el episodio, lo que más ansiaba ver es lo que guardan, lo que piensan cuando nadie mira, lo que sueñan cuando sueñan con su hijo. William es, sin duda, una constante en esta temporada. Lo es porque el estado de estas dos personas tiene mucha relación con su pérdida, lo es porque tenía que ser, porque un «nuestro hijo nos dejó un vacío que nada podrá llenar» de Mulder en el segundo filme por zanjar el tema rápido no fue suficiente. Su hijo es real; y si bien las circunstancias han hecho que cada uno de ellos viva su ausencia de diferente manera, ambos tienen una idea de cómo sería la vida si no se hubieran perdido sus quince años en el mundo.

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Estas ensoñaciones dejan ver no sólo los más profundos anhelos de Mulder y Scully, sino también sus miedos. Ella, práctica, médico, alguien que siempre deseó ser madre; imagina cómo sería el primer día de colegio, se ve a sí misma en una preocupación constante, pero radiante, feliz, sonriente. Una representación muy diferente de la Dana Scully curtida por el dolor a la que estamos viendo. Él fantasea con la idea de hacer de su hijo un pequeño nerd, algo en lo que siempre habíamos pensado como seguidores (el revival tiene mucho de esto). Piensa en cómo sería prender un cohete al lado de un pecoso de ojos verdes, en cómo sería contar a su hijo sus propias teorías mientras ven 2001: Odisea en el espacio. Irrumpe el miedo, claro, el miedo a que un día sea abducido como Samantha. El miedo, para ella, a la naturaleza del pequeño.

Pero si los más fieles del programa esperaban con ansias un episodio, ese es, sin duda, «Mulder and Scully Meet the Were-Monster». Son los episodios de Darin Morgan (entre otros muchos) los que con el transcurso de los años han pasado a la memoria colectiva como episodios de culto. Por altas que estuvieran las expectativas con respecto a esta entrega, reconozco que quise ser juiciosa y aunque el entusiasmo previo fuera inevitable, traté de no esperar algo al nivel de «Jose Chung’s From Outer Space» o «Clyde Bruckman’s Final Repose». Aunque he de decir que, visto el resultado, podemos afirmar que nuestro guionista estrella sigue en plena forma. Ha vuelto a regalarnos (porque esta entrega, como el revival en general, es eso, un regalo, un tributo a los fans, a los verdaderos responsables de que esta serie nunca muera) cuarenta y dos minutos de autoparodia, de reflexión, un capítulo con varias capas que aunque quiera lucir como lo contrario, en realidad se toma en serio a sí mismo. Como antaño. Trascendencia, humor y homenaje a la serie B. Sí, Darin Morgan en estado puro.

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En esta temporada, como es natural, los roles de creyente y excéptica ya no son tan marcados. Es una de las principales novedades. Sí, tal vez el pensamiento de Scully lleve cambiado desde la abducción de Mulder al final de la séptima temporada, pero verlos trabajar con estas mentalidades ya más ambiguas y mezcladas resulta fascinante. Nuestro querido profiler pasa por una crisis de mediana edad en la que, por estimulante que resulte su búsqueda diaria, no deja de sentirse un bufón, un adolescente soñador que ve donde no hay y que encuentra seres de roca donde sólo hay marketing. Machaca, a golpe de lápiz, en una versión más enfadada de su antiguo «yo», ese «I Want to Believe» que parece reirse en su cara. Por suerte, su mejor aliada viene con un monstruo que lo salvará de las fauces de ese excepticismo provocado por el cansancio.

Desde luego, este rincón televisivo sigue siendo, como ya señalé en este artículo, el hogar que da cobijo a todos los monstruos. Y es algo precioso. Nuestro protagonista sobrenatural de la semana, Guy Mann (bravo), es un pobre monstruo que vive una vida bucólica, tranquila, pacífica  y contemplativa. Disfruta del frescor de la naturaleza más profunda y las noches estrelladas hasta que en un golpe de mala suerte topa con un depredador humano y recibe una mordedura. Dicha mordura, de manera contraria a todos los cuentos que nos han narrado, lo convertirá en humano y comenzarán para él unos días de pesadilla. Porque, ¿quién quiere ser como nosotros pudiendo caminar desnudo sin pudor y sin tener que pensar en el futuro?

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Así que Guy despierta y lo primero que siente es una necesidad inútil de cubrirse (fantástico el atuendo que homenajea a Kolchak: The Night Stalker), busca un motel, sale a la caza de un empleo que odia pero del que no puede despedirse porque tiene que pagar una hipoteca (aunque no tenga la más remota idea de lo que es) y pasa las noches consumiendo pornografía y beneficiando a la industria cárnica. Pero esta no es la peor parte, desde que es humano durante el día también siente la imperiosa necesidad de mentir a todas horas y fardar de una vida sexual inventada (sí, tal vez la fantasía sexual con Dana Scully y el sujetador de leopardo necesite un post aparte). Y no hablemos del despertador ni del café barato. Es comprensible que ante esta rutina asfixiante el pobre sólo quiera morir para no ir más a trabajar. Sobre todo después de haber perdido a Daggoo, comprendiendo que el ser humano sólo puede ser feliz en una relación social y personal con un ser que no lo sea. Como decía, un caso típico de reflexión y crítica de Morgan.

«Mulder and Scully Meet the Were-Monster» nos ha dejado también un buen puñado de escenas hilarantes que han hecho las delicias de todos los seguidores. Desde el intento frustrado de Mulder por adaptarse a las nuevas tecnologías, pasando por esa autopsia en la que Scully nos representa a todos («Internet no es bueno para ti» o «Había olvidado lo divertidos que eran estos casos»), hasta el diálogo en la habitación de motel. Un díalogo muy de siempre. De hecho, el mismo motel no sólo representa una vuelta a los orígenes, sino que es casi un personaje caricaturesco en sí mismo, con sus animales disecados, su acabado sórdido, su regente voyeur y su apariencia de microuniverso dentro de la trama.

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MULDER: Es un monstruo, Scully, así de simple.

Y no el típico monstruo de todos los días, aquí estamos hablando de transformación. De monstruo a hombre y vuelta a empezar. A lo que sé que vas a decir: «Pero Mulder, eso sólo ocurre en los mitos del hombre lobo que fueron originalmente creados para explicar el comportamiento violento de las personas mordidas por animales rabiosos, antes del descubrimiento médico de la rabia.» ¿Pero es tan extravagante creer que algunas leyendas están basadas en sucesos reales y no sólo en la ignorancia?

A lo que sé que vas a contestar, Scully, vas a decir: «Pero Mulder, eso desafía todas las leyes conocidas por la ciencia y la naturaleza.»  Exacto, Scully, toda ley conocida. ¿Y si esta criatura con la que hemos tropezado está aquí para crear todo un nuevo paradigma para nuestra comprensión o para la vida misma? O tal vez la ciencia se utilizó para crear a este ser «antinatural». Tal vez esto es algún tipo de experimento de modificación genética llevado a cabo por alguna enorme corporación farmacéutico-militar. Tal vez este tipo es su genetista jefe, que experimentó consigo mismo de manera temeraria y ahora se transforma en un demonio que necesita alimentarse de carne humana. A lo que sé que vas a decir: «Pero Mulder, eso suena al delirio paranoico de un lunático.» No sé qué es esto, Scully, y no sé exactamente cómo llegó a serlo, sólo digo… Todo lo que digo es que es un monstruo.

SCULLY: Sí, así es cómo me gusta mi Mulder.

MULDER: ¿Entonces estás de acuerdo conmigo?

SCULLY: ¡No! ¡Estás completamente loco!

 

Pero si por algo ha sido característica esta pequeña maravilla, es por ser una oda directa al corazón de los fans, cargada de guiños, referencias y huevos de pascua. ¿Por dónde empezar? Podríamos hablar de lo más obvio, como el lanzamiento de lápices ya mencionado o el simpatíquisimo tono de llamada de Mulder con la sintonía de la serie que provocó una ola de «Mulder tiene mi mismo tono de llamada» masiva. Los calzoncillos rojos en memoria del Speedo que tantos estragos ha causado a lo largo de los años, el retrete portátil que nos recuerda al lugar del que Darin Morgan salió por primera vez («Host») o Alex Diakun, que ya en los noventa apareció en tres de los episodios más importantes del guionista, así como en «I Want to Believe»; y que aquí interpreta al gerente mirón y pirado del motel. No olvidemos tampoco el tema de la inmortalidad de Scully gestado en «Clyde Bruckman’s Final Repose» y «Tithonus», una referencia que es de agradecer especialmente por ser una teoría de los seguidores y no parte del canon. Pero si algo nos ha llegado de verdad a nuestro corazoncito freak es ver a Mulder delante de la tumba del gran Kim Manners, para qué negarlo. «Let’s kick in the ass».

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¿Y qué hay de los dos colgados a los que ya vimos en «War of the Coprophages» y «Quagmire»? Precisamente a «Quagmire» quería llegar, porque los paralelismos entre estos dos episodios no se pueden pasar por alto. Volvemos a Moby Dick, que como es bien sabido, es una novela fundamental en la vida de Scully. No es casualidad que en «Quagmire» pierda al pequeño Queequeg (bautizado así por un personaje de la obra, un caníbal) a manos de un «lagarto» y en este episodio cuente con la fortuna de cruzarse con el graciosísimo Daggoo (arponero en la misma obra) a manos de otro. Al fin y al cabo, «Quagmire» fue un gran ejemplo de la dinámica de la serie, con un monstruo al que encontrar, con el dilema entre creer y no creer, con la frustración final de Mulder al tener que marcharse sin haber visto a Big Blue con sus propios ojos. Precisamente es en el final de «Mulder and Scully Meet the Were-Monster» donde se encuentra el paralelismo para mí más bonito. Aquí también hay un monstruo, pero éste sí se deja ver antes de huir despavorido. Ese final… ese final lo representa todo. El «encantado de conocerle» articulado por Guy Mann es muy importante, pero el «igualmente» de Fox Mulder es el símbolo de veintitrés años de dudas, el símbolo de todo lo que quiso ver y no pudo, la prueba definitiva de que ha de seguir creyendo, de una existencia. Y es maravilloso. Cuantísima suerte hemos tenido de presenciar un episodio de «Expediente X» de esta talla en el año 2016. Quién nos lo iba a decir…

Antes de perderme en la siguiente joya de la corona, me gustaría abordar un tema que ha despertado bastante polémica en la emisión de estos seis episodios: el nuevo público. Que Chris Carter pretenda sentar las bases para nuevos expectadores es, desde luego, algo muy, muy positivo. Si fuera real. Si bien durante los dos primeros episodios se tiene esta sensación a pesar de haber referencias y temas que se pueden pasar por alto, los siguientes son una muestra de que este revival no es un reboot en el que se parta de cero, sino una continuación de la serie, un transcurso de tiempo real entre 2002 y 2016 pasando por la parada en 2008. Muchas de las críticas negativas han nacido de ahí, del hecho de haber empezado un producto por la temporada 10 obviando las nueve previas (más dos entregas cinematográficas). Es imposible entender un episodio como el que acabamos de comentar sin conocer el historial de autoparodia y autocrítica del programa ni lograr ver las referencias, así como es imposible entender todo el dolor del siguiente sin conocer siquiera a los personajes. De lo contrario el público está presenciando una parida y una telenovela. Es una gran noticia el hecho de que sangre nueva se interese por «The X-Files», pero sin duda partir de estos seis episodios es, en mi humilde opinión, la manera menos adecuada posible.

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«Home Again» es una entrega tan magnífica, con un mensaje tan potente y con una carga personal tan fuerte para el personaje de Dana Scully que, en mi opinión, el caso ha de ser comentado antes para centrarnos después en el despliegue emocional y los daños colaterales. Esto sí que es intensidad, queridos lectores. Porque el propio argumento, el monstruo de la semana, también da para una reflexión que puede no terminar nunca. «The X-Files» siempre ha sido un lugar para la denuncia social, no deja de ser éste un rasgo definitorio. El mundo está plagado de aceras que hacen las veces de inhóspito lecho de millones de personas sin hogar, expuestos al frío, a la lluvia, al hambre, a la violencia y a la más absoluta indiferencia. Es esa indiferencia, precisamente, la que abre el discurso del episodio y nos plantea el dilema de la falta de voz de quien carece de recursos. Una voz que quiere otorgarles un artista callejero al más puro estilo Banksy y que firma sus obras como Trashman, el hombre de la basura.

El proceso artístico de este personaje es tan vehemente que su propio pensamiento consigue traer a la vida a un ser dantesco compuesto, literalmente, de basura (como aquel monstruo nacido en «Arcadia» para mantener el orden) y que llevará a cabo su misión quijotesca. Ese «tulku» nacido de la indignación será quien se dedique a quitar de en medio a los despojos humanos que, o bien son responsables directos de sacar de sus calles a los indigentes para que la vista de la ciudad sea más agradable, o bien se lucran y adornan sus identidades con falsas acciones: la directora de una Junta Escolar que no quiere a estas personas cerca de los colegios (aunque todos los años les sirve pavo en Acción de gracias), un empleado federal del Departamento de Vivienda y un promotor inmobiliario con la capacidad empática de una zapatilla. La responsabilidad ya es otro tema, porque este Trashman, héroe de la calle y conocedor de los más potentes discursos, también es responsable de haber creado un monstruo que, si bien es menos monstruo que los empleados a los que ha borrado del mapa, sigue siendo un asesino. «Tú lo creaste, es tu responsabilidad». Aunque mejor terminamos con la obra y nos lavamos las manos. Por supuesto, nos quedamos con algunos misterios en el aire, algo que parece ser una constante, algo de lo que está plagada esta entrega, ya que las mayores incógnitas en nuestras vidas parecen no estar diseñadas para su resolución. ¿Quién manejaba ese camión de basura y medio de transporte del ejecutor?

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La gente en las calles no tiene voz, ¿verdad? Se les trata como basura. Es como cuando tiras una lata o una botella de refresco en la basura correcta debajo del fregadero. Los reciclables aquí, el resto de la basura aquí. La metes en una bolsa, la sacas y la pones en el contenedor correcto. Y te das unas palmaditas. Eres una buena persona, ¿verdad? Hiciste lo correcto, luchaste contra el calentamiento global y amas a todos los animalitos. Bueno, el viernes siguiente o tal vez el miércoles, el basurero coge la basura y se la lleva. Ya no es tu problema. ¡Magia! Pero sí es tu problema, porque se acumula en el vertedero. Y los plásticos filtran toxinas en el agua y en el cielo. Pero si no ves el problema, entonces no hay problema, ¿verdad? Las personas tratan a las personas como basura.

Como curiosidad, durante la investigación de estos asesinatos la serie vuelve a dedicar unas cuantas metarreferencias como esa gran «X» de luz nacida de ese símbolo que a día de hoy son las linternas o la línea magistral de Mulder: «Scully, en los viejos tiempos es ahora». Pero más relevante resulta que el concepto de humanidad como basura no deje de acudir al espectador en la completa duración de «Home Again», presente en el caso que articula el capítulo, presente en el dolor por un hijo perdido, presente en la muerte de una madre. Esta pieza abre precisamente con una llamada telefónica de Bill Scully (el hermano mayor de nuestra pelirroja, que sigue siendo un cretino incluso sin aparecer en pantalla) para dar la nefasta noticia de que Maggie ha sufrido un infarto. Ahí aparece la primera visión, ese «William» que nos indica que todo lo que está por venir ha de girar en torno al dolor y los demonios de Dana Scully. Y es todo un despliegue. Desde al plano en que baja las escaleras con una angustia perfectamente visible en el rostro sabemos que Gillian Anderson nos va a regalar una interpretación desgarradora y absolutamente soberbia.

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Toda la escena del hospital supone un gran paralelismo con «One Breath» desde el momento en que habla a su madre en coma con la esperanza de que la esté escuchando. Ahab está al otro lado, esperándola, Melissa también. Pero ella está aquí y su hijo, que respira y siente aunque no pueda verlo, está vivo. Scully espera para hallar más misterios que nunca serán resueltos, como el cambio en las voluntades de la Señora Scully o ese cuarto de dólar cuyo significado no es siquiera capaz de imaginar, al igual que todos los grandes enigmas de la vida, aunque ahora sólo importen los más pequeños. No está sola, Mulder aparece con un «estoy aquí» muy significativo, convirtiendo la muerte de Maggie casi en un expediente X. Es la voz de su hijo Charlie (que por fin confirmamos que existe y que no era el hermano cool, sino alguien completamente distanciado de su familia) la que consigue sacarla, sólo unos segundos antes de marcharse, de ese letargo impuesto por la vida. Despierta para tomar a Mulder de la mano y pronunciar un «mi hijo también se llama William» que romperá a Dana en mil pedazos. Increíble verla estallar ante la referencia de su madre, el momento en que a todos se nos parte el alma un poco y afloran por fin las lágrimas.

SCULLY: En los viejos tiempos, ¿alguna vez nos encontramos con la habilidad de traer a alguien de vuelta a la vida?
MULDER: Yo la inventé. Cuando estabas en el hospital, así.
SCULLY: Eres un hechicero oscuro, Mulder.
MULDER: ¿Cuál es la novedad?

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Encontramos también en este episodio ciertos paralelismos con «Beyond the Sea», donde una jovencísima y menos curtida Scully pierde a su padre y sólo quiere ir a trabajar para tapar el duelo, reacción exacta a la de «Home Again». Desesperada por salir al mundo y resolver algo, por ajeno que resulte, se paseará por la investigación con un aturdimiendo en el que todo espectador puede verse reflejado gracias al magnífico trabajo de la actriz. Un trabajo que encuentra su cúlmen en la última escena, con el mar como testigo rememorando, de nuevo, esa entrega de la primera temporada. Una escena que no es un diálogo sino un monólogo sobre las responsabilidades, sobre la ausencia de William que, repito, es una constante. Han pasado quince años y Scully sólo tiene preguntas, sólo necesita saber que no trató a su hijo como basura, que el sacrificio fue necesario. Se nos despierta aquí una tristeza innegable por el sentimiento de culpa del personaje, que habla constantemente en plural cuando ese sacrificio fue, en realidad, una decisión forzadamente individual. Fox Mulder no estaba allí y no es cuestión de reproches sino de circunstancias, simplemente no estaba. La perspectiva de ambos ante una vida sin ese niño es muy diferente porque, como ya se nos dejó intuir en todo momento en las dos últimas temporadas de la serie, Mulder siempre consideró que ese hijo era importante porque es algo que Scully deseaba, más que por un deseo propio. Con esto no pretendo decir que su pérdida no fuera relevante para él, sino explicar ese silencio absoluto con el que nos despide y que a todas luces no es casual.

Sé que como padres hicimos un sacrificio difícil para mantenerlo a salvo, que fue por su propio bien el darlo en adopción. Pero no puedo evitar pensar en él, Fox. No puedo evitarlo. Creo que encontrarás todas tus respuestas. Encontrarás las respuestas a los mayores misterios y yo estaré allí cuando lo hagas. Pero nunca tendré la respuesta a mis misterios. Nunca sabré si él también piensa en mí o si alguna vez ha tenido miedo y deseado que yo estuviera ahí. ¿Duda de sí mismo porque lo dejamos? ¿Qué preguntas se hace sobre mí? ¿Las mismas que yo tengo sobre este cuarto de dólar? Y quiero creer, necesito creer que no lo tratamos como basura.

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El estado en el que se encuentra la pareja no es del agrado de buena parte de los seguidores. Mi posición, como mencióne al principio de este artículo, es algo diferente. No es cuestión de no querer una relativa felicidad para estos personajes, sino un asunto más relacionado con la coherencia, con el impacto de las circunstancias en una relación, con una vuelta a los orígenes que no desanda los pasos ya andados. Esta separación no es algo forzado, sino un paso lógico. Sería terrible presenciar cómo no pueden ni mirarse, pero creo que la evolución que han sufrido es sencillamente preciosa. Ha habido más de una década de convivencia en medio, unas ganas de jugar a ser normales y volver a casa con el otro al final del día; y eso es algo que sencillamente se nota. Cuando Mulder y Scully están juntos no son dos colegas realizando un trabajo, sino dos personas con una complicidad que desafía todas las leyes y que sólo ha crecido después de todo, que siguen manteniendo una química maravillosa, que siguen siendo el pilar más fundamental en la vida del otro. Hay amor, eso está fuera de toda duda, pero al otro lado de ese amor hay una comprensión, una aceptación de que en este punto de la vida lo que un día tuvieron no es posible. Insisto, «en este punto de la vida». En el remoto caso de que todo esto no haya terminado, nos gustaría que este estado fuera algo temporal.

La nota discordante de la temporada ha llegado con «Babylon». Y de qué manera. En primer lugar, el conocimiento previo de la aparición de Lauren Ambrose y Robbie Amell como jóvenes alter elgos de Mulder y Scully (los agentes Einstein y Miller) ha levantado ampollas desde mucho antes de su estreno. Yo misma me encontré con una predisposición a detestar con ímpetu a estos personajes hasta que vi el episodio (no es que los adorara, pero no me cayeron tan mal como quería). ¿Cuál es el problema? El problema es que aunque probablemente no vaya a pasar debido a la recepción del público, sin duda ha habido un tanteo por parte del equipo, por si en algún momento hay posibilidad de pasar el testigo. Es sencillamente imposible que esto funcione porque existe un arraigo descomunal por los actores originales en este fandom. Nadie quiere sustitutos, y si bien en esta entrega concretamente (ya hablaremos del final) no han funcionado mal como complemento y como parodia, el deseo de tenerlos como (únicos) protagonistas es nulo.

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A pesar de ello, «Babylon» es un episodio que me ha convencido y que he disfrutado bastante, al contrario que una buena mayoría. El segundo punto que ha provocado el rechazo de cierto público ha sido la aparición del terrorismo como tema central. Es sencillamente absurdo que el programa se haya visto acusado de islamofobia, ya que la intención es precisamente opuesta: la de retratar un odio con el que nadie nace, la de hablar de jóvenes moldeables que se han dejado manipular sin remedio (y la crítica es para quien manipula), algo extrapolable a cualquier colectivo, a esos chavales y chavalas de barrios excluídos de todas las partes del mundo (aunque esto se dé en todas las clases sociales) que se encuentran perdidos hasta que un grupo con cierto poder les promete una identidad y una falsa comprensión. Es un buen discurso sobre las religiones, el amor, el odio, la tolerancia y los estereotipos que no pretende perpetuar sino condenar. Por no hablar de que el terrorismo ha sido un tema recurrente en «Expediente X» durante todo su recorrido y siempre ha llegado de mano de los blancos. Se retrató también lo peor del cristianismo en un buen puñado de episodios. No caigamos en la demagogia barata, por favor.

El carácter humorístico y ciertamente paródico de la quinta entrega tampoco ha recibido, en general, una buena acogida. Quizá puede percibirse como un exceso el hecho de que en una temporada de seis episodios, dos de sus autoconclusivos tengan estas características. Aunque sean dos mundos aparte. «Mulder and Scully Meet the Were-Monster» nos presentaba un trabajo típico de Darin Morgan con una firma muy propia. «Babylon» es un guión de Chris Carter que trata por todos los medios de hacer algo original, lo cual no me parece mala idea. Si algo he disfrutado de este revival es la originalidad de cada una de sus partes, el intento de crear algo diferente en cada una de ellas. Desde mi punto de vista es algo de agradecer. De «expedientes x» más típicos tenemos nuestras estanterías llenas con más de doscientos episodios. Esta era una oportunidad de hacer algo distinto y, ¿por qué no? arriesgarse a cosas que no se habían ofrecido antes. Era el momento de volvernos un poco locos.

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Todo gira alrededor de la posterior investigación de un atentado terrorista al que uno de los jóvenes destinados a llevarlo a cabo sobrevive. Volvemos a ese regalo autorreferencial que impregna toda la vuelta del producto con un guiño al episodio «Piloto» que hace las delicias de todos los fans: un «nobody but the FBI’s most unwanted», esta vez de los labios de Scully. Los dos agentes establecerán su propia misión para tratar de averiguar dónde se producirá el siguiente ataque a través de ese superviviente que desafortunadamente se halla en estado de coma; y lo harán con la versión más joven de su propio contrario. Lógicamente, la resolución llegará de la mano de Fox Mulder que, como en alguna ocasión anterior, ha contemplado la luz a través de sus visiones. Aunque esta vez haya necesitado de un hongo alucinógeno (lo del placebo está por ver, me inclino más hacia un atrevimiento de Einstein que no ha llegado a reconocer) creando su propia versión hilarante del «Magical Mistery Tour«. La vuelta de los Pistoleros Solitarios ha quedado en algo muy breve y muy de paso dentro de ese universo tejano y alucinógeno de Mr. Spooky,  quizá una aparición con más peso hubiera sido abusar de la resurrección de personajes. Con un villano ahumado ya tenemos suficiente. Cabe señalar también ese guiño a «Triangle» cuando Skinner va a recogerlo al hospital y a dejarle claro que el bureau ha quedado a la altura del betún con su aventurita.

Otro de los ingredientes a destacar es la elección de las piezas musicales que han acompañado a las mejores escenas (probablemente no volvamos a escuchar «Achy Breaky Heart» sin revivir esa juerga tan americanísima). Mi favorita, la que mejor simboliza la esencia del episodio, es «Misery is the River of the World» (Tom Waits), que adorna esa visión de madre e hijo representando «La piedad». «Secret heart» (Ron Sexsmith) irrumpe como un lecho tras el caos, como fondo de ese discurso sobre el peso de las palabras y el poder de las ideas. Y nos vamos directos al final. Un final que ha conseguido poner de acuerdo a la totalidad del público por primera vez en los cuarenta y dos minutos de esta entrega, porque a quién queremos engañar, seremos muy amigos de la verosimilitud del funcionamiento de las relaciones, pero Mulder y Scully convertirían al mismo Rey de los Hunos en un moñas. Es una cualidad intrínseca.

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Scully vuelve al hogar que un día compartieron porque quiere respuestas. Somos testigos de un díalogo importantísimo sobre encontrar el equilibrio entre el amor y el odio, sobre el papel individual y colectivo de las religiones, sobre los extremos de nuestra propia naturaleza. Se humaniza al terrorista que no fue capaz de llevar a cabo una misión que le había sido asignada desde el engaño, se habla de la maternidad, del dolor, de las víctimas a las que nadie ve cuando esto ocurre. Porque esas familias, esas personas que han luchado por dar a sus hijos una educación basada en el respeto y que no los trajeron al mundo para matar, también son víctimas de las circunstancias. «Hey Ho» (The Lumineers) suena mientras Mulder y Scully se pierden en una de sus divagaciones, como en los viejos tiempos; y el mensaje que nos queda es precioso. No nos sorprende (ni a su fiel compañera) qué el acabe por escuchar esas trompetas celestiales que cada uno puede interpretar como quiera. Nosotros los dejamos de la mano y por unos segundos es suficiente. Una tregua de todo lo anterior y lo que está por venir.

SCULLY: Nunca dejas de asombrarme.

MULDER: Pero vi cosas, Scully. Cosas poderosas. Vi un amor intenso e incondicional.

SCULLY: Yo también vi cosas. Fui testigo de un odio sin reservas que parece no tener fin.

MULDER: Los extremos de nuestra naturaleza.

(…)

MULDER: Piensa en el inmenso poder de esas profecías, el poder de esas palabras para convencer a esos jóvenes de ponerse un chaleco bomba y asesinar en nombre de su Dios enfadado.

(…)

MULDER:Algo que puede acabar con el odio. El amor maternal. Me niego a creer que las madres tienen hijos para que sean mártires.

(…)

SCULLY: Un niño no es una herramienta para esparcir odio. (…) Quizá es algo más allá de las palabras. Quizá deberíamos hacer como los profetas y abrir nuestros corazones. Y escuchar de verdad.

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Con manos aún temblorosas y después de un par de visionados que no han hecho sino acrecentar la agonía por el futuro incierto de nuestros héroes, hablar de «My Struggle II» va a ser todo un reto. La entrega mitológica que abría esta décima y (recemos a todos los dioses o poderes supremos que se nos ocurran) esperemos que no última temporada se nos presentaba como la lucha de Fox Mulder, la vuelta a una conspiración de una magnitud aún mayor de lo que nunca imaginamos y perpetrada por los humanos. El episodio de (no) cierre, como era de esperar, nos retrata la lucha de Dana Scully, situándola en el corazón del estallido de dicha conspiración, en una posición considerablemente significativa. Esto es un caos maravilloso, lectoras y lectores, probablemente el episodio más tenso en la historia de la serie teniendo en cuenta las circunstancias externas que nos devuelven a la realidad.

Me llamo Dana Katherine Scully. Soy agente especial del FBI, una carrera que elegí después de la Escuela de Medicina, con la finalidad de avanzar en mi propósito como científica y para buscar la justicia en un mundo basado en la ciencia. Poco después de unirme al FBI me pidieron revisar el trabajo de un agente, Fox Mulder, y desacreditar los expedientes X, casos que implicaban lo que mis superiores consideraban ciencia ficción y un malgasto de recursos. Pronto ententí que el trabajo de Mulder sobre lo paranormal no era lo que me habían hecho creer, que los expedientes X eran dignos de nuestra investigación. (…) Un mundo en el que una científica vería probadas sus creencias una y otra vez. (…) La institución a la que me uní estaba influenciada por fuerzas oscuras que amenazaban el trabajo de Mulder y cada vez más el mío. Fui abducida por desconocidos y devuelta sin entender por qué. (…)Durante mi desaparición fui sometida a pruebas que resultaron en una enfermedad con una cura tan misteriosa como ésta misma. Pruebas que, ahora sospecho, son parte de una conspiración mayor. Una conspiración de hombres. (…) Además del resultado de una prueba reciente de mi propia composición genética, resultando en anomalías del ADN que sólo podría clasificar como extraterrestres.

THE X-FILES: L-R: Guest star Lauren Ambrose, guest str Robbie Amell and Gillian Anderson in the ÒMy Struggle IIÓ season finale episode of THE X-FILES airing Monday, Feb. 22 (8:00-9:01 PM ET/PT) on FOX. ©2016 Fox Broadcasting Co. Cr: Ed Araquel/FOX

La crisis mundial de la que se nos habló hace seis semanas termina por hacer su aparición por la puerta grande, jugando con la tensión del espectador y un casi explosivo apocalipsis. Mulder ha desaparecido y la población se enfrenta a lo que parece ser una epidemia de todo tipo de enfermedades infecciosas. Se nos presentan así dos tramas tan enlazadas como una cadena de ADN. El paso de Scully y Einstein (cuyo papel ha tenido más trascendencia de lo que creíamos) por el hospital confirma que todo está fuera de control y las respuestas llegarán de una antigua conocida a la que echábamos muchísimo de menos, Monica «nasida y criada en México» Reyes, cuya historia nos dejará con la mandíbula desencajada.

La agente surge de entre la lluvia con una bomba de proporciones mayúsculas: ha terminado por aliarse con el diablo. Y es que, si bien en «The Truth» presenciamos lo que hasta ahora habíamos considerado la muerte del villano entre los villanos, su absoluto poder y sus ganas de vivir para seguir destruyendo todo a su paso le consiguieron la victoria. Mientras aún era todo carne viva en un hospital logró, para nuestra sorpresa, la colaboración de Reyes (no la simpatía, sin embargo). Una decisión que a su antigua compañera sólo se le antoja como un acto de cobardía y traición; aunque nosotros creemos que hay razones que aún están por determinar. El fumador es el titiritero que maneja los hilos de este plan maquiavélico que consiste en acabar con buena parte de la población mundial, dejando sólo a unos cuantos elegidos. Un paso más para la eugenesia. Por supuesto, Dana Scully pertenece a esa élite, se encuentra a salvo, por su ADN alienígena y la evidente admiración que el diablo siempre sintió por ella (por aquello de haber tenido su vida en sus propias manos). Esto la sitúa en el abrumador rol de salvadora si no quiere ver cómo la humanidad se hace pedazos a su alrededor ante un plan que lleva en marcha desde 2012 y que inyecta la lógica necesaria al porqué no se produjo la invasión anunciada. El truco de un mago enfermo.

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¿Y qué hay de Fox Mulder? La admiración ligada al sadismo que C.G.B ha sentido siempre por su propio hijo no es ningún secreto. No lo ha incluído en esa élite por una razón bien simple y terrenal: quiere verlo suplicar por la cura, quiere verlo humillado. Conduce enfermo hasta su guarida porque lo ha hecho llamar. Una guarida que bien podía haber sido su lecho de muerte si el Agente Miller no hubiera dado con su paradero (otro papel con más importancia de la esperada, obviemos el rastreador para teléfonos móviles), ya que el zorro no está dispuesto a suplicar. Nunca lo ha estado, la firmeza siempre ha sido parte de esa cruzada. Es una escena soberbia, con un Mulder al que ya apenas quedan fuerzas sentado en el «trono del rey», hablando con su peor enemigo cara a cara, intuyendo que el final se acerca.

MULDER: No hago tratos contigo.

FUMADOR: Así podrás ver a Scully de nuevo.

MULDER: Si le haces daño, de alguna manera…

FUMADOR: Cada hombre tiene su debilidad. La mía siempre fueron los cigarrillos.

THE X-FILES: L-R: Guest star William B. Davis and David Duchovny in the “My Struggle II” season finale episode of THE X-FILES airing Monday, Feb. 22 (8:00-9:01 PM ET/PT) on FOX. ©2016 Fox Broadcasting Co. Cr: Ed Araquel/FOX

Mientras tanto, su debilidad y la Agente Einstein siguen trabajando en encontrar una cura a través del ADN alienígena de la primera. Puede que haya salvación, puede que haya un milagro, como Tad O’Malley anuncia en los agonizantes minutos que le quedan a la emisión de su programa. Un «Don’t give up» que vuelve, que nos habla a todos, que sigue siendo la máxima y el espíritu de esta serie. Puede que nuestra maravillosa Scully sea inmortal, después de todo. Lo es, desde luego, en nuestros corazones; y Chris Carter la ha convertido en la clave, en el centro de la esperanza. «Si esto funciona…tendré ADN extraterrestre». Esas son las palabras de una joven agente que ha demostrado ser capaz de luchar cuando todo se viene abajo. Por supuesto, su versión madura y mucho más curtida alude a la realidad sin miedo y con la claridad que en ese momento le es necesaria: «Todos deberíamos esperar tenerlo. Es nuestra única esperanza».

Lo que viene a continuación, los minutos finales, no suponen sólo la agonía de millones de enfermos en la ficción sino de millones de espectadores. Una Scully que trata de llegar hasta su alma gemela, su perfecto contrario. Una carrera contrarreloj que nos destroza los nervios. Se ven. Por primera vez en el episodio. Antes de despedirnos y sólo durante unos diez segundos en los que vuelven a regalarnos uno de esos momentos en que un par de frases se convierten en el centro del universo. Es el preciso instante en que yo maldigo aquello de haber aceptado la lógica de su separación porque este era el momento de (disculpen la simpleza) ponernos moñas. Pero esto es «Expediente X» y el significado de las cosas siempre ha ido mucho más lejos que las demostraciones físicas, aunque ahora escueza un poquito.

SCULLY: Mulder, estoy aquí.

MULDER: Él te salvó la vida. El viejo Fumador. Supongo que debería agradecérselo.

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Pero Mulder está mucho más enfermo de lo que ella misma pensaba y casi con toda seguridad no podrá salvarlo con su propio ADN. No es fácil de explicar ni de entender, es más una cuestión de dejar al público agonizando sin piedad. Necesita células madre de ese hijo que sin estar presente ha logrado ser un personaje más de la temporada a través del dolor y la conciencia. No saben dónde está William. Lo que nosostros sí sabemos es que antes de poder tomar aire de nuevo una nave se cierne sobre el puente masificado en el que se encuentran, deslumbrando a Dana Scully, que mira por primera vez, que ve por todas las veces que no ha visto. La tiene delante de sus narices, como la verdad, que está ahí, que sigue ahí fuera pero muy visible. Más visible, desde luego, de lo que ha sido nunca.

Y es aquí donde el pulso se nos dispara del todo ante la idea de no saber nada más. Ese ojo precioso de Dana Scully cierra la ¿temporada? como un símbolo de todo lo comentado y nos quedamos ahí, con el mayor cliffhanger de toda la historia y puede que el más cruel. Tampoco ayuda esa línea de apertura que como muchas veces en el programa sustituyó al legendario «The Truth is Out There» y que en «My Struggle II» reza un «This Is the End» muy ambiguo y despiadado, que si bien puede hacer referencia a ese fin del mundo cercano, también está el tema de la propia serie. Ha sido un episodio espectacular y, como decía del primer episodio, Chris Carter ha tomado un camino arriesgado con respecto a la mitología que está fuera de todo reproche. Lo que sí podemos reprocharle es el estado de desesperación en el que han quedado los millones de fans porque ese final abierto es demasiado abierto. Ni siquiera guarda una indeterminación moderada que sirva tanto como cierre como para una futura continuación. Esto no deja lugar a una sensación de clausura, simplemente no es un final y estos personajes nos importan tanto que no podemos imaginarlos en ese estado por tiempo indefinido.

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Creo que «The X-Files» tenía por delante un reto espartano que superar. Es rematadamente difícil traer al siglo XXI bien entrado un producto que no sólo fue un icono en su tiempo, sino que lo sigue siendo a día de hoy. Es excepcionalmente difícil contentar a todo espectador, conseguir audiencia, tratar de llegar a público nuevo y sobrevivir a la crítica respetando un canon. Quizá por eso, como a muchas y muchos, llevando en el corazón esta serie y siendo una parte fundamental de nuestra vida como símbolo de crecimiento, las constantes críticas y comentarios negativos sin arte ni parte han llegado a ponerme un pelín enferma. Sí, la acogida ha sido espectacular, las audiencias han funcionado muy bien y se han mantenido alrededor de todo el mundo, pero esa suerte de rechazo desmedido (incluso en algunos casos sin haber llegado a ver la temporada) se escapa a mi entendimiento.

En primer lugar, la serie se despidió en 2002 y durante catorce años un buen puñado de productos se han alimentado de su fórmula en un grado menor o mayor. Sin duda el primer problema con el que iba a encontrarse al volver en este tiempo era con la gratuíta comparación con esos productos más nuevos, indicando unas similitudes y hasta «copias» completamente faltas de lógica. En segundo lugar, desde meses antes de su estreno ya se respiraba una predisposición general a detestar cualquier cosa que Chris Carter y su equipo llevaran a cabo en este revival basada en el fracaso del segundo filme, en la extensión de la serie y en la supuesta falta de sentido de su vuelta a la pequeña pantalla. Esa predisposición se materializó en el preciso momento en que tras la emisión del primer episodio empezaran a llover juicios sobre el resultado completo de la décima. Reacciones completamente desproporcionadas. Por no hablar de las etiquetas que se le han endilgado en sólo seis episodios a un programa que siempre ha retratado la injusticia social: tengan un poco de transfobia por aquí, guárdense un poco de islamofobia en aquel bolsillo y un absurdo etcétera. O la notable contradicción entre criticar que un show ya no viva en los noventa y protestar al mismo tiempo por la cantidad de autorreferencias y vueltas al pasado que ha ofrecido.

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Porque eso es lo que ha venido a traernos el equipo: un regalo para los seguidores más acérrimos, un poquito de nostalgia (que ahora se ha convertido en un término de connotaciones negativas) y una tanda de episodios cargados de guiños a sus primeros años. En mi opinión (y en la de una buena parte del público), el reto no sólo se ha visto superado, sino que a pesar de las valoraciones negativas introducidas ya casi con un calzador, lo que nos han ofrecido es muy superior a lo que nos ofrecieron en las dos últimas temporadas. No, nunca volverá a ser tan redonda como lo fue durante sus primeros cinco años, faltaría más. Ninguna serie sobrevive al paso del tiempo con la misma calidad de sus mayores momentos de gloria. Es esta décima temporada, sin embargo, redonda en sí misma, arriesgada, juguetona. Mucho más y mejor de lo que se pudo esperar. Redonda en sus entregas mitológicas y en su nueva premisa, redonda en sus stand-alone típicos y redonda en el humor autoparódico donde siempre ha guardado buena parte de su encanto. Todo se puede hacer mejor, por supuesto, pero como aún no nos hemos convertido en máquinas (del todo, al menos), el producto perfecto y carente de fallos aún no ha nacido.

Sí, hay cosas que hubiéramos hecho de manera diferente. La vuelta de estas historias ha tenido sus defectos pero pesan infinitamente más sus virtudes. En un esfuerzo titánico por adaptarse a unos tiempos más modernos, el equipo nos ha devuelto a Mulder y Scully de la mejor manera posible. Y ha merecido la pena. Algunos estamos muy agradecidos. Ahora sólo necesitamos el ADN de Dana Scully para sobrevivir a la incertidumbre de saber si esto es todo lo que llegaremos a ver de la serie de nuestra vida o si por el contrario se nos ofrecerá una continuación que nos insufle un poquito de oxígeno después de ese cierre no cierre descorazonador. No va a ser rápido. Puede que ni siquiera sea. Pero «The X-Files» nos ha enseñado una lección muy valiosa a lo largo de veintitrés años, nos ha enseñado a creer y sobre todo nos ha dejado una máxima como símbolo eterno de nuestros héroes: «Don’t give up».

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15 comentarios leave one →
  1. Dammed permalink
    25/02/2016 18:06

    Bravo, una y mil veces. Maginifico trabajo nena. Yo no soy tanto de «don’t give up» y tu lo sabes, pero joder!!… despues de todo lo ke hemos visto, mas ke nunca soy: «I WANT TO BELIEVE».

  2. Dana Scully permalink
    25/02/2016 18:06

    Maravilloso análisis hecho desde el corazón de una verdadera fan!
    Todo lo que pienso de cada capítulo está plasmado aquí. Por fin alguien que ha sabido ver más allá y ha entendido lo que querían mostrarnos en ésta temporada.
    Mil gracias por el trabajo y enhorabuena!
    Dana K. Scully.

  3. Ingrid permalink
    26/02/2016 2:16

    Excelente sipnosis de una temporada tan esperada que no perdió su esencia en los pocos capítulos que vimos y aun no a dejo con Muchas ganas de ver una conclusión. Bravo comparto cada palabra y sentimiento expresados.

  4. Silmulita permalink
    27/02/2016 23:31

    Impresionante comentario en el que al leerlo veo reflejado exactamente lo que yo he sentido con cada uno de los capítulos. Acabo de terminar de ver «Mi lucha II» y me ha llevado un buen rato reponerme de ese final. Le estoy profundamente agradecida a todo el equipo de Expediente X por esta temporada, por este regalo a los fans.Ésta siempre ha sido Mi Serie, aunque otras me hayan gustado después, nunca ha sido igual y, gracias a estos seis capítulos la he recuperado. No quiero ni pensar que acabe aquí.

  5. Marco permalink
    29/02/2016 9:32

    Me encanto tu artículo!!!!!
    Bravooooooo!
    Ame la nueva temporada, es un regalo para los fans, los ratings hablan por si solos!!! Cada episodio fue súper pensado y lleno d detalles, solo XFiles podía hacer un episodio encantador como ‘WereMonster’ donde nunca mencionan el termino ‘reptiliano’ q es parte d las muchas teorías d conspiración q existen y fascinan al folklor OVNI.
    Babylon es muy controversial y deja una gran reflexión, solo el tiempo le dará su lugar en la historia de la Tv en hablar sin miedo sobre el terrorismo, la religión, el odio, los estereotipos y la humanidad.Que fuerte episodio. :)
    XF Forever!!!!!!
    Arte. Marco

  6. Will Smith permalink
    02/03/2016 11:52

    Los fans de Expediente X hubiéramos deseado una aparición estelar de los Men in Black, después de ver esta insufrible continuación de la serie queremos que se nos aparezca Will Smith y un flashazo nos borre la memoria de tan horribles episodios. Mala a rabiar de principio a fin, con una falta total de sintonía entre los protas y una trama que no sabe por dónde va ni a dónde quiere ir. A su lado la serie de abducciones de Spielberg o la miniserie sobre las Bermudas, llegan a notable alto.

  7. Alexander permalink
    24/05/2016 5:44

    Gracias por tu reseña, realmente me ha sacado un suspiro, perdón varios; uno lo único que puede hacer es sonreír saber que vendrán más archivos X y disfrutar de cada capítulo, tal como tu lo hiciste y con tus palabras me lo transmitirse. Gracias.

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