«The Handmaid’s Tale»: el sitio de una mujer
En 1985, Margaret Atwood publicó una gran novela distópica llamada El cuento de la criada. Una historia sobre la república de Gilead (Nueva Inglaterra en otro tiempo), un estado teocrático y totalitario donde se volvía a «los valores tradicionales». Una obra sobrecogedora en la que las mujeres pierden de un golpe sus derechos y se convierten en incubadoras móviles, donde hay poder y esclavismo elegante, donde todo es un ritual, incluidos los horrores. Una pieza de ciencia ficción social que no se nos antoja tan ficcional en muchas de sus capas, de estremecedora narrativa y que, de manera no casual, pasó mucho más desapercibida que los trabajos de Orwell, Huxley o Bradbury (de quien hablamos largo y tendido en el Cadillac).
Por fortuna, en una era en la que las series de televisión se han interiorizado en las rutinas de consumo, Hulu se interesó por el producto literario, adaptándolo con maestría a la pequeña pantalla y haciéndolo llegar a un abanico amplio de espectadores (aquí ha llegado de la mano de HBO España). Esto ha provocado que un gran número de esos espectadores se interesen por esas páginas, disparando las ventas del libro. Es una suerte de justicia poética rara y que probablemente no sea sueño de ningún autor, pero lo cierto es que el discurso de Atwood y las ganas de arriesgar de una cadena han dado a luz al que sin duda es uno de los principales estrenos televisivos del año.
¿De qué nos habla «The Handmaid’s Tale»? Esta es la historia de Offred (June, en una vida anterior), una mujer despojada de su pasado, de su hija, de su marido, de su libre albedrío. En esa sociedad totalitaria descrita en la entradilla, en ese contexto, la protagonista es criada en casa de un matrimonio de posición muy relevante. Pero ser criada en ese universo futurista diseñado por Atwood tiene una implicación muy particular más allá de la de hacer compras: proporcionar hijos en tiempos estériles. Offred es seleccionada por su aparato reproductor, por la calidad de su útero, sus ovarios funcionales, sus óvulos fértiles. Ella y todas las demás, víctimas afortunadas de no haber acabado en las colonias, de no verse un día cualquiera como un cadáver que cuelga de ese maldito muro que es una constante en los paseos al mercado de las criadas. Mujeres de rojo, rojo predominante en toda esta historia que en pleno 2017 y siendo temas de interés y rabiosa actualidad algunas cuestiones relacionadas con la mercantilización del cuerpo femenino, se hace de recomendadísimo visionado.
De todas las virtudes posibles a ensalzar, sería un acierto comenzar destacando su reparto. Una Elisabeth Moss que está sencillamente maravillosa en su papel protagonista y que es capaz de transmitirlo todo con un plano de sus ojos vidriosos, una Yvonne Strahovski a la que es necesario reivindicar muchísimo más y que ha dado a Serena Joy connotaciones distintas a las de la obra original o una implacable Ann Dowd en el rol de Tía Lidia, tan humanamente tirana como la mítica Patti Levin de «The Leftovers». Menos acertada me parece la elección de Max Minghella como Nick, aunque esté correcto, al igual que Joseph Fiennes como el Comandante o Samira Wiley («Orange Is The New Black») como Moira, que también funciona.
Desde la perspectiva como adaptación, el show es harto fiel a la novela y tanto el contenido propio añadido como las pequeñas licencias que se toma son coherentes y necesarias para que éste funcione al cambiar de formato. Al fin y al cabo, papel y pantalla no llegan al éxito por el mismo camino. Se puede intuir que a partir de la siguiente temporada (porque ya hay renovación) la historia volará con libertad y quedará en mano de los guionistas, ya que durante la primera han cubierto la totalidad del trabajo de Atwood. Resulta curioso, sin embargo, lo desgarrador que incluso conociendo el texto de manera previa puede resultar el pasar por algunas escenas, el dolor y la indignación que la audiencia puede llegar a sentir. Porque esta serie es desgarradora en sus maneras, en esa injusticia permanentemente tintada de rojo, rojo de la sangre que brota de nuestras entrañas una vez al mes y que aquí es un augurio terrible. Tintada de blanco, el blanco de una pureza que ya no es pura sino tiránica. De negro, el negro de la vigilancia y la falta de libertades. No necesita ser más gráfica de lo que es porque ya lo muestra todo con una elegancia cargada al mismo tiempo de mordacidad, se recrea en la belleza de sus planos, en los rostros desesperados que sonríen para sobrevivir. Un «You Don’t Own Me» como himno y como grito de socorro. Bendito sea el fruto.
(AVISO SPOILERS: A partir de aquí se va a hablar de los temas tratados en la serie, se va a pasear por algunas de sus tramas y se hará mención a ciertos detalles. Se aconseja a quien no haya visto «Night», el último episodio de la temporada, volver después.)
De regreso a la adaptación, como apuntaba, en los diez episodios que componen la temporada primera han devorado al completo el contenido de la novela. ¿Dónde yacen las principales diferencias? Una de las más significativas (y el cambio ha dado muchísimo juego) es el matrimonio para el que trabaja (la esclaviza, sería más adecuado) Offred, los Waterford, que en el original apenas deja vislumbrar un atisbo de relación sentimental, anhelo, deseo. Son dos seres avejentados y Serena Joy una monja a la que en otro tiempo se pudo ver berreando en un show cristiano de la tele. La serie los ha rejuvenecido y regalado un atractivo, les ha otorgado un pasado en el que había deseo y oraciones antes de follar. Hay dolor, cuando Serena mira a un marido que se ha alejado de ella y al que apenas puede tocar. Fueron artífices, ambos (junto a otros mandases actuales), de ese plan para volver a los valores tradicionales. Se hace más humano, más palpable. Y, por supuesto, existen también ampliaciones para el guión a la hora de reconstruir el pasado de la protagonista. Si bien Margaret Atwood nos contó algunos de los sucesos previos a esta tragedia, hay momentos que no llegamos a leer, al igual que tampoco volvimos a saber nada de Luke, al que la serie muestra trabajando en las sombras, para esos refugiados que escapan del horror.
El contexto sociopolítico retratado en «The Handmaid’s Tale» favorece el tratamiento de multitud de temas relevantes y no faltos de polémica y uno de los más presentes en cada episodio es el de la violación. Cada mes, criada y matrimonio participan de una ceremonia en la que el marido ha de tener relaciones sexuales con la criada, mientras la esposa agarra las muñecas de ésta para formar parte de un acto de concepción que nunca llega. Es una violación donde el consentimiento se da por supervivencia, consentir porque un día te amenazaron poniéndote una pistola en la cabeza con el nombre de tu hija por delante. De estas ceremonias sólo pueden derivarse dos tragedias: la primera es que un día al salir de su baño la criada encuentre ese color rojo de las maldiciones en su ropa interior, lo cual significará que tiene un mes menos antes de que la marquen como inservible y, con suerte, la envíen a otro hogar en lugar de a las colonias. La segunda, mucho peor, es que llegue a quedarse embarazada y tras llevar nueves meses un bebé en el vientre llegue el momento de dar a luz, donde todas las atenciones serán para la esposa mientras ella se retuerce de dolor, y una vez exhausta y tras el primer llanto, le quitarán al bebé de los brazos para dárselo a su verdadera madre, la mujer para la que la obligaron a tenerlo. Y no menos presente está la violación en los deseos de los comandantes que no se pueden hacer realidad delante de sus esposas.
Esto nos conduce de manera instantánea al tema central: la privación de derechos y libertades. Llenas las calles de esos «ojos» vigilantes, de esos hombres de negro que todo lo ven y reportan, una conversación privada queda en un lujo del pasado y un desvío en el camino establecido un riesgo que puede acabar en la horca. El maquillaje está prohibido, tanto como lo está el vestuario libre o el sexo por elección propia. Ya no se puede leer a no ser que la pérdida de una mano se antoje algo atractivo. Destacaría el momento en que, entrevistando a la propia Serena, autora en otro tiempo de A Woman’s Place (un manifiesto escandaloso y opresor, hemos de imaginar), se le pregunta si alguna vez visualizó el mundo en el que estaba viviendo, un mundo en que las mujeres ni siquiera podían ya leer el libro que escribió.
La homosexualidad, en dicho contexto, también habría de tratarse desde la privación de un derecho, ya que no sólo está prohibida sino que las consecuencias son fatales. Etiquetadas como «traidoras del género» cuya orientación sexual y expresión emocional resulta poco útil por no perpetuar una especie a la que esclavizar, llegaremos a presenciar cómo se procede a prácticas tan despreciables como la ablación del clítoris porque «no se puede sentir tentación con lo que no se tiene». Aunque algo tan paradójico como real se verá materializado en Jezebels, esa suerte de club que los comandantes han improvisado en lo que solía ser un hotel, donde muchas mujeres grotescamente disfrazadas se prostituyen para que otros puedan seguir disfrutando de lo que han prohibido, donde sí que se llevan a cabo todas las perversiones posibles y donde Offred tendrá que ceder al sexo fuera de la ceremonia para complacer a un hombre que se aburre jugando al scrabble.
Quedaría, a estas alturas, pasear brevemente por la trama trayendo a colación la relación que el personaje principal de la historia mantiene con el resto de personajes. Cómo su mejor amiga desde tiempos antes de Gilead, Moira, ha continuado con ella de manera casual en este período de terror, cómo vuelven a encontrarse después de ese intento de huída en Jezebels y cómo acaba por ser, en medio de esta pesadilla de la que es imposible despertarse, la única constante e hilo conector con la realidad anterior a pesar de la distancia. Cabría también mencionar su relación con Nick, conductor de la familia y Ojo infiltrado, una relación que terminan por mantener por sentir algo de manera voluntaria, por una falsa elección propia en un universo reducido, por aquello de dejar atrás algo palpable de acabar colgada en el muro. Y verdaderamente es lo único real que llega a tener June en esa casa y en esa vida actual, las noches en las que se escabulle para tocar una piel que quiere tocar, quitarse la ropa para quien quiere quitársela, tener los orgasmos que elige tener, el sexo que practica por voluntad propia en medio del abuso de un sistema.
Porque luego están las otras noches, las noches en las que el comandante necesita que lo entretenga como si de una acompañante personal se tratara, que juegue, pero que ruegue, que toque una revista, pero que bese, que salga de casa, pero que abra las piernas. Condiciones en un contrato de amenazas que nadie quiso firmar. Serena parece mirarla con piedad en ocasiones, ser consciente de lo que desató, saber que es inhumano lo que llevan a cabo, pero siempre irá la piedad respaldada de ese interés egoísta por un embarazo que no llega, por unos celos de la mujer que agarra de las muñecas. Y mientras, al margen de todo, hay un Luke que ni siquiera espera que su mujer esté viva hasta que recibe la nota, viviendo en la clandestinidad, ambos sin una hija que ya no prepara tortitas todos los días ni puede aferrarse a ellos cuando llora.
La season finale, «Night», es una entrega sumamente significativa por suponder una rebelión y al mismo tiempo el sumun de la crueldad. El bebé que espera Offred, que no es del comandante sino de Nick, marcará el punto de inflexión en esa revuelta interna y externa. «¿Crees que he rezado para traer un bebé a este hogar?». Y las cartas, todas esas cartas que indican que no está sola, que son tantas almas para luchar contra esto que no van a ponerlo fácil. Es por ello que se niega a tirar la primera piedra a una mujer a la que cruelmente se la salva del suicidio para morir lapidada. Es por ello que sale de la casa con la cabeza alta cuando Nick le dice que confíe en él para salir de allí. Despúes de una Serena poseída por la rabia ante la idea de que su marido se lleve a la cama a una mujer sin que ella esté presente, que grita a la víctima por no ser nadie en un sistema que ella misma ayudó a crear, que aparca el coche para que una madre pueda ver a su hija de lejos llegando al colmo del sadismo. Y Moira… Moira. Que logra, por fin, salir de la barbarie, de vuelta al trocito de hogar que en estos momentos supone Luke. No sabemos lo que está por llegar porque, ahora sí, la historia pasa a ser de los guionistas. El destino de esa furgoneta negra que lleva a June es desconocido, pero quizás haya esperanza. O no.
«The future is a nightmare», reza una de las promociones de la serie de la cadena. Pero lo cierto es que nada de esto es una completa ficción. Que los roles asignados no son la invención de un mago, que toda esta barbarie abusiva no tiene nada de surrealista. La persecución homosexual no es un cuento, la violación tampoco, como no lo es el robo de niños ni el esclavismo sexual. Simplemente, Margaret Atwood creó a golpe de máquina de escribir una sociedad donde todo esto se llevaba a cabo de forma manifiesta y estructural, lo cual tampoco queda tan lejos de nuestra propia historia, nuestro pasado y presente. Es por ello que «The Handmaid’s Tale» se convierte en un producto de absoluta necesidad, porque si no nos lo ponen delante de las narices, no lo vemos. Y si no nos afecta porque «en occidente no pasan estas cosas», estamos ciegos por voluntad propia. Recomendadla, por activa y por pasiva. Sed partícipes de su discurso cambiando lo que hay que cambiar el día a día. Porque ocurre. Está ocurriendo.
«Mejor nunca significa mejor para todos. Siempre significa peor, para algunos.»
Para mí, la serie del año. Capítulo tras capítulo me ha dejado una angustia que no puedo explicar. Anoche vi los dos últimos episodios y aún sigo dándole vueltas al último. Y sí, tienes razón en lo último que dices. Se escribió en los ochenta pero es de triste actualidad. Del último capítulo me afecto todo: desde el Sorry aunt Lydia, pasando por la justificación de una ley que no tiene ningún sentido hasta para los comandantes, la escena en el coche (no quiero espoilear), y me afectó muchísimo la llegada al campo de refugiados y cómo le dicen a la refugiada «tú eliges» Dos palabras que suenan raras después de tantos episodios. Enhorabuena por el post. Tan necesario como la serie -y la novela-.
Seriote. Lo segundo que más me ha gustado de 2017 tras Saul.
Muy buena serie, con ganas de otra temporada.
Es de las series del año.
Reblogueó esto en Naufora II.