«Blackstar»: la última mutación de David Bowie
“The Next Day” (2013) fue un perfecto disco de resurrección, en todos los sentidos. Primero por llegar inesperadamente, cuando nadie concebía que David Bowie tuviese intención alguna de salir de ese discreto retiro musical que duraba ya casi diez años y que muchos creíamos definitivo, y segundo porque nos presentaba a un Bowie dialogando desde el presente con su pasado, de modo que aquel regreso contenía mucho de autohomenaje y reivindicación de su trayectoria, pero sin derivar en la nostalgia más autocomplaciente y sí reclamando su vigencia en pleno siglo XXI. Era un disco también perfecto para colgarle la etiqueta de ‘lo mejor desde “Scary Monsters”’ (1980), aunque eso es algo que se ha dicho muchas veces de una nueva obra del Duque Blanco, así que dejémoslo en que era un sensacional trabajo, el mejor que podía entregar Bowie en 2013, como bien señaló mi compañero Rodrigo en su crítica, al que quizás le sobraba minutaje para poder medirse de tú a tú con sus más grandes obras, pero que mayoritariamente satisfizo a sus seguidores de siempre y a la crítica especializada. Sin ir más lejos, aquí, en El Cadillac Negro, le elegimos como nuestro disco favorito de aquel año. Entonces ignorábamos si el hombre de las estrellas había vuelto para quedarse o si aquello era más bien el canto del cisne de una de los mayores mitos que nos ha legado la música popular.
La recopilación antológica de 2014 “Nothing Has Changed” no terminaba de disipar las dudas pero sí incluía un tema, “Sue (Or in a a Season of Crime)”, que no solo era inédito sino que alumbraba un registro novedoso en la amplia carrera del británico, un experimento jazzístico de más de siete minutos en el que la big band de la Maria Schneider Orchestra arropaba la teatral y antipática melodía desgranada por Bowie. No era, desde luego, algo del agrado de muchos fans, que quizás podían admirar el hecho de que Bowie siguiese siendo libre e impredecible, pero no enamorarse de una pieza acaso demasiado pretenciosa. Sin embargo, ahí iba a estar el germen de la siguiente mutación del gran camaleón del rock, la que ahora nos presenta en “Blackstar”, un disco en las antípodas del anterior, nuevamente en todos los sentidos. Y eso ya es motivo de celebración, porque si algo caracterizó al mejor Bowie, aquel que reinó sin discusión posible en la década de los 70 con constantes desafíos sónicos y volantazos imprevistos que le mantuvieron permanentemente en la vanguardia (etapa glosada magistralmente por el compañero Alberto aquí y aquí), fue su negativa a quedarse demasiado tiempo en el mismo lugar. Si en “The Next Day” Bowie se ciñó al reconocible formato pop-rock de la mano de canciones sujetas en su gran mayoría a patrones convencionales, ahora retoma su faceta más experimental, difuminando los contornos genéricos, persiguiendo la emoción más por la vía de la textura que por la de la melodía memorable. Si entonces entregó catorce piezas (bastantes más en la edición “Extra”), ahora se queda en la mitad. Si entonces el presente dirigía su mirada hacia el pasado, ahora lo hace hacia el futuro, o hacia uno de los futuros posibles.
Y ese futuro imaginado por Bowie no es un lugar amable o acogedor, sino un espacio mórbido, esquizofrénico y borroso, pero extrañamente fascinante para aquel que sepa o quiera entrar en él. Obviamente, no es una fiesta a la que esté todo el mundo invitado. Quienes no comulguen con su vertiente más osada y experimental se encontrarán aquí en terreno pantanoso, con dificultades para hacer pie. Los amantes del Bowie más aventurero están de enhorabuena porque pueden estar ante su obra más estimulante desde la añeja trilogía berlinesa. Desde luego, es bastante superior a sus propuestas electrónicas de los 90 (“Outside”, “Earthling”), tan deudoras del sonido de su época, aunque sería injusto comparar este nuevo plástico con “Low”, “Heroes”, “Lodger” o “Station to Station” (pese a que su espíritu, estructura y secuenciación pueden recordar más a este último disco que a ningún otro), porque “Blackstar” es su propia bestia y, aunque en su interior resuenen ecos de su época más rupturista, no tiene referentes claros en la trayectoria pasada del artista. El gran acierto del Duque Blanco, que sigue acompañado por su fiel Tony Visconti en la producción, ha sido rodearse de una nueva banda, un grupo de músicos de jazz neoyorquino formado por el saxofonista Donny McCaslin, el batería Mark Guillana, el bajista Tim Lefebvre, el teclista Jason Lindner y el guitarrista Ben Monder, que le han permitido zafarse de su zona de confort y visitar territorios inexplorados, aunque por debajo de ese torrente de vientos demenciales, percusiones asfixiantes, sintetizadores espectrales y melodías huidizas Bowie siga siendo Bowie.
Something happened on the day he died
Spirit rose to leave him and stepped aside
Somebody took his place and bravely cried:
I’m a blackstar!
La apertura del disco ya es toda una declaración de intenciones. “Blackstar”, la canción, es una inapelable obra maestra. Pocas, muy pocas estrellas veteranas tienen el cuajo de presentarse con un single de 10 minutos tan desafiante y sobrecogedor. Bowie entona una siniestra y temblorosa plegaria sobre un claustrofóbico colchón de ritmos sincopados, sintetizadores de sabor arábigo, tropezones de electrónica y un saxo ululante. Podría recordar a los Radiohead del excelso “Kid A”, al menos hasta que la vela se apaga entre coros fantasmagóricos y se alza una melodía completamente distinta, más luminosa y abrillantada por sintes más claros y un patrón rítmico más sencillo, pero con un punto desquiciado reforzado por los vientos arrastrados de McCaslin. Esta segunda parte de la suite poco a poco se ensombrece para retomar la funeraria oración del principio, ahora en un registro más directo y menos oblicuo, y finalmente consumirse entre flautas espumosas. El apartado lírico es aún más críptico, con alusiones a falsos profetas, ángeles caídos y el día de la ejecución. El turbador y surrealista videoclip de Johan Renck, entre David Lynch, Alister Crowley, espantapájaros crucificados y el cadáver del Major Tom, no hace sino multiplicar los posibles significados del tema. Si ante todo una obra de arte debe provocar una reacción en el receptor, Bowie vuelve a erigirse como un artista total en esta increíble “Blackstar”.
Look up here, I’m in heaven
I’ve got scars that can’t be seen
I’ve got drama, can’t be stolen
Everybody knows me now
Nada en el resto del álbum supera en grandeza y ambiciones al tema inicial, pero “Tis a Pity She Was a Whore” mantiene el reto sonoro, aunque desde un ángulo distinto. Publicada en su momento como cara B de “Sue (Or in a Season of Crime)”, la pieza, esquiva y al mismo tiempo bulliciosa, suena mucho más contundente y viva bajo la propulsión industrial del batería Mark Guillana y el nutritivo aderezo free jazz de un exultante McCaslin que se revela como el elemento clave del sonido de “Blackstar”. “Lazarus”, el tema rescatado del musical del off-Broadway basado en “El hombre que cayó a la Tierra” con Michael C.Hall de protagonista, supone la primera aproximación al Bowie más reconocible, una canción elegante de atmósfera nocturna y melancólica que se desborda en un estribillo magnífico rebosante de clase y magnetismo. Elegido como segundo single del álbum, el corte viene acompañado de otro inquietante video de Johan Renck en el que el británico retoma a ese personaje siniestro de ojos vendados y pelos de punta como fugado de «Los mundos de Coraline» de Henry Selick con el que afianza la potente identidad visual de su última metamorfosis.
Where the fuck did Monday go?
El nuevo arreglo de “Sue (Or in a Season of Crime)” sustituye la densidad jazzística de la toma original por un andamiaje industrial pesado sustentado en un machacón riff metálico, enajenados ritmos drum ‘n’ bass y ruido cacofónico que confluyen en un clímax turbulento para la pieza más avant garde del disco, y también la más impenetrable. En cambio, “Girl Loves Me” se sirve de un patrón más convencional pero aún así suena extraña y amenazadora, con Bowie cantando en un registro trastornado y agresivo una melodía ominosa a la que incorpora palabras del nadsat, la jerga inventada por Anthony Burgess para “La naranja mecánica”.
Seeing more and feeling less
Saying No but meaning Yes
This is all I ever meant
That’s the message that I sent
En su tramo final “Blackstar” lima sus aristas más experimentales para acometer “Dollar Days”, una pieza noctámbula con la melodía más hermosa del lote, arrullada por acústicas y un saxofón más radiantemente convencional, que bascula entre la calma afligida y el drama épico antes de difuminarse en el ritmo programado de la muy pop “I Can’t Give Everything Away”, una conclusión relajada en la que los sintetizadores suenan más balsámicos, aparece una armónica que recuerda a la de “A New Career in a New Town” y despunta un solo de guitarra licuado de Ben Monder –el único del disco- que inevitablemente nos retrotrae al sonido espacial que aportaba Robert Fripp en tiempos pretéritos. El mantra del estribillo puede resultar un tanto repetitivo pero termina siendo un cierre precioso en el que es fácil imaginarse a Bowie perdiéndose en el horizonte en busca de su próxima mutación, de una nueva forma de sorprendernos, porque ahora sí creemos estar seguros de que la leyenda del viejo Duque Blanco no puede terminar aquí y de que el futuro, tan impredecible, tan caótico, tan sugerente, sigue siendo suyo.
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Buen artículo. Lástima que ese futuro Bowie ya no se encuentre entre nosotros, los terrestres. Para mi, era consciente de que dejaba una obra póstuma. Cuando una estrella consume toda su energía, se vuelve una estrella negra.
Where the fuck did Monday go? Ha sido un día jodidamente triste, siempre lo es cuando se va uno de los nuestros (y, desgraciadamente, parece que tenemos que ir acostumbrándonos), pero Bowie era algo más. Mitos y leyendas tenemos muchos, pero genios, de esos que de verdad cambian las reglas del juego, no una sino varias veces, de los que marcan permanentemente el rumbo de los tiempos, no hay tantos. Se pueden contar con los dedos de la mano. Hoy se nos ha ido uno de ellos, y el cabrón nos lo estaba diciendo, pero no nos habíamos querido enterar. Sabía perfectamente que su luz se apagaba y tuvo tiempo para preparar su truco final, su nota de despedida, su última metamorfosis. Efectivamente, «Blackstar» nos hablaba desde el futuro pero no sabíamos que ese futuro estaba tan cerca y que procedía de las estrellas del más allá. A la luz de su marcha, «Blackstar» cobra una nueva dimensión, un nuevo significado, el que Bowie pretendía. Volver a ver ahora el vídeo de «Lazarus» es una experiencia literalmente escalofriante. Verle dando esos pasitos teatrales hacia atrás, encerrarse en el armario y cerrar la puerta es… buff.
Para mí hoy es inevitable sentirme como cuando se fue Freddie Mercury hace ya tantos años.También lo hizo tratando de ocultar su enfermedad, la maldita enfermedad, hasta el último momento, y también tuvo tiempo de despedirse con aquel «Innuendo» publicado unos meses antes en el que ya nos lo estaba diciendo todo.Y también hizo aquellos vídeos con claro sabor a despedida. Con Bowie ha sido todo incluso más rápido y repentino. Hace solo tres días celebrábamos la audacia y la osadía de este «Blackstar», que si ya era serio candidato a disco de 2016 ahora sencillamente es leyenda, y hoy le estamos llorando. Es jodidamente difícil de procesar. Pero el duelo pasará y nos quedará su inmenso e inabarcable legado. Y su legado no es solo lo que queda en los «Best of» y recopilaciones de rigor, que no es poco, sino todos esos discos, principalmente los de los 70 pero también varios posteriores, que contenían cada uno de ellos un universo en sí mismos. Discos en los que perderse una y otra vez y que continúan tan frescos, excitantes, inventivos y desafiantes como el primer día. Sí, ha sido un lunes de mierda, pero nos queda el consuelo de que Bowie se ha ido como ha querido, a su manera, como en una gran broma macabra. Solo le queda resucitar. Yo esperaría al menos tres días.
Excelente crítica de el oscuro epitafio del genio. Para mi su muerte es como sí me hubieran arrancado una parte de mi vida, he llorado y me emociono cada vez que escucho una canción suya. Siempre pensé que me iba a morir yo antes (siendo yo mucho más joven que Bowie), pero tenía la certeza de que el era inmortal y que jamás iba a vivie en vida su propia muerte. Gracias maestro por tus maravillosas canciones, eras y serás mi mayor ídolo de todos los tiempos. Descansa en paz David Robert Jones.
Muchas gracias por tu aportación, Sergio. Sin duda, somos muchos los que le agradecemos eternamente a este maravilloso artista todo lo que nos dio, hasta el último momento. Un saludo.
Cuando leí esta crítica por primera vez, después de unas tres escuchas, pensé que sobrevaloraba el disco. Ahora que lo he escuchado unas cuantas veces más me parece que no, que es una crítica justa: ‘Blackstar’ te va envolviendo poco a poco en una suerte de manto desquiciante. ¡Me encanta, más cuando distorsiona que cuando quiere dejar buen sabor de boca! Por lo demás, a mí, por falta de conocimientos, se me hace difícil valorar un disco a partir ya sea de su ubicación en el tiempo, o en la carrera de su autor, o de su probable repercusión e influencia; por eso, como ‘1.Outside’ y ‘Earthling’ me parecen apabullantes (aunque en su momento no supe apreciarlos: quería encontrar a mi Bowie y allí mi Bowie pues no estaba en ninguna parte), pues para mí lo mejor de Bowie después de ‘Scary Monsters’ (otro disco que no supe apreciar cuando salió, pues estaba yo completamente colgado de ‘Lodger’) es lo dicho, ‘1.Outside’. Gracias, Jorge Luis.
Muchas gracias a tí, Josep. Lo bueno de Bowie es que se puede volver a discos que en su momento quizás no apreciamos y descubrir algo totalmente nuevo en ellos. Un saludo.