“13” de Black Sabbath: el principio del fin
Canta Ozzy Osbourne en las primeras estrofas de “End Of The Beginning”, el corte que abre “13”, el esperadísimo nuevo álbum de Black Sabbath: «¿Es éste el final del principio, o el principio del final?». Y uno, que está más que acostumbrado a los ejercicios de nostalgia, se da cuenta de que está ante uno de los más monumentales y de mayor alcance de toda su vida. Hablamos del disco número tropecientosnosequé de la discografía de los Sabbath, ya hemos perdido la cuenta, pero tenemos claro que es el noveno con Ozzy, y el primero desde el desangelado “Never Say Die!” de 1978. O sea, que han pasado 35 años. Yo aún no había nacido. Pero uno no sólo piensa en estas cosas. La semana pasada escribí un macropost loando la carrera de Iron Maiden, y días después pude verles en directo en el Sonisphere de Madrid. El paso del tiempo es más que visible en todos sus componentes pero siguen siendo un jodido ciclón en concierto, aunque ese viernes los elementos desluciesen su actuación. Pero uno asume, con tristeza, que dentro de cinco, diez, quince años, ya no les tendremos por aquí. Y Judas Priest se retiran, o se están retirando, o se van a retirar, o algo así nos dijeron en su día. Y los Scorpions algo parecido. Pienso también en ese disco que, dicen, están preparando AC/DC, que publicarán dentro de ocho meses, o dos años, cuando a ellos les plazca, y se marcarán otro pedazo de gira en la que Angus Young volverá a demostrarnos que es un prodigio huido del inframundo, pero tendremos la certeza, más que nunca, de que será la última. Aún maravillado por el genial regreso de David Bowie con “The Next Day”, pero habiendo perdido toda esperanza de que se atreva a salir a la carretera, observo en la distancia las imágenes de esa gira 50 aniversario de los Rolling Stones por tierras norteamericanas, rezando (al Diablo) para que se decidan a saltar el charco. Y hace meses que tengo guardadas en un sobre entradas para ver en Madrid, dentro de unas semanas, a Europe, Whitesnake y Def Leppard, y a Bon Jovi al día siguiente. Bandas que dieron lo mejor de sí mismas hace décadas y hoy en día siguen viviendo de ello, aunque los suecos sean una excepción y sigan sacando discazos, pero eso es otra historia que contaremos cuando llegue el momento. Pienso también en esos Deep Purple a los que vi por primera vez en 1994. Han pasado 19 años, y nueve conciertos, en los que les he visto envejecer sobre las tablas, el pasado verano nos tocó llorar la pérdida del Maestro de Maestros Jon Lord, y acaban de publicar un disco, “Now What?”, con claro sabor a despedida. Pienso también en los recitales de The Who en 2006 y John Fogerty en 2009 en Madrid, dos de los mejores a los que he asistido, pero también en las reuniones fugaces de Pink Floyd en 2005 y Led Zeppelin en 2007, que al final no fructificaron en esas anheladísimas giras mundiales que habrían sido la última oportunidad para una generación, la mía, de poder vivir de primera mano la magia reservada para nosotros únicamente a través de añejas grabaciones. Soy consciente, incluso, de que la presente reunión de Black Sabbath no sería posible si ese Dios llamado Ronnie James Dio no nos hubiese dejado, alzando por última vez los cuernos a modo de despedida, hace ahora tres años.
Podría seguir poniendo muchísimos ejemplos, pero nos bastan dos muy recientes: hace apenas dos semanas, el Mago Ray Manzarek interpretó un último y definitivo “The End”, y el pasado sábado el viejo Lou nos dio un susto de muerte. Hasta ahora sabíamos que, salvo algunas excepciones, los Héroes del Rock o morían jóvenes o eran inmortales. Ahora empezamos a ser conscientes de que no es así. Dentro de unos meses cumpliré 34 años, llevo desde los 7 comprando discos y desde los 14 asistiendo a conciertos. Y aunque de vez en cuando me intereso por alguna joven banda, y éstas precisamente suelen ser las que me recuerdan a los ‘clásicos’, llevo más de media vida mostrando fidelidad absoluta a unos ídolos con edad suficiente para ser mis padres, o mis abuelos. Así, en dos décadas he sido testigo de innumerables lecciones de genialidad, talento, garra y pelotas, exhibiciones muy lejos del alcance de músicos que podrían ser sus hijos, o sus nietos. Pero el paso del tiempo es implacable, y me pregunto a quién cojones iré a ver yo en concierto dentro de 20 años… Probablemente sólo quede Bruce Springsteen, que habrá enterrado ya a toda la E Street Band, pero seguirá rodeado de músicos jóvenes tocando conciertos rebajados para entonces a dos horas y media o tres horas. Todo esto viene a que, respondiendo a Ozzy, me temo que sí, yo lo tengo claro: estamos ante el principio del fin. El fin de una era que ya no volverá, aunque quedará para siempre grabada en los surcos de nuestros vinilos, o los datos de nuestros CDs o discos duros, pero sobre todo en lo más profundo de nuestras almas. A partir de ahora nos tocará ir despidiéndonos de nuestros iconos y deidades musicales, pero lejos de echarnos a llorar en un rincón, deberíamos apreciar, con más motivo que nunca, regalos como este “13” de Black Sabbath. Pues, como tal, debemos entenderlo.
Pero el camino hasta aquí no ha sido fácil. Ha sido largo, oscuro y tortuoso. Muchas cosas han pasado desde ese 11 de noviembre de 2011 (11/11/11) en el que los cuatro Sabbath originales oficializaban su regreso, y pocas, por no decir ninguna buena. Ozzy Osbourne, Tony Iommi, Geezer Butler y Bill Ward se sentaron entonces en la misma mesa, junto al productor Rick Rubin y Henry Rollins (el autor de la mítica frase «Sólo puedes confiar en ti mismo y en los seis primeros discos de Black Sabbath») como maestro de ceremonias, para propagar la buena nueva al mundo. Atrás quedaban incontables escarceos fallidos, las breves giras de reunión de finales de los 90, plasmadas en el doble directo “Reunion” (1998), que contaba además con dos insatisfactorias nuevas grabaciones de estudio, y ese frustrado proyecto de nuevo álbum de principios de siglo. Esta vez parecía que sí, que era la definitiva, pero a partir de ahí todo empezó a ir mal. La peor noticia, sin duda, llegó sólo dos meses más tarde, cuando Iommi fue diagnosticado de un linfoma, y teniendo tan cercano el precedente de Dio, fallecido de un cáncer de estómago en 2010, todos nos hicimos caca en los pantalones. Iommi es el Padre del Heavy Metal. Entre 1970 y 1975, en esos seis álbumes que tan acertadamente glorifica Rollins, el tipo de las gafas azules, sempiterno bigotito, cruz en el pecho, dedos de goma e indestructible SG negra compuso todos los riffs imaginables e inimaginables, posibles e imposibles… Todo lo que vino después, incluso en sus propios trabajos y probablemente también en este “13”, son variaciones sobre esa inagotable Biblia del Rock. Si estás en el local de ensayo con tus colegas y estás emocionado porque se te ha ocurrido algo genial en la guitarra, vale, úsalo, pero es probable que Iommi ya lo tocase hace 35 o 40 años. La sola idea de perderle, por tanto, era inconcebible… Por suerte, nuestro héroe salió adelante.
En medio de la batalla de Iommi contra su enfermedad, otra violentísima tormenta se desató en el seno de la banda, lo que complicaba aún más que el barco pudiese llegar a buen puerto. El batería Bill Ward afirmó que estaba fuera del grupo, y que no participaría ni en los planes de gira ni en la grabación del nuevo disco, si es que se llevaban a cabo, por motivos contractuales. Dejó no obstante la puerta abierta a una posible solución, y nadie podía concebir entonces que ésta no llegase y además por la vía rápida. Entendimos que todo se debía a una medida de presión, a un quítame allá esas pajas y méteme ahí unos pocos de dólares y santas pascuas, pero no fue así. Meses después, se hizo oficial que la reunión seguía adelante pero con Ward ya irremediablemente fuera de la ecuación. La última oportunidad de ver juntos a los cuatro Sabbath originales se esfumaba, lo que dicho lisa y llanamente, ha sido un putadón inmenso. El O2 Academy de Birmingham fue testigo en mayo de 2012 del primer concierto del grupo con Tommy Clufetos, de la banda de Ozzy, tras la batería. Y esa es la formación que, al menos en directo, se ha mantenido hasta nuestros días. No vamos a engañarnos a estas alturas, ya sabemos que el Rock n’ Roll es un negocio, una máquina de hacer dinero, más aún cuando, insisto, estamos ante el principio del fin de una era, y ese es de hecho el principal motivo por el que se producen este tipo de reuniones. Pero uno también confía en que quede aún algo de camaradería y romanticismo, por eso duelen jugarretas como la que le han hecho al pobre Ward, si es cierto que lo único que demandaba era un trato justo. Jode más en el caso de Ozzy, sobre todo porque el batería siempre se ha mostrado extremadamente leal al cantante, tanto que en 2006 rechazó formar parte de Heaven & Hell, la versión de Sabbath con Dio. Pero todos sabemos que el ‘Madman’, por aquello de su inestabilidad mental, no es precisamente alguien en quien se pueda confiar. Él ha sido de hecho el último gran escollo que ha habido que superar para sacar adelante este “13” que ha acabado convirtiéndose en una carrera de obstáculos. El vocalista confesó el pasado mes de abril su enésima recaída en el alcohol y las drogas durante el último año y medio, el consiguiente enésimo conato de divorcio de su esposa Sharon, esa maldita arpía sin la cual parece incapaz de dar dos pasos, su enésimo intento de rehabilitación y su enésima reconciliación marital. Así parece difícil que puedan haber salido bien las cosas, pero sea como sea, ya tenemos aquí, calentito, el nuevo (¿y último?) disco de Black Sabbath.
¿Y cómo suena este “13”? ¡Pues menuda pregunta! ¿A qué demonios va a sonar? 100 por 100 Sabbath, sin sorpresas ni sobresaltos, más de lo mismo, pero no esperábamos ni queríamos otra cosa. Sigue siendo difícil, para puretas como yo, asumir que Ward no es quien está aporreando los parches de la batería. Quién sabe qué nos hubiésemos encontrado de haber estado él involucrado, no tiene demasiado sentido preguntárselo, pero incluso alguien como yo es capaz de reconocer que probablemente el resultado no habría sido muy diferente. Su sustituto en la grabación, aunque sea Clufetos quien siga girando con ellos, ha sido Brad Wilk, de Rage Against The Machine y Audioslave, y me temo que ha debido ser el batería más obediente y menos participativo en un estudio de grabación de la historia del rock. Por otra parte, hoy en día hay pocos productores con mayor prestigio y experiencia que Rick Rubin, y pocas bandas que todos tengamos tan claro cómo deben sonar como Black Sabbath, así que la cosa no resultaba tan difícil. Y los ‘mayores’, que es lo importante, han puesto de su parte. Iommi desgrana sus furiosos y entrampados riffs y sus incendiarios solos, uno tras otro y sin descanso, y sí, todos nos suenan gratamente familiares, pero eso es exactamente lo que necesitábamos. Igual que Geezer Butler, que vuelve a sacar ese inconfundible sonido infernal de su bajo, que nadie será capaz de emular por mucho que lo intente, y se erige de nuevo en el perfecto hermano mellizo de Iommi, además de encargarse, como siempre, de todas las letras de los temas. Y Ozzy… Bueno, ese es siempre el mayor miedo al que nos enfrentamos los seguidores de Sabbath. Sabemos que el tipo está hecho mierda desde hace eones. Ya no es ese jovenzuelo irracional y demente de sus inicios. Ahora es ese viejo irracional y demente castigado por una sucesión interminable de excesos que hubiesen acabado con 37 vidas, o 38, una tras otra, pero no con la suya. Es un milagro que aún se tenga en pie. Y mientras lo haga, así aguante hasta los 80 años, seguirá rindiendo bien en un estudio de grabación, con sus pausas, sus descansos y sus truquitos. Otra cosa es el directo, en donde ya sabemos que destrozará tema tras tema y el gran reto es que aguante dos horas sin desmayarse. Su voz en este “13” no es la de sus primeros álbumes con la banda, está claro, ha perdido esa intensidad, profundidad y cavernosidad de sus comienzos, pero no suena tampoco peor que en los últimos 20 años.
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Como era de esperar, Black Sabbath tratan de emular los mejores años de su pasado más glorioso y están decididos a darse un autohomenaje, y así la inicial “End Of The Beginning”, que se planta ya en los 8 minutos, tiene claros ecos de la mismísima y fundacional “Black Sabbath”, aunque tenga un punto más dinámico, mientras que “Loner” nos recuerda por momentos en demasía a “N.I.B.” o “Sweet Leaf”, incluso clavando los «Alright Now!» de esta última. La bonita “Zeitgeist” es algo así como el cruce perfecto entre “Planet Caravan” y “Solitude”, “Damaged Soul” tiene ese punto bluesero que hace que pudiese encajar de maravilla en su primer álbum, y “Live Forever” pretende ser suficientemente tétrica y retorcida como para ser digna de codearse con su producción del “Vol. 4” en adelante. “Age Of Reason”, a pesar de este tempo y riff rollo “A National Acrobat”, es probable que, aún sonando a Sabbath, encaje más con el Ozzy en solitario de los últimos tiempos, quizás por su forma de cantar. En cambio, si hay un tema en donde la banda parece haber querido plasmar, y con gran acierto, todo su ABC, o su ADN, o su DNI, o como lo queráis llamar, ese es “God Is Dead?”, la canción más larga del disco, casi 9 minutos, y primer single de adelanto de “13”. Con dos pelotas. Por caminos parecidos transita, y también con buen pulso, el último tema de este trabajo, “Dear Father”, otro orgiástico muestrario de riffs y cambios de ritmo marca de la casa, que se cierra bruscamente con un estallido de truenos, una tormenta y el tañido lejano de una campana… tal y como se abría, hace 43 años, su álbum de debut. Sí, amigos, por si aún os quedaba alguna duda: esto es el final.
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No sé si esperabais que os dijese que el disco es cojonudísimo, o regular, o una mierda pinchada en un palo. Lo siento, sólo puedo deciros que… ¡es un maldito nuevo disco de Black Sabbath, qué más queremos! ¿Estará a la altura de sus seis primigenias obras maestras? Pues lógicamente no, pero estamos hablando de otra vida, otro mundo, otra dimensión, ni siquiera ellos son ya esas personas que las parieron. Sí será, para unos cuantos, mucho más satisfactorio que buena parte de su producción posterior, incluidos esos dos olvidables últimos álbumes con Ozzy, aunque aún quede lejos de los dos primeros discazos grabados con Dio… Da lo mismo. Celebrémoslo, y crucemos los dedos para que se dejen caer por nuestro país y podamos vivir así otra noche inolvidable. Otro de esos eventos que recordaremos con los colegas, o contaremos a nuestros hijos dentro de 20 años, cuando ya no nos queden apenas conciertos a los que ir.
Muy acertada tu reflexión, Rodrax. Dentro de unos pocos años, esos ‘carrozas’ que nos han alegrado tanto la vida ya no estarán en activo o directamente en este mundo y seguramente sea cuando a muchos de ellos se les reconozca debidamente. Pero yo, en el caso de Black Sabbath, no me lo tomo como un simple retorno nostálgico de una banda clásica, sino como la excitante continuación de uno de los grandes discos de heavy metal de la pasada década, el debut de Heaven & Hell. Es decir, como si fuera una prometedora banda joven. Francamente, aún no he escuchado el disco al completo, pero ese monumental ‘God is dead?’ se merece todo tipo de confianzas.