«Honestidad brutal» + «El salmón»: 140 canciones de sangre y polvo blanco
Pero aquellas maratones sin parar de escupir canciones fueron buena pesca y tal vez el dolor desaparezca. Así cantaba Andrés Calamaro en «Son las nueve», una de las 37 canciones de «Honestidad brutal», una de las numerosas letras que hacían referencia al propio proceso compositivo en el que se encontraba inmerso el cantante, un proceso no solo de creación sino también de lucha consigo mismo, con sus demonios, una especie de combate al amanecer entre creación y autodestrucción, superando día a día la apuesta, doblando (o más) la jugada poco después con el descomunal «El salmón», 104 temas de exceso, incontinencia y genialidad, quedando además varios centenares más en la recámara, algunos de ellos colgados en la red con posterioridad, haciendo de aquellos días casi un suicidio profesional y personal que sin embargo dejó para la posteridad dos discos gloriosos.
Y es que tanto a «Honestidad brutal» como (sobre todo) a «El salmón» no se puede pretender acceder como a la mayoría de los álbumes. Estos discos no son únicamente un conjunto de canciones y estos discos piden para su disfrute algo más que oídos, piden sangre. Para comprender su grandeza hay que sumergirse en ellos, aceptar todo lo que sobra, todo lo que indudablemente no está a la altura de los mejores pasajes, y dejarse arrastrar por un torbellino de sentimientos, de sinceridad, de vicios y de descaros. Solo así se pueden llegar a disfrutar, y a sufrir, en su plenitud dos discos que lógicamente no están al alcance de todo el mundo. No se trata de tener mayor o menor gusto musical o sensibilidad, es únicamente cuestión de empatizar con lo que se nos ofrece, de entrar en el juego o de no entrar. Por lo tanto, a estas alturas no voy a intentar descubrir a nadie esta etapa de Calamaro ni a pretender que nadie que no la comparta cambie de opinión. Únicamente quiero con estas líneas brindar por una forma de componer, un streaptease emocional a los ojos de todo el mundo. Y qué coño, ya no es solo la forma, también es el fondo, ya que «Honestidad brutal» y «El salmón» contienen decenas de canciones absolutamente geniales. Si me acompañáis…
Contextualizamos. En 1997 Andrés Calamaro había sacado su primer disco en solitario tras su etapa en Los Rodríguez, en la que al fin había conseguido un importante éxito. Aquel trabajo, «Alta suciedad», confirmó el talento del compositor argentino, situándose en el ‘top’ de la música en castellano de la época gracias en parte al pelotazo que supuso la canción «Flaca». Embarcado en una larga gira empezó a dar forma a su próximo trabajo. Con una dura ruptura sentimental como detonante, la incontinencia creativa del artista comenzó a hacerse notar, a caballo entre Buenos Aires, Miami, Nueva York y Madrid. Los músicos que acompañaban a Calamaro en aquella gira y en las grabaciones de las nuevas canciones fueron testigos de primera mano del estado de gracia de un músico que, con los sentimientos a flor de piel, utilizaba todos los géneros a su alcance para dar forma a unas composiciones irresistiblemente directas. El rock, el tango, el reggae, la ranchera, el blues, el folk, el jazz… cualquier palo se adaptaba como un guante a unos textos insuflados de sangre y sustancias tóxicas. Porque no es un secreto, ni nunca pretendió serlo, el uso que Calamaro dio de las drogas para componer (quizás también para (sobre)vivir), haciendo de ellas casi un alarde. Apuntaba en el título de este artículo «polvo blanco», y aprovecho para aclarar el significado simbólico de esta elección; no entro en si Calamaro era amigo del polvo blanco, del marrón o del humo verde, o de todos, pero es algo incuestionable la importancia de tales sustancias en el desarrollo de esta etapa del cantante. Y esa mezcla de elementos y circunstancias dio origen a un álbum inolvidable: «Honestidad brutal».
A pesar de que a lo largo de 37 canciones hay tiempo para tocar numerosos temas, el amor, o más concretamente el desamor, es el eje principal del disco. El desamor en su vertiente más cruda. El mismo Calamaro matizó tiempo después que el disco no estaba inspirado en una única persona… aunque le vino muy bien esa creencia popular. Así, temas como «Paloma», «Te quiero igual», «Son las nueve», «Las dos cosas», «Mi propia trampa», «Negrita», «Me pierdo», «Aquellos besos» o «Las heridas» muestran la cara más «romántica» de la obra. Romántica entre comillas, porque las letras de estos cortes distan bastante de ser las típicas letras de amor. Aquí no hay paisajes idílicos, y los que se intuyen son más bien paraísos perdidos, miradas al retrovisor mientras se trata de mantener el equilibrio. En muchas de estas canciones no hay ahorros a la hora de repartir culpas, al igual que en otras no hay reparos en proclamar sus virtudes. Hay culpa y arrepentimiento, pero no hay claudicación.
Temáticamente, las letras gustan en ocasiones de recrearse en el propio proceso compositivo en el que se encontraba Calamaro, plasmando en ellas esa «vomitona» de canciones, recreando su propia figura de «escribiente» de canciones, e incluso jugando con esa creación, como en «Te quiero igual», quizás su tema más famoso de la época, y en el que se reta a decir cuantas más veces posible «te quiero», esa expresión tan poco «hard» pero que en su propia contradicción termina por vertebrar un corte por otro lado al más puro estilo Dylan. Y ya aprovechamos la oportunidad para remarcar la inmensa importancia que tuvo la figura de Bob Dylan en este disco. Si la comparación Calamaro-Dylan era un recurrente habitual, muchas veces más por una cuestión de parecido físico, en este caso la sombra del de Minnesota sí que abarca numerosas composiciones. «Te quiero igual» sería una de ellas, pero hay muchas más, como «No tan Buenos Aires», «Con Abuelo», «Clonazepán y circo» y un largo etcétera, en las que especialmente la forma nasal de cantar, el modo de arrastrar los versos, encuentra muchas similitudes con el bueno de Bob, y es más que de agradecer.
Pero hay más. «Veneno» es un funk que no deja mucho a la imaginación, constituyendo un irresistible ejercicio rítmico y de arriesgada instrumentación en el que canta sin parapetos a los beneficios y peligros de las sustancias que alimentan su creatividad. Parece un juego, pero es fuego, dice con la claridad y la autoridad que le da la experiencia en un ripio que en otras circunstancias sonrojaría, pero que el argentino sabe llevar a su terreno, haciendo de estas rimas casi naif una marca de la casa. «Clonazepán y circo» o «Hay» vuelven a tocar el tema lisérgico, pero esta vez desde una perspectiva más social. Pero no todo es trascendencia, ya que en «Honestidad brutal» también hay sitio para rocanroles más ligeros, como la triada «Voy a dormir»–«Eclipsado»–«Mi quebranto», tres canciones típicas de rock argentino, con letras más livianas, que suponen un perfecto y necesario respiro.
Y más. Conocida es la relación entre Calamaro y Maradona, y el astro argentino se adueña de los tracks número 10 de cada uno de los dos discos (como no podía ser de otra forma). En el primero aparece «Maradona», archiconocida tonada en honor del crack argentino, un tema menor pero que por su curiosidad se ha convertido en una de las más reconocidas; y en el segundo es el propio Maradona quien aporta su voz a «Hacer el tonto», una ranchera en oda a la amistad. Y están los tangos, otro de los palos que el gaucho mejor domina, y que en su versión más pura aparecen (de nuevo uno en cada cd) en «Jugar con fuego» y «Naranjo en flor», única versión del álbum y cantada junto en al legendario Virgilio Expósito, demostrando un gran respeto por los clásicos y una gran facilidad para acercarse a ellos. Y el homenaje-regañina a su tierra natal en «No tan Buenos Aires». Y un recuerdo a otro de los grandes del rock argentino, Miguel Abuelo, con el que compartió su primer grupo (Los abuelos de la nada) en «Con Abuelo». Y humor y casi autoparodia en «Victoria y Soledad». Y una bossa-nova deliciosa como «Los aviones». Y canciones sencillamente magistrales y redondas como «El día de la mujer mundial» y «La parte de adelante». Y «Paloma», posiblemente la favorita de una buena parte de los seguidores de Calamaro, posiblemente (me permito la licencia personal) mi canción favorita (lógicamente cuando se hace una afirmación así se se está hablando mucho más que de «la mejor canción», es un compendio de sentimientos, vivencias, empatías y enganches a una composición. Sé que me entendéis), un tema que ya desde su distorsión inicial te agarra de los huevos del corazón y te va llevando en una montaña de emociones a bordo de una melodía en el filo, de un te quiero pero no puedo, de un te quiero pero ahora no, de un te quiero pero también quiero mi libertad, «porque vivir es jugar y yo quiero seguir jugando».
Como no podía ser de otra forma, como era de justicia poética, el disco tuvo un excepcional recibimiento. La crítica se rindió a él y sus seguidores se convirtieron en amantes. Calamaro fue elevado a un altar y «Honestidad brutal» ya aparece en todas las listas de los mejores discos en castellano de la historia. Pero aunque el álbum ya pasó a pertenecer a todos, el proceso y la lucha dentro de Calamaro continuaban. Él seguía pariendo canciones sin parar, con sentimientos y formas cada vez más al extremo, continuando el camino que había comenzado con las composiciones de «Honestidad brutal», y que era un camino que no había hecho nada más que comenzar.
¿La vida?, ¿cual vida?, la mía te asustaría. Así cantaba Andrés Calamaro en «Mi funeral 11», uno de los cientos de temas que continuó grabando tras «Honestidad brutal», 103 de los cuales se agruparon en el quíntuple disco «El salmón». El número 11 del título se debe a que en una sola noche grabó un disco entero de «funerales», lo que demuestra cómo el método de composición de Calamaro se fue radicalizando hasta el punto de encerrarse en su casa, sin más contacto exterior que el de los músicos que de vez en cuando se pasaban por allí a grabar sus nuevos temas, aunque en otras ocasiones era él mismo quien se encargaba de musicarlos, y que el de los vecinos con quienes protagonizaba continuos altercados (hay una leyenda sobre un piano rojo…). Y testigos de aquellos momentos son sus canciones, en las que habla de días con varios amaneceres, intentando huir de horarios esclavos, en un exhaustivo proceso compositivo que le llevó a acumular columnas con decenas de cd’s grabables, una colección de música prácticamente inabarcable. En aquel momento Calamaro entendía la canción como algo instantáneo, como un momento de inspiración que debía quedar plasmado de inmediato por cualquier medio, y una vez registrada el trabajo ya estaría hecho, rehuyendo de dar vueltas y vueltas a un mismo tema en un intento por adornarlo. De aquel caudal musical hizo una criba hasta quedarse con unas 300 grabaciones, y de ahí hasta las 103 que completarían un hito en la historia musical, al menos formalmente. Tras su publicación, siguió componiendo y grabando… hasta desaparecer una larga temporada… pero esa es ya otra historia.
Centrándonos en «El salmón», la fórmula es la misma que ya había comentado de «Honestidad brutal» pero llevada al límite. Las canciones siguen pasando sin sonrojo de un estilo a otro, del rock a la cumbia, de la música electrónica al jazz, de la rumba al tango, del reggae al dub. Con el amor en todas sus facetas como uno de los pilares, esta vez aparecen bastantes más focos en sus letras, desde crítica política hasta metacanciones sobre su propia locura compositiva, pasando por las evidentes reivindicaciones de libertad en todos los aspectos. Lógicamente se pueden seleccionar un buen puñado de canciones y hacer con ellas un «disco al uso», de extensión más o menos normal y disfrute cotidiano, y quedaría un recopilatorio excepcional (como así se hizo con una edición internacional, si bien más que un recopilatorio era realmente el primero de los cds con alguna pieza más). Pero yo me quedo con el concepto del disco, con todas sus imperfecciones, desvaríos y excesos, que es lo que hacen de «El salmón» una experiencia única, una montaña rusa que unas veces te emociona, otras te sacude, otras te hace bailar, otras llorar, otras desquiciarte y otras preguntarte qué demonios haces ahí dentro. Así, entrar allí es ir dando tumbos por la cabeza de un tipo en constante ebullición, un músico genial con todas sus contradicciones a flor de piel, una voz que es capaz de entonar la preciosidad de «Tuyo siempre» y diez minutos después desbarrar en «Enola Gay» con una especie de hip-hop en spanglish, de recrear una estremecedora versión de «Los ejes de mi carreta» y poco después reventar el «No woman no cry» a base de bakalao, de redondear la comercialísima «Revolución turra» y después grabar lo más underground que uno se pueda imaginar en «Palabras luminosas», de titular un corte con el bello «Presos de nuestra libertad» y luego llamar a otro «C.N.I.M.Q.U.C.D.P.» («Cuando nada importa menos que un corte de pelo»).
El método de grabación era de esta forma totalmente casero y urgente, quedando registradas las primeras tomas de cada grabación, con equivocaciones incluso, en un cuatro pistas totalmente artesanal, huyendo de cualquier refinamiento sonoro e insistiendo en la inmediatez y sinceridad de la propuesta. A lo largo del centenar de canciones Calamaro llega a veces a repetir estructuras o riffs, como en el caso de «Días distintos» y «No sé olvidar» (dos de mis favoritas), o de «100% de nada» y «Canalla». Además, hay decenas de versiones, varias evidentes de los Beatles y de los Rolling Stones, otras del cancionero popular latinoamericano. Y además podemos encontrar varios tóxicos ejercicios experimentales en los que la definición de «canción» se queda extremadamente corta, una colección muchas veces amelódica de sonidos, electrónicos en la mayoría de los casos, que contribuyen a hacer de «El salmón» una completa locura anárquica. Y esa es su grandeza y a la vez su debilidad, tomen la opción que deseen, ambas son completamente válidas.
Como ya he apuntado, creo que la grandeza de estos dos (o siete) discos residía en buena parte en su exceso, en el todo o nada. Aun así, me he permitido seleccionar 50 de las mejores canciones de esta época en forma de píldora de iniciación, o simplemente por si no comulgas demasiado con esta excesiva propuesta o no te atreves a ella pero no renuncias a disfrutar de un buen puñado de temas. Y es que aparte de todo este delirio que por algunas voces puede llegar a considerarse algo egocéntrico, aparte del forofismo que por otras partes puede llegar a creer que absolutamente todo lo que haga este tipo es genial, aparte del pulso que Calamaro tuvo estos años consigo mismo, con sus virtudes y sus defectos, con su genialidad y sus adicciones, con su profesión y con su propia vida, lo que indudablemente no se puede reprochar es la valentía y el riesgo, y eso, en cualquier faceta del arte, es motivo cuanto menos, siempre, de respeto.
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Sencillamente perfecto en todo excepto en la selección (mejor hacerla de 100 dada la calidad) :)
tremendo calamaro en todo y lo q vos escribiste….saludos desde argentina ….
Fantástico Calamaro. «Honestidad Brutal» es un disco que siempre lo tengo cerca del reproductor, no quiero que se pierda entre la multitud.
gracias por vuestros comentarios. nunca están de más las excusas para «re-acercarnos» a los discos especiales.
Grandísima publicación y gran excusa para reescuchar el Salmón mientras escribo estas líneas. Honestidad Brutal es su cumbre, por otro lado. Y no solo suya, cumbre en general. .
Enhorabuena, Sergio, por cada línea y palabra que has escrito.
Enhorabuena por desgranar la esencia de las dos obras maestras del Salmón.
Me ha encantado esta frase: «Estos discos no son únicamente un conjunto de canciones y estos discos piden para su disfrute algo más que oídos, piden sangre»
Muchas gracias por vuestros comentarios, así da gusto, coño!
La mejor de todo es la introduccion es un genial analisis sobre una de las obras mas irreverente comercialmente pero proporcionalmente queridad por lo mas aventureros en el terreno musical.
muchas gracias por tu comentario, compartimos pasión por estas canciones.
Hacia tiempo que no leía tantas lineas seguidas. Maravilloso articulo. Yo soy de los que sintieron estos discos que marcaron una epoca en mi juventud. Gracias por volver a recordarlo. Paloma e??? Sin duda la mejor.
muchas gracias Chuski. compartimos pasión por Paloma.
Un saludo
Saludos desde Uruguay
Curiosamente, nadie parece notar que aquellos cientos de canciones (quizás empiezan con las 37 de HB o quizás con El Salmón) parece ser canciones hechas para cantarlas una sola vez … Un repertorio celestial de cientos de obras originales.