La perfección, o Bowie en los 70 (I): el hombre de las estrellas
Ay, ¡los setenta! Seguramente muchos melómanos defiendan a los sesenta como la década prodigiosa, los más rockers lo harán con los cincuenta, algún despistadillo con los ochenta, ese treintañero barbudo y con camisa de cuadros vanagloriará los noventa, pero para un servidor la época en la que le hubiera gustado vivir es, sin duda, la de los años setenta. Ay, el nuevo Hollywood de Scorsese, Coppola y cía, el advenimiento de ‘La Guerra de las Galaxias’, la Naranja Mecánica de Cruyff haciendo de las suyas, los Bee Gees y Diana Ross poniéndonos a bailar con sus looks ‘ultra cools’, el hard rock reinando, Sly and the Family Stone, el punk, el último Elvis y una Gran Bretaña empeñada en demostrar que en eso del rock no tenía rival (¡cómo ha cambiado el cuento, ¿eh?!): Led Zeppelin, Deep Purple, Thin Lizzy, el más grande Rod Stewart, Elton John ‘on fire’, The Rolling Stones en su máxima expresión…y una panda de chavales empeñados en triunfar por medio de guitarrazos simples y melodías embaucadoras envueltas de fantasía y color (Queen, T-Rex, Slade y un largo etcétera). Si hablamos de una discografía perfecta en los setenta, podemos decir que, por lo menos, decenas de bandas pueden presumir de ello. Si hablamos, sin embargo, de la más representativa, seguramente pocos podrán criticar que elijamos la de David Bowie.
En El Cadillac Negro ya hemos mostrado suficientemente nuestra admiración por el Duque Blanco: recibimos con alborozo su gran regreso del año pasado con ‘The Next Day’ y, meses después, lo alzamos hasta el primer puesto de nuestra lista de los mejores discos de 2013. Pues bien, es hora de recrearnos en su glorioso pasado y, más concretamente, en su mejor década, la de los 70, en los que nos regaló un buen puñado de obras maestras y una variedad y unos cambios de timón casi inéditos hasta la fecha, No es que Bowie haya dejado nunca de evolucionar (bueno, en los últimos años sí se ha relajado un poco en ese aspecto) y de cambiar de piel (ya lo hacía en los 60 y lo volvió a hacer tanto en los 80 como en los 90), pero nunca como en los 70 estas variaciones fueron tan trascendentales para el escenario del rock mundial. Un recorrido pormenorizado de estos gloriosos diez años haría necesario casi la creación de otro blog exclusivo, con lo que en este homenaje nos ceñiremos a repasar sus discos en estudio, dedicando este post al primer lustro de la década para dedicar próximamente un segundo a su revolucionaria etapa 1975-1980.
No se puede decir que Bowie entrara en los 70 con las ideas claras. Solo era meridiana su ambición de triunfar en la música pero ni mucho menos el método a seguir. Su estilizada presencia, su innegable talento y su manejo de los más variados géneros (rock, pop, folk, blues) le llevaban tiempo colocando en las quinielas como ‘the next bing thing’, pero llegado 1970 su único gran hito fue el gran éxito aislado cosechado por esa maravillosa canción llamada ‘Space Oddity’. Sin embargo, aún le quedaba mucho camino por andar. En los próximos párrafos le acompañaremos por esa ruta y asistiremos a su progresiva consolidación y prestigio, a la conversión en una toda una superestrella del rock y sus primeros pasos dados bajo esa enorme presión que supone comprobar que millones de personas anden ansiosas de analizar todas tus acciones. ¡Arrancamos!
THE MAN WHO SOLD THE WORLD (1970)
Ya con el grueso de su banda clásica de este periodo (el fabuloso guitarrista Mick Ronson y el batería Mick Woodmansey) y el férreo control del gran Tony Visconti, ‘The Man who Sold the World’ supone la decidida entrada por la puerta grande de Bowie en el rock y, por ende, en su gran década. Sorprende que, tras las múltiples probaturas pretéritas con el folk más etéreo y tras un plazo tan corto, el álbum se manifieste tan robusto. Las guitarras duras reinan, aunque no dejen de aparecer aires folk por aquí y por allá, y el disco se puede enmarcar en la explosión de incipiente hard rock británico, ese blues endurecido que en ese momento, gracias sobre todo a Led Zeppelin, estaba ya tomando avanzadas posiciones para convertirse en uno de los estilos que reinarían a lo largo de toda la década. Pero sí hay algún álbum al que personalmente me recuerda ‘The Man who Sold the World’ es a los dos primeros discos de Queen: notables colecciones de canciones, que ya incluyen algún futuro clásico, pero que no dejan de ser muestras en bruto de todo el futuro potencial del artista en cuestión. Al compararlos con su producción posterior, nos resultan bastante más planos y aún podemos detectar algunos desarrollos algo estériles que ya serán muy difíciles de encontrar en el futuro. De todos modos, poco negativo se puede decir de un disco cuando temazos como ‘The Man who Sold the World’ -que tan magistralmente versionarían Nirvana en su ‘Unplugged in New York’– , ‘The Width of a Circle’ o ‘All the Madmen’ son apenas capaces de destacar entre la homogeneidad del trabajo completo.
HUNKY DORY (1971)
Cuando por fin parecía que Bowie había ‘sentado la cabeza’ musicalmente hablando con ‘The Man who Sold the World’, apenas un año después se desmarcó del hard rock más unidireccional lanzando ‘Hunky Dory’, todo un mosaico de rock, pop y folk que se convirtió en su primera obra maestra. Con los futuros Spiders of Mars ya al completo con la incorporación de Trevor Bolder al bajo, con el cambio de productor de Visconti a Ken Scott y con el afortunado añadido de todo un Rick Wakeman al piano, el Duque Blanco dio su primer gran puñetazo sobre la mesa. Quizás el único problema del álbum sea su dispersión, su excesiva heterogeneidad, pero, pensándolo bien, seguramente eso sea parte de su gran encanto. Aquí ya tenemos dos superclásicos de su carrera: esa deliciosa ‘Changes’ que tantas veces se ha utilizado para sintetizar la trayectoria de Bowie es un medio tiempo sutil que explota en un derroche pop en su magnífico estribillo, en el que nuestro protagonista ya exhibe ese deje ‘crooner ambiguo’ tan característico, pero lo mejor llegaría en ‘Life on Mars’, la que es todavía para un modesto servidor una de las mejores canciones que nos ha dado la Historia del Rock. Esa deliciosa y desesperada atmósfera, con un piano escalando, ese romanticismo misterioso que envuelve todo, ESA BELLEZA, no es nada si lo comparamos con ese arrebatado y complejo estribillo que acaba por elevar a los altares cuatro de los mejores minutos que ha creado un ser humano.
Pero ‘Hunky Dory’ es mucho más. Esa excelente ‘Queen Bitch’ o la horma que iba a utilizar Bowie a partir de ese momento a la hora de rockear, con un riff tan sencillo como adictivo, una considerable rapidez y un piano centelleante en deuda con los grandes pioneros de los años 50. la complejidad de tenebrosos medios tiempos como ‘The Bewlay Brothers’ o ‘Quicksand’, la exultante simplicidad pop bien entendida de ‘Oh You Pretty Things’ y esos explícitos homenajes que son ‘Song for Bob Dylan’, copiando con estilo la música más característica del bardo de Duluth, y esa más experimental ‘Andy Warhol’, que hace honor a uno de los hombres más avanzados de la época e impulsor de una banda fundamental para la música de nuestro protagonista: los visionarios The Velvet Underground.
THE RISE AND FALL OF ZIGGY STARDUST AND THE SPIDERS FROM MARS (1972)
A veces la vida es así de rara. Años y años de intensos esfuerzos y de muy progresivo crecimiento para intentar llegar al estrellato y, de repente, apenas unas pocas semanas de suprema inspiración sirven para cambiar una vida y, de paso, la historia. Algo así le sucedió a Bowie cuando poco más de un mes después de la publicación de ‘Hunky Dory’ se encerraba en un estudio y daba a luz a un ramillete de canciones que le harían un mito. No solo pergeñó las incluidas en su disco más legendario, el ‘The Rise and Fall of Ziggy Stardust and The Spiders from Mars’ que a partir de ahora pasaremos a abreviar como ‘Ziggy Stardust’, sino que dejó otras igualmente válidas para futuros proyectos, alguna ha permanecido como un secreto para los más fanáticos (‘Velvet Goldmine’) y otra apoteósica (‘All the Young Dudes’, una de las más grandes debilidades de este redactor) se la regaló a sus amigos de Mott The Hoople para que lograran por fin un éxito más que merecido.
Ciñéndonos al álbum que finalmente vio la luz, basado en el concepto de una estrella de rock bisexual llegada de Marte para salvar a la Humanidad de una próxima extinción, Bowie volvió a desmentir toda previsión razonable y pasó del ramillete de variadas ideas (muy afortunadas) de ‘Hunky Dory’ a su álbum seguramente más compacto y concreto de su carrera. Una espectacular mezcla de rock’n’roll, hard rock y pop perfectamente amalgamada y bajo una futurista y excelente producción que le hacían definitivamente asentarse entre los más grandes, dejar absolutamente definido el ‘glam rock’ que ya había impulsado el inolvidable Marc Bolan y alcanzar con todo ello un estilo indudablemente genuino y personal.
La parsimonia inicial de ‘Five Years’ no parece la mejor manera para introducir un disco, Bowie se da tiempo para cantar acompañado de piano y sutiles arreglos orquestales para introducirnos en su mundo, en el maravilloso mundo en el que entramos por la puerta grande cuando se desata un precioso ‘crescendo’ tras el que ya sabemos que no estamos ante un álbum más. Estamos ante algo importante. No abandona esta fórmula de ir haciendo crecer poco a poco los temas en ‘Soul Love’, que hace honor a su nombre comenzando con un ritmo de soul sesentero al que se unirán uniendo elementos (saxo, guitarra, coros) hasta conformar un canción ligera pero plena de sabor. El primer gran aldabonazo serio del disco llega con ‘Moonage Daydream’, un medio tiempo plenamente rockero, verdaderamente potente, en la que la un Ronson excelente a la guitarra se bate en duelo glorioso con el piano. Un verdadero clásico al que sucede otro: ‘Starman’, poseedor de uno de los estribillos más gloriosos de toda la carrera del Camaleón, aderezado de unos ensoñadores arreglos, unas combinación de guitarras duras (¡ese riff tan enorme!) y suaves sencillamente suprema y un Bowie cantando como una verdadera estrella. El ánimo se relaja un tanto con la versión del tema del cantautor americano Ron Davies ‘It Ain’t Easy’, una revisión muy disfrutable que, sin embargo, es la nota más discordante del recorrido y más próxima a lo que Bowie ofrecía en ‘Hunky Dory’. Pero el respiro merece la pena, puesto que da paso a una gloriosa cara B.
La sencilla pero perfecta balada ‘Lady Stardust’, impulsada por un fantástico piano y unos coros de impresión, supone un pequeño descanso antes del tramo más rockero y desenfadado, donde los pianos acelerados y las guitarras duras para congraciar sin fisuras el primigenio rock 50’s con el hard rock setentero. ‘Star’ y ‘Hang on to Yourself’, el tema más plenamente glam del disco son magistrales aperitivos para la que, seguramente, sea una de las cimas rockeras de la carrera del Duque Blanco, la majestuosa ‘Sufragette City’ (¡ese final!… ¡pura magia!), que está precedida por otro himno para la historia, ‘Ziggy Stardust’, un tema mágico en el que la variedad en las guitarras (de las iniciales acústicas a unas eléctricas de las que debió de tomar buena nota Brian May para Queen) y en los tonos de voz de Bowie contrasta con la repetición de uno de los riffs más icónicos que nos dejó la época de la crisis del petróleo. Redondea absolutamente la obra la dramática ‘Rock’n’Roll Suicide’, uno de los temas finales más emblemáticos que podamos imaginar, en la que se da la vuelta completa al círculo y se vuelve a la estructura ‘in crescendo’ de la inicial ‘Five Years’, pero subiendo el nivel notablemente.
ALADDIN SANE (1973)
«Un gran éxito conlleva una gran responsabilidad», o eso decía Spiderman, ¿no? Pues en esa tesitura estaba Bowie en 1973. ¿Cómo superar el terremoto crítico y de público que había causado con ‘Ziggy Stardust’? ¿Cómo no quedar convertido en un cliché? En directo la solución se daría meses más tarde, matando a su propio personaje antes de que éste se acabara comiendo al propio Bowie. En el estudio, sin embargo, se llegaría a una ‘entente cordiale’: los logros conseguidos se mantendrían pero se expandiría el sonido hacia otros estilos para no quedar enjaulado. El resultado sería ‘Aladdin Sane’, uno de sus discos más controvertidos pero, sin duda, una absoluta obra maestra y, para un servidor, su mejor disco.
Ken Scott, junto a Bowie, expandía su perfecta producción del disco anterior, restando parte de su calidez para provocar un ambiente más gélido, a la vez que más potente, mientras que los nuevos matices se multiplicaban. Las guitarras se robustecen notablemente y de este hecho surge el Bowie seguramente más rockero hasta la llegada de su fallido proyecto Tin Machine, ya en los noventa. De hecho, es el disco que, quizás junto a partes del ‘Ziggy’ y el posterior ‘Diamond Dogs’, salvan los amantes de las sonoridades más duras, que reniegan de su faceta más experimental. El Camaleón es un hombre inquieto, atento a todo lo que está sonando en el momento (fue decisivo en contribuir a la respetabilidad de nombres como Nine Inch Nails o The Arcade Fire) y en 1973 pocas cosas había más grandes que The Rolling Stones. Su influencia no solo se reduce a la vertiginosa versión de su ‘Let’s Spend the Night Together’ (inferior a la original y lo único prescindible de esta joya), sino que es palmaria en la inicial y fabulosa ‘Watch that Man’, o lo que es lo mismo, ‘Stones meet siglo XXI’. ‘Panic in Detroit’ también se apoya en la tradición, más concretamente en el sonido selvático del gran Bo Diddley, para llevarlo al futuro, formando una pletórica dupla con ese boogie tan reconfortante llamado ‘The Jean Genie’. Sin embargo, la más genuinamente Bowie es, paradójicamente, la mejor. ‘Cracked Actor’ adopta un ritmo entrecortado adornado por la harmónica mientras que un ritmo casi funky del inspiradísimo bajista Trevor Bolder nos hace mover los pies mientras gritamos un maravilloso y contundente estribillo en tres minutos mágicos. Siempre será una de las disputas clásicas entre los fans más avezados de Bowie: «¿Cuál es su mejor canción rockera, ‘Sufragette City’ o ‘Cracked Actor’?». La discusión puede llevar horas e incluso la respuesta puede variar depende del día. Pero un servidor defendería la mayoría de las veces la segunda.
Pero ‘Aladdin Sane’ alcanza su verdadera enjundia gracias a la variedad a la que contribuye el repóker de medios tiempos esplendorosos. Bowie logra diversificar su sonido mirando al pasado, revisando sus épocas favoritas y pasándolas por su filtro de marciano recién aterrizado. Así, ‘Drive-in Saturday’ viaja a los inicios del rock’n’roll para maravillarnos con una preciosa balada 50’s repleta de ‘duduá’ y unos acertadísimos arreglos de saxo. Los años 20 es la otra era reflejada. Berlín. Kurt Weill. Cabaret. Son tres términos que irán asociados permenentemente a Bowie pero que se explicitan como nunca en la pausada ‘Time’, en la que el británico vuelve a enfundarse su traje de ‘crooner’ cósmico para deleitarnos con una pieza sublime, quizá la más próxima a ‘Life in Mars’ que ha grabado nunca. Justo en medio de las dos anteriores, se coloca ‘The Prettiest Star’, que, aunando ambos sonidos, siempre he creído que podía haber sido grabada perfectamente por The Doors, grupo que compartía con nuestro protagonista no pocas influencias. También clásica, pero situada en una isla aparte, ya absolutamente Bowie, cierra el álbum la que es una de las obras maestras más infravaloradas de su autor, hablamos de la inigualable ‘Lady Grinning Soul’, a la que el serpenteante piano y la grave voz de Bowie dan un ambiente absolutamente ensoñador, nocturno, que rompe cualquier defensa. Una maravilla firme candidata a mejor canción del disco, honor por el que competiría con el tema título. ‘Aladdin Sane’, la canción, se aparta de sus predecesoras para viajar rápido hacia el futuro. Cuando comienza ‘solo’ parece otro gran tema lento y atmosférico. Pero a los dos minutos la canción se sube a los lomos de Garson, que, con su infernal y devastador solo de piano absolutamente arrítmico y atonal, idea uno de los fragmentos musicales más influyentes de todos los tiempos (¿cuántos millones de veces lo habrá escuchado Trent Reznor?) y abre de par en par a Bowie las puertas de la vanguardia y de un cambio de rumbo futuro que era más próximo de lo que parecía. Todo eso comenzó aquí.
PINUPS (1973)
Dudo mucho de que entre los fans de David Bowie se encuentren seguidores conservadores, sin ganas de experimentos ni de cambios súbitos, a los que la palabra evolución les provoque sarpullidos, pero si los hubiere no cabe duda de que ‘Pinups’ es su disco. Inscrito, casi con calzador, en una de las trayectorias más sublimes de la historia del rock, ‘Pinups’ se presenta como un ‘bonito patito feo’, irremediablemente inferior a sus compañeros pero al que se le acaba cogiendo cariño. Proyectado como un homenaje a los años sesenta que tenía que ir complementado con otro álbum similar con cancionero estadounidense, el disco pretendía divulgar entre los americanos las bondades de la época de mayor esplendor del ‘Swingin’ London’ (el cuatrienio comprendido entre 1964 y 1067) a través de versiones de algunos de los grupos más significativos de esa escena. Así, Bowie y las Arañas de Marte, con la novedad en la batería de Aynsley Dubar sustituyendo a Mick Woodmansey, no se complican y se dedican a grabar versiones bastante fieles, sin adaptarlas al sonido propio que ya habían consolidado en sus dos anteriores discos, de clásicos como ‘I Can’t Explain’ y ‘Anyway, Anyhow, Anywhere’ de The Who, ‘See Emily Play’ de Pink Floyd, ‘Shapes of Things’ de The Yardbirds o ‘Where Have all the Good Times Gone’ de The Kinks. Sin embargo, lo más interesante seguramente resulte el rescate de temas de grandes grupos a los que han enterrado las arenas del tiempo, caso de los aún activos The Pretty Things con esa fenomenal ‘Rosalyn’, la imperial ‘Here Comes the Night’ de Them y esa obra maestra del pop de The Easybeats llamada ‘Friday on my Mind’. Grandes temas, sencillas pero buenas versiones, disco ideal para momentos relajados y joviales; disco, en definitiva, menos recordado por su música que por su atómica portada, con Bowie y la supermodelo Twiggy como protagonistas.
DIAMOND DOGS (1974)
‘Diamond Dogs’ es un disco de encrucijada. Considerado como el canto del cisne de su gloriosa época ‘glam’, no en vano es su primer disco desde ‘Hunky Dory’ sin los añorados Spiders from Mars, supone también el comienzo de un periodo de transición que durará dos discos más y en la que el un confuso Camaleón irá mudando de piel, poniéndose y quitándose varias, hasta acabar ya con una a su gusto ya entrado el segundo lustro de los años setenta. Este carácter de ‘disco-puente’ parece haber perjudicado a ‘Diamond Dogs’, otorgándole para unos cuantos críticos un puesto casi testimonial en su carrera. No nos dejemos engañar, ‘Diamond Dogs’ es un álbum maravilloso, otro más.
En una sorprendente decisión, Bowie se deshizo de un ‘grande’ como Mick Ronson para hacerse él mismo cargo de unas guitarras simples pero punzantes y llenas de personalidad que logran darle un sabor diferente al disco. Visconti regresa a la producción para convertirse en un hombre clave, idéntico estátus que confirma con su continuidad el pianista Mike Garson.
Concebido como un ambicioso doble disco conceptual que pretendía recrear la mítica distopía de George Orwell ‘1984’, ambientándola en un mundo postapocalíptico ideado por Bowie, el proyecto se vio gravemente mermado al serle negados los derechos para usar la obra de Orwell y el álbum se quedó en sencillo y pasaría la posteridad como un eterno ‘work in progress’.
Pcco importó este contratiempo ante la calidad de las canciones cobijadas en un plástico que ahondaba en la filiación rock de Bowie en dos bombazos con la influencia Rolling Stones marcada a fuego, el tema título y uno de los mayores éxitos de la carrera del Duque Blanco, la inconfundible y adictiva ‘Rebel Rebel’. El justo equilibrio lo ponía uno de los mejores medios tiempos del británico en esa época, ‘Rock’n’Roll with Me’, a la que seguía una no menos buena, la estremecedora ‘We are the Dead’. Mientras, la inicial intención conceptual quedaba patente tanto en la intro y el outro como en la suite que forman ‘Sweet Thing’, ‘Candidate’ y ‘Sweet Thing (Reprise)’, un apetecible fragmento en la que descollan por primera vez en su trayectoria unas influencias funkys, plenamente desarrolladas en ‘1984’ y ‘Big Brother’, que eran una perfecta antesala al futuro, a los tintes negroides que inundarían el siguiente paso de su discografía. Pero eso ya es otra historia… y otro post.
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Vaya… Se me ha quedado corto. Ya puestos, deja a un lado la inexplicable falta de comentarios y márcate la segunda parte. ¡Qué vivan los setenta!
Buenas, Arzu.
Ten por seguro que habrá segunda parte más pronto que tarde, Permanece atento a la pantalla!