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«Legión»: viaje alucinante al fondo de la mente

02/04/2017

Hay series que no dudarías en recomendar a cualquiera porque sabes que son una apuesta segura y que no vas a errar el tiro; hay series cuyo visionado solo aconsejarías a determinadas personas que intuyes que pueden sintonizar con la propuesta pero que de ningún modo se la sugerirías a otras; hay series que sigues por diversos motivos pero que no consideras pertinente proponer a nadie por motivos diversos; y luego, en una categoría aparte, encabezada por un gran signo de interrogación, está “Legión”. ¿Qué diablos decimos de “Legión” a los demás cuando ni siquiera nosotros sabemos muy bien qué carajo estamos viendo? Tratar de vendérsela al colega friki fanático de la Marvel cinematográfica, o incluso de la Marvel de Netflix, es un envite de alto riesgo porque “Legión” se pasa por la entrepierna las convenciones del género que todos damos por supuestas, las arroja al váter y luego tira de la cadena. Intentar engatusar al seriéfilo medio conlleva el peligro de que el sujeto en cuestión, aturdido, descompuesto y escarmentado, no te vuelva a dirigir la palabra o, peor aún, te tome por un esnob redomado nada fiable al que es mejor no volver a pedir consejo. Y si se la recomiendas al seriéfilo pro curtido en mil batallas, escéptico del nivel “lo que esté por debajo de The Wire yo ya ni me molesto”, te la puede tirar abajo aduciendo que en el fondo esto no es más que otra serie de supertipos, tan intrascendente como las demás pero con el agravante de fingir desesperadamente no serlo. Quizás lo mejor que podemos hacer desde este blog es invitaros a todos a visionar su primer capítulo y que entonces cada cual decida si esto es para él o no. Y, ojo, quien decida continuar a partir de ahí confiando en que, como parecen apuntar sus últimos minutos, se volverá más convencional y genérica en los siguientes episodios, puede darse la vuelta. Porque “Legión” se deleita sabiéndose un desafío para el espectador, desorientándole continuamente, impidiéndole hacer pie en tierra firme y usar el piloto automático. No es, por tanto, un artefacto para todo los públicos, ni tampoco para cualquier momento. Ahora bien,  si entras en su juego, lo que tendrás por delante es una alucinante experiencia audiovisual como probablemente no hay otra en la televisión actual. Si no entras, sorry. Hay muchas más series ahí fuera, y de algunas seguiremos hablando por aquí.

Que podamos disfrutar de esta singular audacia televisiva se lo debemos a Noah Hawley, el tipo que nos pilló con el paso cambiado cuando demostró que una revisión de “Fargo”, la obra maestra de los Coen, podía ser tan buena o mejor que la original, y que ahora le acaba de dar una refrescante vuelta de tuerca (o varias) a un género saturado cuyos límites nos jactábamos de conocer ya al dedillo. Y encima de la mano de un mutante semidesconocido, oscuro y marginal, incluso en el mundo de las viñetas en el que nació de las mentes de Chris Claremont y Bill Sienkiewicz. En manos de Hawley lo que tradicionalmente entendemos por género superheroico se transforma en otra cosa, en un puzzle demencial roto en mil piezas arrojadas  al espectador para que éste las recomponga como pueda, o en una coctelera psicodélica de tonos, colores y sabores dispares que agita y retuerce el lenguaje televisivo hasta límites temerarios. Digamos que “Legión” está más cerca de los surrealistas laberintos mentales de Michel Gondry y Spike Jonze, de los perturbadores espacios oníricos de David Lynch y de la atmósfera paranoica y subversiva de “Utopía”  que de cualquier película de los X-Men.

Desde su mismo arranque “Legión” nos propone una narrativa fragmentada y alérgica a la clásica dinámica lineal para presentarnos a David Haller, un tipo que aparentemente padece esquizofrenia y está encerrado contra su voluntad en una institución mental. En realidad, sus problemas provienen de su incapacidad para controlar unos poderes telepáticos y telequinésicos que están más allá de la razón, así que David es objetivo prioritario tanto de un grupo de mutantes que tratan de hacerle comprender la magnitud de su auténtica condición natural como de un opaco conglomerado armamentístico-gubernamental que pretende tenerle controlado. Sobre el papel, esta trama principal no es particularmente rompedora. Admitamos que suena a ya visto. De hecho, en otras manos, con un enfoque radicalmente distinto, la historia que cuenta “Legión” en sus ocho capítulos no resultaría especialmente memorable ni llamativa. La gran virtud de la serie consiste en adentrarse en la desquiciada mente de su protagonista y convertir esa inmersión profunda en su propio motor creativo, en su razón de ser. Así, liberada de las normas espacio-temporales, la serie campa a sus anchas por recuerdos fragmentados, distintos niveles del subconsciente, rincones recónditos de la psique, pesadillas, proyecciones mentales  o  planos astrales, de modo que el único límite está en la imaginación, y los responsables del show tienen de eso para dar y tomar.

Hawley no escatima en recursos y malabarismos visuales para hacer de “Legion” un viaje alucinante al fondo de una mente desquiciada, en el que la consigna es esquivar todo camino trillado y lugar común. ”Legión” entra sobre todo por la vista, porque a nivel técnico y estético sencillamente no tiene rival hoy por hoy en el medio televisivo. Su extraordinario look retrofuturista, imposible de asociar a una época concreta, bebe tanto de la simetría glacial de Stanley Kubrick como de la simetría pop de Wes Anderson. La sci-fi más bizarra y el Swinging Sixties más colorista se dan la mano en una dirección artística y de vestuario inventiva y un montaje virtuoso que permiten que a una secuencia plásticamente arrebatadora le suceda otra de lisergia abstracta, y a ésta otra turbadoramente terrorífica. Pero “Legión” también llega por el oído, puesto que su diseño sonoro es apabullante, en sintonía con el caos y confusión de la mente de David Haller, al que contribuye la sugestiva banda sonora electrónica de Jeff Russo y una selección musical que incluye a The Who (“Happy Jack”), Rolling Stones (“She’s a Rainbow”), Serge Gainsbourg  (“Pauvre Lola”), Radiohead (“The Daily Mail”), Nina Simone (“Feeling Good”) ,T-Rex (“Children of the Revolution”) o Pink Floyd (“Breathe” y “On the Run”). De hecho, Hawley ha admitido que el álbum “The Dark Side of the Moon” es una inspiración directa para el programa, no porque la protagonista femenina principal tome el nombre de Syd Barrett, alma fundacional de la banda británica que ya no participó en el disco, sino por el retrato del deterioro mental y la angustia existencial que se pintaba en aquella atemporal obra maestra.

Con semejante munición audiovisual, los géneros se hacen papilla en la estrambótica mente de “Legión”, que vomita sus locuras sobre la pantalla en forma de todo tipo de ocurrencias, desde números musicales estrafalarios importados tanto de Bollywood  como de “Chicago” (el musical) hasta imaginativos juegos con el blanco y negro, pasando por coqueteos con la animación, cambios del ratio de pantalla, gozosos experimentos con la ausencia de sonido y homenajes al cine mudo (con intertítulos incluidos). En ese sentido, hay que subrayar con fluorescente esa sacada de chorra que es el clímax del  tremendo séptimo capítulo, una prolongada orgía sensorial a ritmo de un “Bolero” de Ravel espacial que  oposita muy seriamente a ser recordada como la set-piece más explosiva y delirante que hayamos visto en 2017.

Un espectador racional puede argüir que “Legión” corre el riesgo permanente de que el estilo devore la sustancia, que su exuberante forma sirve esencialmente para enmascarar su escaso fondo. Pero es que estamos ante un caso singular en el que forma y fondo son esencialmente lo mismo, y la trama clásica, es decir todo aquello que no está dentro de la cabeza de Haller, es aquí lo de menos (de hecho, en realidad poco se avanza por ese flanco desde el capítulo primero al octavo). Por eso la serie, en general, es mucho más estimulante cuando se dedica a trazar círculos sobre el confuso mapa mental de un personaje que no puede confiar en sus propios sentidos (que es lo que hace la mayor parte del tiempo) que cuando se centra en la acción externa y en la narrativa convencional. En cualquier caso, el desconcierto, desorientación y abigarramiento de “Legión” tiene causa, sentido y propósito, y al final de la tanda todo queda meridianamente descifrado.

“Legión” posee también un sólido ancla emocional en la relación entre David y Syd, la mutante de la que se enamora pero a la que no puede tocar. Es un amor naíf, dulce y tierno (“prométeme que si nos perdemos, nos perderemos juntos”) que introduce el necesario calor humano en una serie que de otra forma correría el riesgo de extraviarse definitivamente en su abstracción. Dan Stevens desempeña  con soltura un rol fundamental porque su labor consiste en insuflarle entidad a lo que esencialmente es un folio en blanco que los demás tratan de rellenar con su versión de quien creen que es. El actor le aporta vulnerabilidad, inseguridad, hilaridad y, cuando es necesario, determinación invencible a su David Haller, y encuentra una firme contrapartida en Rachel Keller, pero sobre todo en una desatada Aubrey Plaza que se roba el show en cada aparición (sobre todo desde mitad de temporada), hasta el punto de quedar probablemente como el personaje más icónico de la tanda. En el resto del elenco sobresalen Jean Smart (vista, al igual que Keller, en la soberbia segunda temporada de “Fargo”), Bill Irwin y Jemaine Clement, y más por méritos propios que por el material que les proporciona un guión que quizás por ahí, en la construcción de sus personajes secundarios, tenga su talón de Aquiles. Y aunque Hawley se preocupa por intentar dotar de sustancia y conflicto a la mayoría de sus criaturas (conmovedor el arranque del capítulo octavo retomando cierto personaje olvidado y dándole la vuelta a la perspectiva que teníamos sobre él), al final se queda lejos de la precisión exhibida en ese aspecto en su “Fargo” y más cerca, en esto sí, de la liviandad de que hacían gala aproximadamente la mitad de los X-Men de Bryan Singer (co-productor aquí, aunque presumiblemente reducido a figura decorativa, a tenor de la distancia sideral que hay entre “Legión” y el desalentador último título mutante que dirigió, esa desganadísima “X-Men:Apocalipsis”).

A pesar del ruido mediático que suele acompañar a toda producción inscrita en el género superheroico, “Legión” ha convivido con modestos índices de audiencia endulzados por críticas y reacciones entusiastas, probando que efectivamente esta es una serie de culto de cajón. Hay que agradecerle a FX su apuesta por un producto tan transgresor y que haya otorgado libertad plena a su showrunner para que hiciese lo que le diera la real gana, sin entrometerse en su labor a fin de lograr un resultado más comercial. Que el canal haya reafirmado su confianza en el invento renovándolo para una segunda temporada nos da motivos para creer que alguien en Fox está tomándose en serio lo de abrir nuevas vías para el género de supertipos, como han demostrado últimamente en el cine dando luz verde a artefactos ajenos a la dinámica Disney/Warner como “Deadpool” o “Logan”. Ahora bien, es posible que una segunda temporada  de “Legión” pierda parte de la excepcional extravagancia que ha marcado la primera, más que nada por motivos argumentales que no conviene desvelar aquí, pero con un tipo como Hawley a los mandos de la nave lo mínimo que podemos tener es fe ciega.

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7 comentarios leave one →
  1. 03/04/2017 13:29

    Hacía tiempo que no encontraba una serie tan estimulante en todos lo sentidos. Habría que darle más shows al bueno de Noah, tremendo el hombre.

    • Jorge Luis García permalink*
      04/04/2017 0:33

      Tan tremendo que en unas semanas le tenemos de vuelta con la tercera de «Fargo». El tipo está realmente on fire. Un saludo, GuillemGuasch.

      • 05/04/2017 0:07

        Lo sé, lo sé. En unos días se acumula la faena de mala manera. Leftovers, Fargo, American Gods…
        Saludos

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