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«The X-Files» (I): morleys, muffins y actividad platónica

19/01/2018

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(AVISO SPOILERS: En este post se habla de los episodios 11×01, 11×02 y 11×03 de «Expediente X». Si aún no has visto «Plus One», la última entrega emitida, vuelve a leernos cuando lo hayas hecho.)

Hace ahora dos años que asistíamos con nervios e ilusión al estreno de la décima temporada de una de las series más importantes de la historia, un regreso a la pequeña pantalla tras quince años que para los más acérrimos se antojaba (y fue) un regalo. No es la primera vez que hablo de las aventuras de Mulder y Scully en este rincón y no será la última, teniendo en cuenta que aún nos quedan siete episodios por disfrutar y sufrir y que este año se celebra su XXV aniversario, pero puedo reiterarme sin cansancio en la idea de que esta es la serie de mi vida. Llamó a mi puerta cuando contaba con once años y veinte años después ningún producto ficcional ha sido tan hogar ni tan salvavidas como este, así como tampoco han existido personajes en la ficción que consigan importarme tanto.

Desde esta perspectiva, no es difícil imaginar las causas por las que en su momento defendiera a muerte y con mosquetón los seis episodios que dieron forma a la temporada previa. Aquello fue todo un hito y escribí más con el corazón que con la cabeza, queriendo hacer frente a una ola de detractores arrasadora y desmedida. Pero lo cierto es que a día de hoy, aunque no me arrepienta en absoluto de lo que contara en este post, no termina de representar al cien por cien mi visión actual. Hubo grandes momentos en esas seis entregas, hubo un par de grandes episodios (firmados por los hermanos Morgan, como de costumbre) y un buen puñado de cosas buenas. Pero lo que no funcionó, no funcionó.

Después de mantener a todos los seguidores al borde del colapso tras un cliffhanger maquiavélico y casi un año de incertidumbre ante una posible vuelta que arreglara el entuerto que no terminaba de llegar, Fox anunció la renovación de la serie y una nueva temporada para el presente año ante la cual comenzaron a crecer tanto los miedos como las expectativas. Unas expectativas que se acrecentaron (de manera más sutil que en otro tiempo) tras ver el tráiler estrenado en la Comic Con y unos miedos que se dispararon (esta vez sin piedad) cuando Chris Carter le contó al público que volvería a no cerrar la temporada y Gillian Anderson declarara diez minutos después que su viaje como Scully concluía aquí. No hace falta que detalle las implicaciones de esto y no vamos a entrar en la problemática futura en este momento (que lo haremos, probablemente devastados, más adelante), más allá de que seguramente esta vez la serie sí se quede sin cerrar, definitivamente, debido a unas cuantas y reiteradas malas decisiones y oportunidades desaprovechadas de su creador.

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(Este post irá siendo redactado a tiempo real, tras cada emisión, buscando plasmar reacciones lo más posiblemente honestas. Aunque un episodio se me antoje un horror, el siguiente podrá parecerme magnífico, responder a preguntas formuladas o llevarme la contraria.)

Qué esperar de «The X-Files» siempre ha sido un enigma. Lo fue en sus mejores tiempos, allá cuando nos enamoramos de ella, lo fue a su regreso y lo sigue siendo a día de hoy. Espero buenos episodios de esta temporada, muy buenos, incluso, aunque no sea lo de antes, que casi cansa repetirlo. Lo que he tenido claro en todo momento es que esos buenos episodios, desafortunadamente, no iban a llegar de la mano de Carter, y mucho menos iban a pertenecer al arco mitológico. Algo que, para disgusto de muchos y decepción de casi todos, queda patente en la season premiere, «My Struggle III», un episodio que continúa (o que lo intenta) con la trama planteada en 2016 y falla estrepitosamente.

Si los episodios anteriores del presente mytharc correspondieran, respectivamente, a las perspectivas de Mulder y Scully, esta tercera entrega nos ofrece la visión del villano, del Fumador. O Carl Gerhard Busch Spender, porque ahora tiene nombre. Veinticinco años después, siempre tras las sombras, envuelto en su nube de humo, silencioso a ratos y solemne siempre, ha desvelado su identidad. Y se nos antoja innecesario. Se nos antoja carente de sentido porque una de las cosas que más nos pesan de este primer capítulo es reconocer que, cuando la escribe Chris Carter, «Expediente X» se ha vuelto más obvia de la cuenta. En cierto modo, no podía ocurrirle nada peor a este producto. Si esta serie, desde el momento de su gestación, ha respetado una inteligencia, esa ha sido la inteligencia del espectador. Nunca se explicó nada. Todo fueron preguntas que llevaron a más preguntas. Las respuestas estaban ahí pero había que saber mirar. En medio de la oscuridad y los enigmas, siempre fue fiel a su esencia y a lo que defendía. Sin embargo, esta nueva era que componen los dos bloques de historias de su regreso, tratan al espectador como si no pudiera pensar por sí mismo, como si necesitara el desayuno masticado por las mañanas, cayendo en la pérdida de la magia de lo explícito. La voz en off de las escenas de Mulder, en esta ocasión, se percibe tan impostada que llega a sacarnos de la historia. Y esos alienígenas tan de carne y hueso, tan claros y orgánicos, también. Por no hablar de las explicaciones que nadie ha pedido pero que no paran de llegar de manera reiterada, los flashbacks manipulados y los recordatorios constantes de la trama.

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Todo comienza con la resolución más facilona de la historia del programa: la idea de que el caos y el desasosiego presenciados en ese «fin de la humanidad» de «My Struggle II» son ahora un sueño premonitorio de Scully, conectada mentalmente a su hijo y capaz de hablar en Morse en un tac neurológico. Casi nada. No es la primera vez que vemos esto, pues Mulder ya presentaría alteraciones neurológicas y visiones en «The Sixth Extinction», allá por el comienzo de la séptima temporada. La diferencia radica en las formas. Algo patente también en lo poco que aporta este episodio al pasado del fumador si volvemos la vista hacia «Mussings of a Cigarette Smoking Man». Por no mencionar que ahora mismo hay millones de seguidores alrededor de todo el globo terráqueo agarrándose a ese «I want to believe. I want to lie» que rezan los títulos de apertura. No se me ocurre una idea peor, teniendo en consideración que probablemente esto sea lo último que veamos (y que esta cuestión ya la había zanjado el equipo sacando «All Things», dirigido por Gillian Anderson, a colación) que remitirse a «En Ami» y no ya sugerir, sino escuchar de los propios labios del villano que es el padre de William.

Está mal a todos los niveles, empezando porque a Dana Scully ya no se le pueden endilgar más traumas y más miseria. Seguimos con la idea de que para mostrar que un personaje femenino es fuerte hay que maltratarlo a todos los niveles y que con la superación obtendrá el título. Y a estas alturas, ya es demasiado. Una violación (presuntamente médica, que no es menos invasiva) por parte del villano a un personaje tan necesario y reivindicable nos revuelve el estómago hasta límites dolorosos. Si resulta ser una mentira más de un ser despojado de toda empatía, lo cual no es nada descartable, hasta como trampa de guión es reprochable. No puede una agarrarse, tampoco, a la justificación de la crítica social y política a estas alturas, del «es que os quería contar que hay gente poderosa súper malvada». Los guionistas nos han contado esta historia decenas de veces y tanto la intimidad como el cuerpo de la agente han sido invadidos en tantas ocasiones a lo largo de las temporadas que, sencillamente, ya basta.

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Por otra parte, el Fumador parece estar más en forma que nunca a pesar de que le estallara una bomba en la cara y de que, haciendo un ejercicio de resignación importante durante la emisión de la temporada diez, aceptáramos que la ciencia lo había salvado de ser un chicharrón andante. De nuevo ahí, con una aliada a la que no queremos de aliada porque Monica Reyes es un personaje muy querido para algunos de nosotros (esperamos otra trampa aquí) y ofreciendo tratos a un Walter Skinner al que han devuelto a terrenos ambiguos a empujones y por la fuerza. Por qué no le ha volado la cabeza desperdiciando la enésima oportunidad, es otro enigma. Lo he sentido como una constante en este estreno de temporada, el hecho de que los personajes estén completamente «out of character», algo que no sólo se ha visto en Reyes y Skinner, sino también en los propios protagonistas. En un Fox Mulder que de repente no cree, en una pareja (a la que no endilgo etiqueta alguna) que trata de demostrar que se importa ante la pantalla pero no consigue transmitirlo.

¿En qué situación quedaría entonces la mitología que no volverá a tocarse hasta, muy posiblemente, el último episodio de la temporada? En un nuevo sindicato que pide a Fox Mulder que aniquile al hombre que está a punto de exterminar a la humanidad y que se sume a sus filas. En una Scully conectada a su hijo. En un Jeffrey Spender que, como su padre, lleva una cara nueva y conoce el paradero de William. Y en que todo esto ha de resolverse en cuarenta minutos. Un panorama absolutamente prometedor y tranquilizador.

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Ante tal escenario, no sorprende el hecho de que «This», segundo episodio de la temporada y escrito por Glen Morgan, haya sido acogido como polvo celestial por parte de los seguidores. A este revival, esta nueva era del show, nadie le pedía ser lo que fue en los noventa. Todo eso ya lo tuvimos. Sin embargo, sí esperábamos, además de ahogarnos en nostalgia (una nostalgia que nos encanta), poder disfrutar de Mulder y Scully en pantalla. Resolviendo cosas juntos, desafiándose y cooperando, yendo más allá de la camaradería, viéndose envueltos en todo tipo de escenarios y situaciones absurdas. Y eso es algo que Morgan, demostrando escribir a estos personajes mucho mejor que su creador, ha conseguido en esta segunda entrega. Una entrega que argumentalmente podrá no ser excepcionalmente brillante, así como tampoco lo es en sus formas, pero en lo que concierne a sus personajes, sí.

«This» es una locura con una escena de apertura caótica, bañada en el «California Sun» de Ramones y con unos Mulder y Scully en plena exhibición de una actitud «badass» que nos encanta aunque clame a los cielos. Al fin y al cabo, llevan más de dos décadas salvando al mundo. Se nos presenta como una suerte de «Kill Switch» (episodio de la quinta temporada) moderno e irónico, un «San Junipero» con conspiraciones y que trae de vuelta, esta vez, de manera adecuada e incluso verosímil dentro del programa, a Richard «Ringo» Langly. Qué bueno es tener a Dean Haglund de vuelta. Y lo cierto es que estos cuarenta y dos minutos de metraje también cuentan con sus fallos e inconsistencias, con sus movimientos atropellados, pero todo nos funciona a las mil maravillas y ni siquiera importan. Con su sentido del humor y sus múltiples detalles, huevos de pascua y homenajes (los nombres del equipo en las lápidas, la mención a Garganta Profunda, el escritorio, las pipas, la fotografía de los pistoleros, «This Man», el concierto en mute de Ramones, el plano inicial que nos recuerda a «Home»), ni siquiera se antojan molestos.

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Como ya señalaba en el comentario de «My Struggle III», creo que la ilusión mayoritaria de todos los fans acérrimos de «Expediente X» con respecto a esta temporada once, tiene su foco en los «Monster of the Week», que al fin y al cabo, incluso en los peores momentos, es donde esta serie sigue siendo la reina y donde a estas alturas sigue existiendo una oportunidad por parte de los y las guionistas de sacar a la luz la creatividad. Aquí, como ya ocurriera hace un par de años en «Founder’s Mutation», existe una pequeña función de nexo con el arco mitológico aunque toda esta historia funcione en esencia como autoconclusiva. Contamos, por una parte, con la invasión de la «unremarkable house» donde nuestro dúo favorito duerme plácidamente después de trabajar. Una invasión que se convierte en una caza por parte de Servicios Perlu, una de las múltiples fuerzas, empresas y organizaciones que ahora acechan (como Skinner señala, ya no es ir sólo contra el gobierno) y que lleva a los protagonistas a convertirse de nuevo en fugitivos por cuarenta y ocho horas gloriosas. Por otra parte, volvemos a esa vida virtual después de la muerte de la que se hablara anteriormente, donde se encuentra el pistolero solitario más punk. Erika Price (que como parte del lado oscuro del programa ya cuenta con mi aprobación) vuelve a aparecer con un mensaje claro: si CGB llevara a cabo su plan de exterminio, esta sería la única manera. Claro, que mejor fiambre que código binario. Cualquiera utiliza el móvil después de esto.

Apuntaba que, en efecto, la premisa en sí no nos aportaba demasiado, ni como espectadores, ni como seguidores de largo recorrido. Si este segundo capítulo ha sido tan increíblemente bien acogido viene a ser por una razón simple: Mulder y Scully. Cuando se escribieron y diseñaron las historias de la temporada diez, una de las decisiones fue separarlos, una elección que podría haber traído cosas interesantes a explorar pero que no se llevó a cabo de la manera más ágil. A estas alturas es innegable que ambos son nuestro mayor interés, y si la separación de carácter sentimental era tan legítima como comprensible, hacer que tuvieran contados minutos en pantalla juntos (en el mismo lugar y la misma escena) fue un error a todas luces aderezado con kilos y kilos de sufrimiento en sus tramas personales e inconclusas. Porque Chris Carter se ha empeñado en convertirnos en mártires a todos: a los personajes, a los fans y al equipo.

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En «This» se exploran unos Mulder y Scully que no se exploraban desde la séptima temporada, en sus propias dinámicas y enredos circenses con lo desconocido. Muestra, además, a dos personas con veinticinco años de historia que hacen gala de una naturalidad y una intimidad que traspasan la pantalla, que bromean sin tapujos ni esconden las vivencias, que se protejen mutuamente como al último resquicio de esperanza en la tierra. Nuestro agradecimiento a Glen Morgan por el continuo «innuendo», los chistes sexuales sobre esposas, las cantinas, el Google-Scully y los muffins salidos del culo de un alien es infinito. Y porque ver las pruebas de un caso desaparecer como antaño no tiene precio. Esto de «old school», como algunos medios parecen defender, tiene poco en el «cómo», pero hay algo que nos lo recuerda en el «qué» y sobre todo en la dinámica de unos personajes a los que atesoramos. «Bye bye, Ringo».

De vuelta a la escritura de Chris Carter nos lleva «Plus One», el tercer episodio de esta temporada, donde el showrunner parece querer redimirse por lo acontecido y lo que a todas luces acontecerá pero no lo consigue. O al menos, no del todo. No conmigo. Las horas previas a su emisión las redes se convirtieron en un torrente de temores nada injustificados mientras que el día posterior amanecía en medio de un canto de sirenas de fans contentísimos por lo que este episodio les había proporcionado. Mi posición se mantiene en un terreno entre el entusiasmo y la indignación porque hay muchísimo de lo que hablar y aquí hemos venido a mojarnos.

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Como «monster of the week» este episodio funciona muy bien, sin destacar especialmente frente a otras grandes historias que en su día contó el programa, pero que responde a unos patrones clásicos que nos emociona ver, sobre todo acompañados de un gran trabajo de Mark Snow en la banda sonora que a menudo se echa de menos. Un expediente X más entre esos archivos que se guardan en el sótano a investigar por unos Mulder y Scully que, esta vez, vuelven también a las dinámicas de siempre, a los roles de creyente y escéptica. En cuanto a lo pertinente que es volver a esos papeles a estas alturas, habría bastante por discutir, así que quedémonos con que es una última vuelta a los primeros años, otro granito de arena más en esa montaña de nostalgia (¿alguien ha llegado a un motel a las 11:21?) por la que estamos viendo las nuevas entregas. Incluso se vuelve a homenajear a Arthur Conan Doyle y a la influencia que las novelas de Sherlock Holmes han tenido siempre en el show. «Once you eliminate the impossible, whatever remains, no matter how improbable, must be the truth«.

Esta semana, «The X-Files» nos vuelve a hablar de doppelgangers como ya lo hiciera en la séptima temporada en «Fight Club», aunque el tratamiento no sea el mismo. La apertura del episodio recurre de nuevo al punk rock con un concierto en el que la banda está versionando «Unsaid undone», uno de los temas del primer álbum de David Duchovny. Un concierto en el que un joven se encontrará con lo que parece una versión maligna de sí mismo, para sufrir un accidente de coche después. Y todo esto sólo antecede (y precede) a lo que será un cúmulo de muertes propiciadas de la misma manera. Una confrontación entre dos hermanos con esquizofrenia, Judy y Chucky (magníficamente interpretados por Karin Konoval, la madre en «Home»), que juegan al ahorcado a kilómetros de distancia con los nombres de sus víctimas. Surge el tema de esa parte maligna que puede habitar dentro de cada uno de nosotros y que un día cualquiera puede despertarse, esa lucha entre el bien y el mal que se convierte en algo tan externo como interno. Una dualidad plasmada incluso en el tagline de los créditos de apertura con ese doble «The Truth is Out There» (que por cierto, ya van tres semanas con tagline especial).

Y ahora vamos con la parte problemática del episodio, una parte que parece haberse obviado porque otras cosas en él nos han traído la felicidad absoluta. En la investigación llevada a cabo en «Plus One», Mulder interroga a Chucky y a Scully le toca lidiar con Judy. Una Judy oscura que, casualmente, consigue hacer daño al personaje e introducirle en la cabeza la idea de ser demasiado mayor, de no entender qué ve su compañero en ella, de no ser una mujer completa por no tener la edad de quedar embarazada. Un compendio de maravillas que sólo podría haber escrito Chris Carter. Y lo realmente conflictivo para el espectador no es el hecho de que esto ocurra. Un agente siempre puede encontrarse en una posición de vulnerabilidad ante un sospechoso. La parte conflictiva es aquella en la que Scully, una mujer magnífica y un personaje esencial, empieza a plantearse todas estas historias. No sólo para sí misma, sino ante su compañero. En primer lugar, la Dana Scully que todos conocemos no se cuestiona toda esa sarta de sandeces. En segundo lugar, Carter nos podía haber ahorrado como guionista el bochorno de la conversación sobre maternidad. Por favor, que el personaje tiene cincuenta y tres años. Por no hablar de que escucharla decir «es que las mujeres pensamos en estas cosas» me ha producido vergüenza ajena.

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Sí, es volver al sexismo del que el creador hace gala cada vez que le llega el turno de retratar a un personaje femenino al que queremos tantísimo. De repente Mulder, con ocho años más, parece medir cuatro metros mientras que ella se nos antoja diminuta en todo este conflicto interno que no puede irle menos. En un episodio en el que no podía endilgarle veinte traumas, ha decidido sustituirlos por complejos completamente «out of character». Es por eso por lo que la pasada semana disfrutáramos tanto de la entrega de Glen Morgan, porque escribe a los dos agentes como iguales, lo que han sido siempre. No nos encaja que la misma mujer que pateara culos y creyera en lo que hacía del episodio anterior se convierta en esto de un plumazo.

Luego está todo aquello que envuelve la relación entre Mulder y Scully, la razón por la que el fandom ronronea de gusto y vive ahora mismo en el limbo de las cosas que queremos que sucedan en las series. Me enerva lo que he comentado en el párrafo anterior a todos los niveles, especialmente por haber nublado mi entusiasmo en el episodio en que ha decidido que por fin puede mostrarnos que estos personajes tienen sexo. Dos veces. Bueno, mostrarlo, mostrarlo, no. Pero al menos nos cuenta que van a ello, que ya es más de lo que ha hecho durante veinticinco años. Puede que sea el único bálsamo que tengamos después de la cadena de despropósitos que nos está regalando. El escuchar a Mulder decir «Scully, vístete». El escuchar a Scully decir «Mulder, vuelve a la cama». La sonrisa estúpida de cada espectador justo en ese final, ese marco de la puerta donde brilla la química excepcional que se mantiene entre Anderson y Duchovny y que es parte fundamental de todo lo que se ha mantenido bien hasta ahora.

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A pesar del tono negativo que parece inundar parte de este post, estoy disfrutando mucho, en general y obviando la premiere, de esta temporada. Creo firmemente que, al menos en lo que respecta a sus historias independientes, que serán un total de ocho, va a resultar superior a lo que vimos en 2016. No obstante, a estas alturas no está de más aprender a ser críticos y objetivos con lo que vemos. Nunca una serie será tan importante para mí como esta. Nunca querré tanto a unos personajes como Mulder y Scully. Nunca otro producto llegará a ilusionarme tanto ni lo esperaré semana tras semanas con tantas ganas y expectación. Y es por ello que duele ver cómo su propio creador le falta constantemente al respeto, sin preocuparse por vivir en el año en que vivimos, sin cuidar a unos personajes que nacieron de su propia cabeza, sin contemplar un cierre digno que sabemos que no tendremos después de un cuarto de siglo de recorrido. Todo eso no sólo podemos, sino que debemos reprochárselo.

En las semanas siguientes tenemos de vuelta al gran Darin Morgan, dios de la autoparodia, y a James Wong. Tengo muchas ganas de ir descubriendo qué nos tienen guardado y al mismo tiempo ningunas de llegar al final de camino. Pero eso, es de imaginar, nos ocurre a todos. ¿Cómo iba a ser si no? «Todo lo que temíamos que ocurriera, ocurrió», que diría Fox Mulder.

8 comentarios leave one →
  1. 23/01/2018 0:18

    No puedo estar mas de acuerdo con cada una de tus palabras.
    De principio a fin del articulo.
    Bravo.

  2. Anónimo permalink
    24/01/2018 5:45

    Logras expresar el sentir de todos loa fans incondicionales de esta inigualable e irrepetible serie.Gracias por ello

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