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The Darkness y ‘Last of our Kind’: Vivos y coleando tras el aterrizaje forzoso

06/07/2015

The Darkness Last of our kind cover

Hubo un tiempo no muy lejano en el que una pequeña banda inglesa acaparaba titulares, despachaba más de dos millones de copias de su debut en pleno auge de la piratería y se alzaba como la gran esperanza blanca para devolver al hard rock a lo más alto de las listas.  Esa banda era The Darkness, aquel disco se llamaba ‘Permission to Land’ y encandiló a unos cuantos redactores de este blog, que pasaron de testearlos en directo y disentir sobre las virtudes de su segundo álbum, el nunca suficientemente valorado ‘One Way Ticket to Hell…and Back’, a lamentar su ruptura, a alegrarse por su regreso y, una vez ya con está bitácora en funcionamiento, a glosar su carrera, a analizar su obra de vuelta, ‘Hot Cakes’, y a contaros las excelencias de sus conciertos. Desde esa posición de fans, hemos sido testigos, no sin cierta sensación de impotencia, del progresivo descenso de ventas y presencia en los medios de una banda que, creemos, hubiera merecido mayor premio. En 2015, The Darkness se han olvidado de pasadas ínfulas y, pese a las toneladas de frescura, humor y buena música que han ofrecido a la escena, editan su cuarto disco, ‘Last of our Kind’, de forma independiente y asumen que se han convertido en una de esas numerosas bandas que sobreviven con dignidad tocando en aforos pequeños-medianos y creando nuevas canciones que solo paladearán una pequeña pero sólida base de fans. El aterrizaje cómodo y en loor de multitudes que presagiaba el título de su primer disco se ha tornado en forzoso con los años.

Inasequible al desaliento provocado por el relativo fracaso comercial de ‘Hot Cakes’ y la deserción de su batería de siempre, Ed Graham, la banda de los hermanos Justin y Dan Hawkins siguen en sus trece de ofrecer al mundo un hard rock melódico y absolutamente desenfadado y de seguir homenajeando en cada acorde a los grandes del género, después de incorporar tras los tambores a una fugaz Emily Dolan Davies que, tras grabar el nuevo disco, ha sido sustituida por Rufus ‘Tiger’ Taylor. ¿Lo adivinan? Sí, el hijo de Roger Taylor, el baqueteador de una de las bandas a las que más deben The Darkness: Queen.

The Darkness 2015 3

Cuando todavía salíamos a la calle con abrigo y bufanda, allá por febrero, pudimos comprobar que nada había cambiado en el mundo The Darkness al escuchar el primer adelanto del álbum: ‘Barbarian’. Un hard rock convencional, con aires medievales, divertido y efectivo que adquiere el inconfundible sello del grupo al desatarse en el estribillo con los hilarantes alaridos de Justin Hawkins emulando al Robert Plant de ‘Inmigrant Song’ pasado de speed. Ahora, cuatro meses después, ‘Barbarian’ encaja perfectamente como pistoletazo de salida de un comienzo de disco demoledor junto a ‘Open Fire’, un auténtico balazo rockero, pleno de potencia e inspiración, al que solo cabe reprochar la excesiva semejanza de las guitarras al mítico sonido de The Cult pareciendo, más que un homenaje, un mero plagio; y a la gran estrella del disco, el tema título, un potencial ‘hit’, un medio tiempo culminado con un excelente estribillo que no hubiera desentonado para nada entre lo más granado de su debut.

Una cara muy diferente es la que vivimos a continuación. Es innegable que la ‘varita mágica’ que tenían para que todas sus canciones fueran auténticos triunfos se ha ido diluyendo con el tiempo y eso se demuestra en ‘Roaring Waters’, que comienza muy prometedora con un potente riff boggie 50% AC/DC-50% ZZ Top y llega a recordar a la soberbia ‘Love on the Rocks with no Ice’ pero que, tras decaer notablemente en su vulgar estribillo, se queda solamente en correcta, al igual que ‘Wheels on the Machine’, una descafeinada balada con la voz de Hawkins muy al frente que muestra como el grupo ha ido perdiendo progresivamente su ‘mojo’ en los temas lentos, o si no, escuchen su primeriza ‘Love is Only a Feeling’. Desconcertante es la mastodóntica ‘Mighty Wings’: el comienzo más duro de la carrera de la banda, puro heavy metal, contrasta drásticamente con un puente y estribillo melódicos y vodevilescos en la más pura onda Queen, con un Hawkins de nuevo desatado ‘ad maximum’. Hay fragmentos excelentes, como ese puente mágico y un gran solo de guitarra hacia el final, pero a esta auténtica canción-Frankenstein no le encajan bien las piezas y el mecanismo acaba viniéndose abajo entre un mar de excesos.

El desbarajuste de ‘Mighty Wings’ evidencia las carencias de la actual situación de la banda. Mientras que un profesional intachable como Pedro Ferreira hizo un trabajo espectacular en ‘Permission to Land’ y un maestro como Roy Thomas Baker supo contemporizar los excesos de la banda en ‘One Way Ticket to Hell’, pese a dar un punto más de tufillo a Queen del necesario, ‘Hot Cakes’ ya careció un tanto de esta sapiencia con el tándem que formaron los dos hermanos Hawkins y Nick Brine. De ‘Last of our kind’ se hace cargo en solitario el hermano guitarrista y se nota claramente la diferencia. La sobrecarga de arreglos no deja respirar a determinados fragmentos y canciones, siendo especialmente llamativos los muy prescindibles de mandolinas en ‘Roaring Waters’ y ‘Mudslide’, mientras que quedan demasiado desválidas la ya mencionada ‘Wheels of the Machine’ y, especialmente, la pieza final, una ‘Conquerors’ que pretende ser una coda por todo lo alto, un himno con profusión de coros que, sin embargo, se queda muy a medias.

The Darkness live

Menos mal que el talento de The Darkness es inagotable y sale a relucir casi sin querer, remontando el vuelo con la resultona ‘Mudslide’, con, de nuevo, recuerdos a AC/DC y un Hawkins forzando su voz hasta el infinito; y dos medios tiempos, una de las grandes especialidades de la casa, tan ‘poppies’ y adictivos como ‘Sarah O’Sarah’, con Hawkins pletórico y, esta vez sí, acertados arreglos de mandolina; y ‘Hammer & Tongs’. De este modo, a pesar de los pesares y de que seguramente se trata del disco más flojo de su trayectoria, los aciertos sobrepasan a los defectos y podemos decir que The Darkness, aún magullados, envejecidos y con algún diente de menos, pueden decir orgullosamente que siguen vivitos y coleando. Y que sea por muchos años.

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