Neil Young & Crazy Horse caminan como gigantes en «Psychedelic Pill»
Los seguidores del “caballo loco” estamos de enhorabuena. Si hace unos meses Neil Young convocaba de nuevo a Frank “Poncho” Sampedro, Billy Talbot y Ralph Molina para pervertir un puñado de clásicos atemporales del folk estadounidense en “Americana” , reseñado aquí , ahora el genio canadiense y Crazy Horse nos entregan su primera colección de temas nuevos desde “Greendale” (2003) –disco en el que no participó Sampedro-, y una de sus obras más extensas y contundentes – nueve cortes repartidos en dos CDs y una duración que roza la hora y media- , posiblemente también (aunque el tiempo dará o quitará razones) una de las mejores. ¿Se imaginan en 2012 a Bob Dylan publicando algo parecido a “Blonde on blonde” o a Bruce Springsteen recuperando el sonido de “Born to run”? Pues por ahí van los tiros, porque “Psychedelic Pill” conecta directamente, más que ningún otro disco de Young en los últimos lustros, con la pasión eléctrica desbocada, la pulsión febril y el fuego incontrolado de “Everybody knows this is nowhere”, “Rust never sleeps” o “Ragged glory”. Tan enorme resulta “Psychedelic pill” que en comparación “Americana” se antoja ahora, quizás injustamente, como un mero calentamiento, el aperitivo que precede al suculento plato principal.
A sus 67 años, Young atraviesa una fase de recapitulación, porque “Psychedelic pill” parece una especie de banda sonora del libro autobiográfico “Waging heavy peace”, que también se publica estos días en EE.UU, como si echase una mirada melancólica a través del retrovisor hacia sus orígenes, a tiempos pasados y viejas batallas ganadas y perdidas. El espejo devuelve la todavía imponente figura del “caballo loco”, más viejo y cascado sí, pero aún bello y salvaje. Podría objetarse que “Psychedelic pill” es una repetición demasiado evidente de los viejos esquemas, que está sustentado en melodías y riffs que recuerdan en exceso a sus grandes clásicos, pero el sonido de Crazy Horse sigue siendo tan vibrante y emotivo, está tan rebosante de vehemencia e intensidad, que sumergirse en sus corrientes galvánicas nunca será una experiencia rutinaria. Muy al contrario, se antoja más necesaria que nunca en estos tiempos en los que el rock está perdiendo su olor a sangre y azufre, acorralado por un mainstream cada vez más superficial.
En ese sentido, el tema inaugural, “Driftin’ back”, ya es toda una declaración de intenciones. Casi media hora que comienza como una delicada pieza acústica propia del Young pastoral pero que al minuto y medio es atravesada suavemente como un cuchillo sobre la mantequilla por el inconfundible cabalgar de los tozudos baquetazos de Molina, el bajo discreto pero obstinado de Talbot y la maraña eléctrica de Young y Sampedro. Acaso el tema peque de autocomplaciente y su extensión no esté del todo justificada -lo mismo que dura 27 minutos podían haber sido 40, o siete- pero la clave está en dejarse llevar por el absorbente e hipnótico mantra de reverb y feedback que improvisa la guitarra de Young, protagonista de toda la obra como no lo era desde “Ragged glory”, mientras que la letra desgrana rabia y rechazo hacia el mundo hipertecnificado en el que vivimos.
“Psychedelic pill”, la canción, es un aldabonazo de rock simple y sucio recubierto por un ingrávido efecto centrifugador que acentúa su regusto psicodélico antes de acometer el segundo “highlight” de la obra, “Ramada Inn”, un elegíaco relato sobre una relación sentimental de largo recorrido marcada por el alcohol que se extiende sin prisa hasta los 17 minutos. El tono lírico y melancólico de la melodía se ve reforzado por los expansivos y temblorosos solos de un Young en su versión más volcánica y expresiva. El primer compacto se cierra con “Born in Ontario”, en la que el músico canadiense rememora sus raíces con orgullo a través de una alegre melodía que trota a lomos del country rock con sabor a “Everybody knows this is nowhere”, la canción.
La segunda parte de “Psychedelic pill” arranca en un registro similar con “Twisted road”, un viaje nostálgico y ensoñador por los iconos de la adolescencia de Young, desde Hank Williams hasta Bob Dylan pasando por Roy Orbison o Greateful Dead (“First time I heard ‘Like a rolling stone’ I felt that magic and I took it home, gave it a twist an I made it mine but nothing was as good as the very first time”). Por su parte, “She’s always dancing” es como si la protagonista de “Cowgirl in the sand” naufragara en el océano de electricidad crepitante de “Like a hurricane”. La exuberancia épica de Crazy Horse concentrada en ocho minutos y medio de pasión y furia antes de adentrarnos en el remanso de “For the love of man”, una dulce y emotiva balada con la dosis de glucógeno exacta inspirada por Ben, uno de los hijos de Young con parálisis cerebral. El tema, un viejo conocido de los fans, ya había aparecido en varios discos piratas bajo el nombre de “I wonder why”.
Tras relajar músculos y rebajar la tensión, Young y sus compinches no dan tregua y eyaculan a traición en el mayor orgasmo del álbum, y me atrevo a decir que una de las grandes cimas de su trayectoria, la apabullante “Walk like a giant”, una estremecedora cabalgada en la que el “caballo loco” se revela como una fiera furiosa y herida que se precipita hacia el abismo. Young, el viejo y sempiterno “hippy”, evoca un tiempo lejano e ingenuo en el que el rock’n’roll realmente pudo haber cambiado el mundo, y lo hace a través de 16 minutos en los que se amontonan riffs mastodónticos, tormentas de lava, distorsiones del averno, silbidos de esperanza y un estribillo más grande que la vida. “I used to walk like a giant on the land, now I feel like a leaf floating on the stream”, clama Young en uno de los versos de esta poderosa exhibición de fortaleza sónica. “Psychedelic pill” concluye con una toma alternativa del tema homónimo, desprovista del efecto “phase” y, por tanto, más cruda y garajera.
Hace unos meses escribí que era improbable que “Americana” llegase a codearse con el tiempo con las grandes obras maestras de la asociación Neil Young & Crazy Horse; “Psychedelic pill” sí puede hacerlo. En manos de otros, un disco de estas proporciones y ambiciones podía caer fácilmente en la autoparodia y el autohomenaje, pero estas bestias pardas se resisten a sonar como viejas glorias apoltronadas. Están de vuelta de todo, pero exhiben con orgullo viejas cicatrices de guerra y conservan el colmillo retorcido. Si Young decidiese encerrar al “caballo loco” para siempre en el establo, este disco quedaría como un testamento monumental y definitivo, pero con esta gente nunca se sabe qué pasará dentro de unos meses.
Gracias por seguir escribiendo sobre Neil Young. Eso sí, ahora cuando vuelva a escuchar walk like a giant, lo haré con protección, no sea que lo vuelvan a hacer a traición…. Un saludo a todos.
Gracias a tí, rubia, por seguir viajando con nosotros. Escribir sobre Neil Young, aunque sea demasiado gráficamente (ejem), siempre es un placer. Un saludo.
Fabulosa critica, compadre!
Saludos de un Horse argentino.
Muchas gracias, Miguel. Larga vida al Caballo Loco!
Bueno, Jorge, por fin he podido escuchar detenidamente ‘Psychedelic Pill’ y así poder confrontar opiniones (que ya sabes lo que me gusta). Siento decir que el disco no me ha gustado tanto como a ti. Es cierto que recupera el sonido más característico de los Crazy Horse, ese que tanto se echaba de menos, pero las canciones me parecen tan solo muy correctas, no descollantes. Pocos futuros clásicos encuentro ahí, de hecho me molesta bastante el efecto que reina en el tema título, y creo que ‘Psychedelic Pill’ queda lejos de las grandes obras maestras del Caballo Loco. Lo sitúo más cerca de álbumes menores pero muy apreciables como ‘Broken Arrow’, Aunque es escuchar de nuevo ‘Walk Like a Giant’, lo mejor con diferencia del lote y, ésta sí, un futuro clásico, y que me asalten las dudas sobre una mejor valoración.
Bueno, Albert, siempre es una buena noticia volver a discrepar contigo :-) Como ya sabes, yo soy muy del Young febril y expansivo que invoca la tormenta perfecta junto a Crazy Horse, más que del que cultiva placeres acústicos, por lo que recibí «Psychedelic Pill» como maná llovido del cielo. Sé que mi entusiasmo no ha sido compartido de manera unánime por la crítica, pero para mí es el mejor disco de Young desde «Ragged glory». En mi opinión, «Ramada Inn» y «Walk like a giant» no bajarían la nota media de ninguna de sus obras maestras, incluso contribuirían a subirla. «She’s always dancing» solo me parece un peldaño por debajo, y «Driftin’ back» sencillamente no debería ser juzgada por las leyes de los simples mortales; juega en su propia liga. «Born in Ontario» y «Twisted road» son buenos temas de apoyo, y admito que el efecto del tema titular puede ser molesto, pero para eso tienes la versión alternativa con la que cierra el disco. No sé si saldrán muchos futuros clásicos de aquí, posiblemente no, pero a mí me parece un disco cojonudo. Un abrazo!