“La habitación” y “Brooklyn”: las Cenicientas de los Oscar
Desde que los Oscar ampliaran en 2009 la categoría de candidatas a mejor película a diez films, aunque un par de años más tarde añadiesen más flexibilidad, dejándolo en entre cinco y diez, hemos visto como en esta selectísima lista han ido apareciendo muchos trabajos que, en ediciones anteriores, hubiesen tenido imposible lograr tal reconocimiento. Películas de géneros habitualmente poco premiables como “District 9” (2009), delicatessen provenientes de ultramar como “Amour” (2009), cintas de bajo presupuesto que en otros tiempos hubieran quedado confinadas al nicho de lo ‘indie’ como “Precious” (2009), “Winter’s Bone”, “The Kids Are Alright” (ambas de 2010), “Bestias del sur salvaje” (2012), “Whiplash” (2014)… Puede que ninguna rompiese récords de taquilla, ni levantaran un excesivo revuelo entre la comunidad cinéfila, ni en definitiva estuvieran a priori en las apuestas de mucha gente, pero lograron colarse en la gran fiesta de Hollywood, aunque fuese más bien como convidados de piedra, sin verdaderas posibilidades de rascar apenas nada. Vale, puede que “Precious” se llevase dos Oscar (actriz de reparto y guión adaptado), “Amour” uno (película de habla no inglesa) y, sobre todo, “Whiplash” diese la campanada con tres (actor de reparto, montaje y sonido), pero ni éstas ni ninguna de las anteriores tuvieron la más remotísima opción de aspirar al premio gordo. El premio para ellas, en realidad, ya era simplemente estar ahí. ¿Qué sentido tiene entonces, cabe preguntarse, que la categoría más importante de los galardones esté tan concurrida, que no disputada? Bueno, al final sigue siendo lo de siempre: tendremos dos, o tres, con suerte, grandes favoritas de la noche, y el resto quedan como simples testigos de excepción, al margen de poder rascar poco o mucho por otro lado. Lo único que, ahora, la lista es más larga.
En realidad, no puede haber mejor publicidad que ésta para una película, sobre todo si no juega en la liga de aquéllas que pueden permitirse descomunales campañas promocionales. De lo contrario, ¿cuántos de estos films no hubiesen pasado desapercibidos para la gran mayoría? ¿Cuántos de nosotros nos acercamos a ellos, por mucho que nos las demos de entendidísimos, precisamente porque estaban nominados? En este sentido, en muchos casos tenemos que estarle agradecidos a la Academia. Puede que algunos, en realidad, no mereciesen demasiado la pena o no fueran para tanto, pero esto también nos permitió descubrir alguna joyita en la que, de otra forma, quizás no hubiéramos reparado. La 88ª ceremonia de entrega de los premios Oscar está a la vuelta de la esquina, y no seré yo ahora quien se atreva a hacer una predicción, pero sí puedo decir con rotundidad cuáles son las dos cintas que menos opciones tienen (o sea, ninguna) en la categoría de mejor película: “La habitación” y “Brooklyn”. Dos cintas con forma y fondo diametralmente opuestos pero que, aparte del ya mencionado, tienen algún otro punto en común: ambas compiten también por las estatuillas a la actriz principal y el guión adaptado, ambas son curiosamente irlandesas con participación canadiense, y ambas se estrenan este fin de semana en nuestro país, dos días antes del gran evento.
Venga, vale, voy a lanzarme a la piscina. Aunque no me guste escribir un post que dentro de unas horas puede quedar totalmente errado y desactualizado (prometo, ya, que no sucumbiré a la tentación de editarlo). Brie Larson se llevará el Oscar por su papel en “La habitación” derrotando, entre otras, a la Saoirse Ronan de “Brooklyn”. Ninguno de los dos films mojará en la categoría de guión adaptado y tampoco tendrá suerte el irlandés Lenny Abrahamson, que ya debe darse por satisfecho al verse como uno de los cinco mejores directores del año por su trabajo en “La habitación”. Y sin entrar a debatir si ambas películas están entre las diez mejores de 2015 (a efectos de Hollywood), o sobre si sus nominaciones son más o menos merecidas, sí puedo afirmar que estamos ante dos películas pequeñas con grandes, y no pocas, virtudes.
Buenos días, lámpara. Buenos días, planta. Buenos días, huevo de araña. Buenos días, alfombra. Buenos días, armario. Buenos días, TV. Buenos días, lavabo. Buenos días, inodoro. Buenos días a todos.
Aunque confieso que no fue mi caso, mi compañero Jorge me confirmó que “La habitación” (“Room”) es uno de esos films que ganan muchísimo si uno se acerca a ellos sabiendo muy poco, a poder ser nada, de su temática y argumento. En este sentido, espero que no hayáis tenido la malísima suerte de toparos con un trailer que destripa no sólo media película, sino la escena clave del film. No resulta fácil, por tanto, escribir sobre ella intentando arruinarle lo menos posible la experiencia a sus potenciales espectadores, pero vamos a intentarlo. En cualquier caso, y por si acaso, estáis avisados.
La propia Emma Donoghue, sin experiencia previa en el cine, se encarga de firmar la adaptación de su novela de mismo título de 2010. Aunque Donoghue defiende que su obra no está basada en ningún caso concreto, lo cierto es que en los últimos años hemos conocido, horrorizados, algunos casos reales muy similares a los aquí narrados. La cinta está marcada por su particular y muy evidente estructura: una primera hora tan dura, tensa y claustrofóbica como emotiva, tierna y luminosa, y una segunda hora en la que debemos lidiar con las consecuencias y los intentos por sobreponerse a un drama tan devastador que resulta casi inconcebible. Y en medio, partiendo ambas mitades, probablemente la secuencia más angustiosa que un servidor ha visto en mucho, muchísimo tiempo. Tanto por lo que se ve como por lo que no se ve, esto es, simplemente poniéndose en la piel, imaginándose cómo deben ser esos agónicos minutos para la persona que se queda atrás. Aunque uno fácilmente intuye cuál va a ser el desenlace, cuando éste llega resulta casi imposible contener las lágrimas. Supongo, también, que hay películas que te llegan mucho más, que inevitablemente vives (y sufres) de manera muy distinta, cuando eres padre. Yo, al menos, no pude evitar acercarme a las cunitas de mis pequeños vástagos, y contemplarles durante unos minutos aún con un nudo en la garganta. Sólo he visto dos películas hasta la fecha protagonizadas por Brie Larson, “Las vidas de Grace” (“Short Term 12”), de la que ya escribí por aquí hace un año y medio, y ésta que nos ocupa, y en las dos he terminado llorando como un gilipollas.
¡Mamá, estoy en el mundo!
Los méritos de “La habitación”, especialmente durante su primera hora y esa secuencia para el recuerdo, recaen en gran medida en el extraordinario trabajo como director de Abrahamson, que no sólo no se ve atenazado por unas condiciones de rodaje que habrían supuesto un serio obstáculo para otros realizadores menos competentes, sino que además él sabe aprovecharlas en su favor. Y, lo más importante, extrae lo mejor de sus intérpretes, con Larson a la cabeza pero, tan infrecuente e inesperado, con un Jacob Tremblay que no se queda atrás y hace un trabajo prodigioso. La franqueza, sensibilidad y veracidad que es capaz de transmitir este pequeño intérprete de 9 años y su inolvidable Jack bien podrían haberle valido, en otras ediciones, una nominación muy merecida al Oscar. Mientras la presencia de William H. Macy, haciendo básicamente lo de casi siempre, aunque muy bien, se queda en una anécdota, Joan Allen sí consigue erigirse en el otro gran pilar sobre el que se sustenta la cinta. Y tampoco podemos restarle méritos a la música compuesta por Stephen Rennicks, preciosa y acertadísima en los momentos clave.
Podría parecer que “La habitación” es un film descompensado, que en parte se desdibuja, o se convierte en otra cosa, en su segunda mitad. Una segunda mitad que, bien mirado, casi hubiese dado para otra película de dos horas, que habría logrado así, con el doble de metraje, abordar temas y desarrollar algunos aspectos que aquí prácticamente se obvian, o se pasa muy por encima de ellos, o puede dar la impresión de que no se han explicado muy bien, o nos dejan con algunas sensaciones un tanto incómodas… Pero todo cambia, o todo encaja, cuando somos conscientes de que lo que se nos muestra en pantalla, todo lo que vemos, lo vemos a través de los ojos de Jack. Él está siempre presente, en cada momento, bien en el centro mismo de la escena u observando muy de cerca. Es su mirada la que nos guía a lo largo de todo el metraje, y por eso algunas cosas no terminamos de entenderlas… o sí las entendemos, nos guste o no, porque nosotros sí somos capaces, a veces por desgracia, de ver más allá que la mirada limpia, inocente y honesta de un crío de 5 años. Un crío que, si mantiene esa limpieza, inocencia y honestidad en su mirada es, precisamente, gracias al amor más formidable y genuino que existe. “La habitación”, en definitiva, no es más que eso: la historia de una madre que salva a su hijo, y la historia de un hijo que salva a su madre.
Adiós, planta. Adiós, silla número 1. Adiós, silla número 2. Adiós, mesa. Adiós, armario. Adiós, lavabo. Adiós, traga luz. Mamá, dile adiós a la habitación.
En una edición, y volvemos a los Oscar, en la que las dos grandes favoritas por número de nominaciones son dos títulos tan crudos, violentos, fastuosos y, por momentos, excesivos como “El renacido” y “Mad Max: Furia en la carretera”, destaca aún más la presencia de una cinta tan blanca, sencilla, humilde y bienintencionada como “Brooklyn”. Dirigida por el también irlandés John Crowley y con guión, y he aquí uno de sus ganchos, de Nick Hornby, basado a su vez en una novela de Colm Tóibín, ésta es una de esas películas ‘bonitas’ que podrías recomendársela a tus padres sabiendo que no vas a equivocarte… Salvo que tus padres sean los mayores fans del planeta del cine de acción hongkonés, que por ahí hay de todo. Pues en ese caso no. Pero creo que entendéis lo que quiero decir.
No resulta un spoiler de campeonato mencionar que “Brooklyn” trata el tema de la inmigración, y todo lo que ésta conlleva: la nostalgia, el desarraigo, el miedo y la incertidumbre. El film está ambientado en los años 50, una época en la que embarcarse para emprender una nueva vida en la otra punta del planeta significaba decir adiós a los seres queridos de forma casi definitiva, y tener la dolorosa certeza de que uno difícilmente regresaría a su hogar, o cuando lo hiciese mucho o todo habría cambiado, y ese hogar se iría convirtiendo así, poco a poco, en un lugar cada vez más lejano en el espacio y el tiempo. Puede ser que, en la actualidad, todo esto haya cambiado, felizmente, pero el dolor por dejar atrás tus raíces y el amargo sabor de una despedida siguen siendo exactamente los mismos.
− ¿Cuánto tardan en llegar las cartas desde Irlanda? Mi hermana Rose dijo que escribiría de inmediato.
− Al principio tardan mucho tiempo. Después… nada en absoluto.
El gran atractivo de “Brooklyn” no es otro que una Saoirse Ronan que se sitúa, precisamente, como la gran rival de Brie Larson en la ceremonia de los Oscar, después de haberse quedado con aquellos galardones, pocos, que no se ha llevado la protagonista de “La habitación”. Ronan opta a su segundo premio de la Academia después de su nominación como actriz de reparto en 2007 por “Expiación”. Mucho ha crecido la actriz estadounidense, de origen irlandés, desde entonces, pues aquella niña feúcha de 12 años e innato talento se ha convertido en una joven veinteañera de innegable belleza y aún mayor pericia interpretativa. Ella lo es todo, o casi todo, en “Brooklyn”, y sostiene sobre sus hombros (y sus infinitos ojos azules) una cinta que, pese a sus notables bondades, no habría podido desprenderse de su inofensivo aroma a telefilm de no haber contado con una actriz tan sólida y magnética. A su lado, el joven Emory Cohen tampoco tiene demasiado espacio, ni personaje, para brillar, y aquí quizás le gane la partida un creíble Domhnall Gleeson que, como ya sucediera en otra época con su padre, este año parece estar en todas partes (“El renacido”, “Star Wars”, “Ex Machina”…). Los veteranos Jim Broadbent y Julie Walters están, como se espera de ellos, impecables, especialmente esta última, y aunque no tenga excesiva relevancia, siempre es un placer reencontrarse con Jessica Paré, nuestra querida Megan de “Mad Men”.
La dirección de Crowley es todo lo ajustada y correcta, lejos de virtuosismos y artificios, que cabría esperar y demanda una película como ésta, mientras que el mayor acierto de Hornby es mantener la pureza y sencillez de una historia que, de haber intentado enredarse aún más, habría corrido serio peligro de despeñarse. Y es que no hay nada sorprendente ni extremadamente original en “Brooklyn”. Todos sus puntos de giro son fácilmente previsibles, todos los acontecimientos que van haciendo avanzar el film en uno u otro sentido resultan tan lógicos que uno, a veces, tiene la sensación de que ésta ya la ha visto y, en definitiva, no hay un solo golpe de efecto que convierta la odisea de su protagonista en algo extraordinario. Pero, como decía, lejos de ser esto una muestra de torpeza, desgana o falta de ingenio por parte de director y guionista, en realidad es claramente intencionado y, lo que es más importante, funciona, pues la historia de Ellis no deja de ser un fidelísimo reflejo de la historia de casi todos aquellos que se vieron, se ven o se verán obligados a abandonar sus hogares en busca de un futuro mejor. No es casualidad que su protagonista se llame exactamente igual que la isla que sirvió durante décadas a millones y millones de inmigrantes como puerta de entrada (o muro infranqueable) al Nuevo Mundo. ¿Es “Brooklyn” una película indispensable? ¿Es “Brooklyn” una película necesaria? En todo caso, es una película veraz y honesta. Y quizás sea, más que ninguna otra, TU película.
Sentirás tanta nostalgia que te querrás morir, y no hay nada que puedas hacer al respecto, aparte de aguantarte. Pero lo harás y no te matará. Y un día, el sol saldrá… Quizás no lo notes de inmediato, pero será esa sensación… Y luego te darás cuenta de que estás pensando en algo más, en alguien que no tiene conexión con el pasado. Alguien que es sólo tuyo. Y te darás cuenta de que aquí es donde está tu vida.
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Dos maravillosas y geniales películas, las dos me han encantado, tan diferentes y tan reales. Así como el renacido, para mí la gran triunfadora, y mad max son ejemplos de cine en su máxima expresión, incluyendo su tono expectacular, que a la postre es lo que prima, joyitas como Brooklyn y The Room, compensan ese desparrame de medios y excesos técnicos tan necesarios para que el cine avance, estas originales pequeñas obras literarias tan bien adaptadas, al igual que la que salga como mejor película extranjera, cualquiera de las cinco son fantásticas, aunque yo me incline por Mustang, son la balanza, el equilibrio, el envoltorio de una cartelera donde incluye, o eso intenta, introducir un poco de los diferentes estilos del cine actual, y que no imperen sólo las grandes producciones.
Magnifica adaptación en que emociona por su gran talento y dirección, me encantaron