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«The Pink Floyd Exhibition»: los mejores días de sus vidas

28/08/2019

Sorprende, hasta cierto punto, el relativo poco impacto mediático que ha tenido la llegada a nuestro país, concretamente al IFEMA de Madrid, de la exposición monográfica sobre Pink Floyd, llamada con el poco imaginativo título de «The Pink Floyd Exhibition» , uno de los grandes eventos expositivos musicales a nivel mundial de los últimos años, inaugurado en loor de multitudes en el Victoria and Albert Museum de Londres hace dos años, bajo el mucho más sugerente apelativo de «Their Mortal Remains», que se mantiene en la parada española como simple subtítulo.

Leídos numerosos comentarios de sana envidia con motivo de su estreno londinense, habiendo compartido ruegos para que muestras muy similares llegaran a estas tierras y visto el amplio eco que gozó la exposición sobre David Bowie a su paso por Barcelona allá por 2017, uno hubiera esperado un fervor mucho mayor del que un humilde servidor ha percibido, aunque serán finalmente los números los que hablen al no muy lejano final de la muestra, previsto para el próximo 15 de septiembre.

Ya entrando en materia, el primer gran mérito de la muestra es parecer ser el resultado de un acuerdo entre las casi irreconciliables -aunque parece que últimamente se han suavizado sus choques- facciones de la banda. Es de justicia que una formación tan legendaria e imprescindible pueda gozar de una merecida celebración tras la conclusión de su carrera tras aquel «The Endless River» que sirvió para homenajear al fallecido Richard Wright y que aquí te analizamos en su día. Este presumible pacto ha favorecido un agradecido equilibrio entre la visión de la banda del dúo David Gilmour-Nick Mason y los discos en los que capitanearon la nave y la justificada atribución de méritos al gran motor creativo de la banda, Roger Waters, que se ha convertido en los últimos años en el gran difusor del legado de la banda gracias a sus brutales montajes en directo.

Siendo Pink Floyd uno de los grandes adalides de la popularización de los adelantos tecnológico en la música a lo largo de toda su carrera, la exposición no podía permanecer ajena a esta faceta y ofrece un muy interesante sistema de sonido por el cual el visitante, provisto de unos poderosos auriculares entregados a la entrada del recinto, puede ir escuchando -sin tener que ejecutar acción alguna- el audio del monitor del que se encuentre más cerca. En estas pantallas se reproducen vídeos realizados en exclusiva para la muestra, con declaraciones de los distintos miembros de la banda y sus distintos colaboradores y diferentes filmaciones en directo, que contextualizan de modo muy interesante la ingente cantidad de material expuesto.

No es «The Pink Fkyd Exhibition» una exposición que busque precisamente la sorpresa. Consciente de que su gran arsenal de memorabilia es su principal caudal, su recorrido se ajusta a un impecable orden cronológico, comenzando con una breve introducción que explica la relevancia (¡como si fuera necesario recordarlo!) de la banda a la que sigue la explicación de los pasos primigenios de sus miembros en distintas formaciones de blues que fueron uniendo sus destinos hasta acabar desembocando en el nacimiento de uno de las entidades musicales más importantes del siglo XX.

Un muy completo tributo al ídolo caído Syd Barrett (se incluye incluso una carta de amor a una novia) y al primigenio y fundamental «The Piper at the Gates of Dawn» abre el fuego de un recorrido que da un espacio (ya sea más extenso o reducido) a cada uno de los álbumes del grupo, tanto los de estudio como los directos.

Obviamente, los espacios más interesantes y espectaculares se dedican a las grandes obras maestras ‘floydianas’, desde el minucioso retrato de la pluscuamperfecta producción del gigantesco «The Dark Side of the Moon» al ambicioso concepto desarrollado tanto en estudio como en directo por Roger Waters para el infinito «The Wall», mostrando parte de su espectacular y costosísima escenografía; y pasando, claro está, por los eternos «Wish you Were Here» y «Animals», dos espacios especialmente cuidados que sirven para rendir un justo homenaje, proyecciones mediante, a la pasmosa creatividad de la compañía Hipgnosis. Sin duda, uno de los grandes alicientes de la muestra es la revisión, muy bien documentada, de la confección de esas portadas tan icónicas de ambos discos, que devino en dos de esas anécdotas ya imprescindibles en cualquier libro de historia del rock’n’roll: el accidente que estuvo a punto de hacer arder al modelo que se prestó para encarnar a uno de los dos hombres que se dan la mano entre llamas en la cubierta de «Wish you Were Here» y, sobre todo, la de ese cerdo volante descontrolado que provocó el caos aéreo en Londres y que sirvió para ilustrar la legendaria portada de «Animals». Huelga decir que ese zepelín porcino esta convenientemente representado y cuelga majestuoso sobre las cabezas de los asombrados asistentes.

No cabe duda de que el mejor momento de Pink Floyd concluyó tras «The Wall», pero aún así la muestra no se olvida ni del canto del cisne de Waters con la banda, «The Final Cut», ni de la posterior trayectoria del grupo sin este genio, cediendo un importante espacio tanto a «A Momentary Lapse of Reason» como -de un modo algo más sorprendente- a «Delicate Sound of Thunder», el directo que ilustró la gira de aquella obra, fusionados espectacularmente mediante las camas de la portada del primero, ocupadas por los hombres ataviados de bombillas de la del segundo. Tampoco se pueden quejar de su representación ni ese reivindicable «The Division Bell» como su fastuoso álbum en directo correspondiente, «Pulse», con una preciosa maqueta del mítico escenario de esa exitosa gira.

Concluye la exposición con un breve recuerdo al postrero «The Endless River», una oportuna glosa al legado de la formación y una emotiva proyección final en un espacio diferenciado que logra establecer un nexo entre los momentos primigenios de la banda y su definitivo testamento en aquella recordada reunificación en el Live 8 de 2005, evidenciando la amplitud del arco que representa su trayectoria.

Haciendo un balance final, «The Pink Floyd Exhibition» se presenta como una muestra más que interesante, que destaca muy especialmente por la ingente cantidad de instrumentos y demás artilugios sonoros expuesta y por un muy respetable conjunto de memorabilia diversa. No hace falta señalar que se antoja imprescindible no solo para cualquier interesado en Pink Floyd sino para toda persona que quiera profundizar en el desarrollo de la cultura popular en la segunda mitad del siglo XX.

No obstante, «The Pink Floyd Exhibition» sale algo perjudicada si la comparamos directamente con otras muestras surgidas de esa fiebre actual por introducir en las galerías más prestigiosas la historia de las grandes figuras del rock. Concretamente, un servidor, que tuvo el placer de asistir a «Exhibitionism», la dedicada a The Rolling Stones en la londinense Saatchi Gallery en 2016 -y de escribir sobre ella en este post– no puede sino constatar que esta última le saca unas cuantas cabezas en cuanto a espectacularidad a la de los Floyd (no así en la cantidad ni la cantidad del material expuesto). Aparte de las espectaculares recreaciones de habitaciones, estudio de grabación y camerinos y del espectacular espacio dedicado al vestuario de Sus Satánicas Majestades que aquí están ausentes, basten dos detalles comunes para poder establecer una comparación directa. Por una parte, mientras que en la exposición madrileña se da la muy apetecible oportunidad al visitante de poder remezclar, manipulando sus distintas pistas, un tema tan icónico como «Money», en la de los Stones se podía hacer lo mismo…pero con una gran y variada selección de clásicos stonianos y en varias cabinas en vez de en una sola. Por la otra, la guinda al pastel ya referida de la muestra de Floyd en forma de filmaciones en directo resulta espectacular en cuanto a calidad de sonido e imagen pero no deja de ser una simple exhibición de un material, especialmente el del Live 8, visto ya por millones de personas y, suponemos, en numerosas ocasiones por cualquier seguidor de la banda. En el caso de los Stones, sin embargo, se recurría a otra filmación en directo, pero en esta ocasión exclusiva para la muestra y con la más avanzada tecnología 3D, consiguiendo una inmersión tremenda y, sobre todo, una experiencia realmente única para el visitante.

En cualquier caso, no hay excusa. Tenemos el honor de ser uno de los primeros países en albergar (el tercero concretamente, tras Alemania e Italia, tras abandonar su sede londinense) uno de esos actos culturales con los que babeamos cuando los vemos en otros emplazamientos, con lo que es hora de aparcar cualquier tipo de indiferencia o pereza. La entrada no es barata, pero pasar una hora y pico (o incluso mucho más si nos ponemos a escudriñar con detenimiento todos los numerosos detalles que ofrece la muestra) sumergido en uno de los universos más fascinantes que la música nos ha regalado realmente no tiene precio.

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