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Esperando a Tom Petty

21/06/2012

Siempre me hizo gracia «Waiting for Waits», un festival mallorquín que imploraba al creador de «Mule Variations» su llegada a España y, más concretamente, a la capital balear. El evento consistía en conciertos de músicos más o menos cercanos al genio de Pomona (Dayna Kurtz o Richard Hawley son un buen ejemplo) que siempre acababan con una versión del cancionero de Waits. El festival concluyó en 2010, dos años después de que el cantante estadounidense arribara por fin a España, convirtiendo la utopía en realidad, y pasara de largo sin tocar en Palma de Mallorca. Bien, creo que es hora de retomar la idea pero  llamando ahora al certamen «Waiting for Petty» y aludiendo al que se ha aupado como el deseo número uno del aficionado español al rock americano: el primer concierto de Tom Petty en España. Esta ausencia duele este verano aún mucho más porque el rubio cantante ha emprendido su primera gira europea en décadas, una gira que no pasará por España. Cientos de compatriotas ya se han desplazado o se desplazarán a ciudades como Dublín, Lucca (Italia), Londres, París o Hamburgo, algunas de las sedes de los nuevos conciertos de Petty junto a sus inseparables Heartbreakers, pero muchos nos hemos quedado de nuevo con la miel en los labios.

Sorprende que en un país en el que cerca de medio millón de personas han visto la reciente gira de Bruce Springsteen, hayan tenido tan poco predicamento otros artistas muy cercanos a él en espíritu y logros y que en EE.UU llenan pabellones o, al menos, recintos de un muy respetable tamaño. Por lo menos en los últimos años hemos tenido el alivio de poder ver en los escenarios patrios a gigantes como Lucinda Williams o John Hiatt, lo que parece allanar el camino para su vuelta (de hecho, Hiatt regresa este verano). Sin embargo, aún quedan cuentas pendientes. Porque, ¿cómo puede ser que un músico tan mitico como John Mellencamp sólo llegara a tocar en tierras ibéricas en los primeros años ochenta y como telonero? Y, sin duda, lo más sangrante de todo, ¿cómo puede ser que uno de los grandes iconos del rock estadounidense como Tom Petty nunca se haya dignado a pasar por aquí? Pues bien, la respuesta es simple. Son dos superventas acostumbrados a exitosas giras por arenas que tienen que asumir un gran coste para trasladar su producción a Europa y no se arriesgan a pinchar en un país en el que el primero sólo es conocido por muy selectas minorías y al segundo no se le asocia más que a su «hit» «Free Fallin'» (habitual en las radiofórmulas de perfil adulto).  Y uno se pregunta: ¿cuántos de los cientos de miles de espectadores de la gira de Springsteen son verdaderamente aficionados al rock americano? Temo no equivocarme al decir que menos de un 5 por ciento.

¿Y que nos estamos perdiendo? Pues, seguramente, a uno de los grandes compositores de rock de todos los tiempos. Tom Petty es un artesano de las canciones, un buscador eterno de la canción perfecta, esculpiéndola hasta el más mínimo detalle para que suene todo perfecto. Por lo tanto, Petty no se ha obsesionado nunca con mezclar géneros ni probar con distintos estilos. Es de ese tipo de artistas que han mantenido siempre su forma de hacer (ya saben AC/DC, Motörhead, Ramones, etc.) y cuya evolución ha venido más marcada por los matices que han ido incorporando los distintos productores de sus discos que los que ha aportado él mismo. Nos encontramos ante un sonido rock genuinamente estadounidense (permeable, por tanto, a géneros como el country, el blues y el soul) aunque muy influenciado por bandas británicas (con The Beatles, The Kinks o incluso Badfinger como referentes inexcusables) y, además, con gran sensibilidad pop, casi siempre en busca del estribillo ganador. No estamos muy alejados, pues, de los caminos que un día transitaron mitos como The Byrds o The Band. Pero Petty, un cantante tan limitado como inconfundible y lleno de sentimiento, nunca ha estado sólo en su cometido. Los Heartbreakers, ya sea al completo o a través de algunos de sus miembros, siempre le han acompañado. ¿Y qué decir de ellos? Pues simplemente que compiten con la E Street Band de Bruce Springsteen por ser la mejor banda de acompañamiento del rock. Siguiendo las directrices de su líder, los Heartbreakers nunca se han caracterizado por hacer grandes exhibiciones de virtuosismo. Su misión es siempre realzar la canción, aportar los detalles justos y el sonido milimétricamente estudiado para que sea el conjunto el beneficiario, siendo su gran baza la tremenda conjunción de todos sus miembros, alcanzando la solidez de una roca que nunca se resquebraja. Difícil es destacar por encima de los demás a alguno de estos músicos pero sería muy injusto que un genio como Mike Campbell siguiera siendo uno de los guitarristas más infravalorados del mundillo cuando siempre ha sido un instrumentista que ha aunado brillantemente una gran sutileza y buen gusto con la necesaria fiereza rockera. Tampoco estaría bien no citar a Benmont Tench, uno  de los tres o cuatro teclistas más importantes de la historia del rock, siempre en un glorioso y elegante segundo plano, lejos del protagonismo que tuvieron en el sonido de sus respectivos grupos competidores directos como Jon Lord (Deep Purple, Whitesnake) o Ray Manzarek (The Doors).

Tom Petty and The Heartbreakers, formados a partir de la raíz que supuso el anterior grupo de Petty, Mudcrutch, comenzaron pronto a dar que hablar y ya con su homónimo disco de debut de 1976 dejaron dos grandes clásicos, «Breakdown» y «American Girl», y pusieron en alerta a todo el mundillo musical. Su continuación, «You’re Gonna Get it!» (1978), fue otro buen disco pero no respondió completamente a las expectativas creadas, algo que sí hizo sólo un año después (¡así eran los setenta!) «Damn the Torpedoes», para muchos seguidores (entre los que me incluyo) su obra maestra absoluta. El sonido ya asentado de la banda pudo por fin cristalizar en un álbum sin fisuras, repleto de canciones mágicas e históricas (¡qué tremendo comienzo supone el trío «Refugee», «Here Comes my Girl» y «Even the Losers»!, ¡qué increíble tema es «Don’t Do me Like that»!). Y la calidad del álbum estuvo en consonancia con la acogida que se le dispensó. La banda se había convertido en uno de los grupos estadounidenses más grandes de la época, estatus que ya no dejaría.

Y en esto llegaron los años 80, seguramente la época más inestable y difícil para la banda. La década se inauguró de la mejor forma posible: «Hard Promises» (1981), la reválida tras «Damn the Torpedoes», no hacía más que confirmar su puesto en la Primera División tanto por calidad (¿quién no queda enganchado tras escuchar «The Waiting» o «Kings Road» por primera vez?) como por éxito de ventas. Los problemas comenzaron a aparecer poco después. «Long After Dark» se editaba en 1982 siendo el primer disco del grupo sin Ron Blair al bajo, sustituido por Howie Epstein. El éxito continuó con dos grandes «singles» como «You Got Lucky» y «Change of Heart», aunque el disco no era tan sólido como los dos anteriores. Los problemas de ego en la banda fueron aumentando y éstos se notaron en demasía en «Southern Accents» (1985), un disco en que la selección de canciones y la dirección musical crearon serias tensiones. Eso se nota, puesto que pese a un arrollador inicio con «Rebels» y un «single» tan exitoso como «Don’t Come Around Here no More» (escrito junto al Eurythmics Dave Stewart), el álbum se va desinflando y acaba siendo, posiblemente, el más flojo publicado por la banda. Tras un disco en directo un tanto descafeinado como «Pack up the Plantation: Live!», llegó en 1987 «Let me Up (I’ve Had Enough)», que prolongó la inercia de grandes ventas con un «hit» coescrito con Bob Dylan como «Jammin’ Me» pero que, por desgracia, también continuó con la línea correcta pero un tanto insulsa de «Southern Accents». En una época un tanto desafortunada de Petty apareció en su vida Jeff Lynne, el líder de la Electric Light Orchestra, y juntos iniciaron un asombroso ritmo de trabajo que desembocó en una de las grandes épocas de la carrera del rubiales de Florida. Petty se animó a lanzar su primer álbum en solitario (aunque siempre con Campbell a la guitarra) y triunfó a lo grande con «Full Moon Fever» (1989). La característica producción de Lynne, con profusión de teclados y un aire mucho más pop y comercial pero sin restar importancia a las guitarras, supuso todo un revulsivo y cristalizó en otra gran ristra de clásicos: «Free Fallin'», «I Won’t Back Down», «Love is a Long Road», «Runnin’ Down a Dream» y una de mis grandes debilidades, la cachonda «Zombie Zoo». El binomio tendría protagonismo, produciendo y ejerciendo de músicos de acompañamiento, también en el precioso resurgir de Roy Orbison y su gran «Mistery Girl» y, para rematarlo, reclutaron al propio Orbison para juntarse con otros dos «grandes» de los de verdad, Bob Dylan y George Harrison, para formar el «supergrupo» definitivo: The Travellin’ Wilburys y sus dos muy recomendables discos.

Henchido de energía tras este cúmulo de excitantes proyectos, Petty entró a lo grande en los años 90 (tan difíciles para compañeros de generación como Springsteen), una década gloriosa para el artista que cimentó gran parte de su prestigio actual. La producción de Lynne volvió a ser esencial en su regreso con los Heartbreakers, «Into the Great Wide Open» (1991), su mejor obra desde «Damn the Torpedoes» y también una de las más vendedoras. Otro álbum perfecto, repleto de himnos increíblemente pegadizos: «Learning to Fly«, el tema título, «All or Nothin'», «Out in the Cold», «Makin’ Some Noise»…. La racha continuó con otro superventas, el recopìlatorio «Greatest Hits» (1993), que incluía como inédita otra de sus canciones míticas, «Mary Jane’s Last Dance» y su mágico y rompedor videoclip. En este punto álgido , Petty decidió  arriesgar y abandonar a Lynne para encontrar un nuevo socio que marcaría su siguiente época: el todopoderoso productor Rick Rubin. Junto a él lanzó su segundo disco en solitario, «Wildlflowers» (1994), una absoluta maravilla en la que el de Gainsville optaba por una profusión de medios tiempos bajo un sonido mucho más crudo y acústico, obteniendo su particular «Nebraska» (aunque sin llegar a ser tan oscuro como la obra maestra del «Boss»). «You Don’t Know How it Feels«, «You Wreck Me», «Only a Broken Heart», «Honey Bee», «Crawling Back to you» o «»Wake Up Time» son genialidades que no se escuchan todos los días. Sólo un escalón por debajo se sitúa la banda sonora de la película «She’s the One», proyecto con el que regresaban en 1996 unos Heartbreakers renovados con la entrada de Steve Ferrone en la batería tras la marcha de Stan Lynch y en el que, además de versiones de Beck y Lucinda Williams, incluían nuevas maravillas de la talla de «Walls, «Grew Up Fast», «Climb that Hill», «California» o «Hang Up and Overdue». La formación se despedía de los 90 con otro pedazo de disco, «Echo» (1999), en el que bajo una nueva prodigiosa producción de Rubin, se sucedían gemas como «Counting on You», «Free Girl Now», «Lonesome Sundown», «Swingin'», «Accused of Love», «About to Give Out» o «One More Day, One More Night».

Con el cambio de siglo, la cosecha generada por Petty no ha sido tan abrumadora, pero se ha mantenido a un nivel más que aceptable. El grupo continuó bajo el paraguas de Rubin (con el que iban colaborando con decisiva importancia en los aplastantes y sucesivos «American Recordings» de Johnny Cash), aunque ésta vez siendo producidos por su virtuoso colaborador George Drakoulias, en «The Last DJ» (2002). El álbum era de notable, con «highlights» como el tema título, «You and Me», «The Man who Loves Women» y «Can’t Stop the Sun», aunque se vio perjudicado por la irregularidad del repertorio. Tras un largo descanso, Petty daba su tercer aldabón a su discografía en solitario, reclutando de nuevo a Lynne para la producción, con «Highway Companion» (2006), un disco solo correcto en el que grandes temas como «Saving Grace» y «Flirting with Time» eran acompañados por un apañado relleno. Petty regresó en 2010 con los Heartbreakers en los que el antiguo miembro Ron Blair había vuelto para sustituir al fallecido Epstein, después de regalar  a sus seguidores en años anteriores la publicación consecutiva de «Mudcrutch», el gran regreso discográfico de su primera banda y también la de Campbell y Tench; el documental dedicado a su figura «Runnin’ Down a Dream», dirigido por el gran Peter Bogdanovich; y el exhaustivo recopilatorio en directo «The Live Anthology». «Mojo» se presentó como un disco casi revolucionario para la banda, ya que abandonaron su búsqueda de la canción perfecta y se dedicaron a soltarse en estudio y seguir su instinto. ¿El resultado? Un sonido más «blues» y básico que nunca y unas canciones largas, muchas veces en forma de «jams» que crearon cierta controversia entre los fans. Algunos lo tildaron de refrescante maravilla mientras que otros (como es mi caso) saludamos el nuevo rumbo de la banda aunque echamos de menos su estilo característico. Donde nunca falla la banda es en directo, en el que se convierten en una máquina perfecta que no cesa de lanzar un «hit» tras otro. Uno de los mayores espectáculos del rock. La mayor pérdida posible para un aficionado español.

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