Soundgarden, el anhelado regreso de la banda perfecta
En apenas unos días se obrará el milagro. Cuatro músicos ya cuarentones (o cincuentones) se personarán en el festival Sonisphere de Getafe (Madrid) para, como Lázaro redivivo, resurgir de sus cenizas en forma de Soundgarden, quince años después de su disolución y 16 después de su última aparición en España. Compartirán cartel, entre otros, con Metallica y Corrosion of Conformity; ¡oh, casualidad!, los mismos grupos con lo que tocaron en aquella recordada noche del septiembre de 1996 en La Peineta capitalina.
Pero ésta no es una reunión más. No es una mera reunión más con tintes nostálgicos para que cuatro antiguos músicos de éxito vayan garantizándose una digna jubilación (que puede ser que también), sino el deseo hecho realidad de una silenciosa multitud de amantes de la música a la que la abrupta separación de la banda en 1997 les dejó huérfanos del grupo al que habían aupado como máximo depositario de sus esperanzas musicales.
Porque si por algo destacaban Soundgarden era por su absoluta fiabilidad. Parece imposible que haya un grupo así, en el que haya que examinar con lupa su longeva carrera para encontrar alguna mínima pega; desde luego un servidor, cuando soñaba ilusamente con comenzar una trayectoria artística, siempre se marcaba como referencia a la banda de Seattle: cuatro músicos obsesionados con hacer cada vez mejores canciones (sin apenas concesiones a otras facetas del mundo del espectáculo), un éxito tan masivo como progresivo y basado en el prestigio y una discografía interesante desde sus inicios pero siempre hacia arriba en cuanto a calidad y paisajes musicales conquistados. La perfección.
Empezaron sorprendiendo con un par de muy buenos EP’s, «Screaming Life» (1987) y «Fopp» (1988), convirtiéndose en héroes de la escena de Seattle y precursores del «grunge». Canciones como «Hunted Down» o «Nothing to Say» del primero ya daban los primeros indicios del sonido que caracterizaría al grupo: guitarras pétreas con riffs gigantes y lentos a lo Black Sabbath a cargo del barbudo Kim Thayil, la vertiente triste y siniestra de bandas como Killing Joke, los agudos imposibles del cantante Chris Cornell, una base rítmica dura y sólida (con Hiro Yamamoto al bajo y Matt Cameron a la batería) y una apertura de miras (no en vano, ya hicieron una remezcla muy funky del tema «Fopp) que les hacía apuntar alto. Su primer disco oficial, «Ultramega OK» (1988), ya lanzado ante una gran expectación de la escena local, pese a su innegable calidad, no supuso un gran salto. El sonido de la banda se consolidaba con un ligero aumento de potencia («All your Lies» o «Head Injury» son buenas muestras) a la vez que Yamamoto aportaba una variación más hardcore/punk en temas espídicos como «Nazi Driver». Mucho más decisivo fue el lanzamiento de «Louder than Love» (1989), primera obra verdaderamente mayor de la banda y comienzo de un periodo convulso que puso las bases de la formación que definitivamente entraría en la leyenda. Pero vamos por partes. El primer gran cambio fue el fichaje por una multinacional (A&M), lo que provocó no pocas críticas en el entorno del grupo. El segundo, la incorporación de Terry Date a la producción, que supo canalizar perfectamente el sonido de unas canciones que ya eran de Primera División. El estilo no cambiaba demasiado respecto a «Ultramega OK», pero el avance compositivo era considerable. Aquí ya tenemos tres grandes clásicos de la banda en «Hands All Over» (con ese riff tan adictivo de Thayil), «Loud Love» (o la definición del sonido de una banda en una sola canción) y «Big Dumb Sex» (el tema con más «fucks» cantados de la historia), además de un nivel medio brillante (canciones como «Full on Kevin’s Mom» o «Ugly Truth» no se escuchan todos los días). Las ventas no son insensibles a este crecimiento artístico y se convierte en el primer disco del grupo en entrar en la lista Billboard estadounidense. Sin embargo, los roces con Yamamoto hacen inevitable la salida de un miembro que fue fundamental en los primeros años de la banda. Tras el efímero paso como sustituto de Jason Everman (un eterno perdedor que fue despedido, respectivamente, de Nirvana y de Soundgarden justo antes de que cada una de las bandas lograra el éxito masivo), llegaría al puesto Ben Shepherd, que cerraría definitivamente la alineación clásica. Mientras tanto, el trágico fallecimiento del cantante Andrew Wood -de la muy prometedora banda Mother Love Bone, germen de Pearl Jam– propició un homenaje realizado por sus compañeros de grupo y Chris Cornell a las voces que vino a llamarse «Temple of the Dog». Un tributo tan emocionante como desinteresado que resultó ser un inesperado éxito de ventas y, sobre todo, un trampolín para las expectativas existentes sobre los próximos trabajos de los músicos participantes. La rampa estaba dispuesta para el despegue…
…Y el cohete fue lanzado con una potencia descomunal en 1991. En plena efervescencia de popularidad de Nirvana y Pearl Jam, Soundgarden lanzaron su primera obra maestra, «Badmotorfinger», su mejor disco para muchos de sus fans. Un artefacto pluscuamperfecto, espléndidamente producido por Date, que aunaba potencia, densidad y melodía como pocas veces se había visto. Pese a andanadas tan veloces como «Rusty Cage» o «Face Pollution», la especialidad de la casa se puso de manifiesto: medios tiempos oscuros, sólidos como una roca, a los que iba como anillo al dedo la sobrehumana voz de un Cornell en pleno derroche de facultades. Un clásico tras otro: «Outshined» (con su ya mítica frase «I’m looking California but I’m feeling Minnesota»), la brutal «Slaves and Bulldozers», la insuperable «Jesus Christ Pose», la paradigmática «Room a Thousand Years Wide», los desquiciados vientos de «Drawing Flies», el respiro que suponía la preciosa «Somewhere»). Toda una entrada por la puerta grande al Olimpo. En este mítico lugar se asentaron definitivamente en 1994, con su segunda obra maestra y su disco de gran éxito masivo, «Superunknown», en el que optaron por abrir las ventanas y dar paso al aire fresco que proporcionaron la psicodelia, el pop y la música oriental, lo que desembocó en el álbum más Led Zeppelin de su carrera, influyendo sobremanera la muy ambiciosa producción de Michael Beinhorn. De nuevo, los medios tiempos reinaban, con «Fell on Black Days», «Black Hole Sun», la polirrítmica «Spoonman», «The Day I Tried to Live» y la solemne «4th of July» como puntas de lanza, mientras que el genial tema-título (con ese apabullante tramo final) y «Kickstand» recordaban el lado más fiero y rápido de la banda y «Half» aportaba el respiro exótico a un disco I-M-P-R-E-S-C-I-N-D-I-B-L-E. Después de que Cornell superara una grave afección de garganta, Soundgarden optaron por producirse ellos mismos el infravalorado «Down on the Upside», otra obra mayor a la que, sin embargo, le pesó demasiado su condición de sucesor (inferior) de «Superunknown». Sin embargo, a estas alturas esa losa debe ser levantada para disfrutar el disco más variado de la carrera de los de Seattle, en el que cabía todo: el sonido más reconocible del grupo en las magníficas «Blow up the Outside» y «Burden in my Hand» (y su increíble estribillo), la rapidez de «Never Named» y «No Attention», el extraño punk con mandolinas de «Ty Cobb», la experimental «Applebite» o el recuerdo a los intrincados comienzos de la banda con «Never the Machine Forever». Sin embargo, la época «grunge» estaba concluyendo y su repercusión fue más limitada, algo que, junto a las crecientes tensiones en el seno de la banda en la gira posterior, provocó la fatídica noticia de 1997: Soundgarden, una de las mejores bandas que el rock ha visto, se separaban. Moría la banda, nacía el culto.
Tras la disolución, el cuarteto se partió en dos mitades: la activa y la pasiva. Mientras que dos de los músicos más brillantes de su generación, Kim Thayil y Ben Shepherd, sólo interrumpieron su retiro para colaboraciones muy esporádicas (destacando la presencia de Shepherd en dos discos de Mark Lanegan, «I’ll Take Care of You» y «Field Songs»), Matt Cameron (al que más de uno le ha llamado el John Bonham de su generación) se unió a Pearl Jam y contribuyó sobremanera a su renacer del último lustro, especialmente en el directo. Pero, sin duda, el que más titulares ha acaparado ha sido Chris Cornell. sin duda, uno de los mejores vocalistas surgidos en los últimos 30 años. Cornell se convirtió en el único heredero posible para los fans de Soundgarden, sobre todo, cuando incluyó su precioso «Sunshower» en la banda sonora original de «Grandes esperanzas». Oportuno título para adjetivar la expectación existente ante la aparición de su primer álbum en solitario, «Euphoria Morning», un buen disco que, sin embargo, no colmó todas las expectativas. La sorpresa llegó con su siguiente movimiento: unirse a los músicos de Rage Against the Machine para formar Audioslave, un proyecto que resultaba tan extraño como interesante a tenor de los adelantos que fueron publicándose. Era un placer volver a escuchar a Cornell vociferar sobre poderosas guitarras pero, finalmente, el proyecto se disgregó en 2007 entre cierta indiferencia tras lanzar tres discos tan correctos como poco excitantes. Cornell decidió retomar su carrera en solitario y, esta vez, llegar al estrellato más absoluto. Si su irregular «Carry On» (2007) fue precedido de «You Know my Name», canción oficial de «Casino Royale», el relanzamiento de la saga Bond; en 2009 la jugada fue aún más ambiciosa y desconcertante: llamar al famoso productor Timbaland para meterse de lleno en el mundo del pop electrónico con «Scream» (2009), uno de los discos más vapuleados de los últimos años. Una flagrante equivocación a la que siguió poco después el anuncio de la reunión de Soundgarden (¿casualidad?).
Y lo que son las cosas; entre la incredulidad general, Cornell pasó en apenas unos meses de codearse con Justin Timberlake a tocar con Soundgarden en conciertos que remitían a la época más fiera del grupo (la de «Badmotorfinger»). A la gran acogida de los primeros shows de reunión, la banda ha ido sumando a cuentagotas noticias para ir caldeando el ambiente: el recopilatorio «Telephantasm» (2010) -que incluía como novedad «Black Rain», un gran tema descartado en su día de «Badmotorfinger»- , el álbum en directo «Live on I-5» (2011) con grabaciones de la gira de 1996 y, por último, «Live to Rise», un esperado nuevo tema (algo decepcionante para un servidor) que ha sido incluido en la banda sonora original de «Los Vengadores». Todo está preparado para la llegada del nuevo disco, en principio esperado para esta primavera y que parece que se va a retrasar hasta después del verano, pero mientras podremos saciar nuestra sed presenciando a nuestros héroes de adolescencia sobre un escenario. El oportunismo del regreso parece evidente, pero los grandes momentos que nos han deparado las respectivas resurrecciones de dos bandas de su generación, Alice in Chains y Faith No More, permiten albergar esperanzas. Ahora toca disfrutar.
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